UNA ESPERANZA MÁS FUERTE QUE LA MUERTE
(33º dom. ord. B – Marc 13,24-32)
Este blog es para todos aquellos que, siendo cristianos y insatisfechos con la forma de la fe católica presentada por la Iglesia institucional, desean caminar hacia una comprensión más moderna del mensaje del Evangelio que sea más significativa y más adaptada à la cultura y a la mentalidad de los hombres y mujeres de hoy. Los textos de este blog son traducciones del blog en francés de Bruno Mori http://brunomori39.blogspot.ca/ Vers une nouvelle forme de foi chrétienne
UNA ESPERANZA MÁS FUERTE QUE LA MUERTE
(33º dom. ord. B – Marc 13,24-32)
(31 dom. ord. B -
2021 – Mc 12,28-34)
A
los escribas judíos del tempo de Jesús los llamaban doctores de la Ley, rabinos o maestros, porque eran los
especialistas de las sagradas escrituras /el Torah o la Biblia): por ello
gozaban de un prestigio incuestionado en la sociedad judía de la época. La
causa de este ascenso social de los escribas se debía al declinar de la
monarquía, el exilio, la destrucción del templo de Jerusalén por Nabucodonosor
II (en el 586 aC) y la consiguiente decadencia del sacerdocio. Elementos todos que
acabaron concentrando la religiosidad judía en el conocimiento y la práctica de
la Torah o de la Ley de Dios contenido en las Sagradas Escrituras (sobre todo
en el Pentateuco). Entonces la Torah se convirtió en la única guía espiritual
del pueblo judío, y los que eran capaces de leerla, interpretarla y aplicarla
adquirieron un gran poder.
Así
pues, se acerca a Jesús como un profesor a un alumno, con la intención de
hacerle una especie de examen, para probar la calidad de sus conocimientos.
Está determinado a percibir a cualquier precio el misterio de este hombre,
incluso recurriendo a la astucia o a la estratagema, si es necesario, para
conseguir la información que busca. En efecto, plantea a su alumno una sola y
única cuestión: pero se trata de una cuestión que trae cola, una cuestión
trampa, una especie de enigma al que hasta entonces nadie había sido capaz de
responder, pero de cuya respuesta acertada dependía, para el escriba, todo el sentido
de su propia existencia. Al mismo tiempo, la respuesta debería revelar, más
allá de toda duda, la autenticidad y la calidad del saber de Jesús y le habría
permitido entrever la Fuente de la que ese predicador ambulante extraía el
éxito de su predicación y su sorprendente sabiduría.
Y aquí el Maestro se pronunció. El
alumno ha sido evaluado. Ha aprobado el examen. El Alumno ha sido aceptado. Sin
embargo, ¡los roles sean invertido!
Bruno Mori - 26 octubre 2021
(30 dom. ord. B –
Mc 10, 45-52)
En casi todas las
grandes religiones del mundo, el despertar
del ser humano a la plena conciencia de sí, a percibir su profundidad y
sentido, a la finalidad que dar a su existencia con el fin de llegar a una
satisfactoria realización de sí mismo y a una serena aceptación de su presencia
en este mundo, siempre se califica como iluminación.
Un término que quiere indicar el pasaje del espíritu de la persona desde un
estado de oscuridad, ignorancia, confusión caótica en la propia percepción de
sí mismo y de la Realidad que lo rodea. a un estado de fulgor luminoso que lo
ilumina todo.
En la Biblia, el
relato mítico de la creación del mundo narra
que el primero gesto creador de Dios es sacar
al mundo de las tinieblas y del caos
original para hacer un cosmos maravilloso
y ordenado.
Igualmente, cuando en
el NT, el evangelista Juan, al comienzo de su evangelio, quiere describir el
origen del movimiento cristiano y explicar la naturaleza y el sentido de la
presencia de Jesús en nuestro mundo y en la vida de sus discípulos, lo
presentará como la venida y el ofrecimiento de una luz que viene a expulsar las
tinieblas del mal que se habían instalado y colonizado desde siempre, el
corazón del hombre. Al mismo tiempo Juan presentará la llegada de esta luz como
un drama, ya que muchos no la acogieron y prefirieron sus tinieblas a su luz.
Sin embargo los humanos
son fundamentalmente seres que, como habitantes de la noche, se sienten
irresistiblemente atraídos por la luz del sentido y del conocimiento. Alcanzar
la iluminación, ha sido siempre el
sueño y el fin de toda búsqueda humana de realización y felicidad, así como la
promesa de las religiones a sus fieles.
