mardi 27 février 2018

EN EL DESIERTO PARA CONSTRUIR RELACIONES



(1° dom. Cuaresma, B)

Como cada año, la liturgia del primer domingo de Cuaresma nos presenta el episodio de las "tentaciones de Jesús" en el desierto… este año en la versión concisa y lapidaria de Marcos. El lugar del combate es el desierto y los protagonistas son: Espíritu - Jesús - Demonio… todos con su tarea específica. Veámoslo más en detalle…

Desierto y soledad: El término griego del evangelio, traducido habitualmente con la palabra "desierto", puede traducirse también por "soledad". Yo prefiero esta última traducción que, al comienzo de nuestro viaje cuaresmal, nos hace descubrir el inmenso valor que puede tener el "estar solo consigo mismo"; el buscar la soledad, para descubrir el valor de la relación y la comunión con Dios y con los otros.

El Evangelio, contra lo que podríamos pensar, nos dice que, cuando el hombre intenta estar solo para recuperar espacios para uno mismo, para emprender un viaje de búsqueda, reflexión, introspección, precisamente en esos momentos de soledad descubre, no sólo ser alguien, tener una identidad, un valor, un fin, sino también no estar realmente jamás solo, sino instaurado en una relación constante y necesaria con la creación entera, sin la cual le es imposible realizarse en cuanto hombre. Así, el evangelio nos dice que la soledad no es un valor en sí, sino un medio de recuperar y vivir mejor su relación con el Misterio Último, tal como se manifiesta en la naturaleza y en nuestros hermanos humanos.

De ahí por qué en la tradición cristiana la soledad se ha comprendido como un valor y ha guiado a un gran número de personas a descubrir el Dios de Jesús (Padres del desierto, cenobitas, tradición monástica y otros). Cuando la sociedad no da o no ofrece el suficiente espacio para un viaje hacia la comprensión de uno mismo, es necesario que cada uno pueda encontrar el tiempo de evadirse lejos de la agitación y del tumulto del mundo, para suscitar o proporcionar encuentros que transformen y den más sentido a su vida.

En la soledad frecuentemente descubrimos la presencia de un Misterio que nos engloba y nos sobrepasa. Descubrimos la compañía de Dios… ¡¡¡Dios se hace presente en el silencio del hombre!!! Un salir del ruido del mundo, un tiempo de soledad, de silencio, de calma, de meditación, de oración, podrían ser el secreto de una transformación o una renovación interior, y el inicio de una solución a los muchos problemas que perturban y agreden nuestra existencia. Entonces, ¿por qué no intentarlo en esta Cuaresma?

El Espíritu: En el evangelio que acabamos de leer se dice que es el Espíritu de Dios, del que está repleto Jesús, quien lo impulsa a la soledad del desierto, donde descubrirá la verdad sobre su persona, su misión y la finalidad de su vida. La tarea del Espíritu es iluminar y guiar, pero esta soledad debe serle ofrecida. El espíritu que viene de Dios debe poder encontrar una puerta abierta para entrar, una antena orientada para ser captado. El trabajo del Espíritu intenta iluminar, clarificar la vida y las cosas de la vida y ayudarnos a sintonizar con los valores que vienen de Dios. Hay que subrayar que Jesús, "conducido por el Espíritu", es capaz de encontrar su verdad, el verdadero sentido de las palabras de las Escrituras… y sintonizar en la longitud de onda de Dios; lo que el diablo no consigue.

Los que viven en el Espíritu se convierten en seres sensibles a la luz de la verdad; al vivir en la luz se convierten en seres de luz. Sus ojos se abren. Entonces pueden ver y comprender dónde se encuentra y en qué consiste la verdad de su ser y que valores los enriquecen realmente y dan sentido y plenitud última a su vida.

Porque están abiertas y sensibles a la acción del Espíritu, esas personas consiguen construirse una "espiritualidad", ser más "espirituales". Ello les permite dar luminosidad, transparencia y profundidad a su existencia. Hace de ellos individuos especialmente atrayentes y modelos especialmente logrados de humanidad, que dan ganas de seguirlos. Es lo que Jesús ha sido y continúa siendo para todos los que somos sus discípulos.

