dimanche 30 septembre 2018

EL LOCO DE LA FAMILIA – Mc 3,20-35



(10º dom. ord. B )

Los evangelios son textos catequéticos escritos para instrucción de las primeras comunidades cristianas. Cuando Marcos, en los años 60-70 redacta su evangelio, había todavía cristianos que se consideraban descendientes de la familia biológica de Jesús (quizá hijos, nietos, sobrinos y sobrinas de la segunda generación de hermanos y hermanas de Jesús). Los evangelios nos han dejado los nombres de, al menos, cuatro hermanos de Jesús (Santiago, José, Judas y Simón), pero no especifican en ningún lado, ni los nombres ni el número de las hermanas.

Aparentemente, los descendientes naturales de la familia de Jesús reclamaban un trato de favor en el seno de la comunidad cristiana en la que participaban. Marcos aprovecha esta circunstancia histórica para poner los puntos sobre las « íes » y para dar una lección a los cristianos de su tiempo. Les dice que, en la comunidad de los discípulos de Jesús, fundada en sus valores, sus principios y animada por su espíritu, lo que cuenta no son los lazos de sangre, sino los lazos de corazón. Les dice que, en adelante, el único título de importancia, de valor y de grandeza en la vida del discípulo, no es la pertenencia biológica a su familia, sino la capacidad que cada uno tiene de entablar lazos amicales y afectivos con Jesús, con el otro, sea quien sea, y con Dios.

Sin embargo, hay también otras cosas que nos llaman la atención cuando leemos atentamente este texto de Marcos y nos dejamos tocar por el espíritu que lo anima: impresiona la libertad interior extraordinaria de Jesús. Al contactar y frecuentar el Jesús de los evangelios, nosotros comprendemos que lo realmente precioso que Jesús nos aporta no es tanto la salvación eterna, sino la libertad que nos transmite. Nos ha posibilitado un éxodo interior sin precedentes que nos permite pasar, de un Egipto interior de esclavitud, a una libertad de tierra prometida; de una experiencia de oscuridad, a una experiencia de luz; de una situación de miedo constante y congénito, a una situación de confianza duradera y sin límites; de una condición de ignorancia, a una nueva sabiduría cimentada en una nueva interpretación y comprensión del mundo de los hombres y del mundo de Dios.

En este texto, Marcos presenta a Jesús como un hombre que ha vivido siempre fuera de las normas establecidas y que marchó constantemente fuera de los senderos transitados. Es el hombre que posee la libertad del viento, que no se sabe adónde viene ni adónde va. Es el hombre de “afuera”, el hombre del movimiento, de la ruta larga, de los grandes espacios, del desierto silencioso y salvaje, de las cimas solitarias y orantes, de las noches profundas y las mañanas radiantes al borde del lago. Es el hombre que no se deja frenar, encerrar, apresar, amordazar por nadie y menos por las reglas, los modelos de comportamiento, las obligaciones, las imposiciones y las prohibiciones de la religión. Vive en una independencia total de toda autoridad, tanto civil como religiosa. No reconoce ninguna autoridad que se imponga por la fuerza del temor y del poder; sino sólo por la que se despliega con la fuerza del servicio y el ardor del amor.

Él quiere ser libre de seguir siempre su camino, incluso si marcha sobre las asperezas de las zarzas, espinas, guijarros y los peligros de las aguas profundas. Nunca tiene miedo de tropezar, caer y hundirse. Tiene el coraje del aventurero y la intrepidez del explotador. Posee la fuerza, la determinación y la confianza que le vienen de la certeza de que siempre está llevado y sostenido por la mano de su Dios.

