(6° dom de Pasqua, B -
Jn 15,9-15)
El texto que acabamos de leer está sacado de un largo
discurso de despedida, llamado también "testamento espiritual" de
Jesús, que el evangelio de Juan pone en sus labios, justo antes de su muerte.
El tema del monólogo está centrado en el amor que une a Jesús con su Dios o
Padre y que debe unir también a los discípulos entre sí y con su Maestro.
El evangelio de Juan, presenta a Jesús como un hombre que
vivió una relación en especial íntima con Dios; que tuvo una experiencia
totalmente única de Dios, calificada por el evangelista como "experiencia
amorosa" hecha de comunión, intimidad y profunda ternura. El Jesús de Juan
es el hombre enamorado de Dios, en Dios centrada y orientada toda su
existencia, que supo impregnarse de su Espíritu a tal punto que pudo sentirse
con derecho a afirmar que él y Dios hacían un solo ser; que siempre hacía sólo
lo que Dios quería y le inspiraba. Decía también que los que escuchaban sus
palabras y veían sus obras, escuchaban las palabras de Dios y veían las obras
de Dios.
Jesús hablaba pues, del Dios que rebosaba su corazón,
porque vivía en su comunión y en su presencia, y también porque lo había
captado y fascinado su misterio. En la intensidad de su experiencia, había
descubierto que su Dios es el fundamento de todo: fuente de amor, de ser y de
vida; que es don, perdón, padre, madre, hermano, amigo. Había descubierto que
era el Amor-Dios quien lo hacía vivir; que era el alma de su Espíritu, de
suerte que esa experiencia de Dios lo había convencido que sólo entrando en
contacto con esa Última Realidad Amorosa, el hombre podría encontrar sentido a
su existencia, vivir según su naturaleza, realizar plenamente su humanidad y
dominar sus impulsos personales, así como el mundo que lo rodea.
Dicha experiencia permitió a Jesús llegar a un
conocimiento tan profundo de Dios que pudo decirnos algo totalmente nuevo e
inédito sobre Dios. Nos mostró que ese Misterio Último que llamamos Dios es una
Fuerza Infinita de Amor presente y actuante en todo el Universo; que penetra
todo lo que existe, como savia, alma, espíritu, como la finalidad que anima,
vivifica, sostiene y dirige el Universo entero hacia una evolución, complejidad
y perfeccionamiento cada vez mayores.
Jesús insistió en el hecho de que esta Energía Amorosa
Original es especialmente activa, fuerte y perfeccionada en el ser humano, que
se convierte entonces en la conciencia que el cosmos posee de sí mismo, así
como en el lugar de una presencia privilegiada de las dinámicas, cualidades y
posibilidades del amor en nuestro mundo.
Jesús nos revela así que, en este Universo, el amor lo es
todo; que sin la fuerza de este amor que "atrae" y une todas las
cosas, nada puede nacer, ni subsistir, ni desarrollarse. Su enseñanza nos ha
hecho comprender que en nuestro mundo, el amor es dios y que dios es el amor.
Qué es el amor tan sólo lo que debemos buscar, cultivar, desear, practicar,
recuperar, si queremos realizarnos plenamente según nuestra naturaleza de seres
"conscientes e inteligentes". En efecto, el Espíritu de Dios, que
actúa a través de la evolución cósmica ha diseñado a los "humanos"
con el solo fin de producir criaturas concebidas especialmente para amar. Según
Jesús, tan sólo ante el amor debemos arrodillarnos si queremos adorar a Dios y
rendir homenaje a nuestros hermanos.
Jesús nos enseña que no hay otro tesoro que debamos
buscar, ni otra riqueza que codiciar, ni otra grandeza que aspirar, fuera del
amor. Si logramos ser capaces de amar con la calidad y la fuerza de amor que
hay en Dios, que se manifestó en Jesús y que se depositó en cada uno de
nosotros, seremos obras maestras de humanidad. En efecto, nos convertiremos en
eco, reflejo e instrumentos del Amor Original que construye la calidad, la
bondad y la grandeza de nuestro mundo y nuestra sociedad humana.
Si estamos familiarizados con los escritos del NT
atribuidos a Juan, sabemos que dichos textos contienen una multitud de
expresiones que el escritor pone en boca de Jesús y que, por una parte, afirman
la naturaleza amorosa de Dios y, por otra, expresan la necesidad de activar y
retomar, a lo largo de nuestra existencia, esa inmensa Energía Amorosa,
depositada en nuestros corazones: "Hemos
conocido y creído en el amor que Dios nos tiene y que ha derramado en nosotros.
Dios es Amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn
4,16). El amor viene de Dios y todo el que ama viene de Dios y conoce a Dios
(4,7). Si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos los unos a los
otros (4,11) Nos amamos porque Dios nos amó primero y nos inundó de su espíritu
de amor (4,19). Si uno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un
mentiroso. El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien
no ve" (4,20).
Y así, el Jesús de Juan nos dice que su Dios no se
encuentra en los templos, las iglesias, los ritos, los cultos, los sacrificios,
las prácticas y observancias de las religiones, sino sólo en el amor que
fomentemos y demos a nuestros hermanos. Jesús nos revela que sólo encontramos a
Dios cuando encontramos a nuestros hermanos y somos capaces de entablar con
ellos relaciones basadas en un amor que se identifica como acogida, escucha,
benevolencia, comunión, respeto, atención, compasión, compartir…
Jesús supo vivir esta experiencia de amor y entrega, y
por eso apareció ante todos como la manifestación más extraordinaria de la
presencia divina en nuestro mundo y se nos muestra también hoy a nosotros como
uno de los modelos más logrados de humanidad. Entonces, en cuanto cristianos,
hemos de tener siempre presente esta fundamental verdad: el cristianismo al que
pertenecemos, es un movimiento espiritual (¡no una religión!) nacida de Jesús
de Nazaret que invita a los hombres, no tanto a divinizarse, sino a
humanizarse, siguiendo el ejemplo y la palabra de su Maestro y Señor.
Bruno Mori 2018
Traducción de Ernesto Baquer