vendredi 30 décembre 2016

NAVIDAD SU SIGNIFICADO

Original francés:
Hay varias formas de intentar aproximarnos a Dios, de aprehender lo sagrado y las diferentes corrientes religiosas o espirituales existentes que nos proponen diferentes caminos de acceso. Podemos encontrar a Dios o signos de su presencia en lo Bello, lo Bueno, la Verdad, el Amor, la bondad, en la pureza de corazón, la rectitud de nuestros pensamientos y acciones, en la meditación, la renuncia, nuestra realización, nuestro ser profundo, en la naturaleza, la armonía o las conexiones entre las cosas…

Todos llevamos en nosotros un impulso hacia lo absoluto, la Verdad, hacia Dios, hacia la plenitud, pero los caminos que llevan a la cima de la montaña son numerosos, probablemente tantos caminos diferentes como seres humanos. Los caminos no faltan, pero tenemos que saber cual elegir. Las corrientes religiosas son los postes indicadores que sirven para indicarnos qué camino es practicable, porque otros los han emprendido antes que nosotros.

Todos tenemos una sensibilidad más o menos grande a la presencia de lo Divino en nuestro mundo y una preocupación más o menos grande por la cuestión.
Hay hombres que han tenido una intuición, una sensibilidad particular, hombres que han sabido comprender y ver cosas que el común de los mortales no es capaz de percibir. Hay hombres faros que han venido a iluminar nuestro mundo, a guiarnos, a revelarnos sobre lo divino, a mostrarnos la dirección que tomar para intentar aproximarnos a lo divino.

Podemos comprender la Navidad de diferentes formas. En un primer nivel, Navidad es el aniversario del nacimiento de uno de esos hombres faros, un hombre fuera de lo común, que nos inspira y queremos tomar como maestro. En un nivel más tradicional, Navidad es el nacimiento del Hijo de Dios o de un hijo de Dios particular. Los cristianos vemos también en la Navidad, la representación de la venida de Dios entre nosotros o el símbolo de la encarnación, de la irrupción de Dios en el mundo de los hombres. Es también Dios que se revela a los hombres, que se da a conocer a través de la voz de Jesús.

Pero podemos también verlo en otro sentido, que la Navidad, para los humanos es la apertura de una nueva puerta al Absoluto. A través del nacimiento de Jesús y más tarde de su enseñanza, es el advenimiento en nuestro mundo de un nuevo camino que lleva a Dios. Es la llegada al mundo del conocimiento, de la toma de conciencia de una nueva manera de ser que nos acerca a Dios. Porque la “venida de Dios en nuestro mundo o en nuestro corazón”, no es algo pasivo, se necesita una cierta disposición de corazón y de espíritu para recibirlo.

Otras puertas se abrieron antes, otros caminos se indicaron en otros tiempos, como el noble Sendero Óctuplo preconizado por Gautama Siddhartha, el Buda, para esperar su iluminación. Según este sendero, hay que aplicar una serie de preceptos a nuestra vida, como la Palabra justa, la acción justa, los medios de existencia justos, el pensamiento justo, etc. para llevar nuestra alma a su plenitud.
Pero para nosotros cristianos, es Jesús quien nos abrió la puerta buena, y la llave de esta puerta es el Amor: si el Amor de Dios, Amor verdadero, guía nuestro caminar, entonces marchamos en la buena dirección, con el rostro vuelto hacia la luz, marchamos hacia Dios.

Para nosotros, cristianos, Jesús es quien nos indica el camino a seguir, nos muestra el camino, pero al mismo tiempo es él mismo el Camino, la Verdad y la Vida (cf Juan). Es decir es él quien nos ha enseñado y mostrado con su ejemplo qué debemos hacer para acercarnos a Dios, y por tanto vivir plenamente nuestra vida; pero, al mismo tiempo, si habita en nuestro corazón, si su Espíritu y su Amor habitan en nosotros, él nos transforma desde dentro, abre nuestro corazón y nuestra inteligencia a la verdad y por eso mismo nos guía en la buena dirección desde dentro.

Pero la presencia del Amor de Dios, de lo sagrado, en nosotros es, como el niño Jesús envuelto en un pesebre, algo infinitamente bello, precioso, pero tan frágil, tan vulnerable. Algo que cuidar muchísimo, que alimentar, con mucha dedicación para ayudarle a crecer. Tenemos que morir en nosotros (nuestra ceguera, nuestros egoísmos, nuestros celos, nuestras estrecheces, etc)… como Jesús quien finalmente fue llevado a la muerte, a causa de la maldad de hombres que no estaban dispuestos a recibir un hijo de Dios.

Entonces, a fin de cuentas, Navidad es cada vez que somos capaces de hacer renacer en nosotros, una y otra vez, un Amor de Dios verdadero y que nos dejamos guiar por El.


Susanne Schoenbacher

Traducción de Ernesto Baquer

LA RESURRECCIÓN DEL CRISTO - Mt 28

Una nueva comprensión


ORIGINAL: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2013/04/la-signification-de-la-foi-en-la.html.

Se pueden hacer toda clase de hipótesis para tratar de explicar el misterio de la resurrección del Señor. Sin embargo, una cosa es históricamente cierta: después de la muerte de Jesús algo extraordinario pasó en el corazón y el espíritu de sus discípulos. Ellos vivieron una experiencia humana y espiritual única y poderosa. Fueron embargados y trastocados por una certeza extraña: Dios había intervenido para ratificar la vida, la acción y la enseñanza de Jesús; Dios arrebató a Jesús con El; Jesús estaba vivo con Dios y en Dios. Por tanto su proyecto, su sueño (de un mundo regido por los valores de Dios) no habían muerto con él, sino que continuaban después de su muerte. Y ello de una forma tanto más poderosa y eficaz cuanto que su causa había tenido el apoyo del mismo Dios.
Fue fundamentalmente este hecho lo que contrarió al máximo a las autoridades religiosas judías del tiempo. Pensaban haber terminado de una vez por todas con el caso de Jesús de Nazaret, y colocado una piedra sobre el movimiento espiritual surgido de su predicación. Lo que los volteó y desestabilizó totalmente, no fue tanto el hecho, real o no, de una supuesta resurrección física de aquel que habían eliminado, sino el hecho de que su enseñanza, su mensaje, su espíritu revivieran con más fuerza, precisamente después de su muerte. Para ellos, Dios no podía haber actuado en favor de este delincuente crucificado.

La fe de los discípulos en la resurrección de Jesús, no era tanto la afirmación de un hecho físico e histórico, ni la afirmación de una verdad teórica abstracta, como podría serlo la creencia en la vida después de la muerte, sino que esa fe se fundaba más bien en la convicción de que la Causa de Jesús había recibido la aprobación de Dios, y que por tanto era una Causa que, a cualquier precio, había que perpetuar, por la cual valía la pena luchar y morir, y que era para eso que Dios, a través de Jesús, los había elegido.

Creer en la resurrección de Jesús significaba, por tanto, para sus discípulos, creer que su palabra, su proyecto, su utopía, por así decirlo, entraban en el plan de Dios, y que su realización señalaba un giro nuevo a la historia humana y ahora constituía el fin fundamental de sus vidas.

 El cristianismo nació de esa fe y esa convicción. Si nuestra fe reproduce la fe de Jesús (su visión de la vida, su idea de Dios y del hombre, sus valores, sus opciones religiosas, sociales y políticas, su disposición hacia los pobres, los culpables, los fuera de la ley, su actitud frente al poder, etc), será tan difícil y conflictiva como la de Jesús y la de los primeros testigos del evangelio. Comprometerá nuestra vida en un combate sin pausa contra los poderes de este mundo. Pero, sólo a ese precio, podrá su causa abrirse camino y sembrar semillas de resurrección y de vida nueva en nuestra humanidad.
Al contrario, si reducimos la resurrección a una simple creencia en la supervivencia más allá de la muerte, o, en el caso de Jesús, en un hecho físico e histórico milagroso producido hace dos mil años en Palestina, una resurrección de ese tipo, entonces, estará vacía de contenido por lo que concierne a la causa de Jesús. No tendrá sentido ni importancia para nadie. No movilizará a nadie para continuar la obra y la Causa del Maestro de Nazaret. No irritará, ni preocupará a ninguna autoridad ni poder de este mundo. Se reducirá a un milagro realizado por la omnipotencia divina, que, a lo más, si no produce nuestra sonrisa, nos deja estupefactos, pero que no cambiará en nada nuestra vida ni la historia de los hombres.

