mardi 30 mars 2021

Multiplicación del pan y pandemia

 

(18e domingo ordinario, A)

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El milagro de la multiplicación de los panes, se encuentra en los cuatro evangelios. Lo que explica la gran importancia atribuida a su mensaje.

Más allá de su sentido literal, veamos en qué nos puede interesar este texto, a nosotros que vivimos en el siglo XXI, y en una situación que nos confronta, más que nunca, con nuestras extremas fragilidad y vulnerabilidad. En este relato, lo que me impresiona en primer lugar, es el comportamiento de Jesús que encuentro tan semejante al nuestro, en este tiempo de pandemia. Jesús se confina, se aísla, se retira, necesita encontrarse solo, lejos del tumulto y de la agitación de la vida ordinaria. Y ello para detenerse, para respirar, para alimentar su vida interior, para defender y salvar la calidad de su relación con Dios, consigo mismo y con el sufrimiento humano que lo rodea.

En cierta manera, todos hemos adoptado hoy ese mismo comportamiento. También nosotros nos aislamos, nos confinamos, ciertamente no por las mismas razones, ni con la misma espontaneidad ni con el mismo gusto que Jesús. Pero, como Jesús, lo hacemos por necesidad, para defendernos, para salvaguardar cierta serenidad interior, para proteger nuestra salud y nuestro equilibrio psicológico, para salvar nuestra vida, incluso aunque nos gustaría ser libres, hacer nuestra voluntad y vivir diferentemente.

Algo es cierto: el confinamiento y la soledad a que nos obliga la pandemia, a pesar de su carácter penoso, angustiante y a veces dramático, puede ser para nosotros, como para todos los y las que tienen una cierta sensibilidad religiosa y espiritual, un tiempo de gracia, durante el que podemos trabajar y profundizar y asumir los contenidos, las motivaciones y los valores que orientan nuestra elección y nuestros comportamientos, a fin de desencadenar (eventualmente) una suerte de conversión interior, un viraje existencial, una rectificación de marcha, que podrían dar una nueva orientación, un nuevo impulso y una nueva calidad humana a nuestra existencia.

Además, este tiempo de gracia puede ser consagrado a reflexionar, hacer balance, cuestionarse, incluidos comportamientos, actitudes, valores, proyectos y ambiciones que habían determinado hasta ahora el curso de nuestra existencia… y quizá, a buscar reconectar de otra manera, en un marco más ordenado y armonioso, los pedazos descompuestos y  dispersos de nuestra existencia.

Generalmente tendemos a pensar que es difícil detenerse, retirarse, retroceder, dejar atrás, buscar el silencio y la soledad… Necesitábamos la pandemia para comprender que todo eso es fundamental; para comprender también que, en lo concreto y cotidiano de nuestra vida, llenamos nuestra existencia de un montón de cosas inútiles y superfluas que destruyen o menguan nuestra libertad, nuestra paz interior y nuestra disponibilidad a los llamamientos del Espíritu de Dios y de nuestros hermanos.

El Covid 19 nos ha hecho a todos un poco más sabios, más resistentes, más resignados, menos exigentes. Nos ha obligado a contentarnos con menos, ir a lo esencial, aceptar y apreciar una vida más despojada, más reservada, más simple, más sobria, sin demasiadas exigencias ¿Cómo podríamos nosotros realizar una vida de buena calidad humana si permitimos a la exterioridad y la materialidad de nuestra existencia de nos acaparar totalmente a riesgo de descomponernos y dispersarnos hasta al punto de secar y asolar la parte mejor que está en nosotros? Esa parte constituida por nuestra sensibilidad al Espíritu en nosotros y a las vibraciones del Misterio Último que nos habita. Jesús lo había comprendido mucho antes que nosotros.

Este episodio del Evangelio tiene también un componente social sobre el que habría mucho que decir. Jesús aquí está rodeado de una multitud de gente pobre, angustiada y sufriente. Los discípulos son al tanto de todo esto: “¿Qué se puede hacer con toda esta gente que tiene hambre y, evidentemente, carecen de lo necesario…”? Sin embargo, no tienen ninguna intención de implicarse. “Después de todo, no es nuestro problema… -gruñen entre dientes- no somos nosotros los causantes de la situación…”

Esta pandemia nos hace caer en cuenta que tal actitud de indiferencia y desinterés es nefasta para todos; y que sólo la actitud contraria de atención al otro, de preocupación por el otro, de cuidar y hacerse cargo del otro, y por tanto de la solidaridad, es en definitiva capaz de asegurar nuestra salud y nuestro bienestar. Esta pandemia, nos hace experimentar, con una evidencia patente, que el bien realizado y el amor dado aprovechan tanto al beneficiario como al donador.

Y entonces Jesús responde: “¡Salgan de su egoísmo! ¡Comprométanse! ¡Pidan! ¡Denles ustedes de comer!”. Lo que significa:  no es cuestión de zafarse, de encontrar excusas o pretextos para justificar nuestra inacción o nuestra apatía. Siempre hay algo que hacer cuando nuestro prójimo está en peligro, en desgracia o necesidad. Incluso si vemos que nuestros medios son con frecuencia insignificantes y que no tenemos más que dos sardinas y unos panecillos. ¿Qué podemos hacer con eso? Sin embargo, ¡Junten, ofrezcan, distribuyan, compartan, nos dice Jesús, y verán el milagro…! Todos sacarán provecho y se sentirán socorridos, protegidos y alimentados con el pan de vuestra solicitud, vuestra comprensión y vuestro amor.

Esta enseñanza del maestro Jesús nos llega a propósito, en estos tiempos peligrosos y angustiantes de pandemia, cuando, más que nunca, nuestra seguridad y nuestra salud están puestas en las manos de nuestro vecino, más que en las de Dios.

 

Bruno Mori -  Traducción de  Ernesto Baquer

(Original francés en: http://brunomori39.blogspot.com/2020/08/