Fiesta de la familia de Jesús (Lc 2,22-40)
Original italiano en: http://brunomori39.blogspot.com/2021/01/le-conserve-del-cuore.html.
Algunos manuscritos antiguos del evangelio concluyen
este relato de Lucas sobre la presentación de Jesús en el templo con esta
frase: “Y María, por su parte, conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón”; una frase que en realidad
se encuentra también en el versículo 10
del capítulo precedente que narra la historia del nacimiento de Jesús.
Me gusta mucho esta frase atribuída a María y que
encuentro bien actual y rica de significado, también para nosotros que vivimos
en un mundo tan lejano y diverso del suyo.
Es que el evangelio dice que María “conservaba” dentro
de su corazón todo lo que los acontecimientos y advenimientos que la vida le
ofrecían, porque estaba convencida que, a través de ellos, se manifestaba la
bondad, la generosidad, la compasión y el amor de Dios en nuestro favor, y por
lo tanto mensajeros de sentido y significado.
Decir que María guardaba, conservaba, es
como decir que “ponía en conserva”. Un verbo que hace pensar en la “nona”, las
mamás italianas de nuestros países de antes, pero también de ahora. Durante el
verano y el otoño, cuando la naturaleza era exuberante y el huerto generoso y
abarrotado de frutos y verduras, esos “ángeles del hogar” se afanaban continuamente
preparando “conservas”, para no perder ni uno de esos bienes de Dios que cada
año les llegaban gratis y con profusión como un hermoso regalo del cielo.
Nuestras “mamas” le tenían horror a
desperdiciar. “Desperdiciar los alimentos” que la Naturaleza y el buen Dios nos
daba era un pecado grave. Esas mujeres, en su sabiduría simple y profunda
sensibilidad, habían comprendido que, en la vida, las cosas bellas, buenas,
beneficiosas, nunca deben desperdiciarse o perderse: que siempre merecen ser
“conservadas”, justamente porque son buenas y nos llegan como una “gracia” y un
beso de Dios, con la finalidad de hacer mejor, más segura, más gozosa, nuestra
vida y más sensible y agradecido nuestro corazón.
Esta actitud de María que nos presenta el
evangelio de hoy, nos llega a propósito a nosotros que, lamentablemente,
vivimos en una sociedad de inmenso desperdicio. Una sociedad del consumo
inmediato; del usar y tirar, de los productos y alimentos que “caducan”, que no
se conservan y que deben tirarse. Obligadamente. Porque la caducidad está
escrita en el envase. Porque corremos el riesgo de perjudicar nuestra salud,
dicen. Porque consumir productos caducados,
nadie lo recomienda, ni los comerciantes, ni los dietistas, ni los
médicos. Porque está prohibido por la ley.
En nuestro mundo occidental, nos hemos
acostumbrado a vivir en una sociedad que alienta el consumo a ultranza, y en
consecuencia, al desperdicio. Porque consumir y desperdiciar –dicen- es bueno para
la economía.
Entonces, manipulados, adoctrinados y
seducidos por la publicidad mentirosa de la cultura insensata del consumo como
signo de bienestar y de progreso, de productos que creemos necesitar, compramos
tantas y tantas cosas (inútiles), que no conseguimos usar, ni consumirlas
todas. Entonces descartamos, tiramos. Y adoptamos el desperdicio automático,
como estilo de vida y signo de prosperidad.
Y desgraciadamente tiramos productos,
vestidos, muebles, electrodomésticos, teléfonos, computadoras, elementos
informáticos, de moda hace pocos años, para tener otros más modernos y atrayentes.
Pero con frecuencia arrojamos a la calle y despreciamos valores mucho más
importantes y vitales, que pertenecen al mundo interior de los valores y
sentimientos que determinan la calidad humana de nuestra persona y nuestra
existencia.
Y así tiramos a la calle principios y
enseñanzas de sabiduría, buenos propósitos, amistad, afectos, fidelidad,
promesas, valores y amores. Nos volvemos individuos asqueados e indulgentes. Dejamos
de lado la gentileza, el garbo, la buena educación, la fineza del trato, la
atención y el interés por el otro. Echamos a la calle la sensibilidad del
corazón, para tan sólo conservar la dureza del egoísmo, la indiferencia
indulgente, y la avidez de dinero y del beneficio personal.
Esa actitud de “conservar” que el Evangelio
atribuya a María, constituye para nosotros una invitación a cultivar la
capacidad y el arte del discernir, de percibir, de captar los valores de los
acontecimientos y de conservar todo lo bueno que, con frecuencia, crece en
profusión en el huerto (o el jardín) de nuestra vida.
Son cosas buenas sembradas en las
relaciones tejidas por nosotros, en los buenos ejemplos recibidos, en la
calidad humana, en la sabiduría y las enseñanzas de los maestros, en los amores
vividos, en los lazos creados, en los momentos de exaltación, encanto, éxtasis
y felicidad vividos, en los dolores experimentados, en las luchas entabladas,
en los vacíos que tuvimos, en las lágrimas derramadas…
Todo ello constituye la rica reserva de
los frutos preciosos producidos en el huerto de nuestra vida y para “conservar”
con premura, como María, en la despensa de nuestro corazón…
Estas “conservas” serán preciosas cuando,
extenuados, descorazonados y deprimidos por las pruebas y angustias de la vida,
necesitemos nutrirnos y reanimar nuestro espíritu con un producto que nos guste
y que pueda ayudar a levantarnos y a reencontrar el coraje, las ganas y la
alegría seguir viviendo.
Bruno
Mori - 26 dic. 2020