Toda la vida de Jesús transcurre bajo la enseña de “fuera”. Nacido fuera de su tierra, fuera de su casa, fuera del círculo de su familia y su parentela. Echado fuera de su pueblo. Incluso su éxito de taumaturgo y predicador itinerante se vuelve contra él, obligándolo a quedarse fuera de los pueblos y las ciudades y lejos de las muchedumbres. Sus detractores y los miembros de su familia dicen que “está fuera de sí”. Muere fuera de la ciudad. Cuando sus discípulos van a visitarlo a la tumba “donde lo dejaron” (Jn 20,15), ya está fuera y afuera.

Uno tiene la impresión de que su suprema libertad lo convierte en un hombre que jamás se deja captar, manipular, explotar, utilizar al capricho de los deseos, los planes y las intenciones de los demás. Puesto que es el hombre entregado a todos, no pertenece a nadie. Rara vez está allí donde pensaríamos encontrarlo; con frecuencia está presente donde nunca nos imaginaríamos encontrarlo.
Jesús es también el hombre del “fuera” porque construye toda su vida en una actitud constante de no centrarse en él, de darse, para ir “fuera” de sí y hacia el otro, los otros, hacia el mundo de los hombres y el mundo de Dios. De suerte que, en el evangelio de Marcos, Jesús se presenta como el hombre totalmente salido de sí mismo y enteramente consagrado, no a construir su propia felicidad, sino únicamente la felicidad de los otros.

justamente porque Jesús vive toda su vida como hombre libre e independiente, sin dejarse encerrar en los marcos fijos y establecidos de leyes, costumbres y tradiciones;
porque es indomable, imprevisible, original, único, reaccionario, nuevo e innovador en todo lo que es, lo que hace, todo lo que dice y pide;
porque vive y se comporta “fuera” de las reglas que dictan los comportamientos del buen hijo atado a su familia biológica y del buen creyente apegado a su religión;
porque hace estallar todas las convenciones, normas y paradigmas tradicionales…

Por eso suscita las inquietudes de su familia natural y de las autoridades, afectadas y preocupadas por las consecuencias de sus acciones y su predicación. Los miembros de su familia pensaban que se había desquiciado, se había vuelto loco, que había perdido la cabeza, y querían repatriarlo a la fuerza a su país natal, para evitar la vergüenza y el deshonor al clan familiar. Los miembros de la religión oficial piensan que ese hombre, hacedor de desórdenes, turbulencias, confusión y divisiones en el pueblo, era un “diabolos”, es decir uno que “divide”, que actúa bajo el impulso y la inspiración de un espíritu demoníaco.

Ninguno de los dos grupos, se dan cuenta realmente del verdadero ser del Maestro. Todo lo que les interesa, es sacarlo de circulación y desembarazarse de un individuo inquietante y fuente de problemas y de líos para ellos y para el sistema establecido.

Las actitudes agresivas y malévolas tanto de sus parientes como de las autoridades religiosas, sólo tienen el efecto de reforzar más la determinación y la independencia interiores de Jesús, que no retrocede ni un paso, no revisa sus posiciones, continúa imperturbable el camino emprendido y permanece fiel hasta el fin a la misión que cree ser suya, convencido de haberla recibido de Dios.

A su familia, su madre, sus hermanos y hermanas que lo “buscan” y que quieren “captarlo”, pero “quedándose fuera” (Mc 3,21,31), sin tratar de penetrar en el misterio profundo de su persona, Jesús responde que ellos también han de recorrer un camino de conversión, de cambio y de fe.  Ellos también han de entrar adentro, al interior de la casa donde está, sentarse en torno a él y “permanecer con él” (Mc 3,14); asumir humildemente la actitud del discípulo que escucha las palabras de su Maestro, se impregna de su espíritu, para ser capaz, como él, de calcar su vida de la voluntad de Dios (Mc 3,35).
A los escribas, que le reprochan estar poseído por un demonio, Jesús les responde que más bien son ellos los conducidos por un espíritu demoníaco, puesto que quieren impedirle hacer el bien, derramar a su alrededor amor y bondad, curar, aliviar a la gente de sus males y sufrimientos, devolver a todos esperanza, confianza, coraje y alegría de vivir.

