(16 dom. ord. C –
Lc.10,38-42 )
Este breve pasaje del capítulo 10 del evangelio de Lucas
es uno de los textos más cautivadores y, al mismo tiempo, más contestatarios
del N.T. El texto, que viene después de la parábola también subversiva del Buen
Samaritano, concluye el capítulo como remate de unos fuegos artificiales con
los que Lucas quiere sorprender a sus lectores mediante la extraordinaria carga
innovadora de la enseñanza del Maestro de Nazaret. En este relato, todo es simbólico,
todo ha de ser descifrado e interpretado. Hay que ser capaz de leer entre
líneas lo oculto que está sin decir.
Jesús está
en camino, atraviesa el pueblo de Betania, acompañado de sus discípulos, pero
sólo a él lo invitan a entrar en casa de Marta y María, que, sabemos por otro
lado (del evangelio de Juan) son las hermanas de Lázaro, a quien Jesús hizo
salir vivo de la tumba.
El hecho de
que los discípulos estén excluidos de este encuentro es ya un indicio de que lo
que va a pasar dentro de la casa esté quizás por sobre su capacidad de
aceptación y comprensión y que, por tanto, es mejor para ellos, de momento, ser
excluidos. En la sociedad judía de su tiempo, el hecho de que Jesús entre solo
en una casa ocupada por dos mujeres solas, ya es un comportamiento
incompatible, atrevido y, para muchos, escandaloso. Y eso ya es un mensaje y
una enseñanza.
Antes de
hablar de Jesús y las dos mujeres, digamos algo sobre la sociedad patriarcal
del Medio Oriente en tiempos de Jesús.
En esa
sociedad, sólo los hombres tenían derechos y poder. Las mujeres nada. El estado
de dependencia, sumisión e inferioridad de las mujeres era una estrategia
defensiva generada por el miedo de los hombres de sentirse inferiores a las
mujeres; una estrategia que les permitía asegurar su supremacía, y afirmar su
poder, su importancia y su pretendida superioridad. En las sociedades
patriarcales de entonces y de ahora, por un fenómeno de mimetismo general
inconsciente, los machos adoptan la actitud típica del enorme cretino, débil,
que aplasta al más pequeño para sentirse más grande; que golpea al más débil
para sentirse más fuerte; que humilla o ridiculiza al menos dotado para
sentirse más inteligente.
Los hombres
pudieron dominar y oprimir a las mujeres durante largo tiempo sobre todo porque
consiguieron mantenerlas en un estado permanente de inferioridad intelectual,
prohibiéndoles el acceso a la educación, la instrucción, el saber y los
conocimientos; y eso reprimiendo sus aptitudes humanas, sus capacidades
intelectuales; impidiéndoles su desarrollo personal, prohibiéndoles cultivar
sus talentos, y realizarse de acuerdo con sus deseos y aspiraciones más
profundas.
El texto
evangélico de este domingo nos presenta a dos mujeres, opuestas la una a la
otra. Marta y María, en este relato, son evidentemente dos figuras emblemáticas
(simbólicas). Representan dos tipos de religiones, de comportamientos, dos
tipos de realizaciones humanas y personales, dos tipos de sociedad y dos
mundos.
En el texto evangélico, un tipo
se rechaza y se condena, el otro Jesús lo acepta, anima y proclama como el que
ha de caracterizar la manera de pensar y vivir de sus discípulos. Veámoslo un
poco más de cerca.
Marta es la
mujer que acepta sin cuestionar las reglas de la sociedad patriarcal de su
época y las acepta de buen grado.
Marta es el
espécimen perfecto de la mujer sumisa y servidora tal como la quiere y proclama
la religión y el sistema patriarcal de su tiempo. Es la mujer plenamente
integrada al sistema. Acepta su condición y su situación de “servidora”, de mujer
en la casa, de la mujer hecha sólo para estar encerrada en su casa, para
ocuparse sólo de las labores del hogar, la cocina, el marido y los niños. Todo
lo que está fuera de su casa, no la requiere, no es su problema, sino asunto de
hombres. La casa es su jaula, su prisión, toda su vida. Para cumplir con su
tarea no necesita ser una persona cultivada e instruida. Le basta ser un ama de
casa robusta y fornida y, por tanto, finalmente, parecerse más a un hombre que
a una mujer.
Pero Marta
es la mujer que ni siquiera está resignada a su suerte. No la sufre. La acepta.
La abraza, porque está convencida que su suerte de mujer sumisa, servidora e
ignorante es la única forma de vivir su vida de mujer, la única clase de vida
que le conviene en cuanto mujer.
Marta representa
la mujer totalmente integrada en el molde de la religión, la cultura, la
mentalidad, las leyes, las tradiciones y los prejuicios de la sociedad
patriarcal de su tiempo. Es el ejemplo de una programación y un adoctrinamiento
plenamente conseguidos por parte del sistema machista. Tan conformada y
adoctrinada, que ni siquiera consigue imaginarse que una vida de mujer pueda
desarrollarse de otra manera y que una mujer pueda ser otra cosa que una
esclava y una sirvienta a disposición del hombre.