El Diablo: el diablo en la Biblia es el símbolo y la personificación de todo lo que nos divide y nos destruye en cuanto personas. En este relato de las tentaciones, el "diablo" parece ser protagonista evidente, como el egoísmo, el repliegue sobre nosotros mismos, las ganas de prevalecer sobre los otros y de hacerles mal, que frecuentemente están en nuestra vida. Su papel es dividir (dia-bolos). De hecho, tratará de separar a Jesús del Padre… y de atacar a cada ser humano en lo más profundo de sí mismo, en lo que tiene más precioso como persona: su capacidad de amar gratuita y libremente, y de crear relaciones de comunión y fraternidad.

La psicología y las ciencias humanas afirman unánimemente que el ser humano no es feliz, pierde sus referencias, se perturba, se angustia e incluso se suicida, cuando no es capaz de construir relaciones (sanas y satisfactorias), o cuando no tiene una buena relación consigo mismo. Porque el ser humano es por definición un animal que sólo se humaniza y realiza como persona a través de su capacidad de entrar en relación y de crear relaciones. Sin buenas relaciones con la realidad que lo rodea, o cuando esta capacidad de crear relaciones no funciona, el ser humano se deshumaniza y muere.
A través de su lenguaje simbólico, el relato evangélico quiere decirnos que el diablo (el mal) manifiesta su fuerza y su poder sobre el hombre cuando éste no quiere o no puede encontrar una buena relación consigo mismo, con su prójimo y con Dios. Entonces, el evangelio nos invita a fortalecernos con el "remedio" de la Palabra y del Espíritu de Dios proclamado por Jesús, para que podamos dotarnos a fin de enfrentar la tentación de cerrarnos sobre nosotros mismos y separarnos de nuestros hermanos.

Jesús: Jesús muestra que es posible la fidelidad a Dios y que las tentaciones pueden superarse. Es la prueba viviente que no hay nada imposible para el hombre que se deja guiar por el Espíritu. Y así, en el desierto, se convierte en el prototipo del hombre fiel que, porque ha conseguido entablar una buena relación con Dios, logra también vivir una buena relación consigo mismo y con su prójimo.

Al final, el texto del evangelio dice que el diablo "se alejó de Jesús de momento": sin duda para significar que la tentación y la atracción del mal, nos acechan continuamente y que la coherencia y la fidelidad a las exigencias y llamados del Evangelio constituyen el combate de toda una vida. Pero el texto dice también que contamos con la ayuda del Espíritu, que nos sugiere las estrategias y tácticas a poner en marcha para realizarnos como humanos completos y como hijos de Dios.


Bruno Mori  2018 –
 Traducción de Ernesto Baquer
  (//1 domingo cauresma  B 2018)

jeudi 15 février 2018

La suegra con fiebre – Mc. 1, 29-39


 ( 5° dom  ord. B )
                                                                          
El Evangelio de hoy nos presenta un día "típico" de Jesús: Jesús predica y cura. Son sus dos actividades principales.

El texto comienza con el relato de la curación de la suegra de Pedro que estaba en la cama con fiebre. Hay que tener presente que los evangelios son textos catequéticos escritos para incrementar la calidad de la fe de las primeras comunidades cristianas. Si los tres evangelios sinópticos, los tres, nos han dejado esta anécdota, significa que le atribuían una importancia simbólica y un valor espiritual que van más allá de una simple reseña periodística. Nos toca descubrir el mensaje que este breve relato nos quiere transmitir. Tratemos.

Mientras los Evangelios callan totalmente el estado civil de los otros apóstoles, este pasaje nos anuncia abiertamente que Simón Pedro era un hombre casado. El evangelio nos cuenta también que un tiempo antes, Simón y su hermano Andrés, que vivían de la pesca, de repente abandonan su profesión, dejando barca y redes en la orilla, para seguir a un tal Jesús de Nazaret que pensaban era el mesías esperado. Lo mismo sucedió con otros dos hermanos, Santiago y Juan (Mc 1,16-20). Y resulta que ahora los cuatro nuevos discípulos no tienen nada mejor que hacer que, invitarse, con Jesús, a casa de Simón Pedro, para festejar juntos su nueva carrera de "pescadores de hombres".

Podemos imaginar que podían pensar de todo eso las dos mujeres de la casa de Pedro que, de repente, se encontraron solas y abandonadas por aquel que era el único proveedor y sostén de la familia.