Lo importante pues, no es tanto creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en él, sino tener su misma fe. Si nos anima y transporta su fe, percibiremos que el mundo de arriba y el mundo de abajo no son dos mundos opuestos y reparados, sino dos realidades que se funden la una en la otra. Nos corresponde a nosotros, los creyentes en Jesús, la tarea de descubrirlos, acercarlos, hacer nacer y aparecer el mundo de arriba en el mundo aquí abajo, para que sea sembrado con los valores de Dios, de la misma forma que esos valores impregnaron el alma y el espíritu de Jesús y transfiguraron toda su existencia. "Busquen las cosas de arriba", como pedía san Pablo a los cristianos de su tiempo, es querer realizar en nuestro mundo la Causa de Aquel que nosotros, los cristianos, rechazamos considerar borrado para siempre de la tierra de los vivos.

 (Inspirado de una reflexión en español de Koinonia, Servicio Bíblico Latinoamer​icano)

Bruno Mori -
Traducción de Ernesto BAQUER 

«… ES GRANDE LA MUERTE, DENTRO ESTÁ PLENA DE VIDA» (Félix Leclerc) - Mt 25, 31-46


El Dios-Fuente-Original-del Ser y Energía Fontal que todo hace vivir  -  Día de los  fieles difuntos 
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2014/11/cest-grand-la-mort-cest-plein-de-vie.htmlOriginal: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2014/11/cest-grand-la-mort-cest-plein-de-vie.html.

La Iglesia católica pretende ser capaz de informar a sus fieles lo que pasa después de la muerta. Su doctrina sobre el tema, sin embargo, sólo consigue ser una amalgama de afirmaciones extravagantes y fantasiosas, en gran parte extraídas de la mitología griega antigua, las creencias religiosas judías del tiempo de Jesús, y los enunciados de la filosofía helenística (estoicismo y neoplatonismo) de los tres primeros siglos de nuestra era.

Durante siglos la enseñanza de la Iglesia sobre la suerte de los fallecidos nunca suscitó ni discusiones ni oposiciones notables entre los fieles. Hoy, el cambio cultural causado por la evolución de las mentalidades, la generalizada escolarización, el desarrollo y crecimiento de los conocimientos, el progreso de las ciencias, un espíritu más esclarecido y crítico, todo ello ha provocado que los antiguos conceptos e imágenes con los que la doctrina católica buscaba ilustrar y explicar la existencia después de la muerte, son, no sólo incomprensibles, sino totalmente caducos e inadmisibles.

Nuestra sociedad occidental ha roto definitivamente con la visión mítica de la realidad que ha sido, al menos hasta el siglo XVIII, la base de la mayoría de los dogmas y creencias en el seno de la Iglesia católica. La gente de la modernidad abandonó   desde hace tiempo la antigua cosmología de dos mundos o realidades superpuestas: un mundo habitado por Dios y un mundo habitado por los humanos, dependiendo este último, en todo, del mundo de Dios y buscando asumirlo y apropiárselo. La gente hoy está influenciada por esquemas cognitivos que están años luz de las preocupaciones y disquisiciones trascendentales de las filosofías y corrientes religiosas de los tres primeros siglos que marcaron la formación de las doctrinas y dogmas del cristianismo.

Ya no creen en un alma inmortal que, en el momento de la muerte, se libera del cuerpo en el que estaba prisionera, para volver a la Fuente divina que la había creado directamente. Para los modernos, la función del alma ha sido reemplazada por la actividad del cerebro. Por así decirlo, el cerebro es el alma de la persona. La gente de nuestro tiempo sabe que nuestra identidad personal, así como nuestra conciencia, son esencialmente dependientes de los procesos bioquímicos en marcha en el interior de nuestro córtex cerebral; y que la muerte, poniendo fin a esos procesos, destruye definitivamente nuestra identidad personal y por tanto torna totalmente imposible toda vida consciente.

Para la gente de nuestro tiempo, una supervivencia individual después de la muerte física, así como un paraíso, un purgatorio, un infierno, percibidos como "lugares" o situaciones existenciales donde se abocaría nuestra alma, donde se conservaría nuestra singularidad y donde se sentiría de manera consciente no sólo amor, alegría felicidad, paz, sino también dolor y odio, sólo pueden ser construcciones de nuestra imaginación creadas por nuestra necesidad de seguridad y protección; o una proyección de nuestro deseo de vivir para siempre en un estado de felicidad que nos gratificaría totalmente.

Ciertamente, para los cristianos modernos el trabajo de eliminación, decantación, transformación y puesta al día de nuestras creencias religiosas no es una tarea fácil. Un trabajo que no se realiza sin traumatismos y trastornos interiores. En efecto, estamos obligados a abandonar una visión del más allá, que nos era familiar, profundamente anclada en nuestro inconsciente colectivo y que, después de todo, era bastante clara, tranquilizante y satisfactoria: "Dios allá arriba, en su paraíso fuera de nuestro mundo, creó nuestra alma inmortal. A la hora de la muerte, el alma se presenta ante Dios que nos recompensa o nos castiga después de un minucioso examen de nuestras acciones. En la segunda venida de su Hijo Jesucristo sobre las nubes del cielo, cuando los ángeles toquen las trompetas del juicio final, Dios resucitará a todo el mundo; unirá las almas con su cuerpo y habrá un mundo nuevo y una tierra nueva donde los justos serán felices en el paraíso con Dios y los malos arderán por siempre en el infierno con los demonios". Claro, neto, preciso y justo…, pero absolutamente indigesto e inadmisible. Nadie hoy es capaz de ingerir y tomar en serio planteo semejante. Y eso porque la visión del mundo y la idea de Dios que suponen estas antiguas creencias son incompatibles con la nueva percepción del mundo forma parte del bagaje cultural de la gente de hoy.

Los extraordinarios progresos realizados por las ciencias físicas y los descubrimientos astronómicos de los últimos cincuenta años han transformado completamente nuestra percepción de la realidad y nuestra idea de Dios. Se percibe el Universo como un Todo que surge de un Vacío inmensamente energético que se desarrolla en una red admirable de atracciones, interrelaciones, conexiones, intercambios entre todas sus partes y según dinámicas internas inspiradas por una misteriosa y admirable lógica que se muestra extraordinariamente "amable». Una lógica que busca la evolución del Universo hacia una complejidad siempre mayor y a manifestarse como energía creadora de unidad, armonía y belleza según los armónicos que al parecer poseen las características y las resonancias del amor. Esta "Lógica amorosa", esta "Fuente y Fundamento Último" de todo ser, este "Misterio y Milagro Original", esta "Energía benévola" son tantos apelativos con los que, en adelante, las gentes de la modernidad buscan nombrar a Dios.

Este Dios, ya no es percibido como Entidad fuera de este mundo, como afirmaba el mito antiguo, sino como interioridad profunda y abisal de todo lo que existe. Es el "adentro" de la realidad. Es el corazón, el soplo, el dinamismo, la energía, la inspiración, el espíritu que provocan que el Universo, expresión de su presencia, sea un "cosmos" y no un "caos"; y ello gracias al despliegue de virtualidades espirituales y amorosas que lo penetran desde todas partes, , lo alumbran, lo estructuran, lo organizan, lo armonizan y lo vuelven fecundo en belleza y vida.

