(18e domingo ordinario, A)
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El milagro de la
multiplicación de los panes, se encuentra en los cuatro evangelios. Lo que
explica la gran importancia atribuida a su mensaje.
Más allá de su sentido literal,
veamos en qué nos puede interesar este texto, a nosotros que vivimos en el
siglo XXI, y en una situación que nos confronta, más que nunca, con nuestras
extremas fragilidad y vulnerabilidad. En este relato, lo que me impresiona en
primer lugar, es el comportamiento de Jesús que encuentro tan semejante al
nuestro, en este tiempo de pandemia. Jesús se confina, se aísla, se retira,
necesita encontrarse solo, lejos del tumulto y de la agitación de la vida
ordinaria. Y ello para detenerse, para respirar, para alimentar su vida
interior, para defender y salvar la calidad de su relación con Dios, consigo
mismo y con el sufrimiento humano que lo rodea.
En cierta manera,
todos hemos adoptado hoy ese mismo comportamiento. También nosotros nos
aislamos, nos confinamos, ciertamente no por las mismas razones, ni con la
misma espontaneidad ni con el mismo gusto que Jesús. Pero, como Jesús, lo
hacemos por necesidad, para defendernos, para salvaguardar cierta serenidad
interior, para proteger nuestra salud y nuestro equilibrio psicológico, para
salvar nuestra vida, incluso aunque nos gustaría ser libres, hacer nuestra
voluntad y vivir diferentemente.
Algo es cierto: el
confinamiento y la soledad a que nos obliga la pandemia, a pesar de su carácter
penoso, angustiante y a veces dramático, puede ser para nosotros, como para
todos los y las que tienen una cierta sensibilidad religiosa y espiritual, un
tiempo de gracia, durante el que podemos trabajar y profundizar y asumir los
contenidos, las motivaciones y los valores que orientan nuestra elección y
nuestros comportamientos, a fin de desencadenar (eventualmente) una suerte de
conversión interior, un viraje existencial, una rectificación de marcha, que
podrían dar una nueva orientación, un nuevo impulso y una nueva calidad humana
a nuestra existencia.
Además, este
tiempo de gracia puede ser consagrado a reflexionar, hacer balance,
cuestionarse, incluidos comportamientos, actitudes, valores, proyectos y
ambiciones que habían determinado hasta ahora el curso de nuestra existencia… y
quizá, a buscar reconectar de otra manera, en un marco más ordenado y
armonioso, los pedazos descompuestos y
dispersos de nuestra existencia.
Generalmente
tendemos a pensar que es difícil detenerse, retirarse, retroceder, dejar atrás,
buscar el silencio y la soledad… Necesitábamos la pandemia para comprender que
todo eso es fundamental; para comprender también que, en lo concreto y
cotidiano de nuestra vida, llenamos nuestra existencia de un montón de cosas
inútiles y superfluas que destruyen o menguan nuestra libertad, nuestra paz
interior y nuestra disponibilidad a los llamamientos del Espíritu de Dios y de
nuestros hermanos.
El Covid 19 nos ha
hecho a todos un poco más sabios, más resistentes, más resignados, menos
exigentes. Nos ha obligado a contentarnos con menos, ir a lo esencial, aceptar
y apreciar una vida más despojada, más reservada, más simple, más sobria, sin
demasiadas exigencias ¿Cómo podríamos nosotros realizar una vida de buena
calidad humana si permitimos a la exterioridad y la materialidad de nuestra
existencia de nos acaparar totalmente a riesgo de descomponernos y dispersarnos
hasta al punto de secar y asolar la parte mejor que está en nosotros? Esa parte
constituida por nuestra sensibilidad al Espíritu en nosotros y a las
vibraciones del Misterio Último que nos habita. Jesús lo había comprendido mucho
antes que nosotros.
Este episodio del
Evangelio tiene también un componente social sobre el que habría mucho que
decir. Jesús aquí está rodeado de una multitud de gente pobre, angustiada y sufriente.
Los discípulos son al tanto de todo esto: “¿Qué se puede hacer con toda esta
gente que tiene hambre y, evidentemente, carecen de lo necesario…”? Sin embargo,
no tienen ninguna intención de implicarse. “Después de todo, no es nuestro
problema… -gruñen entre dientes- no somos nosotros los causantes de la situación…”
Esta pandemia nos
hace caer en cuenta que tal actitud de indiferencia y desinterés es nefasta
para todos; y que sólo la actitud contraria de atención al otro, de
preocupación por el otro, de cuidar y hacerse cargo del otro, y por tanto de la
solidaridad, es en definitiva capaz de asegurar nuestra salud y nuestro
bienestar. Esta pandemia, nos hace experimentar, con una evidencia patente, que
el bien realizado y el amor dado aprovechan tanto al beneficiario como al
donador.
Y entonces Jesús
responde: “¡Salgan de su egoísmo! ¡Comprométanse! ¡Pidan! ¡Denles ustedes de
comer!”. Lo que significa: no es
cuestión de zafarse, de encontrar excusas o pretextos para justificar nuestra
inacción o nuestra apatía. Siempre hay algo que hacer cuando nuestro prójimo
está en peligro, en desgracia o necesidad. Incluso si vemos que nuestros medios
son con frecuencia insignificantes y que no tenemos más que dos sardinas y unos
panecillos. ¿Qué podemos hacer con eso? Sin embargo, ¡Junten, ofrezcan,
distribuyan, compartan, nos dice Jesús, y verán el milagro…! Todos sacarán
provecho y se sentirán socorridos, protegidos y alimentados con el pan de
vuestra solicitud, vuestra comprensión y vuestro amor.
Esta enseñanza del
maestro Jesús nos llega a propósito, en estos tiempos peligrosos y angustiantes
de pandemia, cuando, más que nunca, nuestra seguridad y nuestra salud están
puestas en las manos de nuestro vecino, más que en las de Dios.
Bruno Mori -
(Original francés en: http://brunomori39.blogspot.com/2020/08/