Finalmente, este texto nos estimula, a nosotros, los discípulos de Jesús de Nazaret, a parecernos a él. Nos impulsa a ser, nosotros también, gente de convicciones y carácter, que saben permanecer de pie ante las contrariedades, las dificultades y las pruebas de la vida, sostenidos como nuestro Maestro, por la certeza de que todos somos, en este mundo, los instrumentos de un Misterio de Amor que busca comunicarse y continuarse y que nos tiene siempre en su mano.

Bruno Mori -   Montreal, junio 2018 -
Traducción de Ernesto Baquer 

vendredi 28 septembre 2018

"PARA USTEDES, ¿QUIÉN SOY YO?” - Mc. 8,27-35



(24° dom. ord. B )

            Es la pregunta que Jesús planteaba a sus amigos porque, como a cualquiera de nosotros, le interesaba saber qué opinión tenían de él. Quería conocer qué lugar y qué importancia le concedían en sus vidas. Una pregunta más que legítima, porque nadie puede vivir ni comprometerse en la existencia sin sentirse aceptado, valorado, apreciado, reconocido, por la gente de su entorno.

            Para saber si merecemos semejante reconocimiento de parte de nuestro medio y discernir mejor las actitudes y disposiciones para ser recibidos y percibidos por los demás, puede ser útil revertir la pregunta y preguntarnos: "¿Cuándo una persona es realmente importante para nosotros?"

Pienso que una persona es realmente importante para nosotros cuando:
-           nos hace felices. Nos sentimos realizados y que nuestra vida tiene sentido;
-           nos sentimos responsables de ella;
-           buscamos su felicidad más que la nuestra;
-           nos ayuda a sentirnos confiados en nosotros mismos, de manera que, por un lado, nos preocupa mucho menos el juicio de los otros, y por otro, enfrentamos la existencia con mucha más seguridad y desenvoltura;
-           nos permite vivir una relación profunda y armoniosa. Entonces, ya no nos sentimos solos. Superamos la soledad y el sentimiento de separación para entrar en una experiencia de comunión y de compartir;
-           esa persona se ha hecho, yo no diría indispensable (porque nadie es totalmente indispensable) en nuestra existencia, pero no podemos concebir nuestra vida separada o privada de ella;
-           Nos sorprendemos pensando en ella sin darnos cuenta, porque ocupa el fondo de nuestros pensamientos, porque está en el centro de nuestras preocupaciones, de nuestros deseos; y en su ausencia, sentimos un vacío y una carencia.

Si por una persona, nuestro corazón se ensancha de alegría o se achica de pena y fastidio… Entonces ¡esa persona es importante para nosotros!

            ¡Felices de nosotros si, en nuestra vida, hemos tenido la posibilidad de sentir y reaccionar así con una persona; o si hemos tenido la felicidad de suscitar en ella tales sentimientos hacia nosotros ¡ Hemos ganado la carrera de nuestra vida y triunfado en la prueba de nuestra existencia! Sin eso, nuestra vida corre el peligro de ser una colección de baratijas, una sarta de futilidades y un miserable desperdicio.

Cuando en una pareja de enamorados, uno pregunta al otro: "¿Quién soy yo para ti? ¿Qué represento yo para ti?, generalmente la respuesta es: "Tú lo eres todo para mí! ¡Tú eres quien me permite vivir!". Y frecuentemente quien plantea esta pregunta lo hace con la esperanza de oír respuestas semejantes, que no son otra cosa que magníficas declaraciones de amor. ¡Tenemos tal necesidad de escuchar a alguien decirnos que nos ama! ¡De sentir que tenemos asegurado el amor del otro! ¡Que somos importantes para alguien! ¡Necesitamos convencernos que nuestra vida merece vivirse porque es querida, deseada, apreciada por otro! ¡Porque aporta felicidad, alegría, seguridad y sentido a otro o a otros!
            Porque, en definitiva, la desgracia o el fracaso de una vida y de un individuo dependen de sentirse inútil y superfluo en este mundo, de no interesar a nadie, de no ser digno  de amor. Eso significa entonces que la salud de una vida reside en la seguridad de sentirse querido y acogido por otro; en la experiencia de sentirse importante para otro y finalmente, en la fuerza de los lazos de amor con los que nos  ligamos los unos a los otros.