En este Universo, brotado de la Fuente Original del Amor, el ser humano aparece como una realización evolutiva de excepcional importancia. Gracias al éxito de este logro evolutivo, la Energía Original ha sabido manifestarse y encarnarse en el mundo como "amor personal", con el fin de, finalmente, poder amar de forma consciente e inteligente. Entonces, el ser humano puede considerarse como una chispa de la forma como Dios se manifiesta y ama en el mundo. También podemos decir que, en el cosmos, la finalidad de la presencia de la humanidad, y su función primordial, consisten en encarnar y difundir, de forma consciente, el Amor cuya fuente Original la hizo capaz. Por ello, el ser humano está aquí para amar. Podemos decir que es el corazón de Dios en la tierra. En el universo es el instrumento más sofisticado del amor de Dios. Es por medio del humano, capaz de amor consciente, gratuito y desinteresado, como Dios mejora, transforma y hace evolucionar su creación hacia más altas realizaciones.

De esta visión de la realidad y la finalidad del hombre, podemos extraer varias consecuencias. Aquí algunas de ellas:
Dios pertenece a la definición del ser humano; éste debe mirarse a partir de Dios.
Si el hombre falla a la tarea de amar, reniega la verdad profunda de su ser y pierde la razón de su presencia en el mundo. El amor en nosotros es la impronta de la presencia de Dios en las profundidades de nuestra persona.
Cuando amamos, nos convertimos en seres divinos, porque es Dios quien ama a través nuestro, a fin de perfeccionar su creación.
La única verdadera felicidad que podemos tener en cuanto humanos es permitir que todo nuestro ser biológico sea confiscado y acaparado por el amor.
Si nos dejamos acaparar por el amor, somos acaparados por Dios y vivimos de Dios y en Dios. Participamos de su naturaleza y por tanto de su eternidad.
Si le permitimos a Dios amar a través nuestro, seremos introducidos, desde ahora, en una forma humana de experiencia de Dios que se manifestará en el vivir de nuestra existencia como sensación de alegría, paz, exaltación, confianza, abandono, crecimiento y plenitud.
Sensaciones que son ya anuncio y preludio de una felicidad real y posible que espera probablemente a aquellos y aquellas que dejan el mundo con el corazón repleto de amor.
Esta visión de las cosas puede alumbrar con nueva luz el misterio de nuestra muerte. Si vivimos en el amor, vivimos en Dios; y cuando más hagamos crecer nuestra capacidad de amar, más aumentará también nuestra unión con el Dios-Amor, y nuestra inmersión en su ser y en su eternidad.  Y eso a pesar de nuestra muerte biológica. Nada de lo que nos sucede puede separarnos de Dios o impedir el crecimiento del amor en nosotros. Ni siquiera la muerte. Si morimos en el amor, morimos en Dios y en Dios permaneceremos. Porque nada ni nada nos puede separarnos del Todo de Dios.

Claro que podremos haber sido tan sólo una pequeñísima gota de lluvia evaporada del océano inmenso del amor de Dios. Pero me gusta creer que nuestra muerte será como el retorno de la gota al océano que la generó y con el que se fusionará en un abandono total y con la satisfacción de reencontrarse por fin en su elemento. Quizá pierda su identidad, pero en adelante será parte del Gran Océano.

Es lo único que podríamos afirmar sobre después de nuestra muerte. Todos los discursos de las religiones son sólo fantasías y especulaciones sin fundamento.


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer 

EN EL HERMANO ENCONTRAMOS LA PRESENCIA DE DIOS - Mt. 25, 31-46

Ultimo domingo del tempo ord A

En este relato de la venida del Señor al final de los tiempos que encontramos en el capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, la cosa está en elegir entre los buenos y los menos buenos. La parábola busca que seamos conscientes del hecho que el amor a Dios, que se nos predica por todas partes, no es algo evidente para el hombre. Ese amor está allí donde no lo buscamos, y no está donde querríamos encontrarlo. Incluso ese amor a Dios puede ser, frecuentemente, un señuelo o una excusa que nos exima de amar a los únicos seres que seríamos verdaderamente capaces de amar: nuestros hermanos humanos. Todo amor hacia Dios que no se concreta como amor humano hacia nuestros hermanos, es un mito que puede extraviarnos en los caminos de la utopía y la ilusión.
Las religiones nos dicen de amar a Dios. ¿ Lo podemos de una  manera verdaderamente humana? ¿Es posible un sentimiento amoroso hacia Dios en los humanos, cuyos mecanismos de amor son desencadenados sólo por intermedio de nuestros sentidos? ¿Entonces, cómo amar a Dios con un amor humano, (porque somos indudablemente humanos), si el objeto de ese amor es una Entidad inefable, una Energía inimaginable, inasible, invisible, desconocida, muda, ausente, cuya existencia es incluso discutible?

Sin embargo, Jesús de Nazaret nos dice que es posible amar a Dios, pero nunca Jesús enseñó que hace falta amar à Dios directamente; sino que Dios solo puede ser amado en la persona de nuestro hermano humano y a través del amor que le tengamos al prójimo. Hay gentes que están tan preocupadas de complacer a Dios, de saber si sus vidas y sus comportamientos son conformes o no a su voluntad y a sus mandamientos, tan preocupados por hacer sus deberes y ser hijos disciplinados y "buenos", que no ven a las personas a su alrededor. La importancia o el lugar que le dan a Dios y a la religión, los apartan de sus hermanos y los vuelve insensibles y ciegos a sus necesidades.

Es bastante fácil tener el deseo de complacer a Dios. Lo difícil es tener el deseo y la preocupación de complacer a nuestro prójimo. Lo más difícil, en realidad, no es amar al buen Dios del cielo, sino amar al hombre concreto, rudo y frecuentemente delincuente  de la tierra.

Este relato evangélico trata de hacernos comprender que debemos amar a los otros, no por Dios, sino por ellos mismos. Te he de amar, a ti que te encuentro, a ti que estás en mi camino; porque tu presencia en este mundo es importante, porque el universo te necesita y yo también te necesito; porque tu suerte me interesa, porque tu sufrimiento me conmueve, porque quiero contribuir a tu felicidad. Jesús nos dice que la única forma humana de amar a Dios, consiste en amar a nuestro prójimo en quien Dios vive y se manifesta. "¿Cómo puedes decir que amas a Dios a quien no ves, si no eres capaz de amar al hermano a quien ves?" En este texto del juicio final, la diferencia entre los colocados a la derecha y a la izquierda, está en la empatía que unos han tenido y los otros no. La empatía es la capacidad de sentir con, padecer con, tener compasión, ponerse en la piel del otro y sentir lo que el otro vive en su corazón. La diferencia entre los dos grupos consiste en que unos se dejan afectar, interpelar, tocar por los que los rodean, mientras que los otros levantan barreras, se protegen, asumen una actitud de defensa, desconfianza, y por tanto, indiferencia y rechazo. Los de la derecha entran y participan en la vida del otro, los de la izquierda se quedan afuera, impermeables a lo que los demás viven, y por tanto indiferentes e insensibles.

Sentir empatía (compasión: padecer con) entonces, es dejarse implicar, dejarse copar por y en el destino del otro. Y no podemos penetrar en la vida del otro sin ser afectados, transformados. La empatía y la compasión nos cambian. Porque si nos dejamos tocar por los otros, si los otros penetran en nuestro corazón, nos convertimos inevitablemente en personas nuevas, remodeladas a imagen de los otros, enriquecidas con todas las riquezas que aportan los otros. Adquirimos un suplemento de corazón, alma y espíritu. Una vida así abierta a los otros nos pone en comunión con el mundo entero. Nada ya nos es extraño.

Nos convertimos en familiares y amigos de todo lo que existe en nuestro entorno, porque nuestro corazón late al ritmo del corazón de Dios. Nosotros nos "divinizamos" porque tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Dios. En consecuencia, podemos sentirnos en comunión con todo lo que existe en el Universo; unidos a los árboles, a las flores, a los pájaros, a los ríos y al mar, a los niños y a los ancianos, a los que tienen dolor y a los que viven en alegría, al arco iris y a las galaxias. La vida se convierte en una emoción intensísima y de maravillosa riqueza interior. Nosotros nos construimos como personas que poseen una calidad superior de humanidad; en el amor nos humanizamos; sin el amor nos deshumanizamos… y perdemos el propósito de nuestra presencia en este mundo.

