vendredi 9 août 2019

Una mujer, no como las demás



(16 dom. ord. C – Lc.10,38-42 )

Este breve pasaje del capítulo 10 del evangelio de Lucas es uno de los textos más cautivadores y, al mismo tiempo, más contestatarios del N.T. El texto, que viene después de la parábola también subversiva del Buen Samaritano, concluye el capítulo como remate de unos fuegos artificiales con los que Lucas quiere sorprender a sus lectores mediante la extraordinaria carga innovadora de la enseñanza del Maestro de Nazaret. En este relato, todo es simbólico, todo ha de ser descifrado e interpretado. Hay que ser capaz de leer entre líneas lo oculto que está sin decir.

Jesús está en camino, atraviesa el pueblo de Betania, acompañado de sus discípulos, pero sólo a él lo invitan a entrar en casa de Marta y María, que, sabemos por otro lado (del evangelio de Juan) son las hermanas de Lázaro, a quien Jesús hizo salir vivo de la tumba.

El hecho de que los discípulos estén excluidos de este encuentro es ya un indicio de que lo que va a pasar dentro de la casa esté quizás por sobre su capacidad de aceptación y comprensión y que, por tanto, es mejor para ellos, de momento, ser excluidos. En la sociedad judía de su tiempo, el hecho de que Jesús entre solo en una casa ocupada por dos mujeres solas, ya es un comportamiento incompatible, atrevido y, para muchos, escandaloso. Y eso ya es un mensaje y una enseñanza.

Antes de hablar de Jesús y las dos mujeres, digamos algo sobre la sociedad patriarcal del Medio Oriente en tiempos de Jesús.
En esa sociedad, sólo los hombres tenían derechos y poder. Las mujeres nada. El estado de dependencia, sumisión e inferioridad de las mujeres era una estrategia defensiva generada por el miedo de los hombres de sentirse inferiores a las mujeres; una estrategia que les permitía asegurar su supremacía, y afirmar su poder, su importancia y su pretendida superioridad. En las sociedades patriarcales de entonces y de ahora, por un fenómeno de mimetismo general inconsciente, los machos adoptan la actitud típica del enorme cretino, débil, que aplasta al más pequeño para sentirse más grande; que golpea al más débil para sentirse más fuerte; que humilla o ridiculiza al menos dotado para sentirse más inteligente.

Los hombres pudieron dominar y oprimir a las mujeres durante largo tiempo sobre todo porque consiguieron mantenerlas en un estado permanente de inferioridad intelectual, prohibiéndoles el acceso a la educación, la instrucción, el saber y los conocimientos; y eso reprimiendo sus aptitudes humanas, sus capacidades intelectuales; impidiéndoles su desarrollo personal, prohibiéndoles cultivar sus talentos, y realizarse de acuerdo con sus deseos y aspiraciones más profundas.

El texto evangélico de este domingo nos presenta a dos mujeres, opuestas la una a la otra. Marta y María, en este relato, son evidentemente dos figuras emblemáticas (simbólicas). Representan dos tipos de religiones, de comportamientos, dos tipos de realizaciones humanas y personales, dos tipos de sociedad y dos mundos.

En el texto evangélico, un tipo se rechaza y se condena, el otro Jesús lo acepta, anima y proclama como el que ha de caracterizar la manera de pensar y vivir de sus discípulos. Veámoslo un poco más de cerca.

Marta es la mujer que acepta sin cuestionar las reglas de la sociedad patriarcal de su época y las acepta de buen grado.

Marta es el espécimen perfecto de la mujer sumisa y servidora tal como la quiere y proclama la religión y el sistema patriarcal de su tiempo. Es la mujer plenamente integrada al sistema. Acepta su condición y su situación de “servidora”, de mujer en la casa, de la mujer hecha sólo para estar encerrada en su casa, para ocuparse sólo de las labores del hogar, la cocina, el marido y los niños. Todo lo que está fuera de su casa, no la requiere, no es su problema, sino asunto de hombres. La casa es su jaula, su prisión, toda su vida. Para cumplir con su tarea no necesita ser una persona cultivada e instruida. Le basta ser un ama de casa robusta y fornida y, por tanto, finalmente, parecerse más a un hombre que a una mujer.

Pero Marta es la mujer que ni siquiera está resignada a su suerte. No la sufre. La acepta. La abraza, porque está convencida que su suerte de mujer sumisa, servidora e ignorante es la única forma de vivir su vida de mujer, la única clase de vida que le conviene en cuanto mujer.

Marta representa la mujer totalmente integrada en el molde de la religión, la cultura, la mentalidad, las leyes, las tradiciones y los prejuicios de la sociedad patriarcal de su tiempo. Es el ejemplo de una programación y un adoctrinamiento plenamente conseguidos por parte del sistema machista. Tan conformada y adoctrinada, que ni siquiera consigue imaginarse que una vida de mujer pueda desarrollarse de otra manera y que una mujer pueda ser otra cosa que una esclava y una sirvienta a disposición del hombre.