            Me gusta pensar que, en el evangelio de este domingo, Jesús quiso plantear esta pregunta porque necesitaba sentirse rodeado y sostenido por la presencia amorosa y reconocida de sus amigos. Cuando se sentía rechazado y condenado por sus adversarios y veía su vida dirigirse al fracaso y la catástrofe, Jesús necesitaba asegurarse que, en su vida, no todo estaba perdido, porque podía contar con el amor de las personas que le tenían un enorme lugar en su corazón y para las cuales era muy importante, porque constituía la única razón de su vida.

            Recordemos la pregunta que un día planteó Jesús a los suyos: "¿También ustedes quieren dejarme?" Y la respuesta de los apóstoles: "¿A quién iríamos, Señor? Tú solo tienes las palabras que nos hacen bien y nos ayudan a vivir (Jn. 6,66-69).

            Jesús, al plantear esta pregunta de "Para ustedes ¿quién soy yo?", interpela a cada uno de sus discípulos y por tanto a cada uno de nosotros, sobre el lugar que le damos o que le dejamos en nuestro corazón. "Para ustedes ¿quién soy yo?" ¿Un personaje extraño, peculiar, como hay muchos en la historia? ¿Un fenómeno cultural? ¿Un reaccionario, un anárquico que no puede aceptar las costumbres establecidas, las leyes, las tradiciones de sus antepasados? ¿Soy un innovador que les aporta una palabra nueva, una nueva enseñanza que les abre los ojos, que los saca de la ignorancia y la opresión? ¿Qué les ayuda a recuperar confianza, dignidad, libertad? ¿Que propone una concepción totalmente nueva de Dios?

            ¿Ustedes están conmigo por deber, por costumbre, por obligación, por miedo?... ¡O están conmigo porque un día me encontraron, porque me eligieron? ¿Porque fueron conquistados, fascinados por mí; porque sintieron que vuestra vida podía transformarse con mi presencia; porque descubrieron que no soy ni hablo como los demás, y que les aporto algo que los demás hombres, los demás Maestros, no son capaces de darles? ¿Porque han sentido que soy la única persona capaz de responder a vuestras esperanzas de sentido, seguridad y paz interior, de perfeccionamiento, realización humana y felicidad? ¿Por qué han comprendido y sentido que era la única persona a la que podían confiar su existencia, con la certeza de no perderla, sino de cumplirla, realizarla y salvarla? "El que quiera salvar su vida, debe perderla confiándomela… porque el que sea capaz de perder su vida por mí, la salvará".

            Quizá la palabra que el Señor nos dirige hoy quiere cuestionarnos sobre las motivaciones reales de nuestra adhesión a la fe cristiana y sobre la calidad de nuestras relaciones personales con Jesús de Nazaret. La única pregunta que debemos plantearnos con respecto a él es, en definitiva, la siguiente: "¿Estamos nosotros con él porque lo encontramos un día personalmente y nos fascinó? ¿Por qué un día lo elegimos libremente como nuestro Maestro y nuestro guía? Finalmente, ¿estamos con Jesús de Nazaret porque lo amamos y lo admiramos?

            ¿O estamos con él porque nos lo impusieron las circunstancias de la vida y continuamos con él por tradición y por costumbre, como se guarda un mueble viejo que nos legaron nuestros parientes? En otras palabras, ¿somos cristianos por elección? ¿Por convicción personal? ¿Porque fuimos sorprendidos y conquistados por la personalidad y la calidad humana de Jesús de Nazaret, tanto como por los valores de vida que nos comunica? ¿O nuestro cristianismo es sólo cierta coloración cultural que no cambia realmente ni nuestro corazón ni la calidad de nuestra vida?