La Madre Teresa trataba de curar un día a un moribundo cubierto de llagas infectadas en una calle de Calcuta. Un periodista al verla le pregunta: "¿Por qué hace usted esto?" Esperaba que ella contestara: "Por Dios". Pero ella respondió "Porque tengo compasión de esta persona". "¿Por amor a Dios», retrucó el otro? "No, por amor a este hombre y porque su sufrimiento impacta mi corazón". El periodista añade: "Yo no lo haría aunque me ofrecieran un millón de dólares"- Yo tampoco" , respondió la Madre Teresa. "Aunque el mismo Dios le pidiera hacerlo", alegó el periodista. "No". "¿Y si Dios no existiera?, le objetó de nuevo a la madre Teresa. "Yo no amo por Dios. Siempre actúo por amor hacia aquellos y aquellas que he encontrado en mi vida".

No sé si el que dice amar a Dios lo ama verdaderamente, pero estoy convencido  que esto evangelio nos enseña que el amor que sentimos por nuestro semejante es la única manera humana que tenemos, lo sepamos o no, de amar a Dios.


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer

« DEN AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR…» Mt 22,15-21

 JESUS Y LA POLÍTICA

 29° dom to A



El evangelio de Mateo fue escrito alrededor de los años 80-90 para los judíos de Palestina que habían abrazado el nuevo movimiento espiritual surgido del Profeta de Nazaret. La ciudad de Jerusalén, centro emblemático de la religión judía y símbolo de la fe en el verdadero Dios, había sido arrasada, con su Templo, en el año 70, por el ejército romano de Tito. Así que, 10 años después, la comunidad cristiana de Mateo se planteaba un problema de conciencia: ¿hay que oponerse a la autoridad establecida? ¿Hay que obedecer a la autoridad ocupante? ¿Debemos someternos a sus imposiciones? ¿Debemos pagar los impuestos del invasor, personificado en el emperador de Roma que se considera la encarnación de Dios sobre la tierra y que se hace llamar "Deus, Optimus, Maximus, Dominus Deus Omnipotens"?

De ahí el origen de este texto de Mateo y de las palabras que pone en labios de Jesús, en polémica con los fariseos: "Muéstrenme la moneda del impuesto… Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Anécdota si queremos cómica, donde al oponente le salió el tiro por la culata, pero donde se manifiesta también la agudeza intelectual y la profundidad asombrosa de las intuiciones espirituales y religiosas del Maestro. Diatriba curiosa de hace dos mil años, ¿guarda algún interés para nosotros, cristianos del siglo XXI? Veamos.

"Den al César lo que es del César". Jesús no es un político. Es un hombre de Dios, un maestro espiritual y un profeta. Por lo tanto no está interesado en los manejos políticos ligados a la lucha por el poder. Para él, es válida cualquier autoridad política, con tal que sea humana, justa y preocupada por el bienestar de los ciudadanos. En caso contrario, no tiene legitimidad, ni merece existir y debe ser cambiada o reemplazada. En los evangelios, vemos que Jesús se abstiene regularmente de toda tentativa de parte de sus contemporáneos de implicarlo en la carrera del poder o en los movimientos nacionalistas de rebelión u oposición a las autoridades políticas de su tiempo. La oposición y la crítica de Jesús no se dirigen jamás contra las autoridades civiles y laicas, sino siempre contra las autoridades religiosas de su época. Si Jesús se refiere a categorías de personas, sus críticas no van a los oficiales del ocupante romano, sino hacia los miembros de la jerarquía religiosa judía que monopolizan a su favor la ley mosaica, que controlan la observancia religiosa que determina la buena o mala calidad de las personas ligada a su integración o exclusión en una sociedad constituida por "puros" e "impuros".

Por tanto, hay que decir que, en general, Jesús no se mete en la forma como los políticos estructuran y gestionan la sociedad civil. Jesús es esencialmente un reformador espiritual. Piensa ser el intérprete fiel del pensamiento, la voluntad, los sentimientos de Dios, que busca dar a conocer a aquellos y a aquellas que quieran escucharlo. Jesús está convencido que tiene una misión que cumplir entre los hombres, que consiste no en enseñar cómo construir y dirigir una sociedad, sino como construir un hombre nuevo y una existencia que sea verdaderamente humana y espiritual; y como orientar y dirigir nuestro corazón a través de los meandros del egoísmo, la codicia y el mal, para que guardemos el candor de un corazón de niño. Jesús apareció entre nosotros no para legitimar o justificar ciertas formas de poder, sino para contarnos cuentos, comunicar visiones, hacer nacer la esperanza, suscitar impulsos y deseos, encender el fuego del interés y el amor hacia los hermanos humanos. Finalmente, Jesús nos dejó "valores" que tienen la capacidad de curar, mejorar y transformar toda forma humana y política del poder. En efecto Jesús es ferozmente contrario a toda forma de poder bestial, concebido como medio de dominación y explotación. Para el Maestro de Nazaret la posición de poder es siempre ambigua, sospechosa, peligrosa, temible y frecuentemente funesta. En efecto, si el poder se ejerce por individuos cuyo corazón no ha sido tocado ni cambiado por la gracia de Dios, corre el riesgo de hacer más mal que bien a la sociedad. El único poder que Jesús acepta es el de darse, la disponibilidad, el interés por el otro y el cuidado que se convierte en servicio al otro. Un poder que no está al servicio automáticamente queda descalificado. "Den al César lo que es el César" claro, pero actúen de manera que vuestros césares sean escogidos entre los hijos de la luz y no entre los hijos de las tinieblas, que se presentan como tiernos corderos, pero por dentro son lobos rapaces.

La Palabra de Jesús nos invita a tener con toda autoridad una relación justa, sin dejarnos aplastar por los abusos de poder. Saber decir no al poder del dinero. Saber resistir al poder de seducción de las agencias todopoderosas de publicidad y de los medios que buscan someternos, influenciarnos, tomar posesión de nuestro cerebro, determinar nuestras decisiones, condicionar nuestra libertad, para psicológicamente dominarnos, para crear en nosotros dependencias, necesidades, costumbres, para darnos una falsa percepción de lo necesario o no para nuestro bienestar y felicidad. Guardarse de la tendencia a ser uno mismo un César, un opresor o dominador. Y actuar también para que el mundo sea más humano. Es amplio el espacio donde podemos vivir como hombres de pie y como cristianos discípulos de Jesús.

"Den al César lo que se le debe dar, dice Jesús, pero también "den a Dios lo que es de Dios". Con esta frase Jesús nos invita a dejar el nivel exterior, de lo político, lo material, lo inmediato, lo contingente, para acceder al nivel superior de lo trascendente, de lo espiritual. Quiere conducirnos a nuestra interioridad. Nos llama a dar altura y aliento a nuestra humanidad. Nos quiere indicar en qué dirección mirar para satisfacer nuestros deseos de felicidad, nuestras aspiraciones de plenitud, nuestras esperas de realización. Quiere indicarnos qué camino recorrer para reencontrar los valores que nos realizarán en cuanto humanos. Busca hacernos descubrir el sentido y el fin de nuestra existencia y lo que construye la verdad de nuestro ser.