Y el cristianismo no es una excepción. Los autores cristianos de la segunda
mitad del primer siglo que redactaron los evangelios, presentan a Jesús como un
ser de luz venido a este mundo para iluminarlo con sus valores y su sabiduría.
Así, Jesús se muestra con frecuencia a los suyos como un hombre luminoso y
transfigurado por el resplandor que emana de su alma y de la calidad fascinante
de su persona y de su espíritu, apasionado por Dios y por la felicidad de sus
hermanos.
En los Evangelios
también se define a los discípulos de Jesús como hijos de la luz, y se
considera el bautismo, que hace oficial su adhesión al movimiento de Jesús,
como un rito de iluminación que los hace pasar definitivamente del pecado a la
gracia, del egoísmo al amor desinteresado, de las tinieblas a la luz, en un
mundo donde deben resplandecer como lámparas siempre encendidas.
Si este pasaje de las tinieblas a la luz es importante para todos los
humanos, se hace esencial para cada cristiano que se compromete, siguiendo la
petición y el ejemplo de su Maestro, a ser, a su vez en el mundo, una fuente de
luz para todos.
De suerte que, en el
relato del evangelio de hoy, se comprende el frenesí, el entusiasmo y, al mismo
tiempo, el sentimiento de urgencia y el grito de ayuda con que el ciego,
inmóvil al borde del camino, busca y pide ser liberado de la ceguera y la
oscuridad que siempre hicieron miserable y angustiosa su existencia. Este ciego
aquí es la imagen y el prototipo de todos los cristianos y todos los que la
ceguera interior les impide marchar sobre el camino de su realización humana,
religiosa y espiritual, condenándolos a una vida banal e insignificante.
Los gestos
exasperados, exagerados, casi violentos del comportamiento del ciego Bartimeo
(no se levanta, sino que salta en el aire; no toma su manto, lo lanza lejos; no
habla, grita; no camina hacia Jesús, corre) manifiestan su exaltación ante la
presencia de la fuente (Jesús) de su posible iluminación, pero también su
ansiedad, su miedo a arruinar su posibilidad de ver y la intensidad de su deseo
de salir, de una buena vez, de ese infierno de tinieblas y sin sentido en que
había precipitado y extraviado su existencia.
El ciego, frenado e inmovilizado en la ruta de su existencia por la
imposibilidad de ver su verdadero camino, reconoce en Jesús el hombre-milagro
capaz de iluminarlo y de abrirle los
ojos. Por su parte, Jesús detiene expresamente su viaje para acoger y atender a
ese hombre sediento de luz. Jesús lo hará para permitirle comprender y realizar
como puede ser diferente, más bella, más exitosa, más fecunda, más luminosa y
más feliz su vida si, en adelante, con los ojos repletos de lágrimas y de luz,
está dispuesto a seguirlo en su “Camino”. Bartimeo lo hará. Y seguro que nunca
se arrepintió.
¿Y qué hay de nosotros, los ciegos y enceguecidos del siglo XXI? ¿Seremos
capaces, como Bartimeo, de gritarle a Jesús nuestra desgracia, causada por
todas nuestras cegueras y capaces de correr hacia él para que ilumine nuestra
triste y sombría existencia con la luz de su espíritu y para que la caliente
con el calor de su amor?
Bruno Mori, octubre 2021
Traduciòn de Ernesto Baquer
Jesús desde siempre condenó categóricamente el poder, pero nunca
la autoridad que el mismo poseía en grado extraordinario, al punto que los que
veían la seguridad con que hablaba y enseñaba se preguntaban, maravillados, de
dónde le venía semejante autoridad.
Bruno Mori
- Octubre 2021
(Lord Acton, John Emerich Edward Dalberg, letter to archbishop Mandell Creighton,
april. 5, 1887)
¿Cómo hablar de la
Asunción de María cuando ninguna página de la Escritura nos dice en qué
consiste la vida después de la muerte, ni la de María, ni la de Jesús
“resucitado” de la Muerte?
Sólo comprenderemos este misterio, no
escrutando el cielo, sino mirando a María en su caminar
humano y
siguiéndola humildemente en su marcha. Si María está en la gloria, es porque
creyó en la Palabra de Dios y porque cada día de su vida, respondió a esa
Palabra. Desde su niñez, María estaba acostumbrada a decir si a Dios. Mejor que
nadie, ¡jamás le negó nada a Dios! Es lo que los cristianos queremos decir
cuando siguiendo el pensamiento mítico de la Iglesia Católica, decimos que
María es sin pecado, que es inmaculada, que esa toda pura y siempre virgen.