            Esos son los interrogantes importantes que el Evangelio de este día plantea a nuestra coherencia cristiana y a la verdad de nuestra fe.


Bruno Mori – Septiembre 2018 -

Traducción de Ernesto Baquer


El Hombre que da el pan…- Jn 6,24-35


(18° dom. ord. B )

Hoy sabemos que el proceso evolutivo del cosmos y de las especies vivientes sobre la tierra se realiza a través de una secuencia ininterrumpida de fracasos y éxitos, de cambios apocalípticos y de fabulosas realizaciones. Y así, asistimos a lo largo de la historia de la humanidad, a la continua y regular aparición tanto de desastres como de obras maestras de humanidad; a gentes que son vergüenza y deshonor de la raza humana, como a otros que son nuestra gloria y orgullo. Vemos aparecer personajes lúgubres que desearíamos nunca hubieran existido porque oscurecieron y barbarizaron la historia humana con los horrores de sus crímenes y su maldad.

Pero asistimos también a la aparición de figuras de hombres y mujeres que son como estrellas que surgen al azar de las energías atractivas que modulan la conformación del Universo y que, durante millones de años, alumbran con su luz la inmensidad de los espacios galácticos.

Así, entre los fracasos tan sólo de un pasado reciente, pensemos, por ejemplo, en los tristes personajes de Hitler, Stalin, Pol-Pot; o más cerca de nosotros, en los miembros de los movimientos integristas islámicos del Medio Oriente (talibanes, Isis), en algunos tiranos de países africanos, en ciertos presidentes de las grandes potencias modernas…

Entre los éxitos de la evolución humana, podamos nombrar figuras como Buda, Lao, Platón, Jesús, Teresa de Ávila, Dante Alighieri, Miguel Ángel, Shakespeare, Mozart, Beethoven, Martin Luther King, Kierkegaard, Gandhi, Einstein, Nelson Mandela, Drewermann, Leonardo Boff, etc… Personas que son modelos y fuente de inspiración para todos los Humanos. Son faros que iluminan e indican el camino a recorrer. Son hacedores de esperanza y belleza; profetas que anuncian la posibilidad de un mundo nuevo, diferente y mejor. Son los poseedores de una sabiduría real. Nos comunican intuiciones y visiones singulares sobre la Realidad. Nos revelan sueños y proyectos inéditos, con frecuencia desestabilizadores, cierto, pero con el poder de interpelar, hacer pensar, plantear y proponer desafíos e invitar a la raza humana a caminos nunca recorridos, a fin de hacernos progresar hacia horizontes más vastos y realizaciones y formas más logradas de humanidad.

Jesús de Nazaret forma parte de esa categoría de humanos especialmente inspiradora y lograda. Así fue visto por sus admiradores y presentado por la literatura cristiana del siglo primero. Así los autores cristianos de los evangelios lo describen como el hombre que supo realizar en su persona la síntesis más completa y perfecta de las cualidades humanas, al punto de considerarlo como una maravilla y un milagro de humanidad; como un hombre venido de Dios; como un don del Cielo a los hombres; como el metro y la forma con la que cada uno de nosotros debería, en adelante, medirse y modelarse para lograr la construcción de nuestra propia humanidad. Así, para esos autores antiguos, Jesús es el "Hombre" y el "Maestro" por excelencia, sobre cuya palabra, enseñanza y espíritu, todo humano podría conformarse y modelar su vida.

De ahí por qué, en el texto del evangelio que acabamos de leer, el evangelista Juan, inclinado a las imágenes y los símbolos, como todos los autores antiguos, presenta a Jesús como pan, alimento, fuente de agua viva, luz, que cada uno debe buscar, si pretende satisfacer su hambre y su sed de absoluto, verdad, gratificación, sentido, felicidad: hambre y sed que cada ser humano normal, un día u otro, siente en la profundidad de su corazón.

