jeudi 23 février 2017

LA RELIGION DESCALIFICADA O EL ELOGIO DE LA INTERIORIDAD

( Mt 5, 17-37 – Marc 7 - 6° dom to  A)


http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/02/la-religion-disqualifiee-ou-leloge-de.html.

Podríamos decir que el capítulo cinco del evangelio de Mateo, con las Bienaventuranzas y los textos que leemos a lo largo de estos domingos, determina un punto de inflexión en la historia de la espiritualidad humana. Marca el final de una mentalidad, una forma de ser religioso y de concebir y vivir nuestra relación con Dios y los semejantes, así como el final de un mundo, una cultura, una sociedad programados y dirigidos por la religión.
En estos textos, Jesús inaugura una nueva manera de concebir la función de la religión en la vida de las personas y una nueva manera de relacionarse con ella. Al afirmar que la religión está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la religión, Jesús quiebra el poder absoluto que la religión pensaba tener sobre la conducta y la conciencia de los humanos.
Jesús no desvaloriza la religión en cuanto tal, pero invita a sus discípulos a ir más allá y, con frecuencia, a pasar de las obligaciones que nos impone (dogmas, prácticas de culto, exigencias éticas) y a trascender la simple probidad y honorabilidad meramente exterior que nos proporciona: “Si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, ustedes no entrarán en el Reino de los cielos”.

Ustedes habrán notado que, en estos textos, como en toda su predicación, nunca Jesús exhorta a los suyos a ser buenos judíos practicantes; a someterse a las normas y prescripciones de la Ley mosaica, como las abluciones rituales, el descanso del sábado, el ayuno, la oración en la sinagoga, el diezmo... no alienta a los suyos a ser dóciles y obedientes a las autoridades religiosas. Está lejos de dar él mismo el ejemplo.
Pero exhorta a los suyos a ser personas de corazón.

Para Jesús la religión debe transformar al hombre de adentro, debe cambiar su corazón, ofrecerle la posibilidad de ser una mejor persona. Debe ayudarlo a ser un hombre libre, a tomar conciencia de su dignidad. Debe hacerlo crecer en sabiduría, humanidad, amor. Debe abrirle el acceso a una confianza mayor, a más paz, más alegría, más felicidad en su vida cotidiana. Debe ayudar al hombre a construir un mundo más igual, justo, fraternal, respetuoso, pacífico.
Si la religión no consigue hacerlo; si, al contrario, manipula a los individuos, los oprime, los culpabiliza, los angustia, los aterroriza mediante la amenaza de castigos eternos, para que sirvan más fácilmente sus ambiciones de prestigio, dominio y poder, entonces la religión se convierte en una institución nefasta que pierde toda legitimidad y que hay que abandonar.
Por esta razón Jesús tomó distancia de la religión de su tiempo y nunca fue un judío ni muy practicante, ni muy ferviente. Siempre Jesús se sintió libre frente a las reglas del sistema religioso de su tiempo y bien independiente de la autoridad de sus sacerdotes. Descalificó la importancia de la función del Templo y del culto que se practicaba. No dudó en criticar y condenar, con extremada vehemencia, el legalismo, el formalismo, el radicalismo, el fanatismo y la hipocresía de sus representantes más emblemáticos, como los escribas y fariseos.

Jesús, por primera vez en la historia de la evolución espiritual de la humanidad, enseña que la calidad de una persona está en la profundidad de su humanidad: es decir en la belleza de su alma, la pureza de su corazón, la integridad de sus intenciones, el grado de su compasión, la fuerza de su amor. Y nunca en la longitud de sus franjas, la elegancia de su vestimenta, el éxito de su negocio, el lujo de su casa, la potencia de su vehículo y la consistencia de su cuenta bancaria.
Desde entonces, con Jesús, el valor real del individuo está determinado por su fisonomía espiritual, por su consistencia interior y no por su aspecto exterior. Para Jesús, lo que cuenta, no es la letra de la ley, sino su espíritu. Para él, toda ley ha de sufrir un proceso de interiorización amorosa para pasar el test de su legitimidad, su viabilidad y su verdadera utilidad para los hombres.

Jesús está convencido que todo ser humano, en su profundidad más íntima, es portador de un Espíritu “divino”, que es esencialmente una Energía benévola, una Fuerza de Atracción, de comunión, de relación que le vienen de otra parte. Para Jesús, todo ser humano es, en este mundo, el lugar privilegiado de la presencia de un Espíritu de amor surgido en él de la “Fuente Original” de todo ser y todo amor que él llama afectuosamente Papa-Dios.