A través del mito de su Asunción al cielo, la tradición espiritual
cristiana nos quiere recordar que la consumación de nuestra vida no depende de
nosotros. Sólo Dios puede satisfacer el infinito amor al que aspiramos. Sólo
podemos acoger el don gratuito que Dios nos hace de sí mismo a través del amor que
ha derramado en nuestros corazones. Pero acoger, vivir y responder al amor, es
precisamente, como María, decir Si al misterio de Dios que nos interpela.
Hoy, unidos a la humilde mujer de Galilea, son todas las mujeres del mundo
las que dirigen a Dios su “magníficat” y su acción de gracias, por su belleza y su grandeza
interior, por su dignidad, su abnegación, el don de sí mismas, por toda la
compasión, la ternura y el amor de que son capaces y que llenan su corazón.
La fiesta de hoy es también la asunción al
cielo y la exaltación de todas las mujeres tiranizadas y explotadas. Hoy
rendimos homenaje a las mujeres-esclavas (por todo el mundo, sobre todo en África, y en el Medio y Extremo
Oriente); mujeres que no pueden jamás salir de su prisión, de su casa, de su
estado de dependencia; que no serán jamás personas libres, autónomas e
independientes, que nunca será dueñas de sus decisiones y su vida. Esas mujeres
que jamás serán personas, sino objetos de placer, de trabajo, de reproducción. Mártires
arrebatadas, vendidas como animales o mercancía, que son víctimas de la
violencia de los hombres, del fanatismo religioso, de los prejuicios
culturales, de costumbres bárbaras. Mujeres que todavía hoy, en nuestras
sociedades modernas evolucionadas, democráticas y de derechos, son víctimas de
injusticias, discriminaciones, acoso, exclusión.
Sí, la fiesta de hoy quiere recordarnos la grandeza y los sufrimientos de
las mujeres en este mundo todavía y siempre gestionado y dominado por el poder
y la falsa, pero persistente convicción de la superioridad masculina. Esta
fiesta quiere enseñar a nuestras sociedades patriarcales que, si hay una
criatura que, con la totalidad de su ser y toda la consistencia humana de su
persona, merece estar con Dios y ser considerada como la criatura más cercana y
más semejante a Dios, es ciertamente la mujer…
En efecto, es ella quien mejor encarna el misterio de la presencia del
amor de Dios en nuestro mundo. Un amor que se declina y se manifiesta a través del
maravilloso abanico de sus variaciones, del que, sobre todo las mujeres poseen
su capacidad y secreto: un amor que se hace
don, cuidado, atención, abnegación, dedicación, sonrisas y lágrimas, abrazos,
caricias y vida.
La fiesta de hoy, al presentarnos la historia de una mujer que vive ya en
el cielo con toda la plenitud de lo que es en su alma y en su cuerpo, busca
hacer comprender a todos los grandes y los potentes de este mundo, a todos estos machos que tienen en sus manos la suerte de la
humanidad, que podrán impedir que la sociedad humana y el Planeta se conviertan
en un infierno, sólo si son capaces de hacer reinar en él los principios y los
valores que son el corazón del alma femenina.
Bruno Mori
15 agosto 2021 - En la fiesta
católica de l’Asunción de Maria, la madre de Jésus, en el
cielo de Dios.
Traducción de
Ernesto Baquer
(22°
domingo ordinario B - Mc 7,1-23)
Recuerdo
la religión de mi niñez: una religión de prácticas rituales, observancias y
obligaciones, para la cual el hacer era más importante que el ser.
Teníamos que hacer cierto número de cosas para estar en regla con la Iglesia,
con Dios y con nuestra conciencia. Era una religión fundamentalmente formalista
y ritualista, semejante a la de los fariseos
que Jesús critica y condena.
Es un
hecho que en el pasado (¡y todavía hoy!) no se oía mucho a los curas hablar de
justicia social, de igualdad de género, de derechos de la persona o de las
minorías homosexuales y demás; del respeto y cuidado de la tierra y de la
naturaleza. En nuestras iglesias, todavía son muy raros los eclesiásticos que
tengan el coraje de levantar la voz para
protestar contra la explotación del Tercer Mundo, para condenar la lógica
capitalista nefasta de la economía del
crecimiento y del consumo continuo y ilimitado,
causas principales de la depredación insensata de los recursos naturales del
planeta, de la destrucción sistemática de los ecosistemas indispensables para
la conservación de la diversidad de las especies y de la vida, cuyas
consecuencias mortíferas y catastróficas apenas estamos comenzando a percibir .