Juan, con los otros autores cristianos del siglo primero, vio en Jesús un ejemplar de hombre tan completo, que su ejemplo, la reflexión sobre sus principios, convicciones, actitudes, fuerzas y virtualidades que rigieron su vida, pueden en gran manera ayudar e inspirar a los y las que, en actitud de confianza amorosa y admirativa, aceptan adoptarlo como referencia última y fuente de inspiración, con el fin de construir su existencia sobre el modelo y la forma de su humanidad.

El evangelio de este domingo nos asegura que los cristianos que aceptamos seguir a ese Maestro y modelarnos sobre su espíritu, seremos nuevas criaturas, personas de cualidad "superior". Ya no individuos replegados sobre nosotros mismos, exclusivamente ocupados y preocupados en poner en marcha nuestro pequeño bienestar y nuestra pequeña felicidad personal; individuos que acumulan y consumen "cosas", y cuyos intereses se limitan a satisfacer las primarias y biológicas necesidades personales…

El evangelista Juan nos asegura que los humanos que buscamos a Jesús por el pan que nos puede ofrecer, podemos tener la posibilidad de llegar a ser individuos diferentes: abiertos, capaces de tener hambre y sed de valores menos terrenales, más elevados y espirituales. Lo cual significa que la imitación y el seguimiento del Maestro de Nazaret puede hacer de nosotros individuos capaces de espiritualidad, es decir capaces de interesarnos en realidades y contenidos diferentes a los que conciernen únicamente el comer, ganar, poseer, acumular, consumir, disfrutar de buenos momentos y del placer.
Permanecer con el Nazareno puede hacernos tomar conciencia que, en cuanto humanos, tenemos un destino particular en este mundo; que estamos llamados a vivir un nivel superior de conciencia; que hay en nosotros algo que nos hace diferentes de los animales, porque somos capaces de pensar, maravillarnos; capaces de don, altruismo, bondad, ternura y amor. Porque somos portadores de una profundidad y un misterio que nos sobrepasa y que, por ello, podemos interrogarnos sobre las razones y la presencia del sufrimiento, del bien y del mal; sobre el sentido y el fin de nuestra vida y de nuestra muerte; podemos ser lo bastante sensibles espiritualmente como para vibrar en consonancia con la Realidad o el Misterio Último que llamamos "Dios".

Permanecer con el Maestro puede ayudarnos mejor a orientarnos en la vida, a descubrir los comportamientos, proyectos, búsquedas y conquistas que den verdadera consistencia, cualidad y profundidad a nuestra existencia y a construirnos como personas enriquecidas con auténtica sabiduría y una forma atrayente de humanidad: una humanidad que se manifiesta y despliega como benevolencia, tolerancia, bondad, compasión, atención y cuidado, tanto por nuestros hermanos humanos como por el bienestar y la salud de nuestro Planeta. Por eso, Juan hace decir a Jesús que puede darnos una paz capaz de mantenernos en vida para siempre, ahora y por la eternidad.

Este texto quiere finalmente hacernos comprender que el pan que da la vida no es el pan que se recibe y se come, sino el pan que se comparte.  Si estás conquistado por su personalidad; si estás animado por su espíritu; si tú llegas a ser el buen pan que él ha sido, sabrás lo que significa vivir plenamente. Si tú te das, te realizarás y serás feliz. Si retienes todo para ti y no das nada de ti, te perderás; tu vida estará vacía, disminuirás en humanidad y serás un individuo mezquino, triste y solo.

Por ello, esto evangelio nos emplaza hoy en un desafío radical: ¿cuál es mi luz, mi alimento, mi agua? Dicho de otra manera; ¿quién es el Señor de mi vida? ¿Dónde puedo encontrar la fuente verdadera de mi humanidad?


Bruno Mori – 2 agosto 2018  

Traducción de Ernesto Baquer