La tarea que Jesús se dio fue, precisamente, la de hacer descubrir al hombre la presencia en él de ese espíritu divino, ese tesoro escondido, que, desde la profundidad de su ser, suspira y clama, en su deseo de liberarse y manifestarse. El hombre, por tanto, está llamado a emprender el viaje al interior de sí mismo para alcanzar las fuentes del corazón donde está guardada la Energía amorosa de Dios. En esa fuente del amor debemos continuamente beber para cumplir el fin de nuestra vida y el sentido de nuestra presencia en este mundo. De esa fuente debemos beber constantemente para realizar nuestra verdadera naturaleza de individuos pertenecientes a una especie de vivientes expresamente seleccionados por los mecanismos de la evolución cósmica con el único fin de amar y tejer a nuestro alrededor relaciones con todos los seres de la tierra que se despliegan moviéndose con respeto, cuidado, asombro, ternura y amor.

Quien dice amor, dice deseo, suspiro, impulso, pasión, fusión, comunión, admiración, respeto, benevolencia, cuidado, empatía, compasión, el otro antes que yo, la felicidad del otro antes que la mía. En el amor, se elimina y extirpa de raíz toda relación y actitud basada en la superioridad, el poder, el predominio y la opresión. Al contrario, cuando amo, sólo quiero dar placer, tener cuidado del otro, hacerlo feliz, ponerme a su servicio. Yo quiero dar, darlo todo, darme, perdonar y, si hace falta, dar más allá incluso de mis intereses, mis gustos y mis sentimientos.

Cuando amo quiero ser la felicidad del otro, quiero hacer la felicidad del otro, quiero dar felicidad al otro. Y para ello (¡es el milagro del amor y la prueba de su carácter “divino”!) estoy pronto a hacerlo todo, dejarlo todo, sacrificarlo todo: mi vida, mi salud, mi piel, mi sangre, mis pulmones, mis riñones... Estoy pronto a arrancarme mi ojo, cortar mi mano, si eso puede servir para proporcionar más felicidad y vida a los que amo. Según Jesús, el amor de Dios derramado en nuestros corazones es, en adelante, el que motiva y orienta nuestra acción, y no la ley, la obligación o el temor de la sanción.

Por primera vez, con Jesús la santidad y el valor de una persona son producto, no de la ejemplaridad de sus relaciones con el Dios de la religión, sino de la ejemplaridad de sus relaciones “amorosas” y benévolas con su prójimo, independientemente y fuera de todo control por parte de la religión.

En este discurso de Jesús, que encontramos en el capítulo cinco de Mateo, hay una frase repetida siete veces, como un estribillo que el Maestro quiere grabar en la memoria de sus oyentes. Una frase que indudablemente él considera muy importante y que a mí también siempre me impresionó: “Ustedes saben que en el pasado se dijo... pero ahora yo les digo...”
Por ello, Jesús parece querer apartarse del pasado religioso de sus correligionarios; desacralizar el carácter intocable y el valor normativo de la tradición religiosa, y relativizar, en consecuencia, la importancia de la religión y sus pretensiones de presentarse como la única instancia e intermediación necesaria en la relación del hombre con la divinidad.
Jesús aquí quiere enseñar sin duda que no hay Institución sagrada, verdades absolutas, dogmas inalterables, reglas éticas inmutables, sino que todo es cuestionable, discutible, revisable y sujeto a la ley universal y cósmica de la evolución, la transformación, el cambio, y también por tanto sujeto a lo inevitable del desuso, el declinar y la muerte. Nada es estable, fijo ni definitivo. “Panta rhei” (Πάντα ῥεῖ). “Todo fluye”, “todo pasa”, decía en el siglo VI a JC, el filósofo Heráclito de Éfeso. Esta ley universal se aplica también a las religiones; piensen lo que piensen algunos fervientes católicos, todavía convencidos de la naturaleza divina e imperecedera de su Iglesia y del carácter absoluto e inalterable de la verdad que detenta.

Hoy sabemos por la etnología, la antropología y las ciencias humanas y sociales que las religiones no siempre existieron. Los humanos pasaron sin ellas durante la mayor parte de su presencia en este planeta (todo el paleolítico – 200.000 años ad C). En la historia evolutiva de la humanidad, por tanto, las religiones son un fenómeno cultural y social relativamente reciente (periodo sedentario y agrario del neolítico, 10.000 años adC). Las religiones son creaciones humanas elaboradas para ayudar, acompañar y responder a las necesidades prácticas de organización de las sociedades primitivas y a los interrogantes existenciales de los humanos a lo largo de su historia. Han sido útiles, pero no son indispensables, ni para crear profundidad humana o espiritualidad, ni para alimentar la inclinación contemplativa y el impulso místico del hombre. Es la espiritualidad del hombre la que produjo la religión, y no la religión la que produjo la espiritualidad.

La configuración básica de las religiones, con sus mitos fundadores, sus patrimonios simbólicos y su estructura directiva y normativa, nacidas en el neolítico, han perdurado hasta la época moderna. Por eso, las religiones antiguas han llegado a ser ahora totalmente obsoletas.

Por ello hoy las religiones en general y el cristianismo occidental en particular, necesitan reestructurarse, transformarse y adaptarse, porque muchas cosas han cambiado en nuestro mundo desde hace diez mil años. Pero si se inmovilizan, si no tienen el coraje de desembarazarse de su equipamiento arcaico y perimido; si no caminan al ritmo de la evolución de los conocimientos, las culturas, las ideas, las mentalidades, no podrán evitar transformarse en museos que guardarán hitos arqueológicos los cuales todo lo más despertarán curiosidad, pero no tendrán ninguna utilidad.