Actitudes
irresponsables, ayer como hoy, que no parecen inquietar ni a nuestros ministros
u otras autoridades políticas, ni a nuestros responsables religiosos, ni a la
conciencia de gran número de seres humanos, cristianos o no.
Hoy
admiramos la franqueza y el coraje de Jesús que no tiene miedo de enfrentarse a
las autoridades cívico-religiosas de su tiempo; a su hipocresía, a su
formalismo, a su vanidad y a su ambición, a sus falsas convicciones de ser
modelos de justicia y de religiosidad.
Ya no existen los sumos sacerdotes y los fariseos de
antaño; sin embargo las palabras de Jesús continúan dirigiéndose a todos los
que hoy los reemplazan. Están dirigidas a mí, a nosotros, a nuestros
gobernantes, a nuestros políticos, a todos los que tienen poder y tienen en sus
manos los destinos de nuestras sociedades y nuestro mundo. Para todos nosotros
es lo de “¡hipócritas!”. Y eso nos abofetea, nos hace mal. Nos humilla. Y está
bien que sea así, porque esas palabras tienen que hacernos reflexiona y enfrentarnos
a nuestra mala voluntad, a nuestra feroz adhesión al confort y al bienestar
material a los que no queremos renunciar. Estas palabras de Jesús nos enfrentan
también a nuestra dejadez, nuestra falta de voluntad de salir del molde de la
homogeneidad, de la conformidad y de lo “cosí
fan tutti”. Estas palabras de Jesús, finalmente, nos enfrentan a nuestra
miopía y nuestra estupidez.
Si en nuestra cultura cristiana del Occidente
capitalista e individualista, todos hemos más o menos adoptado estilos de vida y actitudes
egocéntricas, egoístas y predadoras que anteponen el interés y el bienestar
personal al bien común y al bien del Planeta, es en gran parte porque a lo
largo de los siglos, las autoridades religiosas, como los fariseos del tiempo
de Jesús, en su predicación y en la
formación de la conciencia de los fieles, han insistido más en la adhesión a
los dogmas, las doctrinas, las normas, las prácticas, en la sumisión y la obediencia
a la autoridad del Papa, en las
prácticas exteriores de la religión… que en la rectitud de pensamientos, en la pureza de los sentimientos
y de las intenciones, en la bondad del corazón, en la importancia del compromiso al
servicio de los más débiles, los más abandonados, a fin de impulsarlos a comprometerse en favor de la justicia, la
igualdad, una buena política social y ecológica que crea la solidaridad, el
respeto y el cuidado de las personas y del mundo natural.
Desgraciadamente tenemos que admitir que, a lo largo
de la historia, los hombres de Iglesia han avivado la hipocresía en sus fieles,
haciéndoles creer que Dios ama a los que toman en serio los intereses de la
religión más que los de la justicia, los pobres y los oprimidos.
La pregunta que nos plantea hoy el Evangelio es la
siguiente: “¿Eres de verdad, de los discípulos de Jesús, la persona recta, de
corazón puro y bueno, que concuerda sus actos, palabras, convicciones,
principios que las exigencias de la verdad, la transparencia, la coherencia y
sobre todo el amor hacia tu semejante y hacia toda la creación a tu alrededor?”
Bruno Mori - Agosto 2121
Traducción de Ernesto Baquer
(Mc. 4,35-41)
Hay que tener presente siempre que, en los
evangelios, los milagros no son en general reportajes de hechos reales, sino
más bien un género literario que utiliza la simbología de un cuento o un relato
imaginario para transmitir o hacer comprender un mensaje, un mensaje, una
enseñanza importante de Jesús o sobre Jesús.
Este relato de Marcos sobre la tempestad calmada es uno de ellos.
Comienza con la orden de Jesús a sus
discípulos para pasar a la otra orilla habitada por poblaciones paganas. Alude
a la universalidad del mensaje de Jesús que deberá ser anunciado a todos, más
allá del ambiente judío que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que
se desencadenó en el seno de la comunidad cristiana fue provocada precisamente
por el intento de abrirse a los paganos.
Tratándose de una tempestad, el texto
alude igualmente a la figura bíblica de Jonás, también dormido sobre el puente
del barco en el momento de la tempestad, y amonestado por el capitán del barco
por dormir mientras todos los demás estaban muertos de miedo.