Ahora sabemos que nosotros los humanos somos el resultado de una larga gestación de la creación. Sabemos que somos la manifestación de las energías y fuerzas más estructurantes, «fusionantes» y amantes que existen en el Universo. Fuerzas que parecen ser la expresión de una Energía, un Espíritu y una Potencia Original de atracción y de amor a quien la extraordinaria intuición del Profeta de Nazaret dio el nombre de Dios-Creador, Dios-Padre, Dios-Origen, Dios-Fuerza, Dios-Espíritu, Dios -Luz eterna, Dios-Amor. Jesús nos ha enseñado que los seres humanos estamos hecho para desvelar las Fuerzas Originales de ese Amor divino escondidas en las profundidades de nuestro ser y que constituyen nuestra naturaleza más verdadera. Jesús nos revela así que el destino del hombre es el de reflejar y desparramar el amor e impregnar de amor todas las relaciones que entablemos. Nos enseña que el hombre está hecho para entregarse en el amor; que es como una fuente de luz y calor que sólo existe para difundirse, iluminar y calentar. Dar a Dios lo que es de Dios, significa dejar salir, dejar brotar de nuestro corazón las fuerzas divinas del amor encerradas en él y que no nos pertenecen, porque han sido depositadas por la acción creadora de Dios, a fin de que resembremos el universo con esas semillas de divinidad. Dar a Dios lo que es de Dios, significa atribuirle lo que le pertenece, descubrir su acción en todas las cosas, ver su presencia y la impresionante belleza de su rostro en la creación y en la naturaleza que nos rodea, así como en los gestos de bondad y amor que surgen a raudales del corazón de hombres y mujeres de nuestro mundo. Dar a Dios lo que es de Dios significa cuidar, acariciar, comulgar, apasionarse, maravillarse, contemplar, adorar, hablar, ser el corazón, la voz, el sentido de todo lo que existe. Significa convertirse en paso de danza, grito de alegría, canto de alabanza, liturgia de acción de gracias por toda la creación, lugar de la presencia y la revelación de Dios en nuestro mundo.

Dar a Dios lo que es de Dios significa también y sobre todo cuidar de los pobres. En la enseñanza de Jesús de Nazaret, los pobres y desvalidos son la encarnación de la presencia de Dios en el mundo. Según Jesús, Dios se identifica con los pobres, necesitados, mendigos, sufrientes, dejados de lado, marginados, delincuentes, prisioneros: "Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, era extranjero, estaba enfermo, preso… todo lo que ustedes han hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, es a mí a quien lo han hecho" (Mt 25,31-40). Dar a Dios lo que es de Dios significa entonces dar a los pobres lo que les pertenece y que guardamos codiciosa y egoístamente en nuestra posesión. En efecto, según la enseñanza de Jesús, los bienes y el dinero que hemos acumulado y que son un excedente, un surplus y un lujo, que no necesitamos para vivir sencilla y dignamente; esos bienes y ese dinero no nos pertenecen, sino que pertenecen a los pobres, es decir a aquellos y aquellas que carecen ello y que lo necesitan para vivir. Si lo guardamos para nosotros, si no los damos a los que viven en la pobreza y la necesidad, nos transformamos en ladrones y defraudadores que se apropian abusivamente del bien de otro.

¿Tendremos la audacia, el coraje y la fe suficientes para realizar en nuestra vida las exigencias de esta palabra evangélica dirigida a nosotros hoy? ¿A nosotros, los cristianos ricos, desilusionados y capitalistas de esta sociedad norteamericana del siglo XXI? Porque sólo al precio de esta audacia y esta fe, seremos verdaderos discípulos del Maestro de Nazaret.


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer 

LO IMPORTANTE O LO INSIGNIFICANTE… Mt.22,1-14


28° dom  tod A

Este cuento de Jesús habla de la invitación al banqueteL’IMPORTANT OU L’INSIGNIFIANT… ? LE NÉCESSAIRE OU L’INUTILE ….? que un rey preparó para las bodas de su hijo. Un banquete de bodas, y especialmente un banquete de bodas real era en la antigüedad lo más fastuoso y extraordinario a lo que alguien podía asistir. Rechazar la invitación a un banquete de bodas real era lo más insensato que uno podía hacer. El evangelista quiere justamente resaltar lo que se produce cuando los primeros invitados que representan aquí al pueblo judío con sus responsables civiles y religiosos, declinan la invitación real. Vislumbramos en el trasfondo del relato del evangelista, una nota de ironía y burla por la estupidez de esa gente que, por su ceguera, se han excluido de semejante gracia y abundancia. En lugar de entrar en la sala de la boda y aprovechar la extraordinaria novedad del acontecimiento, han preferido la rutina banal de sus negocios mezquinos y sus necesidades insignificantes. Y puesto que han rechazado la oferta de Dios, en adelante la invitación se hará a otros invitados. Pero esta vez no será una invitación selectiva, dirigida a un pequeño número de elegidos o de amigos seleccionados cuidadosamente, sino una invitación abierta a todos sin distinción de clase, partido o pertenencia, porque ese gran señor quiere que se llene, a cualquier precio, la sala del banquete. Es que una boda no se celebra en una sala vacía. En adelante Dios es el Dios de todos. Es el fin de particularismos, castas, clases, divisiones, diferencias.

Esta parábola manifiesta también una subversión y un cambio de actitudes y valores, porque trata de decirnos que, no sólo Dios acoge ahora a todo el mundo en su sala de bodas, sino que parece tener una debilidad por los que incumplen la normativa, los marginales, los fuera de la ley, los delincuentes (cfr. Lc. 14,21-23: "vete rápido a las plazas y calles de la ciudad, y trae a todos los pobres, los tullidos, los ciegos y los cojos"). Es un golpazo a toda institución, organización, movimiento, religión de "puros" basada en el elitismo, segura de su propia superioridad, convencida de su verdad: ¡nosotros el pueblo elegido, nosotros los blancos, los occidentales, los americanos, nosotros la iglesia católica que posee "el esplendor de la verdad" y fuera de la cual no hay salvación, para nadie…! ¡yo, el cristiano ejemplar que va a misa todos los domingos, yo, irreprochable, yo la persona honrada y lista, siempre fiel a sus compromisos, que no le hace mal a nadie…!

Hay otro punto sobre el que esta parábola quiere atraer nuestra atención: el respeto a las prioridades en nuestra vida. Veamos, los primeros invitados escurren el bulto a la invitación del rey bajo pretexto de toda serie de excusas. Aparentemente todos tienen algo más importante y urgente que hacer, que participar en el banquete real que es el símbolo de la plenitud, la buena salud, la felicidad y el auténtico éxito del hombre. El problema y la falla de esta gente es dejar de lado lo importante por lo urgente; lo necesario por lo inútil y contingente; lo durable por lo efímero, el futuro por lo inmediato. Mi bienestar material lo quiero enseguida. Quiero ahora, hacerme rico, lucrarme, aumentar el capital de mi empresa, atiborrarme de dinero, ser millonario y poderoso… tanto peor si para eso los demás tienen que sufrir. Tanto peor si para eso tengo que saquear el planeta, arrasar la selva, aplanar las montañas, polucionar el aire que respiro, infectar los suelos que me alimentan, contaminar ríos y lagos, transformar los océanos en basureros, destruir el equilibrio de los ecosistemas. Tanto peor si me convierto en el peor azote que haya conocido la tierra, un cáncer que mina insidiosa pero inexorablemente la salud del planeta y con ella la vida y la supervivencia de las especies vivas, incluida la humanidad. Yo debería ser el guardián y custodio de la vida sobre la tierra, el representante legal que debería defender los derechos de todos los seres vivos del Planeta, sin pretender superioridad alguna, sin voluntad de explotación…. y me he transformado en su verdugo y torturador. Es un problema que nos concierte a todos, en el plano humano como en el espiritual y religioso. Dejamos de lado lo esencial por lo secundario, lo importante por lo urgente, la salud de todos por nuestro pequeño éxito personal. Huimos de nuestras responsabilidades, esclavos de la compensación inmediata.

Y en el plano espiritual ¡¡¡cuántas invitaciones perdidas!!! Dedicamos casi todo nuestro tiempo a cuidar y satisfacer las necesidades y los deseos de nuestro cuerpo, pero ¿qué hay de las necesidades y deseos de nuestro espíritu? ¿Es que nuestra alma no tiene aspiraciones y necesidades? ¿A veces no tenemos la impresión de que hemos matado nuestra alma, que vivimos sin alma, que actuamos sin alma? Impulsados, como lo somos, a vivir al ritmo endiablado y deshumanizante de las necesidades inmediatas, del rendimiento, de la eficacia material, de la seducción física, de la apariencia exterior…, perdemos nuestra alma y privamos nuestra existencia de la vitalidad que le da esa sabia interior que le proporciona gusto, calidad, impulso, altura a nuestra existencia. Nos convertimos en flores sin colores, alimentos sin sabor, músicos sin inspiración. Pero ¿no es la calidad de nuestra alma lo que le da calidad a nuestra vida? ¿Qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?, decía Jesús.