Si las religiones se obstinan en encerrarse en la cosmovisión antigua, en conservar el sistema operativo, la configuración y los programas del neolítico, incompatibles con los sistemas modernos de lectura, análisis, comprensión, interpretación y explicación de la realidad, llegarán a ser insignificantes e inutilizables. Serán ignoradas y dejadas de lado, como se descarta la gabardina vieja encontrada en el granero, pero por demás anticuada, usada y ridícula, como para usarla de nuevo. El cristianismo es una religión “agrícola”. En nuestras sociedades modernas, que son fundamentalmente “sociedades del conocimiento y del saber”, este género de religión surgida de una sociedad agraria y con una estructura concebida para asegurar el buen funcionamiento de una comunidad rural antigua, ya no es viable. Hoy, o el cristianismo deja de ser una religión agrícola, o se hundirá con todo su utillaje neolítico.

Esa es la situación en la que se encuentra la Iglesia católica actual y el drama que viven, por desgracia, los católicos modernos, que sufren en los viejos zuecos anticuados, demasiado pesados, rígidos y ajustados, y tremendamente incómodos, con los que la Iglesia les obliga a caminar. Hay entre ellos quienes, por un sentimiento visceral de adhesión y fidelidad a su vieja Iglesia, no se atreven a quitárselos; pero han detenido su marcha.
Hay otros católicos (la mayoría) que, cansados de aguantar la incomodidad y el dolor, se desembarazan sin más de sus zuecos para recuperar la zancada entera de su paso, la plena libertad de movimientos y poder al fin partir por los caminos de la vida a la velocidad de sus nuevas percepciones, convicciones, visiones y sueños nuevos.
Con frecuencia, esos cristianos sólo se han alejado de la Iglesia para acercarse más a Jesús de Nazaret.

Encuentro entonces a este Jesús de Mateo, realista, concreto, lúcido y terriblemente moderno. Hace ya dos mil años, este hombre había puesto el dedo en la llaga de los males y heridas que hoy sufre la Iglesia, y había esbozado y dejado entrever la vía a seguir para que sobreviva al tsunami de la modernidad.

Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

LA LIBERTAD QUE NOS FASCINA Y… Mt 4,12-23

... NUESTRA DIFÍCIL LIBERTAD

(3°  dom to A )



Este texto del evangelio de Mateo que presenta a Jesús dejando su pueblo de Nazaret, abandonando todos sus vínculos y seguridades para partir a la aventura sobre los caminos de Palestina, empujado sólo por la fuerza de su sueño y la confianza en su Dios, me dan ganas de reflexionar un poco sobre un aspecto de su personalidad que siempre me fascinó: su extraordinaria independencia y su total libertad.

Jesús no depende de nada ni de nadie. No reconoce a ninguna autoridad humana, sea del tipo que sea, el poder de interferir en sus opciones, de decidir en su lugar, de influir en sus convicciones y de cambiar la orientación fundamental de su vida. Es un hombre libre.

Es libre frente a su familia, a la que mantiene siempre a distancia y no la deja inmiscuirse en su actividad de taumaturgo y de predicador, o intervenir en el cumplimiento de su misión.

Es libre frente a sus discípulos, a los que elige él mismo al azar de sus encuentros al borde del lago de Genesaret y sobre los caminos de Galilea.

Es libre frente a las cosas. No tiene casa, trabajo, familia, hijos, propiedades, dinero, seguridad material. Mujeres le siguen y le asisten con sus bienes. Come cuando puede. Se sienta con gusto en una buena mesa cuando lo invitan. Vive pues del amor y de caridad. Vive en la calle, sin dinero, como un vagabundo, pero libre como el viento. Un día describirá su estilo de vida con esas imágenes poéticas inspiradas en la naturaleza que lo rodea: "Los zorros tienen su guarida, los pájaros del cielo sus nidos; el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8.20)

Es libre frente a la autoridad establecida. No se siente encerrado en ningún sistema (civil o religioso), ni sometido a ninguna ley humana, si piensa que le impiden vivir según su conciencia o si las juzga en discordia con sus profundas convicciones o con la misión que piensa es la suya en este mundo. Se siente totalmente libre tanto de cara al poder de las autoridades religiosas, como a las innumerables prohibiciones, preceptos y prescripciones de la Ley mosaica, que regían la totalidad de la vida social y religiosa de la nación judía de su tiempo.

Jesús, el hombre libre por excelencia, vio siempre su misión en este mundo como una tarea de liberación recibida de Dios; como un compromiso en un combate que debía entablar hasta el fin para dar a los humanos la libertad a la que tenemos derecho en cuanto hijos de Dios. Puesto que poseemos la dignidad de hijos de Dios, nada debe ni puede esclavizarnos. Al inicio de su vida pública, en la sinagoga de su pueblo natal, Jesús anunciará abiertamente que, con él, ahora, se realizan las palabras del profeta Isaías: "El espíritu de Dios está sobre mí… él me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos."  (Lc 4,16-20).