También para nosotros, los cristianos de
hoy, el texto es una invitación a “pasar a la otra orilla”, Quiere
decirnos que nuestra fe debe estar siempre en movimiento. Nunca puede ser
sinónimo de sedentarismo, de sentarse sobre sí mismo, de inmovilismo, de
adhesión intransigente y obstinada a un depósito de verdades y dogmas
intocables. Nunca puede ser búsqueda de seguridades, posesión de certezas. Por
ello, Jesús siempre invitará a partir, a ir. Les prohibirá instalarse, fijarse,
echar raíces.
Ya los primeros cristianos lo habían
comprendido así, y por ello denominaron a su espiritual aventura siguiendo a
Jesús como la Vía o el Camino”, porque debía conducirlos al
descubrimiento de un mundo nuevo (“El Reino de Dios”), de nuevos paisajes
interiores, de un nuevo género de espiritualidad, un nuevo estilo de vida, una
nueva forma de humanidad.
Este relato nos invita a embarcarnos con
Jesús, a darle un rinconcito en nuestra barca y, con él a bordo, a tomar
confiadamente el viento de largada, hacia la otra orilla. Aquí la barca donde
Jesús duerme es la imagen de nuestra existencia y de todo lo que llevamos con
nosotros: nuestras sombras y nuestras luces, nuestro bien y nuestro mal,
cualidades y defectos, victorias y derrotas, realizaciones y fracasos, amores y
odios, Jesús y nuestra fe en él… a través de un mar imprevisible y peligroso.
¡El mar! En la Biblia, el mar, con sus
tempestades súbitas e irreprimibles, sus olas mortíferas, sus profundidades
negras e insondables, y todos los monstruos horribles que pueblan sus abismos,
es el símbolo por excelencia de los peligros que nos acechan y nos amenazan en
el curso de nuestra travesía a la otra orilla de nuestra existencia.
Sin embargo, el evangelio especifica que debemos
embarcar con nosotros a Jesús “tal cual es” es decir con su verdadera
personalidad, sus reclamos exigentes y difíciles, sus sueños y proyectos locos.
El Jesús tal cual es que transportamos no debe ser el Jesús azucarado y empalagoso
de cierta devoción popular tardía, ni el Jesús reinterpretado, transformado,
modificado, reajustado según los gustos, necesidades y políticas de la religión
que le sucederá y que acapararía su persona y su mensaje.
Pero el relato nos informa que, en la
barca, ese extraordinario pasajero está como invisible, como si no existiese:
duerme, no interviene para resolver nuestros problemas, ni para ayudarnos en
las dificultades de la navegación, para alejar los peligros que nos amenazan,
para sostenernos en el sufrimiento, para aliviar nuestro dolor, para impedir o
reparar los desastres causados por nuestra estupidez, nuestra maldad o nuestra
irresponsabilidad.
Este relato sobre el sueño de Jesús en la
barca agitada por las tempestades de la vida, parece querer decirnos la inmensa
confianza que Dios ha depositado en los humanos. Quiere hacernos comprender que
si, en nuestra existencia, nos parece que casi siempre Dios no existe, que está
ausente o dormido, se debe a que no quiere tomar nuestro lugar y que quiere que
asumamos nuestras responsabilidades.
Dios se eclipsa voluntariamente, porque
quiere que tomemos conciencia que, como somos casi siempre la única y la
principal causa de los males, los desastres y las desgracias que nos llegan,
somos también los únicos seres que él ha dotado de medios y capacidades
necesarias para encontrar solitos las soluciones y remedios a nuestros errores
y males, y llevarlos a cabo.
Y nuestras intervenciones, en vías de
reparar las consecuencias de nuestros destrozos, errores y calamidades que
suceden, serán tanto más adecuadas y eficaces, si pensamos que ahora estamos
equipados y enriquecidos con los valores, visiones, sabiduría, el espíritu, así
como la fuerza, la determinación y el amor de ese Jesús que viaja con nosotros
en la frágil barca de nuestra existencia.
BM 15 junio 2021
Traducción de Ernesto Baquer
En la fiesta
del ”Corpus Domini”
Comenzamos
por una pregunta. ¿por qué el gesto de la comida fraternal en común llamada agapé
o eucaristía, después de 20 siglos y hasta hoy, ha sido respetada fielmente
por los cristianos de todo tiempo y lugar, hasta convertirse en el rito más
típico e importante de su práctica religiosa?