Claramente podemos apreciar en Marta esta interiorización de su estatuto de mujer-servidora en el reproche indirecto a su hermana cuando dice a Jesús: “Señor, parece que no te importa que mi hermana quiera ser diferente a mí; que no quiera servir sino sólo escuchar… ¿Serías su cómplice? ¿Es que animarías su independencia, sus ideas peculiares, sus caprichos, su pereza? ¿Quién se cree que es? ¡Dile que se integre a su lugar y su función de servidora…!”

María es lo contrario de su hermana. María es la mujer contestataria que se opone con todas sus fuerzas a los prejuicios y actitudes débiles del sistema machista de su tiempo, a los que detesta. Hoy diríamos que María representa la mujer “moderna”, emancipada, disconforme, que quiere ser ella misma, que rechaza dejarse programar y organizar, que se considera responsable del desarrollo de su vida y que quiere realizarla y orientarla a su agrado. Rechaza su estatuto de mujer sumisa, encarcelada, vigilada, desconsiderada, despreciada, humillada, maltratada. Cuestiona la etiqueta de persona tontita, estúpida, irresponsable, infantil e ignorante con la que los machos quieren calificarla. Para mostrarlo, en este relato, la vemos pegada a su maestro, como un mejillón a su roca, desoyendo obstinadamente la llamada insistente de su hermana a retomar su rol de mujer sirvienta.

María quiere tener una vida personal, intelectual, una vida amorosa de su elección. Quiere ser una mujer libre. Rechaza ser la mujer que se calla, soporta, sirve al macho, ser el objeto que se desecha y se olvida después de usarlo, la marioneta a merced de los caprichos y los vicios de hombres despóticos, violentos y egoístas.

María quiere instruirse; desea aprender, conocer, saber. Busca un pedagogo, un maestro. Por ello se instala a los pies de ”su” Maestro preferido, en la actitud abandonada y confiada de la admiradora, el alumno, el discípulo que quiere beber con avidez de la fuente de su palabra, su enseñanza y su sabiduría.

Personalmente, siempre me encantó esta escena de Marta acurrucada a los pies de Jesús, que no acepta su destino de mujer ignorante. Me gusta imaginar a María como una mujer ambiciosa y al mismo tiempo, como una mujer llena de ternura y amor hacia Jesús. Me gusta imaginarla mirando con los ojos rebosantes de emoción y admiración hacia ese maestro, que fue el único hombre en tratarla con respeto, igualdad y gentileza; en apreciar su sed de conocimientos y su belleza interior; en reconocer el valor que tiene en cuanto persona, más allá de todo juicio o prejuicio machista o de género.

Si Marta era la mujer de la observancia, la conformidad, la práctica exterior, material y psíquica, de las reglas y normas dictadas por la religión y las costumbres sociales de su medio, María es la mujer de la interioridad, la profundidad, la autenticidad, la verdad, la transparencia, la coherencia en sus convicciones, su fe, sus creencias y sus sentimientos.

Y precisamente son la persona y las actitudes de María lo que Jesús dejará a todas las mujeres como modelo y deber de realización y verdad personales. Y hace saber a Marta, con insistencia (“¡Marta, Marta!”) que no es ella quien posee las mejores disposiciones y la mejor manera de vivir su vida de mujer, sino María. Le dirá abiertamente que es María quien eligió lo mejor para ella, la mejor actitud, la que le dará valor, grandeza humana, encanto y belleza interior que nadie podrá quitarle.
Me encanta esta María. Hermana de Marta, en el evangelio de Lucas. Por diferentes razones, pero sobre todo porque fue la primera mujer de la historia en detectar la perversidad del sistema patriarcal y que buscó contrastarlo y combatirlo. Para mí, podemos considerarla como precursora y fundadora de los movimientos de liberación femenina que  caracterizan hoy todas nuestras sociedades modernas en Occidente.

Queridas señoras y señoritas aquí presentes. Sepan que si hoy ustedes tienen derecho al voto; si pueden trabajar fuera de casa, exigir un salario igual al de los hombres por realizar el mismo trabajo; si pueden ir a la escuela, obtener diplomas universitarios, llegar a ser astronautas, abogadas, médicas; relajarse con un buen capuchino en la terraza de un bar sin que las atosiguen; conducir un coche e ir en bici en short por las sendas para bicicletas; exigir modales, miradas y respeto a los machos que encuentren en la ruta de la vida, bien, sépanlo que llegaron a todo eso, en gran parte, gracias a la enseñanza del rabí de Nazaret, ciertamente, pero también al comportamiento de María de Betania.

 Bruno Mori  -10 Julio 2019
Traduction de Ernesto Baquer

Original francés en : http://brunomori39.blogspot.com/2019/07/une-femme-pas-comme-toutes-les-autres.html.