Entonces podremos comprender la fiebre de la suegra de Simón que, viuda desde hacía años, más experimentada y cautelosa que la joven esposa de Pedro, un poco ingenua e inocente, se inquiete y entre en pánico, tanto por su presente como por su futuro. Ella no consigue ni comprender ni aceptar el nuevo rumbo que la vida de su yerno tomó en los últimos tiempos. Podemos fácilmente imaginar la reacción al respecto que esta mujer debió tener: "Pero ¿se volvió loco, o qué? ¡Perdió la cabeza! ¡Cómo se puede ir detrás de este iluminado de Nazaret! ¿Qué le dio por ahí? ¡Pero es un irresponsable! ¡No puede hacernos algo así! ¡No somos ricos! ¿Cómo vamos a vivir? ¿Quién se ocupará de nosotros, de los niños, de la casa, del negocio? ¿Es que este vagabundo que se considera el mesías, nos va a dar de comer? ¿Le va a pagar un salario a Simón? ¡Me va a tocar a mí escuchar los chismes de los vecinos!: "Señora, ¿es verdad que su yerno dejó a su mujer  para irse con un hombre?"

Seguramente, la suegra de Pedro es una mujer que tiene los pies en la tierra. Piensa en las consecuencias económicas y sociales de la extraña decisión de Pedro. Considera la aparición de Jesús como una intrusión y una agresión a su vida y la de su familia. ¿Qué quiere ese hombre de nosotros? ¿Con qué derecho viene a arruinar y destrozar nuestra existencia, manipulando y perturbando el ánimo de estos pobres bobos influenciables, ignorantes e ingenuos?

No es de extrañar que la suegra, afectada en lo más profundo de su ser por esta prueba, haya caído enferma. Está muy encolerizada; arde de rabia por dentro. ¡Por eso tiene fiebre! Y cuando ve que los cuatro pescadores seducidos y hechizados por Jesús, se invitan a comer en su casa con el hechicero, eso es la gota que hace rebosar el vaso. No ve bien; no se tiene de pie y se esconde en su habitación so pretexto de estar enferma: "¡¡¡Que se las arreglen ellos solos, banda de locos!!! Si se piensan que les voy a hacer la comida… ¡¡¡ya pueden esperar!!!".

Pero Jesús, conocedor del alma humana y de la psicología femenina, comprende rápidamente la situación y capta inmediatamente el estado de ánimo de esa mujer. Va a verla y le habla. El Evangelio nos dice que "se le acercó y la tomó de la mano". Jesús comprendió que esa mujer, viuda desde joven, dolida y deprimida desde hacía tiempo por la soledad y la frustración que la agriaron, tenía una enorme necesidad de atención, ternura y amor.

Jesús había comprendido que su preocupación, la responsabilidad que sentía, la importancia que daba a su presencia en la casa y los problemas de su género, eran sólo una forma de compensación, una manera de llenar una carencia, un vacío y una insatisfacción profunda en su vida, causadas por no sentirse querida y apreciada como desearía en cuanto mujer y persona.

Ahora, en contacto con Jesús que se hace "próximo" a ella y que la toca con ternura, esa mujer puede descubrir que quizá aceptando, ella también, la presencia de ese hombre en su vida, podrá saciar su fe de afecto y realización personal.

Y así se deja tocar por Jesús, y su contacto la vacía de su cólera, la pone en pie, vuelve a encender en ella la confianza en la vida, hace desaparecer su fiebre, suscita en ella una nueva persona, hecha de ardor, energía, impulso, de ardiente deseo de acercarse y acompañar, ella también, a ese hombre, aceptando finalmente "servirlo".

¿Qué pasó? Pasó que, en contacto con Jesús, su mirada, su sonrisa, su empatía, su bondad, sus palabras, la energía de su persona, esa mujer acabó por ser hechizada y seducida ella también. Y esa fascinación la curó de su enfermedad, llevándola de la antipatía a la simpatía, de la aversión al afecto, de evitar y huir lejos de Jesús al deseo de vivir en su cercanía con la esperanza de poder revivir finalmente de nuevo, cerca de ese hombre y a la sombra de su extraordinaria personalidad.

De ese episodio también nosotros debemos aprender algo.

Muchos se detestan simplemente porque no se conocen, porque están centrados sobre sí mismos. Sólo se ven a sí mismos y su punto de vista. Se encierran en sus convicciones y sus prejuicios. Sólo sienten su propio dolor. No quieren escuchar ni dialogar.

Ciertamente, cuando se ha sido herido, es normal encerrarse: pero si nos quedamos encerrados en el resentimiento, en un silencio agrio, no hay salida posible, ni esperanza en un nuevo comienzo. No hay posibilidad de encuentro ni de acercamiento. Si permanecemos en el plano de la cólera, de la guerra, nunca resolveremos nada y, además, nos condenaremos nosotros mismos a una vida miserable, agria, sin impulso ni felicidad.