La
respuesta es que los discípulos, siguiendo el ejemplo de su Maestro, han
comprendido que una comida juntos, en torno a una mesa fraternal, tiene una
carga simbólica excepcional y que este gesto ordinario se presta, más y mejor
que ningún otro, para expresar, de manera simple pero sugestiva, los valores y
el contenido más fundamentales de su mensaje.
De hecho,
una mesa preparada es sinónimo de familia, afecto, fraternidad, amistad,
comunión, complicidad. Una buena comida festiva constituye una oportunidad
única para comunicar, dialogar y compartir. El hecho de sentarse en la misma
mesa con otros convidados nos obliga a salir de nuestro aislamiento y nuestra
soledad. La gozosa presencia de otros invitados al lado nuestro, nos obliga a
buscar lo mejor que hay en nosotros, a activar nuestra capacidad de escucha, a
mostrar atención, interés, a mirar al otro en los ojos, y también, si nos abre
la puerta, a entrar, aunque sea por unos instantes, en los secretos de su vida.
Alrededor
de una mesa de fiesta, no sólo comemos alimentos, también estamos invitados a
gustar de la parte mejor y más secreta de la persona sentada a nuestro
lado. La comida es el lugar propicio no
sólo para cotilleos, sino también para confidencias, confesiones, excusas,
reproches, arrepentimientos. Acercamientos, reconciliaciones. Una buena mesa es
el lugar donde se tejen relaciones, se forman amistades, nacen amores.
Un
banquete festivo frecuentemente se organiza y prepara para conmemorar un
acontecimiento, festejar a una persona querida. Así, durante la comida,
conmemoramos, recordamos, hablamos de ella y de los acontecimientos que le
conciernen. Para expresar hasta qué punto esa persona ha sido importante para
nosotros y nos ha tocado, influido y transformado nuestra vida.
Pensemos,
por ejemplo, en un banquete de aniversario de bodas de oro. ¡Qué placer para
sus hijos, ahora ya adultos, recordar las grandes etapas de la vida de sus
padres, los rasgos típicos de su carácter, anécdotas divertidas, actitudes o
comportamientos del papá o la mamá que les impactaron y marcaron!
Una comida
de fiesta con frecuencia es un tiempo especial durante el cual recordamos con
afecto y ternura a personas que han sido importantes para nosotros y donde
revivimos acontecimientos que nos marcaron y nos ayudaron a afrontar mejor
nuestra existencia.
Por ello,
Jesús, antes de morir, recomendó a sus discípulos el gesto de la comida
fraterna como la manera más fácil y apta para recordarlo, volver a sumergirse
en su Espíritu y expresar y vivir juntos los contenidos más fundamentales y
típicos de su enseñanza.
Por eso
cada domingo nos reunimos como una sola gran familia, alrededor de la mesa
(altar) eucarístico. Lo hacemos porque queremos vivir juntos un momento de
fraternidad, convivencia y comunión; porque queremos, con ese gesto, expresar y
manifestar todo el amor que nos anima y que deseamos esparcir a nuestro
alrededor para que aporte más felicidad a nuestros hermanos.
Pero nos
reunimos también para recordar a nuestro Maestro y Señor Jesús, para recordar
los acontecimientos más impactantes y las etapas más importantes de su vida;
pera reflexionar juntos (ayudados por el jefe de familia) sobre sus palabras,
los contenidos de su enseñanza, para, seguidamente, traspasarlos a lo concreto
de nuestra vida cotidiana que así se transforme en imagen de la suya.
En fin,
nos reunimos para comer, es decir satisfacer nuestra hambre y nuestra sed, para
alimentarnos con las palabras y la enseñanza de nuestro Maestro Jesús, en cuyo
Espíritu queremos construir la calidad de nuestra vida.
Precisamente
hambre y sed de él que expresamos en el momento de la comunión, cuando, en la
mesa eucarística recibimos y comemos el Pan Santo, la Hostia “consagrada”,
signo sacramental de la presencia continua del Señor Jesús en medio nuestro y
en nuestra vida.
Fiesta
hermosa la de hoy, que nos recuerda la necesidad que tenemos, en cuanto
cristianos, de alimentarnos continuamente del Señor Jesús, siempre vivo y
presente en la comunidad de sus discípulos, a través de su Palabra y su
Espíritu.
