mercredi 1 janvier 2014

REFLEXIONES SOBRE EL PRIMER DIA DEL AÑO

Impregnar el tiempo del Espíritu


En el primer día del año la Iglesia católica ha colocado la fiesta de María, la Madre de Jesús, pero considerada y proclamada como “madre de Dios”. María es presentada como la figura y el prototipo de lo que nosotros, los humanos, somos finalmente en la profundidad de nuestro ser: el lugar por excelencia de la encarnación, la gestación y la aparición de lo “divino” en el universo. Y puesto que Dios es Amor, la razón de nuestra presencia es ser la manifestación del Amor, única fuerza capaz de mejorar y salvar al mundo. María es entonces la imagen emblemática o simbólica de la raza humana cuyo fin es poner en el mundo, o si preferimos, dar al mundo su “Salvador”.

El primer día del año se celebra también la Jornada de la Paz. El cristiano es un constructor de paz. La paz comienza dentro de nosotros. Cuando uno está en paz consigo mismo, está en paz con los demás; y cuanto estamos más en paz con los demás, más crece nuestra paz interior. Nuestra felicidad viene del hecho de que vivimos para los demás y de que nos sentimos amados por los demás. La felicidad y la paz están pues en el darse y no en cerrarse sobre sí mismo y en el egoísmo. Estar en  paz con los otros comporta respeto, atención, compartir, compasión, tolerancia, benevolencia, amor… Si un mosquito puede desacomodar toda una noche de sueño, ¡imagínense cuántos destrozos puede causar alrededor nuestro una maldad actuando sin cesar (Dalai Lama)!

Creo que el amor surge cuando nace una relación recíproca con otro ser vivo. Estoy convencido que el nacimiento del amor entre dos seres no depende ni de la naturaleza del otro, ni de su aspecto, ni de su edad… sino sólo de la calidad de su relación. Eso explica por qué yo puedo sentir tanto afecto por mi gato Romeo. Siempre me intrigó ese fenómeno. Estoy seguro que sentiría cierta ternura incluso por un ratón, o un pez, si esas criaturas fueran capaces de interactuar conmigo y de mostrarme alguna forma de cariño…

He llegado a la conclusión de, ya que el Amor es la Energía Original que impregna y une todo lo que existe y se manifiesta en lo viviente y lo humano de una forma muy especial, es natural que me sienta ligado a Romeo que me alegra, embellece y deleita mi existencia.

Aprovechemos el tiempo que pasa y que se nos da, para dejar una buena huella de nuestro pasaje; para dejar un mundo mejor del que encontramos. No habremos vivido en vano. Será el bien que realicemos, la alegría, la felicidad y el amor que difundamos los que darán valor a nuestra persona y sentido a nuestra vida.

Vivamos en la verdad de nosotros mismos. Porque la mentirá quizá dé flores, pero nunca frutos. El tiempo de vida que tenemos es corto, siempre demasiado corto. No hay que malgastarlo en tonterías y futilidades. Hay que vivirlo plena e intensamente, no desde afuera sino desde adentro, a fin de que sirva para construir en nosotros una personalidad interesante, fascinante, iluminadora y capaz de despertar a su alrededor afecto, alegría y felicidad.

Vivimos en una sociedad donde todo marcha tras la velocidad, el rendimiento y el lucro, y en consecuencia, con miedo de perder el tiempo, porque el tiempo es valioso y costa dinero. Pero el tiempo tiene también una cualidad, que no está necesariamente ligada a su valor económico. Porque si utilizamos nuestro tiempo sólo en hacer dinero, probablemente haremos crecer nuestra cuenta bancaria, pero no estoy seguro que eso, automáticamente, nos haga crecer como personas. Porque podemos utilizar nuestro tiempo en actividades que nos dispersan y nos demuelen, en vez de construirnos y hacernos crecer en humanidad.

Hay individuos que deciden no crecer jamás y que detienen el tiempo en el momento de su infancia o adolescencia. Para ellos la vida es una fiesta constante que comporta el mínimo de responsabilidad y el máximo de placer. Para esta clase de personas vivir significa moverse, correr, agitarse, ganar el partido, aplastar al adversario, experimentar sensaciones, divertirse, aturdirse con el ruido y el escándalo casi siempre voluntarios, creados a su alrededor para evitar enfrentarse cara a cara a sí mismo y descubrir la superficialidad y la pobreza de su existencia.

Pienso que el tiempo no es algo que podamos perder. Es inexorablemente responsable del devenir de nuestra vida. Nunca nos abandona. Nos sigue siempre detrás. Pero podemos derrocharlo. ¡Aunque no todos tenemos la misma concepción de derroche! ¿Derrochamos nuestro tiempo cuando nos detenemos? ¿Cuándo no hacemos nada? ¿Cuándo estamos solos? ¿Cuándo se crea un vacío en nosotros y a nuestro alrededor? ¿Cuándo estamos en la luna? ¿Cuándo soñamos con los ojos abiertos? ¿Cuándo hacemos silencio? ¿Cuándo pensamos, reflexionamos, rezamos? ¿Cuando escuchamos a los demás o a Mozart, o las notas de esa melodía continuamente tocada en las profundidades más secretas de nuestro ser por el Misterio Divino que nos habita? ¿No son esos los momentos   más intensos de nuestra vida? ¿Los con que nos encontramos en perfecta armonía con lo que somos de verdad en el fondo de nosotros mismos: ¿humanos, es decir los seres más   cumplidos, más realizado de la evolución cósmica en la cual se encarna, se manifiesta y actúa el Espíritu de Dios o la Energía de Amor que rige y sostiene el Universo?

Entonces, es preciso que sepamos vestir nuestro tiempo con el atavío de la espiritualidad. Porque eso es lo que somos nosotros, los humanos: materia abrazada por el espíritu. Y puesto que nuestro destino es vivir en el tiempo, debemos impregnarnos de Espíritu.  De otra forma nuestro tiempo no será humano y pasará solamente para hacernos envejecer y morir. Y no para hacernos crecer en humanidad a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios.

(Reflexiones inspiradas de un comentario en español del Servicio Latinoamericano: servicioskoinonia.org.)


Bruno Mori  -  (traducción: Ernesto Baquer)