Claramente
podemos apreciar en Marta esta interiorización de su estatuto de
mujer-servidora en el reproche indirecto a su hermana cuando dice a Jesús:
“Señor, parece que no te importa que mi hermana quiera ser diferente a mí; que
no quiera servir sino sólo escuchar… ¿Serías su cómplice? ¿Es que animarías su
independencia, sus ideas peculiares, sus caprichos, su pereza? ¿Quién se cree
que es? ¡Dile que se integre a su lugar y su función de servidora…!”
María es lo
contrario de su hermana. María es la mujer contestataria que se opone con todas
sus fuerzas a los prejuicios y actitudes débiles del sistema machista de su
tiempo, a los que detesta. Hoy diríamos que María representa la mujer
“moderna”, emancipada, disconforme, que quiere ser ella misma, que rechaza dejarse
programar y organizar, que se considera responsable del desarrollo de su vida y
que quiere realizarla y orientarla a su agrado. Rechaza su estatuto de mujer
sumisa, encarcelada, vigilada, desconsiderada, despreciada, humillada,
maltratada. Cuestiona la etiqueta de persona tontita, estúpida, irresponsable,
infantil e ignorante con la que los machos quieren calificarla. Para mostrarlo,
en este relato, la vemos pegada a su maestro, como un mejillón a su roca,
desoyendo obstinadamente la llamada insistente de su hermana a retomar su rol
de mujer sirvienta.
María quiere
tener una vida personal, intelectual, una vida amorosa de su elección. Quiere
ser una mujer libre. Rechaza ser la mujer que se calla, soporta, sirve al
macho, ser el objeto que se desecha y se olvida después de usarlo, la marioneta
a merced de los caprichos y los vicios de hombres despóticos, violentos y
egoístas.
María quiere instruirse; desea
aprender, conocer, saber. Busca un pedagogo, un maestro. Por ello se instala a
los pies de ”su” Maestro preferido, en la actitud abandonada y confiada de la
admiradora, el alumno, el discípulo que quiere beber con avidez de la fuente de
su palabra, su enseñanza y su sabiduría.
Personalmente,
siempre me encantó esta escena de Marta acurrucada a los pies de Jesús, que no
acepta su destino de mujer ignorante. Me gusta imaginar a María como una mujer
ambiciosa y al mismo tiempo, como una mujer llena de ternura y amor hacia
Jesús. Me gusta imaginarla mirando con los ojos rebosantes de emoción y
admiración hacia ese maestro, que fue el único hombre en tratarla con respeto,
igualdad y gentileza; en apreciar su sed de conocimientos y su belleza
interior; en reconocer el valor que tiene en cuanto persona, más allá de todo
juicio o prejuicio machista o de género.
Si Marta era
la mujer de la observancia, la conformidad, la práctica exterior, material y
psíquica, de las reglas y normas dictadas por la religión y las costumbres
sociales de su medio, María es la mujer de la interioridad, la profundidad, la
autenticidad, la verdad, la transparencia, la coherencia en sus convicciones,
su fe, sus creencias y sus sentimientos.
Y
precisamente son la persona y las actitudes de María lo que Jesús dejará a
todas las mujeres como modelo y deber de realización y verdad personales. Y
hace saber a Marta, con insistencia (“¡Marta, Marta!”) que no es ella quien
posee las mejores disposiciones y la mejor manera de vivir su vida de mujer,
sino María. Le dirá abiertamente que es María quien eligió lo mejor para ella,
la mejor actitud, la que le dará valor, grandeza humana, encanto y belleza
interior que nadie podrá quitarle.
Me encanta
esta María. Hermana de Marta, en el evangelio de Lucas. Por diferentes razones,
pero sobre todo porque fue la primera mujer de la historia en detectar la perversidad
del sistema patriarcal y que buscó contrastarlo y combatirlo. Para mí, podemos
considerarla como precursora y fundadora de los movimientos de liberación
femenina que caracterizan hoy todas
nuestras sociedades modernas en Occidente.
Queridas
señoras y señoritas aquí presentes. Sepan que si hoy ustedes tienen derecho al
voto; si pueden trabajar fuera de casa, exigir un salario igual al de los
hombres por realizar el mismo trabajo; si pueden ir a la escuela, obtener
diplomas universitarios, llegar a ser astronautas, abogadas, médicas; relajarse
con un buen capuchino en la terraza de un bar sin que las atosiguen; conducir
un coche e ir en bici en short por las sendas para bicicletas; exigir modales,
miradas y respeto a los machos que encuentren en la ruta de la vida, bien,
sépanlo que llegaron a todo eso, en gran parte, gracias a la enseñanza del rabí
de Nazaret, ciertamente, pero también al comportamiento de María de Betania.
Bruno
Mori -10 Julio 2019
Traduction de
Ernesto Baquer
Original francés en :
http://brunomori39.blogspot.com/2019/07/une-femme-pas-comme-toutes-les-autres.html.