(Mc. 4,35-41)
Hay que tener presente siempre que, en los
evangelios, los milagros no son en general reportajes de hechos reales, sino
más bien un género literario que utiliza la simbología de un cuento o un relato
imaginario para transmitir o hacer comprender un mensaje, un mensaje, una
enseñanza importante de Jesús o sobre Jesús.
Este relato de Marcos sobre la tempestad calmada es uno de ellos.
Comienza con la orden de Jesús a sus
discípulos para pasar a la otra orilla habitada por poblaciones paganas. Alude
a la universalidad del mensaje de Jesús que deberá ser anunciado a todos, más
allá del ambiente judío que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que
se desencadenó en el seno de la comunidad cristiana fue provocada precisamente
por el intento de abrirse a los paganos.
Tratándose de una tempestad, el texto
alude igualmente a la figura bíblica de Jonás, también dormido sobre el puente
del barco en el momento de la tempestad, y amonestado por el capitán del barco
por dormir mientras todos los demás estaban muertos de miedo.
También para nosotros, los cristianos de
hoy, el texto es una invitación a “pasar a la otra orilla”, Quiere
decirnos que nuestra fe debe estar siempre en movimiento. Nunca puede ser
sinónimo de sedentarismo, de sentarse sobre sí mismo, de inmovilismo, de
adhesión intransigente y obstinada a un depósito de verdades y dogmas
intocables. Nunca puede ser búsqueda de seguridades, posesión de certezas. Por
ello, Jesús siempre invitará a partir, a ir. Les prohibirá instalarse, fijarse,
echar raíces.
Ya los primeros cristianos lo habían
comprendido así, y por ello denominaron a su espiritual aventura siguiendo a
Jesús como la Vía o el Camino”, porque debía conducirlos al
descubrimiento de un mundo nuevo (“El Reino de Dios”), de nuevos paisajes
interiores, de un nuevo género de espiritualidad, un nuevo estilo de vida, una
nueva forma de humanidad.
Este relato nos invita a embarcarnos con
Jesús, a darle un rinconcito en nuestra barca y, con él a bordo, a tomar
confiadamente el viento de largada, hacia la otra orilla. Aquí la barca donde
Jesús duerme es la imagen de nuestra existencia y de todo lo que llevamos con
nosotros: nuestras sombras y nuestras luces, nuestro bien y nuestro mal,
cualidades y defectos, victorias y derrotas, realizaciones y fracasos, amores y
odios, Jesús y nuestra fe en él… a través de un mar imprevisible y peligroso.
¡El mar! En la Biblia, el mar, con sus
tempestades súbitas e irreprimibles, sus olas mortíferas, sus profundidades
negras e insondables, y todos los monstruos horribles que pueblan sus abismos,
es el símbolo por excelencia de los peligros que nos acechan y nos amenazan en
el curso de nuestra travesía a la otra orilla de nuestra existencia.
Sin embargo, el evangelio especifica que debemos
embarcar con nosotros a Jesús “tal cual es” es decir con su verdadera
personalidad, sus reclamos exigentes y difíciles, sus sueños y proyectos locos.
El Jesús tal cual es que transportamos no debe ser el Jesús azucarado y empalagoso
de cierta devoción popular tardía, ni el Jesús reinterpretado, transformado,
modificado, reajustado según los gustos, necesidades y políticas de la religión
que le sucederá y que acapararía su persona y su mensaje.
Pero el relato nos informa que, en la
barca, ese extraordinario pasajero está como invisible, como si no existiese:
duerme, no interviene para resolver nuestros problemas, ni para ayudarnos en
las dificultades de la navegación, para alejar los peligros que nos amenazan,
para sostenernos en el sufrimiento, para aliviar nuestro dolor, para impedir o
reparar los desastres causados por nuestra estupidez, nuestra maldad o nuestra
irresponsabilidad.
Este relato sobre el sueño de Jesús en la
barca agitada por las tempestades de la vida, parece querer decirnos la inmensa
confianza que Dios ha depositado en los humanos. Quiere hacernos comprender que
si, en nuestra existencia, nos parece que casi siempre Dios no existe, que está
ausente o dormido, se debe a que no quiere tomar nuestro lugar y que quiere que
asumamos nuestras responsabilidades.
Dios se eclipsa voluntariamente, porque
quiere que tomemos conciencia que, como somos casi siempre la única y la
principal causa de los males, los desastres y las desgracias que nos llegan,
somos también los únicos seres que él ha dotado de medios y capacidades
necesarias para encontrar solitos las soluciones y remedios a nuestros errores
y males, y llevarlos a cabo.
Y nuestras intervenciones, en vías de
reparar las consecuencias de nuestros destrozos, errores y calamidades que
suceden, serán tanto más adecuadas y eficaces, si pensamos que ahora estamos
equipados y enriquecidos con los valores, visiones, sabiduría, el espíritu, así
como la fuerza, la determinación y el amor de ese Jesús que viaja con nosotros
en la frágil barca de nuestra existencia.
BM 15 junio 2021
Traducción de Ernesto Baquer