Todos hemos percibido, en algún momento, los suspiros de nuestra alma… Llamamientos que surgen de la profundidad de nuestro ser, gritos del corazón, que nos impulsan a plantearnos cuestiones sobre el sentido de nuestra vida y sobre la finalidad de nuestra presencia en el mundo. Las invitaciones del alma, los llamamientos interiores son importantes. Es el alma en nosotros que quiere reencontrar su libertad, su espacio, su naturaleza, unirse a la fuente divina a cuya imagen y semejanza ha sido creada. Pero, muy frecuentemente no le hacemos caso. No tenemos tiempo para escuchar sus llamadas, gritos, invitaciones. Tenemos cosas más urgentes que hacer. Lectura, reflexión, meditación, oración, silencio, escucha, gestos de fe, apertura a Dios, grupos de creyentes, práctica religiosa, eucaristía dominical… para eso no tenemos tiempo: yo tengo el trabajo, los hijos, el perro, una vida social, amigos en línea, programas en la tele; tengo que recuperar horas de sueño, césped que cortar, comida que preparar… estoy ¡tan ocupado!... y mi alma se muere, ¡pero eso no es grave! ¡Mis tonterías son mucho más importantes! Una vez más huimos de lo esencial para caer en lo insignificante.

¿Encontraremos un día el tiempo de entrar en la sala de bodas, en ese lugar donde se celebra el amor, para que nuestro espíritu pueda finalmente reencontrar el objeto de sus aspiraciones y el espacio que necesita para expandirse y así darle alas a nuestra existencia?


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer 

LA EXISTENCIA DEL COSMOS, CUESTION DE AMOR - Mt. 18, 15-20


 23° dom to A

Este evangelio se relaciona con uno de los descubrimientos más fundamentales de la astrofísica moderna: vivimos en un Universo donde todo está conectado con Todo, donde el Todo es más grande que la suma de sus partes; donde el Todo está presente en cada parte y donde cada parte sólo existe por su íntima conexión con el Todo. El Todo que existe forma una "unidad" global, un "uni-verso", vinculado el conjunto en una inmensa estructura cósmica en la que nada ni nadie puede existir sin estar en un estado de relación, atracción, dependencia, conexión, interacción continua con lo que existe. Nosotros dependemos de la tierra, la tierra depende del sol; el sol depende de nuestra galaxia cuyas nubes de gas y polvo le hicieron nacer. Nuestra galaxia es el producto de las fluctuaciones cuánticas del Big Bang, ese instante y punto inicial extremadamente cálido e infinitamente minúsculo en el que todo el universo era realmente uno.

Nosotros estamos allí porque la materia se unió para formar las galaxias, las estrellas y los planetas. Hemos nacido en el corazón de las estrellas que han forjado en sus hornos atómicos todos los elementos químicos que componen nuestro cuerpo. Todos somos de la substancia de las estrellas; todos somos "polvo de estrellas", y como las estrellas, todos estamos hechos para brillar e iluminar. Somos igualmente hijos de nuestra madre Tierra, organismo vivo que nos ha puesto en el mundo después de una muy larga y penosa gestación. Es esta madre que nos proporciona el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos. Sin ella no seríamos. Dependemos de ella como los bebés dependen de la leche maternal, a tal punto que siempre hemos de estar pegados a sus senos para vivir. Todas las especies vivas están vinculadas conjuntamente en una conexión vital tal profunda y esencial   que no se puede dañar el ecosistema en el que vive una especie sin afectar la supervivencia de todas las demás.

El estudio del genoma humano revela hasta qué puntos somos semejantes y estamos unidos unos a otros. En efecto, el estudio de nuestro ADN nos muestra que llevamos en nosotros los mismos genes, o mejor, las mismas secuencias genéticas (bases nucleotídicas) que las plantas, las abejas, los peces, los reptiles, los pájaros y los mamíferos que se mueven por la superficie de la tierra. Formamos parte de la misma biosfera, pertenecemos a la misma familia de los vivientes; sólo somos una declinación y una combinación particular de las mismas bases de nitrógeno y los mismos aminoácidos que determinan la estructura y la actividad celular de todos los demás organismos vivos.

Representamos, es verdad, una función particularmente compleja y desarrollada de esta biósfera, pero sigue siendo verdad que no somos más que un anillo en la larga cadena de seres vivos que ha producido nuestra madre Tierra. Nosotros dependemos de las criaturas vivas que nos han precedido y de quienes hemos recibido el código genético que nos ha hecho la raza que somos. Todos estamos hechos con los mismos "ingredientes". En los rincones más secretos de nuestra memoria todavía palpita el recuerdo de todos los acontecimientos cósmicos que han participado en la fabricación de la tierra que nos ha generado. Formamos parte de un Todo que nos supera, nos engloba y nos administra continuamente nuestra naturaleza e identidad, así como los códigos y virtualidades que aseguran nuestra permanencia y nuestra vida.

El evangelio, con algunos otros escritos de la literatura religiosa universal, sobre todo hinduistas, es ciertamente uno de los raros documentos de la historia humana que ha sido capaz de percibir y enseñar que la realidad de este Todo que existe es un cosmos" (un mundo ordenado) y no un caos, es un Universo, una unidad, un cuerpo, un complejo armonioso y ordenado en el que los seres existen en un Todo amante y benevolente a causa de una intrínseca y necesaria dependencia recíproca.

Es la enseñanza de Jesús de Nazaret quien, por primera vez, reveló a los humanos que las energías y dinamismos que estructuran nuestro mundo son fuerzas y dinamismos impregnados de amor y que expresan y ejecutan las coordenadas del amor: atracción, vínculos, relación, dependencia, intercambio, comunión, unidad, armonía, admiración, solidaridad, atención, respeto, etc., que se enfocan en conservar y hacer progresar la creación de Dios. Sólo si nos situamos en estas armónicas, los seres pueden resonar y vibrar, existir, desarrollarse, hasta alcanzar la perfección de su naturaleza. Es esta visión de las cosas lo que la palabra de Jesús quiere abordar en el evangelio de hoy. En definitiva, el Maestro de Nazaret quiere decirnos que, sólo situándonos en la óptica del amor, viviremos en consonancia con el mundo, con nosotros mismos y ciertamente con la voluntad de ese Gran Espíritu, la Fuente Original que lanzó a la existencia al Universo.

Aquí Jesús nos exhorta a entrar de lleno en esta dinámica cósmica y a poner en práctica las energías benéficas que marchan en el sentido de la unión y no de la división, en la dirección de la concordia y no de la discordia; del diálogo y no de la disputa, del acuerdo y no del desacuerdo, de la comunión y no de la separación, de la comprensión y no de la indiferencia, del respeto, del cuidado, de la benevolencia y del amor y no en la dirección de la animosidad, el antagonismo, la agresividad, la superioridad, la explotación, la intolerancia y el odio.

Jesús nos dice que todas las fuerzas que se oponen a la comunión, la atención, el cuidado y el respeto a otro ser, sea animado o inanimado, y que por tanto difieren del amor, son fuerzas que, al ser extrañas a la estructura profunda del Universo al que pertenecemos, se revelan finalmente como nefastas, maléficas y destructivas para nuestro mundo, nuestro planeta, nuestra humanidad y nuestra individualidad. Porque nos impiden vivir según la verdad de nuestra naturaleza y alcanzar la plena estatura de nuestra humanidad.

Entonces podemos comprender el fundamento de la insistencia de Jesús sobre la bondad, compasión, tolerancia, reconciliación, perdón, fraternidad, amor, como actitudes fundamentales que deben orientar y moldear la vida del ser humano que busca vivir como hijo de Dios e hijo cuidadoso de su madre la Tierra. Jesús nos asegura que donde viven y trabajan esas actitudes de comunión, interacción, correlación, unidad y amor, allí está presente el Espíritu de Dios. Allí donde dos o más personas mantienen relación de amistad, en comunión de almas y corazones, en el compartir, la admiración y la atención recíprocas, allí están operando las dinámicas que hacen presentes sobre la tierra las energías "divinas" que poseen el poder maravilloso de mejorar el mundo, de liberar a la tierra de la devastación y degradación y de salvar a la humanidad de su desaparición.

