mardi 11 mai 2021

“Conservar” en el corazón

 


Fiesta de la familia de Jesús (Lc 2,22-40)

Original italiano en: http://brunomori39.blogspot.com/2021/01/le-conserve-del-cuore.html.

 

Algunos manuscritos antiguos del evangelio concluyen este relato de Lucas sobre la presentación de Jesús en el templo con esta frase: “Y María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”; una frase que en realidad se encuentra  también en el versículo 10 del capítulo precedente que narra la historia del nacimiento de Jesús.

Me gusta mucho esta frase atribuída a María y que encuentro bien actual y rica de significado, también para nosotros que vivimos en un mundo tan lejano y diverso del suyo.

Es que el evangelio dice que María “conservaba” dentro de su corazón todo lo que los acontecimientos y advenimientos que la vida le ofrecían, porque estaba convencida que, a través de ellos, se manifestaba la bondad, la generosidad, la compasión y el amor de Dios en nuestro favor, y por lo tanto mensajeros de sentido y significado.

Decir que María guardaba, conservaba, es como decir que “ponía en conserva”. Un verbo que hace pensar en la “nona”, las mamás italianas de nuestros países de antes, pero también de ahora. Durante el verano y el otoño, cuando la naturaleza era exuberante y el huerto generoso y abarrotado de frutos y verduras, esos “ángeles del hogar” se afanaban continuamente preparando “conservas”, para no perder ni uno de esos bienes de Dios que cada año les llegaban gratis y con profusión como un hermoso regalo del cielo.

Nuestras “mamas” le tenían horror a desperdiciar. “Desperdiciar los alimentos” que la Naturaleza y el buen Dios nos daba era un pecado grave. Esas mujeres, en su sabiduría simple y profunda sensibilidad, habían comprendido que, en la vida, las cosas bellas, buenas, beneficiosas, nunca deben desperdiciarse o perderse: que siempre merecen ser “conservadas”, justamente porque son buenas y nos llegan como una “gracia” y un beso de Dios, con la finalidad de hacer mejor, más segura, más gozosa, nuestra vida y más sensible y agradecido nuestro corazón.

Esta actitud de María que nos presenta el evangelio de hoy, nos llega a propósito a nosotros que, lamentablemente, vivimos en una sociedad de inmenso desperdicio. Una sociedad del consumo inmediato; del usar y tirar, de los productos y alimentos que “caducan”, que no se conservan y que deben tirarse. Obligadamente. Porque la caducidad está escrita en el envase. Porque corremos el riesgo de perjudicar nuestra salud, dicen. Porque consumir productos caducados,  nadie lo recomienda, ni los comerciantes, ni los dietistas, ni los médicos. Porque está prohibido por la ley.

En nuestro mundo occidental, nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad que alienta el consumo a ultranza, y en consecuencia, al desperdicio. Porque consumir y desperdiciar –dicen- es bueno para la economía.

Entonces, manipulados, adoctrinados y seducidos por la publicidad mentirosa de la cultura insensata del consumo como signo de bienestar y de progreso, de productos que creemos necesitar, compramos tantas y tantas cosas (inútiles), que no conseguimos usar, ni consumirlas todas. Entonces descartamos, tiramos. Y adoptamos el desperdicio automático, como estilo de vida y signo de prosperidad.

Y desgraciadamente tiramos productos, vestidos, muebles, electrodomésticos, teléfonos, computadoras, elementos informáticos, de moda hace pocos años, para tener otros más modernos y atrayentes. Pero con frecuencia arrojamos a la calle y despreciamos valores mucho más importantes y vitales, que pertenecen al mundo interior de los valores y sentimientos que determinan la calidad humana de nuestra persona y nuestra existencia.

Y así tiramos a la calle principios y enseñanzas de sabiduría, buenos propósitos, amistad, afectos, fidelidad, promesas, valores y amores. Nos volvemos individuos asqueados e indulgentes. Dejamos de lado la gentileza, el garbo, la buena educación, la fineza del trato, la atención y el interés por el otro. Echamos a la calle la sensibilidad del corazón, para tan sólo conservar la dureza del egoísmo, la indiferencia indulgente, y la avidez de dinero y del beneficio personal.

Esa actitud de “conservar” que el Evangelio atribuya a María, constituye para nosotros una invitación a cultivar la capacidad y el arte del discernir, de percibir, de captar los valores de los acontecimientos y de conservar todo lo bueno que, con frecuencia, crece en profusión en el huerto (o el jardín) de nuestra vida.

Son cosas buenas sembradas en las relaciones tejidas por nosotros, en los buenos ejemplos recibidos, en la calidad humana, en la sabiduría y las enseñanzas de los maestros, en los amores vividos, en los lazos creados, en los momentos de exaltación, encanto, éxtasis y felicidad vividos, en los dolores experimentados, en las luchas entabladas, en los vacíos que tuvimos, en las lágrimas derramadas…

Todo ello constituye la rica reserva de los frutos preciosos producidos en el huerto de nuestra vida y para “conservar” con premura, como María, en la despensa de nuestro corazón…

Estas “conservas” serán preciosas cuando, extenuados, descorazonados y deprimidos por las pruebas y angustias de la vida, necesitemos nutrirnos y reanimar nuestro espíritu con un producto que nos guste y que pueda ayudar a levantarnos y a reencontrar el coraje, las ganas y la alegría seguir viviendo.

