(Ensayo de interpretación postmoderna del
cuento navideño)
1.
“Vayamos a ver el gran acontecimiento que Dios quiere que conozcamos” (Lc.
2,15)
La historia evolutiva del Universo ha llevado a los
humanos a la auto-consciencia. Por escapar de la angustia causada por la toma
de conciencia de nuestra finitud, vulnerabilidad y por el carácter
inevitablemente transitorio de nuestra existencia, los Hombres inventaron los
dioses, sobre quienes proyectaron sus deseos de poder, seguridad y vida. Y a
esos dioses construidos a medida de nuestras carencias, los humanos confiaron la
tarea de colmarlos.
Concebidos por la inquietud y el miedo humanos,
imaginamos los dioses a semejanza de los héroes de ciencia ficción, en films y
dibujos animados: Entidades super-poderosas fuera y más allá de nuestro mundo,
dotadas de cualidades super humanas, sobrenaturales y extraordinarias que
utilizan no sólo para liberar a los humanos de los peligros a los que estamos
expuestos sin cesar , sino también para
protegernos y asegurarnos una calidad de vida satisfactoria a cambio de nuestra
adoración y sumisión.
El hombre religioso (homo religiosus),
al inventar a los dioses y buscar domesticarlos, ablandarlos y relacionarse con
ellos (por un progreso sicológicamente comprensible y mimético) los transformó
en prototipos y modelos de su propio comportamiento.
Desde la invención de sus “dioses”, y para superar
sus propios límites, el “hombre religioso” siempre fue tentado a apropiarse de
las facultades y poderes que les había atribuido, en una loca pretensión de
llegar a ser como ellos. Es la tentación de la desmesura, el orgullo y la
estupidez humana tratando de rivalizar con el poder y la grandeza de la
divinidad.
Llegar a ser como dios o convertirse en dios, ha
sido siempre el sueño loco de la precariedad humana en busca de gratificaciones
y seguridades. Sin embargo, para ser como dios, el humano debió elevarse sobre
los demás, ser superior a los demás, más grande, importante y poderoso que los
demás. Tuvo que someter a los demás. En otras palabras, el hombre tuvo que renunciar
a ser simplemente humano, tuvo que “deshumanizarse”. De ahí la aparición en el
mundo de los hombres del fenómeno de la “violencia” (hybris),
bajo todas sus formas (poder, confrontación, dominio, opresión, odio, guerra…),
lo que las religiones, desde su origen han llamado tradicionalmente “pecado”,
responsable de todos los desastres y sacrificios v de la humanidad.
Por tanto, si de parte del hombre, la búsqueda
compulsiva de su “divinización” se ha convertido en fuente interminable de
desgracias, Jesús de Nazaret ha sido, por su parte, uno de los primeros distinguidos
pensadores de la humanidad que comprendió y enseñó que el secreto de la
salvación y la felicidad del hombre no estaba en su “divinización”, sino en su
“humanización”, y en la eliminación de las causas de la “violencia”. Esto
comportaba necesariamente la curación de los procesos sicológicos angustiantes
(miedo, ansias de seguridad, búsqueda de poder, de superioridad, de
gratificación, de éxito…) suscitados en el hombre por su finitud y su falsa
percepción de Dios. El Nazareno comprendió que si seguíamos percibiendo a Dios
como grandeza, potencia, superioridad y poder que domina, en el mundo la
violencia sería inevitable y la humanidad abocada a un miserable destino.
Todo el valor y la novedad de la predicación de
Jesús, consisten entonces en la propuesta de una nueva imagen de Dios, que está
en las antípodas de la de los hombres y sus religiones. El nuevo Dios anunciado
por Jesús es totalmente otro, diferente, opuesto y en contradicción con los
dioses antiguos. Podríamos decir que, comparado y confrontado con el dios de
las religiones, el Dios de Jesús aparece como un “anti-Dios”, como
una Entidad ue nunca se manifiesta como
grandeza, poder, autoridad y potencia que manda, somete y exige; sino siempre
como pequeñez, delicadeza, debilidad, impotencia y acogida benevolente. El
anti-Dios de Jesús se presenta esencialmente como una forma misteriosa de Amor
que se revela y actúa únicamente allí donde hay pérdida, insuficiencia,
debilidad, imperfección, para colmar la falta, sostener la debilidad,
enriquecer la pobreza, perfeccionar, desencadenar evolución, infundir energía,
vigor y vida a todo lo que se marchita, se degrada y sufre bajo el peso de la
inevitable pesadez y finitud de su ser.