Pero si nos encontramos en el dolor, el diálogo, la simpatía y el perdón, caerán las razones del odio y el rencor. Entonces será posible una vida mejor, porque estará ennoblecida con la magnanimidad de la reconciliación, el perdón y la amistad conquistada y recuperada y con la grandeza de una persona que podrá comenzar una vida nueva mucho más humana y feliz.

¡Miren esta mujer! Mientras combata contra Jesús, él no podrá curarla. Pero cuando lo deje acercarse, cuando lo escuche; cuando los dos interlocutores busquen honesta, sinceramente y sin prejuicios comprender y captar las razones de sus comportamientos y divergencias, cuando logren darse la mano y tocarse el corazón, entonces, las distancias, los prejuicios, las diferencias, las divisiones, la hostilidad, desaparecerán. Las fiebres caerán. Las tormentas desaparecerán. Un sol más resplandeciendo vendrá a alegrar nuestra existencia.

Bruno Mori –  Montréal – febrero 2018
(Traducción de Ernesto Baquer)


samedi 10 février 2018

JESÚS Y LA SINAGOGA – Mc.1, 21-28


(4° dom ord. B)

Entre los judíos, la sinagoga era la institución oficial de la enseñanza religiosa. Era el símbolo de la doctrina y la ortodoxia religiosas, proclamada por maestros reconocidos, instituidos y patentados: los escribas. Era el lugar más alto de la proclamación de la Torah, de su explicación y su interpretación.

Jesús de Nazaret, por sus convicciones, originalidad de pensamiento y el carácter crítico y contestatario de su personalidad, estuvo siempre en conflictiva relación con la sinagoga. En los evangelios, cada vez que Jesús entra en una sinagoga, estalla la guerra. Es cuestionado. Expulsado. Condenado a muerte. Es una manera de decir que la visión religiosa de Jesús y la de los escribas son incompatibles.

Es que la sinagoga es una institución frecuentada por los "buenos" creyentes, los judíos piadosos bien integrados en el sistema religioso; por gente que acepta sin problemas los dogmas, respetan las reglas, siguen las leyes sin discutir, sin plantearse preguntas, a quienes sobre todo disgustan los cambios y que les vengan a perturbar sus creencias reconfortantes y muy instaladas.

Pero Jesús es el hombre libre y contestatario. Es un hombre de la calle, el vagabundo de Dios que no se deja apresar por ningún partido ni ideología. No pertenece a una clase. No es escriba, ni levita, ni sacerdote, ni clérigo, ni miembro de una jerarquía religiosa. Es un simple laico al que no consiguen encuadrar ni utilizar con ninguna norma, ninguna disposición de la religión oficial. Profesa una soberana libertad respecto a las restricciones y obligaciones de la religión oficial. Se siente autorizado a tener opiniones propias, a criticar a las autoridades, a infringir las reglas; a sublevarse contra la instrumentalización de la religión y las creencias en favor y beneficio del sistema religioso establecido; a encolerizarse contra los abusos del poder, la hipocresía de los dirigentes, el formalismo de la práctica cultual, lo grotesco de algunos comportamientos clericales.

Jesús detesta los títulos, las insignias del poder, las reverencias, los honores. Sólo acepta que la gente lo llame Rabbí, "Maestro", porque es consciente que es el único en proponer una enseñanza y poseer una palabra que abra a la verdad sobre uno mismo, sobre Dios y sobre el mundo y que de valor a los que lo escuchan.

El evangelista Marcos insiste sobre el hecho de que Jesús enseña con autoridad. Jesús no habla en nombre de otro, como hacían los escribas que tenían tras sí una larga tradición de intérpretes, que no hacían más que repetir el pensamiento de los maestros que les habían precedido. La enseñanza de los escribas es convencional, estereotipada, congelada, que no anima ni los cambios ni la apertura de espíritu. Para los escribas, el judío bueno y piadoso es el que se mantiene en la estabilidad de sus costumbres y mandatos religiosos, en el respeto a las tradiciones, en la sumisión a la Torah que manifiesta la voluntad de Dios.

Jesús, al contrario, habla de lo que tiene en el corazón. Su palabra expresa todo lo que él es, las convicciones y valores que lo sustentan. Comunica su pensamiento, el fruto de su reflexión, el resultado de su oración y su contemplación, su visión interior, su experiencia íntima de Dios. En su palabra él mismo se entrega. Jesús sabe que su palabra es suya, cierto, pero que también es el eco de otra Palabra escuchada y recogida en la profundidad de su experiencia de Dios: "Mi palabra no es mía, sino la del Padre que me envió".