Bruno Mori – Junio 2021
Reflexiones para
el Jueves Santo 2021
El evangelio de Juan sitúa los acontecimientos del
relato durante la última cena pascual de Jesús con sus amigos. Si durante
esa cena lo más importante, solemne y cargado de recuerdos sería el ritual
judío, al tomar Jesús la iniciativa de lavar los pies a sus discípulos, es que
quiso reemplazar los símbolos antiguos (liberador y triunfal) de esta cena con
el simbolismo del gesto de humildad y humillación. Y ello con el fin de grabar
para siempre en el espíritu y el corazón de sus discípulos, un principio de
vida y de conducta humana que particularmente querido en su corazón, porque
constituía el centro y lo esencial de su mensaje: la necesidad de encarnar en
su vida, las dinámicas amorosas del comportamiento de Dios, por las que, cada uno,
se torna capaz de descentrarse de sí mismo y de vivir en una disposición
constante de darse y de servir.
De ahí que Jesús, en tierra, lavando los pies a sus
amigos, se convierte en el prototipo del comportamiento de cada discípulo. Con
este gesto, el primero se hace último, el grande pequeño, el que manda como el
que sirve. Sí, a los ojos del mundo, es un comportamiento loco, insensato,
anormal. Pero a los ojos de Jesús, en adelante, será (o debería ser) la actitud
normal de sus discípulos: «Les he dado el ejemplo, -les dijo- yo, a quien
llaman Maestro y Señor, para que ustedes hagan lo mismo».
Con este gesto, Jesús señala a los suyos un nuevo
programa de vida: no una existencia centrada y replegada sobre uno mismo, en la
búsqueda obsesiva, exclusiva y egoísta de su bienestar personal, sus intereses,
sus deseos, sus apetitos, sino en una vida entregada al servicio de los otros
(sobre todo si están desvalidos, abandonados, oprimidos, si sufren) y a poner
más amor, a crear más fraternidad y a producir más felicidad en nuestra
sociedad y en nuestro mundo.
Con este gesto de humillación, la víspera
de su muerte, Jesús quiere transmitirnos su herencia más preciosa: hacernos
entender que sólo el amor al otro colmará nuestra vida y salvará al mundo.
Quiere que tomemos conciencia de la importancia del otro en nuestra existencia.
Porque el otro es el único que hace posible el amor en nuestra vida y por lo
mismo, el despliegue y la realización de nuestra humanidad, nuestra felicidad,
así como el sentido de nuestra existencia. Sin el otro y sin el amor, no somos
nada, decía Pablo a los de Corinto. Este salir de nosotros mismos para
encontrar al otro con la finalidad de amarlo por lo que es, para amarlo sin
condiciones, califica no sólo el comportamiento cristiano, si no que es la base
de un comportamiento auténticamente humano.
Sin el amor, ya no somos humanos, nos deshumanizamos.
La persona que ama, permite dar sentido a
todo lo que vive. Amar al otro, sea un humano o cualquier representante de la
familia de los seres vivos, es darle una razón de vivir. Para un ser no hay, en
efecto, ninguna razón de existir. La existencia es pura gratuidad. Pero amar al
otro, significa querer que el otro exista. Es el amor quien lo hace válido,
importante y necesario. Amar a una persona es decirle “tú nunca morirás en mi;
tú debes existir; tú cuentas; el mundo sería un lugar triste e inacabado sin
tí; el mundo es más bello, mi vida más feliz gracias a tu presencia…”
Cuando alguien o algo se vuelven importantes para
otro, sobreviene en éste un brote de energías vitales. Port ello, cuando se
ama, uno se rejuvenece y tiene la sensación de comenzar una nueva existencia en
un mundo que, súbitamente y por encanto, se vuelve “maravilloso”. El amor es un
estallido de vida y una sublime fuente de alegría, encanto y felicidad.
Las nuevas consignas y la nueva
orientación de vida que Jesús nos deja en herencia, se convierten entonces en
la negación de toda relación que se instaure con los parámetros y la lógica del
poder y de la superioridad de unos sobre otros; así como la condena de todos
los comportamientos y actitudes egoístas y predadoras que se desarrollan
opuestas al camino de la responsabilidad, el cuidado, el respeto, la
consideración, la atención amorosa al mundo humano y al mundo natural.
El genio y la originalidad de Jesús consiste en haber
comprendido que los humanos nos sentimos mucho mejor dotados y felices en un
mundo (o una sociedad) guiado por las fuerzas y actitudes del amor, la
compasión y el servicio, que por las del poder, la violencia y la opresión. De
suerte que, para Jesús, la humanidad realizará un enorme salto evolutivo cuando
haya integrado en sus convicciones y prácticas el valor de la disponibilidad,
el servicio y el amor gratuito y desinteresado de los unos para con los otros.
