(10º dom. ord. B )
Los evangelios son textos catequéticos escritos para
instrucción de las primeras comunidades cristianas. Cuando Marcos, en los años
60-70 redacta su evangelio, había todavía cristianos que se consideraban
descendientes de la familia biológica de Jesús (quizá hijos, nietos, sobrinos y
sobrinas de la segunda generación de hermanos y hermanas de Jesús). Los
evangelios nos han dejado los nombres de, al menos, cuatro hermanos de Jesús
(Santiago, José, Judas y Simón), pero no especifican en ningún lado, ni los
nombres ni el número de las hermanas.
Aparentemente, los descendientes naturales de la
familia de Jesús reclamaban un trato de favor en el seno de la comunidad
cristiana en la que participaban. Marcos aprovecha esta circunstancia histórica
para poner los puntos sobre las « íes » y para dar una lección a los
cristianos de su tiempo. Les dice que, en la comunidad de los discípulos de
Jesús, fundada en sus valores, sus principios y animada por su espíritu, lo que
cuenta no son los lazos de sangre, sino los lazos de corazón. Les dice que, en
adelante, el único título de importancia, de valor y de grandeza en la vida del
discípulo, no es la pertenencia biológica a su familia, sino la capacidad que
cada uno tiene de entablar lazos amicales y afectivos con Jesús, con el otro,
sea quien sea, y con Dios.
Sin embargo, hay también otras cosas que nos llaman la
atención cuando leemos atentamente este texto de Marcos y nos dejamos tocar por
el espíritu que lo anima: impresiona la libertad interior extraordinaria de
Jesús. Al contactar y frecuentar el Jesús de los evangelios, nosotros
comprendemos que lo realmente precioso que Jesús nos aporta no es tanto la
salvación eterna, sino la libertad que nos transmite. Nos ha posibilitado un
éxodo interior sin precedentes que nos permite pasar, de un Egipto interior de
esclavitud, a una libertad de tierra prometida; de una experiencia de oscuridad,
a una experiencia de luz; de una situación de miedo constante y congénito, a
una situación de confianza duradera y sin límites; de una condición de
ignorancia, a una nueva sabiduría cimentada en una nueva interpretación y
comprensión del mundo de los hombres y del mundo de Dios.
En este texto, Marcos presenta a Jesús como un hombre
que ha vivido siempre fuera de las normas establecidas y que marchó
constantemente fuera de los senderos transitados. Es el hombre que posee la
libertad del viento, que no se sabe adónde viene ni adónde va. Es el hombre de
“afuera”, el hombre del movimiento, de la ruta larga, de los grandes espacios,
del desierto silencioso y salvaje, de las cimas solitarias y orantes, de las
noches profundas y las mañanas radiantes al borde del lago. Es el hombre que no
se deja frenar, encerrar, apresar, amordazar por nadie y menos por las reglas,
los modelos de comportamiento, las obligaciones, las imposiciones y las
prohibiciones de la religión. Vive en una independencia total de toda
autoridad, tanto civil como religiosa. No reconoce ninguna autoridad que se
imponga por la fuerza del temor y del poder; sino sólo por la que se despliega
con la fuerza del servicio y el ardor del amor.
Él quiere ser libre de seguir siempre su camino,
incluso si marcha sobre las asperezas de las zarzas, espinas, guijarros y los
peligros de las aguas profundas. Nunca tiene miedo de tropezar, caer y
hundirse. Tiene el coraje del aventurero y la intrepidez del explotador. Posee
la fuerza, la determinación y la confianza que le vienen de la certeza de que
siempre está llevado y sostenido por la mano de su Dios.
Toda la vida de Jesús transcurre bajo la enseña de
“fuera”. Nacido fuera de su tierra, fuera de su casa, fuera del círculo de su
familia y su parentela. Echado fuera de su pueblo. Incluso su éxito de
taumaturgo y predicador itinerante se vuelve contra él, obligándolo a quedarse
fuera de los pueblos y las ciudades y lejos de las muchedumbres. Sus
detractores y los miembros de su familia dicen que “está fuera de sí”. Muere
fuera de la ciudad. Cuando sus discípulos van a visitarlo a la tumba “donde lo
dejaron” (Jn 20,15), ya está fuera y afuera.