Entonces, para el profeta de Nazaret, lo que las
religiones llaman "Dios", es en realidad, esa Energía Primordial y Benévola,
que sólo existe y se manifiesta en el Universo para llenar el vacío, suplir las
carencias, producir relación, integralidad, plenitud, complejidad evolutiva en
las criaturas que releve continuamente de sus límites, para que en ellas pueda
emerger una cualidad superior de ser.
Pero hay más: para Jesús, Dios parece ser
igualmente una energía que se desactiva y cesa de operar en los humanos cada
vez que éstos, con una actitud de orgullo arrogante y estúpido, están
convencidos de ser ricos por sí, es decir, de haber alcanzado la plena
configuración o la plenitud de su naturaleza. "Dios colma de bienes a
los hambrientos, pero despide a los ricos con las manos vacías" (lc
1,53).
2
- Fueron y encontraron un niño recién nacido acostado en un pesebre para animales
(Lc 2,16)
Esta nueva manera de concebir a Dios nos permite
comprender mejor, por un lado por qué el mito cristiano de Navidad ubica la
presencia y la acción de Dios allí donde hay nacimiento, pequeñez, impotencia,
pobreza, penuria de ser, simbolizados por el Niño-Dios del pesebre. Y por otro
lado, nos permite captar mejor por qué Jesús se refiere siempre a la Realidad
Última con el evocador nombre de "Padre". Un apelativo que comporta,
en efecto, una semántica ligada al origen, la generación, el nacimiento, el
surgir, el crecimiento y la realización, al cuidado, al amor del ser, allí
donde antes no había o no lo suficiente. Características que, para el Nazareno,
son típicas de la naturaleza de su Dios.
Navidad se convierte entonces en un magnífico cuento
cristiano, lleno de poesía y misterio que sirve para ilustrar el misterio de la
presencia amorosa del Divino en nuestro mundo y en la vida de los hombres y
también para hacernos comprender la naturaleza única del Dios de
Jesús.
La historia de Navidad cuenta que un día una
Energía, un Soplo, un Espíritu "divino" tomó cuerpo, carne,
visibilidad en nuestro mundo, presentándose con los rasgos de un niño recién
nacido. No un niño nacido en un palacio real, sino un niño de una humilde pareja
de aldeanos, pobres y sin alojamiento. Un ser desnudo, desposeído de toda
ostentación de poder y grandeza, vestido sólo con su encanto, su fragilidad,
instaurado en la dependencia y la
necesidad más radical.
Navidad nos dice que allí donde un niño de hombre
así existe, allí también está el lugar de la presencia y la manifestación de
Dios. De ahí por qué la historia de Navidad nos cuenta que el Dios de Jesús no
frecuenta los grandes y poderosos de este mundo. No frecuenta el lujo del
palacio de Herodes, ni la fastuosidad del Templo de Jerusalén, con las
solemnidades de su culto. Sobre todo, no está en las manifestaciones del poder,
sea laico o clerical, ni en los proyectos y codicias de los ricos y poderosos
de este mundo.
La fiesta de Navidad, entonces, es una conmovedora
catequesis sobre la naturaleza del Dios de Jesús. Ilustra en el lenguaje lírico
e imaginario de la fábula, por qué ese Dios está presente esencialmente en
nuestro mundo como Fuerza y Espíritu de Vida, alegría, perfeccionamiento,
curación, compasión y amor, que se manifiestan y activan en el encuentro con la
indigencia y el sufrimiento de sus criaturas.
Por eso, en la historia de Navidad, Dios se hace
presente en una choza, un establo, en la paja, en la desnudez y la pobreza.
Está con pastores, bandidos, excluidos, perseguidos. Allí donde la naturaleza
humana está atormentada y doblegada bajo la presión de la explotación y la
violencia, bajo el peso de su miseria y su maldad. Dios está en los campos de
refugiados de Libia, Siria, Líbano, Myanmar. Está en los niños desnudos, que
lloran, sufren, tienen hambre, que están sin cuidados, sin instrucción, sin casa,
sin padres, sin patria, sin seguridad, sin futuro, sin esperanza, sin amor.
3-"…
Y abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos de oro, incienso y mirra. .."
(Mt 2,11)
Cada año, la fiesta de Navidad viene a recordarnos
que el Dios de Jesús está siempre donde resuena el grito de la desgracia humana
que espera el regalo de nuestro bondad y la intervención de nuestro amor.
Navidad nos dice que Dios está allí donde hay seres que necesitan el don de nuestra
atención, nuestra simpatía, nuestra ayuda, nuestra acción cariñosa y fraternal.
Navidad nos dice que allí donde hay alguien débil, desprovisto, despreciado,
desamparado, amenazado, oprimido, abandonado; sin pan, sin casa, sin trabajo,
sin respeto, sin consideración, sin reputación, sin medios, sin libertad, sin
derechos… allí también está el Dios de Jesús: "Tuve hambre… tuve
sed… Era extranjero… desnudo, en prisión, y ustedes me socorrieron" (Mt.25,31-45).