Por eso su palabra es nueva, original, desestabilizadora, revolucionaria. Impulsa a la conversión, la transformación, la renovación. Abre nuevos horizontes. Señala nuevos caminos. Por eso su palabra golpea, sacude, trastoca, sorprende, maravilla, fascina, siempre hace reaccionar a los que lo escuchan sin haber tomado partido. A nadie deja indiferente. Es una palabra que “importa”, porque nos “aporta”, no verdades que creer, sino una nueva visión de la Realidad que hace posible otra manera de vivir, más libre, más «valorizante», más serena y, por tanto finalmente más humana y completa.

El Dios que predica la Sinagoga es un Dios viejo, gruñón, triste, exigente, que busca gente sumisa y devota; que hace depender la “salvación” de la virtud, la moral, la fidelidad, la obediencia, las normas; que parece ligar su benevolencia a las virtudes, los méritos, la “justicia” de sus adoradores, es decir a la honorabilidad que cada uno se construya a los ojos de Dios y de los hombres.

Al contrario, el Dios de Jesús es un Dios joven, travieso, aventurero, que ama los desafíos, las aventuras, los viajes, descubrir nuevos países, contemplar nuevos paisajes. Ama a la gente que se mueve, experimenta, busca, evoluciona, progresa, reacciona, se opone, discute, se equivoca, festeja, danza, ama…

El Dios de Jesús es un Dios al que no le gusta ver a la gente bloquearse, congelarse, inmovilizarse al borde del camino, mirar continuamente atrás, tener miedo de avanzar, ver en todo el peligro y el mal, parapetarse detrás de los muros de su vieja casa, para pasar la vida sin historias ni agitación, pero que es, inevitablemente también, una vida chata, sin aliento, progreso ni interés.

El Dios de los escribas es un Dios al que temer, cuyos favores y protección hay que comprar al precio de sacrificios y un cumplimiento escrupuloso de su voluntad, explicitada en una infinidad de normas que terminan por ahogar al practicante piadoso, haciéndole la vida imposible. El Dios de Jesús, al contrario, es un Dios que no exige nada, es siempre el primero que da; que da sin contar, que da a todos sin diferencias ni preferencias y del que todos recibimos, con una generosidad y largueza desbordantes, "gracia sobre gracia".

En definitiva, es una concepción totalmente diferente de Dios lo que opone la enseñanza de la sinagoga y la del Maestro de Nazaret. En la sinagoga, estamos para un Dios que nos aplasta con sus exigencias. En la doctrina de Jesús, Dios está para liberarnos de nuestros miedos, haciéndonos crecer en la confianza amorosa de su presencia. En la sinagoga Dios necesita de nosotros (nuestra sumisión, nuestra fe, nuestra adoración, nuestro culto) para ser Dios y para sentirse Dios. En la enseñanza de Jesús los hombres necesitamos de Dios para ser más humanos y conocer la fuente de su verdadero ser y su auténtica felicidad.

De suerte que no hay gran cosa en común entre la sinagoga y Jesús. La palabra de Jesús introduce el germen de un fermento y una revolución que un día harán estallar el viejo sistema religioso judío. Jesús viene a echar por tierra las viejas referencias y a producir nuevas. Muchos piadosos judíos se sintieron totalmente desestabilizados y desorientados ante la originalidad y la carga contestataria de la doctrina del Maestro de Nazaret. Así lo constata Marcos, al poner en boca del hombre en la sinagoga, atormentado por los malos espíritus de la escrupulosa y formal observancia de la Torah, que los muchos años de práctica lo volvieron más enfermo y atormentado: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿has venido para destruirnos?"

 Habrá que esperar que este hombre, en contacto con la persona de Jesús y abriéndose a su palabra, sea capaz de liberarse de todos los condicionamientos de su antigua educación, de todas las falsas ideas que le inculcaron, las falsas creencias que acumuló, para que recupere su libertad y su verdadera identidad. Ciertamente, para este hombre, el trabajo de reestructuración y liberación no habrá sido una tarea fácil. Fue sacudido violentamente, sufrió, dio grandes gritos. Padeció un desgarro interior extremadamente estresante. Pero es el precio que este tipo de personas ha de pagar para su curación interior y para renacer a una nueva forma de vida.


 Bruno  Mori  -  enero  2018

Traducción de Ernesto Baquer