En este Jueves Santo, los cristianos somos pues
invitados a recorrer, ahora nosotros, el camino por el que Jesús marchó, y a
asimilar en nuestra vida las actitudes interiores que hicieron de él el buen
pan que ha sido para todos. “Yo les he dado el ejemplo, nos dice también
esta tarde, para que se amen los unos a los otros como yo los he amado”.
Pienso que la realización de este modelo de amor y de servicio es, para
los humanos de hoy, la única manera de realizar y salvar el mundo que
habitamos.
Bruno Mori
Traducción de
Ernesto Baquer
(4º dom.
de Pascua, B – Jn.10, 11-18)
La imagen del Buen
Pastor aplicada a Jesús es, indudablemente, la más conocida y amada por los
cristianos.
En el Evangelio de
Juan, la conducta de Jesús, antes de representarla con la imagen del “buen
pastor”, la describe como la “puerta”. El pasaje de hoy sólo nos presenta la
segunda imagen, la del pastor, pero las dos hemos de considerarlas unidas.
La puerta no se mueve,
está inmóvil, siempre en el mismo lugar. Podemos usarla para entrar, para salir
y permanecer afuera. Cuando la necesitamos, la puerta nos acoge y nos protege.
Podemos cerrarla o dejarla abierta. Está siempre allí para nosotros. Está
siempre allí cuando la necesitamos.
Todos necesitamos
encontrar “personas-puerta”: personas que estén siempre allí para nosotros. Que
estén prontas para acogernos, escucharnos y amarnos, sin juzgarnos ni
condenarnos, sea lo que sea que hayamos hecho o estemos haciendo. Jesús es una
persona así. También nosotros, en cuanto discípulos, estamos llamados a ser o a
convertirnos en este tipo de individuos que vive con el corazón y los brazos,
siempre abiertos, siempre dispuestos a escuchar, ayudar, reconfortar, apoyar y
levantar a aquellos que querrían tirar la esponja ante las pruebas,
dificultades y sufrimientos de la existencia. Y eso para que continúen creyendo
en la presencia en su vida de un Misterio de amor que los sostiene y los
acompañará siempre.
El Evangelio nos invita a continuación a ser “pastores”,
es decir gente que “cuida” de los otros y de todas las criaturas que nos
rodean. Invitación que nos llega precisamente en este tiempo de Covid, cuando
nuestra salud depende de la capacidad de cada uno de nosotros, en prestar
atención, cuidar y preocuparse del bienestar y la salud de todos los demás.
Por tanto estamos llamados a ser para todos puertas y
pastores. Todos tenemos un rol de responsabilidad, solidaridad, guía,
hacernos cargo y cuidado recíprocos. Ya sea que juntos vivamos unidos,
preocupados y responsables los unos de los otros,. Ya sea que juntos,
perezcamos.
Ha llegado el
momento de que nos planteemos: ¿quién es el pastor de nuestra vida? ¿A quién le
confiamos ahora nuestra existencia? ¿Cuáles son los valores que la orientan?
¿Qué o cuales los modelos que la inspiran? ¿El éxito, el poder, la celebridad,
el dinero, el saqueo, el pillaje, el destrozo del planeta para producir más,
poseer más y para consumir con desmesura… y sin reparar en las consecuencias?
¿O más bien es la disponibilidad, el servicio, la abnegación, el altruismo, el
respeto, la gratuidad y la generosidad del darse, la atención afectuosa y
atenta con nuestros hermanos humanos y con el Planeta?
Según ustedes,
¿cuál de esas dos actitudes vuelve la vida de una persona, mejor y más
realizada a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios? ¿Cuál será la más
apta para asegurar el bienestar y la felicidad personales, así como el futuro
de nuestra sociedad y nuestro mundo?
El evangelio del
Buen Pastor de este domingo, en el que Jesús dice dos veces: “Yo doy mi vida
por mis ovejas”, quiere por tanto confiarnos a cada uno de nosotros un
mensaje muy simple pero de capital importancia para la cualidad de nuestra
existencia cristiana y humana. Sólo si tú estás dispuesto a vivir tu vida
preocupándote de la de los otros, tú podrás salvar y culminar plenamente la
tuya…
Bruno Mori – 21 abril
2021
Traducción de Ernesto Baquer