Este mensaje de Jesús es el que San Pablo busca transmitir a los cristianos de Roma cuando les escribe (2a lectura de este domingo): "La única deuda que tenemos hacia los demás, es la deuda del amor. La única ley que nos debe regir, es la ley del amor. El amor no le hace ningún mal al prójimo" (Rm 13,8-10)

Es el mismo mensaje de Jesús y de Pablo el que yo querría también transmitirles hoy, para que, cada uno de nosotros, al salir de esta Eucaristía que nos congrega como hermanos, tengamos la convicción que sólo si nos convertimos en seres de relación, amables, amantes y acogedores, nos pondremos a la altura de nuestra humanidad y de nuestra fe en Jesús, nuestro maestro y Señor.

Bruno Mori
Traducción: Ernesto Baquer 



«DENLES USTEDES DE COMER» - Mt.14,13-21

EL SENTIDO DE LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

 18° dom to  A


Original francés: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2015/08/le-sens-du-signe-de-la-multiplication.html.

El evangelio del domingo pasado nos había puesto en contacto con la humanísima actitud de Jesús que se dio cuenta de la fatiga y el stress de sus amigos y los invita a detenerse y a descansar para rehacer sus fuerzas. Hoy nos presenta otro aspecto relativo a la personalidad del Maestro. La gente que lo sigue y lo rodea (una muchedumbre de 5000 hombres sin contar las mujeres ni los niños: Mt 14,21), no sólo están fatigados y agotados como los del domingo pasado, además tienen hambre y no llevan alimentos. ¿Qué se puede hacer ante la necesidad de la gente? Jesús habría podido adoptar la actitud fatalista y algo cínica de sus discípulos. La de lavarse las manos. ¡Es coa de ellos! ¡Que hubieran sido más previsores! Siempre pueden ir a comprar comida a la rotisería o la tienda del pueblo vecino. ¡No tenemos nada que ver! ¡Que podemos hacer para alimentar a tanta gente!

Es la actitud de los que se resignan a aceptar la miseria como algo inevitable. Frecuentemente nuestra actitud. ¿Qué podemos hacer si en el mundo hay 800 millones de personas, una de cada 9, que en este momento sufren hambre o desnutrición? ¡500.000 mujeres africanas mueren cada año en el parto, porque su cuerpo debilitado por la falta de alimentos no resiste la menor infección! ¡24.000 personas mueren cada día de hambre en el mundo, una cada cuatro segundos; un niño muere de hambre y desnutrición cada cinco segundos! Es una calamidad, pero ¿qué podemos hacer ante semejante tragedia? ¡No es nuestro problema!  Aunque quisiéramos, no podemos hacer nada¡¡Nuestros medios! Tu habla, estás de broma, ¡comparando con las necesidades! ¿Qué quiere que hagamos con nuestro pequeño presupuesto, con nuestros escasos recursos, con dos pescaditos y cinco panecillos, cuando tenemos millones de personas que alimentar?

Pero Jesús parece hacerse el sordo a las razones de nuestro sentido común… y a pesar de lo enorme y casi imposible  tarea, Jesús nos abofetea la cara con una orden que nos parece absurda: "¡Denles ustedes de comer!" Quiere con ello hacernos entender que, ante la urgencia, nadie tiene el derecho a bajar los brazos ni a descargar nuestra responsabilidad sobre otros (los gobiernos, la ayuda internacional, la FAO, Oxfam, Unicef, Unesco, Desarrollo y Paz…). Quiere hacernos entender que la vida, la salud, el bienestar de las personas, no pueden esperar, no admiten más demora, y que ante seres que mueren de hambre, todas nuestras evasivas y dudas son criminales. El mismo nos da el ejemplo. Ante la urgencia y la necesidad, Jesús no pierde tiempo en discursos, análisis, mesas redondas, comités y reuniones de expertos para preparar un estudio exhaustivo del problema a fin de reflexionar sobre la oportunidad de iniciar gestiones para considerar un proyecto de solución al problema… Actúa en seguida… toma lo que tiene a mano, no es gran cosa, casi nada…  sólo dos pececitos y cinco panecillos… lo da… y con ello nos dice: "¡Si cada uno de ustedes hace como yo, si todo el mundo hiciera como yo, todo el mundo satisfaría su hambre y hasta quedarían doce canastos!"
Este relato de Jesús que alimenta una muchedumbre hambrienta puede ser interpretado de muchas maneras; nos puede transmitir muchos mensajes. Personalmente, pienso que contiene sobre todo una enseñanza de profunda humanidad.

Una persona, para mantener su dignidad, necesita una cierta seguridad económica y poder satisfacer sus necesidades fundamentales. El individuo pierde su humanidad y deriva hacia la decadencia cuando se hunde en una pobreza demasiado grande, una pobreza que se convierte en miseria, emergencia, falta de cosas esenciales (incapacidad e imposibilidad de proveer las necesidades básicas de la existencia: acceso a una alimentación suficiente, al agua potable, a un abrigo conveniente, a cuidados médicos indispensables, a medicamentos necesarios, etc.). La falta de cosas esenciales lleva al hombre a perder la conciencia de su decencia, su respetabilidad, su dignidad, su valor… La falta, cuando es extrema, lleva al individuo a pensar que no es nada, que no vale nada, porque no tiene nada. En otras palabras, la pobreza, cuando se convierte en indigencia excesiva y miseria, abre la puerta a la decadencia física y psicológica la de la persona. El hambre, cuando es crónica, constante, permanente, no ataca sólo la salud y la vida del cuerpo, sino que estrangula y apaga sobre todo la vida del espíritu en el hombre. La falta de pan atrofia lo que el hombre tiene más precioso: la vitalidad de su alma.

Jesús había comprendido que la persona para mantener su dignidad y autoestima necesita una cierta calidad de vida y un mínimo de bienestar material, porque, sin eso, corre el riesgo, no sólo de perder su salud y su vida, sino sobre todo de perder su humanidad.
Jesús había comprendido que el camino que podía conducir al hombre a tomar conciencia de su grandeza, su belleza y el maravilloso destino que nos espera como hijos de Dios, pasaba por satisfacer sus necesidades básicas.

Jesús había comprendido que, sobre esta tierra, el hombre no es diferente de no importa qué flor o planta: su vida, su crecimiento y su desarrollo depende del alimento que sus raíces logren absorber y de la fertilidad del suelo en el que han echado raíces. Y que es insensato esperar que el rosal deslumbre con sus flores o que el manzano desborde de frutos, si el agricultor no los alimentó. Jesús había comprendido que gran parte de la felicidad del hombre depende de un estómago satisfecho y de lo que tiene en su despensa o frigorífico.
Jesús había comprendido que es inútil, ridículo, estúpido, blasfemo, hablar de Dios a alguien que tiene el estómago vacío o que se muere de hambre; que para los humanos tal como somos, la seguridad del pan cotidiano es más importante que la fe en Dios; y el amor al pan más importante que el amor a Dios.

Jesús había comprendido que el hombre es refractario a los valores del espíritu e impermeable a toda palabra sobre Dios, hasta que y durante todo el tiempo que todas sus energías estén acaparadas por la urgencia de la supervivencia física y por la necesidad de encontrar algo que meter en su estómago; hasta que no ha adquirido una cierta serenidad interior que le viene de vivir como ser humano y no como una bestia hambrienta.