Su independencia y su amor por la libertad le empujan a relativizar y criticar toda ley o norma que pretenda someter a las personas a las exigencias y los caprichos del poder. Siempre consideró como injusta y abusiva toda legislación que pretendiera favorecer los intereses de un partido, una clase política, un sistema, fuera religioso o político, por delante de los intereses del pueblo y el bienestar de las personas. Jesús proclamaba alto y fuerte que la ley (del sábado) estaba hecha para el hombre y no el hombre para la ley.

Jesús descalificó no sólo las leyes injustas y opresivas, sino todo poder que se crea autorizado a imponerse a los demás con tales leyes, para llegar finalmente a desautorizar y condenar el poder en cuanto tal, y a soñar con un mundo y una sociedad humana sin poderes. Para Jesús, el poder, basado sobre el postulado de la superioridad del que la ejerce, es por su naturaleza opresivo y esclavizante, y se transforma necesariamente en causa de conflicto, división y desigualdad. Al convertirse en un elemento "diabólico" en la sociedad (el "diábolos" en griego es el que divide), el poder pierde no sólo su legitimidad, sino también su "humanidad". En efecto, deshumaniza a las personas, la sociedad y el mundo.

Para Jesús, en un mundo construido bajo la marca de una verdadera humanidad, las relaciones entre las personas nunca deberían gestionarse con las dinámicas del poder, sino de la fraternidad y el amor. Para Jesús una sociedad es verdaderamente humana, no cuando está construida sobre el amor del poder, sino sobre el poder del amor.
Pedirá a sus discípulos desterrar de su sociedad toda dependencia basada en la lógica interesada y perversa del poder que somete y explota, para instaurar relaciones humanas sólo fundadas en la actitud amorosa del servicio desinteresado, humilde y fraternal. "Ustedes saben -dirá a sus discípulos- que los grandes y poderosos de este mundo actúan como dictadores y someten y explotan a la gente. Pero entre ustedes no ha de ser así. Entre ustedes, el que quiera ser grande, que se haga pequeño; el que quiere ser el primero, que se haga el último; el que quiera mandar, que se ponga a disposición de todos y sea el servidor de todos (Mt. 20,25-28 ; 23,11-12 ; Mc. 9.35; Lc. 9.48).
Jesús lleva esta lucha contra las tendencias opresoras del poder, principalmente impulsado por un anhelo de libertad que quiere asegurar a sí mismo y, a continuación, dejar en herencia a la comunidad de sus discípulos. El sabe que esta libertad es la matriz original de toda verdadera humanidad; y que el ser humano no podrá crecer, ni progresar, si el árbol de su vida no hunde las raíces en la tierra de la libertad.

Para defender y salvaguardar su libertad, Jesús no tendrá miedo de enfrentarse a la hostilidad de los poderes establecidos ni tampoco a las posiciones de las autoridades religiosas y civiles de su tiempo, que hubieran querido manipularlo, hacerlo bailar al son de su música, o, al menos, confinarlo en los límites estrechos de sus tradiciones, prejuicios y creencias; y encerrarlo en la prisión sofocante de sus leyes y normas. Ninguna autoridad, sin embargo, pudo hacerlo callar, ni le pudo impedir perseguir hasta el fin, su misión y su sueño.

Jesús quiere guardar intacta su libertad de hombre, para poder estar enteramente sometido y disponible a la voluntad de Dios, que ama y trata como Padre. Es la única dependencia que acepta en su vida. Pero esta dependencia, siendo la del amor, sólo refuerza más la calidad y la amplitud de su libertad. Es ese amor el que lo hace un hombre libre.
A causa de esta libertad fundamental, Jesús ha sido capaz de preservar intacta la integridad y la originalidad de su fisonomía interior y de permanecer señor de sus ideas y convicciones, aun a costa de su vida. Por eso ha sido un individuo único en su género, un ejemplar original y exclusivo de verdadera sabiduría y auténtica humanidad. Nunca fue una copia de alguien.

Gracias a esa libertad, nunca el Nazareno se dejó influenciar por modos, prejuicios, preconceptos, dogmas establecidos, tradiciones obsoletas y con frecuencia degeneradas de la cultura y la religión de su tiempo. Eso significa que jamás se dejó contaminar por esa visión pesimista y maniquea de la realidad, típica de la ética judía de su tiempo, que percibía el mondo material como malo, que veía por todas partes mal y pecado; que consideraba al hombre como un ser fundamentalmente malo y corrompido, en rebeldía constante contra Dios, atraído por el mal, el cual se pega al alma como el sudor a la piel en un tórrido día de verano; que necesita constantemente engatusar y conquistar a la divinidad para obtener sus favores y su benevolencia o para evitar su ira.