Uno tiene la impresión de que su suprema libertad lo
convierte en un hombre que jamás se deja captar, manipular, explotar, utilizar
al capricho de los deseos, los planes y las intenciones de los demás. Puesto
que es el hombre entregado a todos, no pertenece a nadie. Rara vez está allí
donde pensaríamos encontrarlo; con frecuencia está presente donde nunca nos
imaginaríamos encontrarlo.
Jesús es también el hombre del “fuera” porque construye
toda su vida en una actitud constante de no centrarse en él, de darse, para ir
“fuera” de sí y hacia el otro, los otros, hacia el mundo de los hombres y el
mundo de Dios. De suerte que, en el evangelio de Marcos, Jesús se presenta como
el hombre totalmente salido de sí mismo y enteramente consagrado, no a
construir su propia felicidad, sino únicamente la felicidad de los otros.
justamente porque Jesús vive toda su vida como hombre
libre e independiente, sin dejarse encerrar en los marcos fijos y establecidos
de leyes, costumbres y tradiciones;
porque es indomable, imprevisible, original, único,
reaccionario, nuevo e innovador en todo lo que es, lo que hace, todo lo que
dice y pide;
porque vive y se comporta “fuera” de las reglas que
dictan los comportamientos del buen hijo atado a su familia biológica y del
buen creyente apegado a su religión;
porque hace estallar todas las convenciones, normas y
paradigmas tradicionales…
Por eso suscita las inquietudes de su familia natural
y de las autoridades, afectadas y preocupadas por las consecuencias de sus
acciones y su predicación. Los miembros de su familia pensaban que se había
desquiciado, se había vuelto loco, que había perdido la cabeza, y querían
repatriarlo a la fuerza a su país natal, para evitar la vergüenza y el deshonor
al clan familiar. Los miembros de la religión oficial piensan que ese hombre,
hacedor de desórdenes, turbulencias, confusión y divisiones en el pueblo, era
un “diabolos”, es decir uno que “divide”, que actúa bajo el impulso y la
inspiración de un espíritu demoníaco.
Ninguno de los dos grupos, se dan cuenta realmente del
verdadero ser del Maestro. Todo lo que les interesa, es sacarlo de circulación
y desembarazarse de un individuo inquietante y fuente de problemas y de líos
para ellos y para el sistema establecido.
Las actitudes agresivas y malévolas tanto de sus
parientes como de las autoridades religiosas, sólo tienen el efecto de reforzar
más la determinación y la independencia interiores de Jesús, que no retrocede
ni un paso, no revisa sus posiciones, continúa imperturbable el camino
emprendido y permanece fiel hasta el fin a la misión que cree ser suya,
convencido de haberla recibido de Dios.
A su familia, su madre, sus hermanos y hermanas que lo
“buscan” y que quieren “captarlo”, pero “quedándose fuera” (Mc 3,21,31), sin
tratar de penetrar en el misterio profundo de su persona, Jesús responde que
ellos también han de recorrer un camino de conversión, de cambio y de fe. Ellos también han de entrar adentro, al
interior de la casa donde está, sentarse en torno a él y “permanecer con él”
(Mc 3,14); asumir humildemente la actitud del discípulo que escucha las
palabras de su Maestro, se impregna de su espíritu, para ser capaz, como él, de
calcar su vida de la voluntad de Dios (Mc 3,35).
A los escribas, que le reprochan estar poseído por un
demonio, Jesús les responde que más bien son ellos los conducidos por un
espíritu demoníaco, puesto que quieren impedirle hacer el bien, derramar a su
alrededor amor y bondad, curar, aliviar a la gente de sus males y sufrimientos,
devolver a todos esperanza, confianza, coraje y alegría de vivir.
Finalmente, este texto nos estimula, a nosotros, los
discípulos de Jesús de Nazaret, a parecernos a él. Nos impulsa a ser, nosotros
también, gente de convicciones y carácter, que saben permanecer de pie ante las
contrariedades, las dificultades y las pruebas de la vida, sostenidos como
nuestro Maestro, por la certeza de que todos somos, en este mundo, los
instrumentos de un Misterio de Amor que busca comunicarse y continuarse y que
nos tiene siempre en su mano.
Bruno Mori - Montreal, junio 2018 -
Traducción de Ernesto Baquer