 

Bruno Mori  - 26 dic. 2020

 

Epifanía una nueva manera de amar

 

(2021)

Traducción del original francés. http://brunomori39.blogspot.com/2021/01/lepiphanie-ou-lemergence-dune-nouvelle.html.  

 

En las iglesias cristianas de los primeros siglos, la fiesta de la Epifanía conmemoraba y celebraba los tres momentos más importantes del comienzo de la vida de Jesús: su nacimiento en Belén, la adoración de los Magos y ser bautizado por Juan en el Jordán.

Navidad (del latín dies natalis) es el relato poético e imaginario del nacimiento y la aparición y por ello de la presencia entre los hombres de un “salvador”.

Epifania, que significa manifestación, aparición, revelación, es el hermoso cuento de la llegada de los Magos al pesebre de Belén. Es uno de los mitos cristianos más populares y célebres, sobre todo en la Iglesia de Oriente, a causa de su gran carga simbólica. Históricamente es más antigua que la fiesta de Navidad que, en Occidente, se comenzó a celebrar sólo a partir del siglo V, cuando reemplazó las fiestas paganas del solsticio de invierno, en las que se saludaba la llegada del dios-sol mensajero y portador de más claridad y luz a los seres humanos.

Entonces, para los cristianos, Navidad y Epifanía constituían dos solemnidades bastante semejantes porque, tanto la una como la otra, conmemoraban la aparición de Jesús en el mundo de los hombres. Un Jesús a quien la fe cristiana consideraba presencia de Dios, estrella de Dios y luz de Dios, aparecidas para disipar las tinieblas de la maldad y del mal.

La fiesta del bautismo del Señor, en las aguas del Jordán y el relato de una voz divina que presenta a Jesús como el hombre “privilegiado” por Dios, por El especialmente amado y que se manifiesta públicamente a los hombres de su tiempo.

Todos estos cuentos fueron imaginados y elaborados por los autores cristianos del siglo primero con el fin de hacer comprender a sus hermanos en la fe que, con la aparición y presencia de Jesús entre nosotros, hizo su aparición en nuestro mundo una nueva cualidad de amor (incondicional, gratuito y desinteresado). Una nueva forma de amor que encontró en Jesús su receptáculo, su morada y su elección manifiesta.

En efecto, a través de la vida y la obra de este hombre, ese amor está ahora destinado a comunicarse, manifestarse, activarse y actuar en la vida de todos aquellos y aquellas que se apegan a él y lo siguen en el camino que trazó para que cambien el mundo viejo en un mundo nuevo. Un mundo que Jesús llamó “el reino de Dios” y del que señalaba debía construirse primero en cada uno de nosotros, porque primero – decía: “el Reino de Dios está en ustedes”.

Entonces la Epifanía se hace hoy para nosotros una historia magnífica que, en su simbolismo y su poesía encantadora, quiere anunciarnos la aurora de un nuevo día que se levanta sobre nuestra tierra. Anuncia la posibilidad de una nueva manera de ser humano y de amar. El advenimiento de una nueva sociedad donde las relaciones entre los individuos ya no estén basadas, como en el pasado, sobre el principio bruto y primario de la fuerza, el temor, el interés personal, el enfrentamiento, la explotación y la opresión del más débil por el más fuerte, sino sobre la fuerza de la compasión y el amor fraternal y desinteresado que hace de nosotros personas espiritual y humanamente más dotadas y realizadas. Por tanto, ya no más la práctica de la discriminación, la ley del talión, el “diente por diente”, sino de la mano tendida, el amor a los enemigos, el bien ofrecido a los que nos quieren mal, el perdón concedido “setenta veces siete”, amar no como querríamos ser amados, sino como “Dios” ama.

De ahí por qué los cristianos sienten la necesidad de celebrar, recordar y confrontarse continuamente, o al menos cada año, con el Misterio de esta “divina” presencia del amor escondido en las profundidades de nuestro ser. A lo largo de estas celebraciones, muchos de entre nosotros buscan hacer balance y ver en qué medida la presencia de ese amor ha conseguido transformar y mejorar la calidad de nuestra vida.

Conservar activa en nosotros la presencia de esta cualidad única de ese amor del que sólo nosotros somos capaces, debería ser la principal inquietud de cada cristiano. Porque ese preciado tesoro ha sido confiado principalmente a nuestra responsabilidad de discípulos de Jesús. Como él y después de él, en efecto, somos sus principales mensajeros y testigos. Nuestra misión consiste en ayudar a los individuos de nuestra especie a dar el salto evolutivo hacia una forma más amable y amante y por ello más realizada de humanidad.

  

Bruno Mori 1o enero 2021

Traducción de Ernesto Baquer