El pensamiento de Jesús escapó de la mentalidad y la cultura patriarcal y elitista de su tiempo que partía el mundo entre justos y pecadores, elegidos y rechazados, salvados y condenados. Para Jesús, no hay ser humano radicalmente malo, sino sólo personas que, a causa de las circunstancias de la vida, del medio social en que han vivido, de su cultura o incultura, de sus taras y límites, se equivocan, tropiezan, caen, se pierden, se ofuscan por los caminos de una existencia con frecuencia demasiada difícil y complicada para ellos.

Para Jesús no hay pecadores, sino sólo seres enfermos en cuerpo y alma que hay que cuidar y ayudar a superarse. Para Jesús no hay más que seres extraviados que buscar y acompañar tiernamente en el camino de vuelta. No hay más que personas desgraciadas, que sufren a causa de su inmensa pobreza (material, sicológica, humana y espiritual) que hay que enriquecer con los valores y la sabiduría que vienen del Espíritu de Dios. Para Jesús no hay más que personas inadaptadas y cegadas que nunca fueron capaces de ver claramente y que simplemente hay que iluminar y orientar para que haya un poco más de luz en su oscuridad.

Por eso Jesús de Nazaret ha sido para muchos un maestro y una luz. Durante toda su vida, ese Maestro ayudó a los desfigurados y perdedores en la vida, no sólo a confiar en sí mismos, sino también a poner su confianza en el amor de su Dios:
- a fin de que se les muestre con una nueva luz la verdad sobre Dios, sobre sí mismos, sobre el mundo, así como el sentido de su presencia en este vasto Universo;
- a fin de que puedan entrever una forma más completa y feliz de lo que puede ser su existencia en este mundo, así como la belleza posible de su paisaje interior;
 - a fin de que descubran su lugar, valor, libertad y la inmensa dignidad que tienen en el mundo nuevo que él viene a instaurar ("el Reino de Dios"); así como la intensidad de la ternura con que Dios-Padre los rodea.

El Dios de Jesús ya no es el Dios opresivo y opresor de las religiones, es el Misterio de una Energía Amorosa Original que sostiene toda la Realidad y en ella se manifiesta.  Misterio de Amor que revela especialmente su naturaleza y su presencia en la persona humana. La presencia de esta Fuerza de Amor en el hombre, es la razón y la garantía de su innata e inalienable libertad. Jesús dirá que la Buena Nueva que viene a anunciar consiste en esta verdad sobre el mundo, el hombre y Dios que nos hace percibir las criaturas extraordinarias, los seres libres y los humanos cumplidos en los que podemos llegar a ser (Jn. 8,31-36).

Y si hay una actitud contraria al pensamiento y al espíritu de Jesús, es el comportamiento "victimista" y “culpabilizante” del hombre que se considera una basura y un desperdicio ante Dios. Hay que reconocer que casi todas las religiones consagraron y fomentaron esta actitud de culpabilidad mórbida del hombre en sus relaciones con la divinidad, pero debemos admitir que sobre todo el catolicismo, escogió esta postura derrotista y pesimista como el estado y la condición normal del fiel creyente, cuando se dirige a Dios.

Esta actitud de sometimiento culpable del hombre, siempre responsable e irreparablemente "pecador" ante Dios, ha sido un virus que contaminó el conjunto de doctrinas y de ritos de la Iglesia católica. De suerte que, todavía hoy, la disposición interior típica del católico piadoso que va a la iglesia, que participa en la liturgia y que recibe los sacramentos, es que debe hacerlo con la convicción de ser indigno de la bondad y el amor de Dios, de ser un miserable y un delincuente que Dios sólo puede incriminar y castigar o perdonar e indultar.

A causa de su condición de culpable crónico, el hombre creyente no tiene derecho a estar de pie, a exponer su valía, su inocencia y su dignidad. Porque no tiene ninguna. Sólo puede arrastrarse, hundirse, arrodillarse ante Dios; como un siervo desgraciado ante su soberano; como un esclavo culpable ante su señor; como un criminal ante su juez; como un condenado a muerte ante su verdugo… Para implorarle a ese Dios, severo e irascible, favor, ayuda, indulgencia, misericordia, reconciliación, redención y gracia. ¡Cuán lejos está el Dios que supone esta actitud servil, humillante y degradante, del Dios-Padre de Jesús en la parábola del hijo pródigo!

La lucha de Jesús para preservar intacta su libertad de hombre, está lejos de ser un rasgo o una curiosidad biográfica de su personalidad. Al contrario, es un fenómeno de extraordinaria importancia y de grande actualidad para nosotros, las gentes de la modernidad y del siglo XXI, que vivimos el tiempo de los "derechos y libertades" de la persona. La época moderna nos ha enriquecido con toda clase de libertades: libertad de pensamiento y de creencia, libertad de opinión y de expresión, libertad de conciencia, libertad de religión, libertad sexual… Las mujeres, al menos en occidente, han sido y se sienten "liberadas". Indudablemente disfrutamos de una mayor libertad, de una emancipación e independencia personales que no conocían nuestros antepasados.
 En cambio, todos nos hemos convertido, más o menos, en esclavos del progreso técnico y económico, del bienestar material, del dinero, del consumo, de nuestras exigencias de confort, de necesidades artificiales inducidas por la publicidad, la moda, los medios, que manipulan de forma sutil y solapada nuestro siquismo y alteran por tanto nuestra libertad.