De ahí por qué Jesús, que se dio como misión hacer descubrir a los hombres el amor de un Dios que es Padre e invitarlos a acercarse con más confianza en El, estuvo en primer lugar preocupado por el pan. El sabe que los hombres jamás tendrán hambre de Dios, mientras estén angustiados por buscar el pan. Sabe que jamás los hombres podrán acercarse a Dios, si piensan que Dios se ha alejado de ellos y los ha abandonado, puesto que les niega el pan de cada día. De ahí por qué, en la oración que enseñó a sus discípulos (el Padre nuestro), Jesús nos invita a suplicar a Dios que nunca nos niegue el pan de cada día. Nos exhorta a implorar a Dios para asegurar a todos el pan cotidiano; porque sólo así podremos vivir como verdaderos hijos de Dios y considerarlo como un verdadero Padre.

Bruno Mori
Traducción: Ernesto Baquer 



LA PARÁBOLA DEL TRIGO Y LA CIZAÑA... Mt.13,24-30

  ......o el  elogio de la imperfección

16°  dom  to  A


En el evangelio de Mateo la parábola de la cizaña sigue inmediatamente a la parábola del sembrador. Esta insistía sobre la calidad del terreno, más o menos favorable a una buena cosecha; la parábola de hoy da paso a un enemigo que siembra por la noche en medio del trigo una mala hierba que puede ahogarlo. Mientras era bien difícil cambiar la naturaleza del terreno, aquí se ve posible intervenir en el campo para extirpar la mala hierba. Pero la historia cuenta la oposición del propietario del campo; al arrancar la cizaña corremos el peligro de arrancar también el trigo; la selección se hará al cosechar.
Traducimos: le toca a Dios y a nadie más ocuparse del mal. Mientras, el bien y el mal deben permanecer juntos. Así pasa en el Universo, en la naturaleza y en la vida del hombre. En nuestro mundo, no hay ninguna criatura perfecta. Todo es una mezcla de caos y armonía, orden y desorden, oscuridad y luz, cualidad y defecto, éxito y fracaso, construcción y destrucción, bien y mal. Así funciona el mundo, así prosigue la evolución del universo. La oscuridad hace resaltar la luz, el mal es necesario para que surja el bien. Con frecuencia lo que parece ser una deficiencia, una carencia, es el comienzo de un cambio positivo. Un gen defectuoso en la secuencia del ADN puede estar en el origen de una mutación importante que produce un perfeccionamiento inesperado que da un salto adelante en la evolución de la especie. Hay que aceptar los límites, los defectos, las imperfecciones. Hay que aceptar que no todo sea siempre perfecto y que existan manchas, tachaduras, faltas, mal, sufrimiento.

Miremos a Jesús, preferentemente se reunía y pasó la mayor parte de su vida y lo mejor de su tiempo, con los débiles, los imperfectos, los delincuentes, los mal vistos, los marginales, las malas hierbas. Y tuvo más satisfacciones, gratificaciones y felicidad con aquellos y aquellas considerados "pecadores", que no eran "perfectos" ni  "puros". El elitismo nunca fue una de sus prioridades. Jesús enseñó que Dios no prefiere unos humanos a otros. Sabe de qué barro estamos hechos y nos toma tal como somos. Hace brillar su sol sobre buenos y malos; llover sobre justos y delincuentes. Para él todos somos iguales, todos tenemos el mismo valor: seamos hijos ejemplares y obedientes o hijos difíciles, traviesos y rebeldes.

Jesús nos dice que tenemos que aprender de Dios. Es grande la tentación de querer construir una sociedad de puros, perfectos y conformes con pertenecer a una raza, una religión, una ideología, un partido político, una casta, y querer eliminar a todos los demás. Así nacieron los crímenes más grandes y los más espantosos genocidios de la historia humana: las cruzadas, la inquisición, la caza de brujas, las guerras de religión, las depuraciones étnicas, la Shoah, las persecuciones actuales a los cristianos por parte de integristas musulmanes en Somalía, Siria, Egipto, Nigeria…

Miremos a nuestra Iglesia católica: todavía hoy, muchos sólo quieren ser una comunidad de puros, un campo sin cizaña. Durante siglos pensaron y continúan pensando que su campo no contiene y no debe contener más que trigo; que fuera de este campo sólo crece cizaña; que sólo sus fieles son los felices herederos de la salvación de Dios y que fuera de ella sólo hay tinieblas, error, mal y perdición.
Todavía hoy en nuestra Iglesia se continúa dejando fuera a los sacerdotes casados; reduciendo al silencio y prohibiendo a los teólogos disidentes y contestatarios; excomulgando a las mujeres que abortan; excluyendo de los sacramentos y de  la comunión a las parejas cristianas divorciadas y vueltas a casar (consideradas como pecadores públicos que viven en concubinato y obstinados en el pecado); satanizando, denigrando y apartando a los homosexuales considerados como corruptores y perversos… Con su actitud, ¿no será que la Iglesia, en contradicción con este texto evangélico, pretende extirpar rápidamente la cizaña para cultivar sólo un campo de granos puros y no contaminados?

Hemos de aceptar esta mezcla de bien y mal en las personas que nos rodean. Por ejemplo, los padres no pueden exasperar y descorazonar a sus hijos con exigencias excesivas de rendimientos y perfección. Corren el peligro de crear o perfeccionistas desgraciados y frustrados que en la vida no podrán ser excelentes en todo, o ambiciosos tiránicos y antipáticos que querrán, a cualquier precio, ser superiores y dominar a los demás, dispuestos a explotarlos, pisarlos y despreciarlos. La sabiduría y el sentido común deberían enseñarnos que el bien y el mal no se separan nunca, de forma que el primero esté a un lado y el segundo al otro. Lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, la excelencia y la mediocridad, los defectos y las cualidades, el fracaso y el éxito… son una mezcla esencial e indisoluble que forma parte de la naturaleza profunda de los seres.

Comprender eso, es dar un paso gigantesco hacia la aceptación de las diferencias y la consideración de los "pecadores" que deben ser aceptados no sólo a pesar, sino a causa de sus "pecados". Porque, con frecuencia, son justamente sus debilidades, errores y faltas las que los hacen humanamente interesantes, más cercanos a nosotros y más fáciles de amar. Para mí, que soy humano, encuentro que me es mucho más fácil sentirme cercano del que se equivoca, se cae y rompe, que el que nunca comete errores, vive una vida ejemplar, sin nunca romper nada. Me es mucho más fácil amar a un pequeño que a un grande, un débil que un poderoso; me siento más propicio a inclinarme por el que se arrastra por tierra que por el atleta siempre bien plantado sobre sus piernas y que busca deslumbrarme con el brillo de sus proezas y sus medallas.

Me siento más traído por el vicio que por la virtud; por el pecador que por el santo; por el hombre que por el ángel; más por Sharon Stone que por sor Faustina Kowalska. Amo al que es humilde, simple, "defectuoso", más que al que se infla con sus diplomas, sus competencias, su santidad y sus revelaciones. Amo más a Jesús-hombre que a Jesús-Dios. Jesús hombre es humano, débil, vulnerable. Está del lado de los y las que hacen el "mal". Es de mi raza. Me es cercano. Me pertenece. Puedo seguirlo. Me es compatible. Puedo descargar en mí el contenido de su espíritu. Puedo asimilarlo en mi vida. Puedo calcar mi vida sobre la suya. Jesús-Dios al contrario viene de otro mundo. Es un "alien". No tengo nada en común con él. No es de mi raza. Es un impostor. Es un ser divino que finge ser humano. Es un engaño. Me es incompatible. Es inalcanzable. No me afecta. Me propone cosas imposibles. No me interesa. No puedo amarlo. No puedo seguirlo. Jamás será mi "salvador".

Este evangelio quiere suscitar en nosotros los cristianos, la actitud de tolerancia, el respeto de la diversidad, la benevolencia, aceptar el mal, no para aprobarlo o justificarlo, sino para comprenderlo, relativizarlo y desdramatizarlo. Este texto se enfoca sobre todo a hacernos comprender la necesidad de ser la buena semilla, el grano bueno que debe compensar y balancear la presencia de la cizaña en el campo del mundo, para que éste pueda igual progresar, impulsado por las fuerzas mayoritarias de la luz, la bondad y el amor.

Bruno Mori

Traducción: Ernesto Baquer