La fiesta de Navidad se constituye así en un grito,
un anhelo, una invocación de paz, dirigida a los grandes de este mundo para
recordarles la urgencia de cesar el enfrentamiento y la violencia. Cada año,
Navidad llega para suplicar a los grandes de este mundo que sigan siendo
humanos, que acepten ser sólo humanos y que renuncien a la loca pretensión de
querer ser todopoderosos, superiores, y a apropiarse, como su fueran dioses, el
poder de vida y muerte sobre el resto de la humanidad.
La fiesta de Navidad viene a decirnos que toda
búsqueda de grandeza, superioridad y poder que deshumaniza a sus buscadores;
que rebaja, humilla, oprime, debilita y hace sufrir a nuestros hermanos
humanos, es y debe ser descalificada y barrida por siempre jamás. Navidad existe
para que un día todos los pobres, débiles y pequeños puedan llegar a alcanzar
la talla de la grandeza espiritual y la dignidad humana que Dios les ha
reservado desde siempre.
Natividad está aquí para recordarnos que, de
acuerdo con la dinámica del Universo que nos ha producido, nuestros seres
humanos adquieren valor y significado solo si se convierten en el vehículo de
un regalo divino de amor y bondad que perfecciona y salva; y si, por lo tanto,
nuestra existencia es dada gratuitamente y generosamente para actuar y
perfeccionar la felicidad de otras criaturas. "Quien quiere mantener su vida exclusivamente para sí mismo, la pierde;
pero el que acepta entregarla como un regalo continuamente ofrecido a quienes
lo necesitan, la preservará por la eternidad "(Mc 8,35, Lc 17,33, Jn
12,25).
Navidad es en definitiva una magnífica historia
sobre el Dios de Jesús de Nazaret. Un Dios que se convierte, para cada uno de
nosotros, no en el prototipo de un poder y una grandeza obtenidos a cualquier
precio, sino la presencia íntima de un Amor que viene a dar sentido, valor,
belleza, vitalidad, dignidad y gracia a nuestra pequeñez y nuestra fragilidad.
La historia de Natividad trata de hacernos
comprender que el Dios de Jesús es esta Bondad Creativa, esta Energía Original
que pulsa en el corazón del cuerpo del Universo y en el corazón de cada ser
humano, para abrirlo y sensibilizarlo a la belleza del Todo y el valor de cada
una de sus partes. Por lo tanto, este Dios, Realidad Última, nos permite
aceptar nuestras insatisfacciones, nuestras frustraciones y nuestros límites;
reconciliarnos con nuestras fallas y nuestras culpas; consentir al carácter
finito y efímero de nuestra existencia, como a una célula indispensable de un
cuerpo divino; pero una célula que tiene para ella una declaración de amor, una
certeza de plenitud y una promesa de eternidad.
En Navidad, este Dios de Jesús, Bondad creativa,
Energía Originaria de amor, que pulsa el corazón del universo y el de cada
humano, nos abre a la belleza del Todo y al valor de cada una de sus partes. Y
así, este Dios nos permite dominar nuestras insatisfacciones y frustraciones:
de reconciliarnos con nuestros defectos y faltas, de aceptar el carácter
efímero de nuestra existencia, siendo, a pesar de todo una sorprendente
y emocionante declaración de amor que incluye la certeza de la
realización y la promesa de la eternidad.
El niñito de Belén constituye entonces el símbolo
más sorprendente, tanto de nuestra condición humana como de
las condiciones que realizan y encarnan la presencia del divino en nuestro
mundo: el amor que sale al encuentro de la miseria humana. Niños, sólo el amor
que hemos recibido nos ha permitido vivir. Adultos, sólo el amor que demos, nos
realizará, y salvará al mundo.
Si
en los evangelios Jesús podía afirmar que todo niño es capaz de contemplar el
rostro de Dios (Mt 18,1-5), es tan solo porque estaba convencido que la
presencia de Dios no puede ser percibida más que en el rostro de todo hijo de
hombre capaz de confiar en la bondad del mundo y de abandonar su finitud y su
debilidad entre las manos de las fuerzas divino-humanas del amor.
Al tomar conciencia de este Amor Último, que se
encarna en nuestra pequeñez para superar las carencias y curar las heridas de
los hombres, es como cada cristiano puede recibir la revelación de lo divino y
mirar con esperanza y ternura al humilde pesebre de Belén donde el cuento de
Navidad ha depositado la presencia de
Dios en nuestro mundo.
Bruno
Mori
(Montréal
7 diciembre 2017)