En este nuestro mundo moderno, ¿seremos capaces de escapar de esta servidumbre generalizada y de conservar o recuperar la condición de hombres y mujeres libres y liberados que el Maestro de Nazaret dejó en herencia a sus discípulos?


Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR? - Mt 11,2-11

( 3° Adviento, A)



Aunque el principal actor de la página evangélica de hoy es Juan Bautista, hay una novedad. El domingo anterior se venía presentando como el gran precursor, el gran anunciador de Jesús. Ahora parece perder esa lucidez y determinación en el cumplimiento de su propia misión, y Mateo lo presenta desconcertado, angustiado, perdido, dubitativo. Juan Bautista, en la oscuridad de la cárcel, está traspasado por una duda lacerante. La duda se alimenta con el pensamiento de que él en la cárcel ayuna, mientras Jesús come con publicanos y pecadores; él anunció que la pala separará la paja del grano, mientras Jesús anuncia a todos el perdón y la misericordia.... Todo lo que se ve y se oye sobre el Mesías parece ir en la dirección opuesta o cuanto él había profetizado. Entonces, la pregunta angustiante: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”

Su pregunta y también la nuestra, es el interrogante que ha atravesado los siglos y que resuena hoy más viva que nunca, ante la desorientación del hombre moderno y la inversión de todos los valores.
Que levante la mano quien no ha pensado de esta manera. Como cristiano y como sacerdote me he preguntado a menudo: “¿No me habré equivocado al seguir a Jesús? ¿No habré cometido un error al poner en él mi fe, mi confianza, no estaré equivocado al creer que él es el Hijo de Dios? ¿Será verdad que el viene de Dios? ¿que nos revela el pensamiento de Dios? ¿Será verdad que sólo él tiene palabras de verdad, que él es el camino, la verdad y la vida, como está escrito en el Evangelio? ¿Será verdad que él, su palabra y su enseñanza nos harán conocer la voluntad de Dios? ¿Será verdad que su mensaje posee el poder de transformar mi vida y levantar este mundo al punto de hacerlo más seguro, más salvado, más justo, más bueno, más pacífico? ¿Eres tú, Jesús, la respuesta a estos problemas o debemos pensar en otra solución?
¿Cuántas veces la duda llama a la puerta de nuestra fe? Pensando en Navidad, en la fragilidad con la que Dios se presenta, un niño envuelto en pañales, también nosotros decimos: “¿Eres tú el Omnipotente que ha de venir o debemos esperar a otro?” ¿Cómo podemos creer que eres el Salvador de la humanidad, si millones de seres humanos mueren víctimas de la injusticia, la explotación, la avidez y la violencia de otros hombres? ¿Cómo podemos creer que tú seas el que ha venido a instaurar el Reino de Dios en el mundo, cuando en realidad parece que en el mundo reina más bien el espíritu del mal, el demonio? ¿Cómo podemos creer que tú hayas venido a traer al mundo la justicia, el amor, la fraternidad y la paz, cuando a nuestro alrededor sólo vemos injusticia, divisiones, desigualdad, odio, agresividad, violencia y guerra?

Seamos sinceros: se necesita una buena dosis de fe y... de inconsciencia para afirmar que Jesús es el Salvador y el Redentor del mundo; que el mundo está salvado y que el Reino de Dios, predicado y prometido por Jesús, se está realizando. ¿Dónde está este mundo salvado? ¿Dónde están esos hombres redimidos? Miren a su alrededor: después de esta larga inyección de dos mil años de cristianismo, ¿tienen la impresión de vivir en un mundo salvado? ¿De que se ha cambiado algo y que el mundo y la sociedad de hoy son realmente mejores que los de ayer?

En el Evangelio de hoy, a la pregunta de Juan el Bautista, Jesús responde: “¡Vean... los mudos hablan, los sordos oyen, los cojos andan...” Miren en torno, dice Jesús, sí, es verdad... Todavía tanta gente sufre, vive en condiciones espantosas; es verdad que todavía tanta gente se pierde en el abismo del odio, la venganza, la intolerancia, el egoísmo, la avidez, la violencia, la guerra... Pero miren bien a su alrededor y se darán cuenta que hay muchísima gente que es curada, liberada, transformada para bien, salvada... cuanta gente recupera la vista, cuanta gente al contactar conmigo ve la realidad con ojos nuevos; cuanta gente postrada, paralítica, a mi contacto se ha puesto en pie y vuelve a caminar... cuanta gente gracias a mí, a mi palabra, a mi presencia, sale de la soledad, de su angustia y comienza a vivir, a comunicarse, a crear relaciones, a hablar, a sonreír, a reír, a vivir. Cuanta gente recobra la alegría, la serenidad, la paz. Miren bien a su alrededor y se darán cuenta que, también hoy, los demonios son expulsados, los ciegos recobran la vista, los paralíticos se ponen en movimiento, los leprosos y los enfermos son curados... porque hoy y siempre, las personas que me encuentran, que me acogen en su vida, consiguen liberarse de los malos espíritus y de los espíritus cautivos en su corazón.
Si todo esto sucede, si estos milagros tienen lugar, si todavía estas transformaciones y curaciones se están realizando en la vida de tantos hombres y mujeres ... eso significa que realmente está presente en medio de ustedes la Fuerza que salva, que “está llegando entre ustedes el reino de Dios...”
Por supuesto, todavía hay mucho mal, perversidad, sufrimiento, en el mundo; pero si miran cuidadosamente a su alrededor, se darán cuenta que hay también mucho bien, mucha bondad, mucha generosidad, mucho amor. En realidad, se darán cuenta que el peso del bien es mucho más importante que el peso del mal. Y justamente, es la presencia de esta inmensa cantidad de bien lo que salva al mundo y continúa manteniendo en vida a la humanidad.
Ahora, ante la certeza de que Jesús es el que salva, aunque su acción se esconda en la fragilidad de una humanidad pecadora, a este domingo podemos llamarlo, no el domingo de la tristeza, sino el domingo de la alegría.  En la oscuridad de nuestros miedos y nuestras dudas, brilla un fulgor de esperanza... Y nosotros cristianos podemos realmente dar gracias, y alegrarnos porque por Jesús sabemos que el bien será siempre más fuerte que el mal, que el amor será siempre más abundante que el odio, que Dios estará siempre de nuestro lado, puesto que somos sus hijos y que nada ni nadie nos podrá alejarnos o arrancarnos de su amor. “Si Dios está con nosotros... ¿quién será contra nosotros?”
 ¡Ven Señor Jesús! ¿Marana tha!”

Bruno Mori

(Traducción de Ernesto Baquer)

¿Y SI JESÚS ESTABA CASADO?



Siempre me han fascinado la figura y las ideas del Profeta de Nazaret y he sentido siempre una profunda admiración por la extraordinaria calidad humana de su personalidad.
Al contrario, siempre he experimentado una especie de repulsión innata a considerarlo Dios o la encarnación de Dios en la tierra, como me imponía creer el dogma católico. Siempre tuve la impresión que esa creencia en lugar de enriquecer la figura de Jesús, la empobrecía terriblemente. Ese dogma me privaba de su total y fascinante humanidad. Me impedía considerarlo como un individuo de mi raza y tratarlo como una persona que, fundamentalmente, era mi semejante y con la que podía desarrollar relaciones normales de amistad y paridad; con la que podía dialogar, compararme, identificarme, a quien yo podía admirar, desear seguirlo, imitarlo, hacerlo mi modelo y mi héroe. Siempre pensé que ningún humano podía tener la idea ni las ganas de adoptar, con plena confianza, a ese “extraterrestre” como compañero de viaje o de compararse con él; sobre todo si ese Dios, venido de lo alto y del más allá, quería parecer ser un hombre.

Siempre tuve la impresión de que ese Jesús-Dios del dogma era un impostor. Ese individuo que aparecía como un hombre, no siéndolo del todo y sobre el que podríamos insinuar que hacía y decía cosas extraordinarias no porque fuera un hombre, sino porque era Dios, no tenía ningún interés ni atractivo para mí. Para mí, la divinidad de Jesús, proclamada por la fe cristiana, arruinaba totalmente la grandeza y el valor de su humanidad y de todo lo que dimanaba de ella. La proclamación de la divinidad de Jesús, por parte y en el sentido de las Iglesias cristianas, me pareció siempre un mito anacrónico , un absurdo metafísico e histórico que debíamos abandonar a cualquier precio, si queríamos restablecer la importancia del rol jugado por Jesús de Nazaret en la historia de la humanidad y restablecer la credibilidad de su mensaje.

Siguiendo esta línea de pensamiento de un Jesús totalmente humano, sólo y maravillosamente humano, inevitablemente llegué a la conclusión que, si Jesús era un hombre perfectamente normal, debía también haber experimentado todos los sentimientos, impulsos, necesidades, tendencias, pasiones, afectos y amores que remueven y agitan la vida de todo hombre normalmente constituido. Y comencé a plantearme algunas preguntas: ¿Jesús habrá sido siempre célibe? ¿Nunca se sintió atraído por las mujeres? ¿Será verdad que nunca amó íntimamente a ninguna mujer? ¿Será verdad que Jesús jamás se casó? ¿Podría ser que, así como la Iglesia convenció a sus adeptos de que Jesús era Dios, también hizo de todo para convencerlos que Jesús había sido siempre célibe?

Todas estas preguntas, permanecieron largo tiempo como pensamientos personales que nunca me atreví a expresar abiertamente. Hasta que un día me atrapó un libro del obispo anglicano John Shelby Spong, Born of a Woman (Nacido de una mujer), que en uno de sus capítulos, trataba justamente la cuestión del casamiento de Jesús, planteándose las mismas preguntas que yo. El planteamiento de Spong me interesó mucho. Y ya que pienso que nunca seré capaz de tratar tan bien y tan exhaustivamente esta cuestión como el autor del libro mencionado anteriormente, decidí traducir y poner a disposición del lector del blog este sabio estudio. Espero que podrá contribuir a devolver más consistencia y atractivo a la figura humana de Jesús de Nazaret.

Aquí va el texto del Dr. Spong:

"Supongamos que Jesús fuese casado…
Jesús nació de una mujer. Era un hombre. En la historia cristiana, se ha deshumanizado tanto a la mujer que era su madre, como al hombre que era su hijo. Una parte de esta deshumanización consistió en presentar a la madre y al hijo como personas asexuadas. El hecho de haber transformado a María en una mujer asexuada, contribuyó mucho a robarle a Jesús su humanidad, considerándolo como un ser por encima y más allá de toda connotación de carácter sexual. Ya hemos dibujado el retrato de María desde esta perspectiva. Antes de analizar las implicaciones de la imagen etérea y asexuada de María sobre los humanos en general y sobre las mujeres en particular, querría examinar la vida de Jesús y concentrar mi investigación en su humanidad, incluyendo su naturaleza sexuada y su experiencia de vida.

“Sin darnos cuenta, y con mucha más frecuencia de lo que pensamos, tenemos la costumbre de definir el sexo negativamente, como algo malo y sucio. A pesar de esta tendencia, espero que podamos tratar este asunto con una mentalidad abierta. Y me parece que la mejor manera de abordar el tema, consiste en formular una cuestión que algunos encontrarán sorprendente, e incluso quizá inapropiada e irrespetuosa.
¿Jesús estaba casado? ¿Hubo una figura femenina relevante (principal, importante, dominante, preeminente) en la vida del Jesús histórico? Comencemos por afirmar lo que parece ser evidente. En el NT nada se dice abiertamente sobre el estado marital de Jesús. Existe, además, una tradición eclesiástica bimilenaria que ha considerado siempre como un axioma la condición célibe de Jesús. Comprensible cuando consideramos que los principales intérpretes de este Jesús de la historia han sido los sacerdotes y que durante la mayor parte de esos dos mil años la Iglesia exigió de ellos que fueran célibes. Lo que es más que una buena razón para querer definir a Jesús como el modelo incuestionable del celibato clerical.

“Sin embargo, hay que reconocer que siempre ha existido una corriente subterránea de pensamiento, que interpretó de manera "romántica" la relación de Jesús con María Magdalena (MM). Esta suposición aparecida en la literatura de la Edad Media, rebrotó de nuevo en la segunda mitad del siglo pasado. Efectivamente, en los años 60, el tema fue llevado a los escenarios de Broadway en dos obras: Jesucristo Superstar y Gogspell. En Superstar, MM le cantaba a Jesús una conmovedora balada romántica que decía: I don’t know how to love him… I don’t know how to take him… I want him so… I love him so..." (Yo no sé cómo amarlo ... No sé cómo tomarlo... Lo quiero tanto... Lo amo tanto...). A finales de los 80, el mismo tema salió a la superficie en un film que suscitó entonces mucho debate: La última tentación de Cristo, en el que las escenas de Jesús con MM fueron el aspecto más controvertido de la película.
Sin tener la intención de ofender las sensibilidades religiosas de quien sea, ni de parecer obsceno, querría plantearme esta cuestión y tratar de responderla de forma seria y erudita, siendo bien consciente de su carácter especulativo. Cuestión que se puede plantear más fácilmente en estos comienzos del siglo XXI de apertura y revolución sexual, donde enfrentamos concepciones, imágenes, tabúes y estereotipos sexuales procedentes de un pasado caduco, que nos han obligado a reflexionar sobre nuevas definiciones de lo que significa ser hombre y ser mujer.

“Hoy las mujeres teólogas y biblistas, formadas en esta nueva conciencia e impregnadas de esta nueva mentalidad, leen los textos sagrados viendo en ellos cosas que los hombres, cegados por las definiciones del pasado, jamás han sido capaces de ver. El texto bíblico fue siempre escrito e interpretado exclusivamente por hombres, hasta esta generación. De suerte que esta nueva visión nos aporta profundizaciones, inteligencia, cuestionamientos y, quizá también, revelaciones, nuevas.
Es verdad que el solo hecho de sugerir una relación entre Jesús y MM provoca inmediatamente una respuesta muy dura en casi todos los cristianos. Hay, en la mayoría de los creyentes, una reacción visceral de rechazo que ni siquiera acepta considerar esta eventualidad. Es fácil comprender la razón de esta reacción extremadamente negativa. La sugerencia de que Jesús y MM hayan podido ser amantes representa, en efecto, una bofetada en el rostro a todos los valores morales propuestos por la Iglesia a lo largo de su historia y atenta contra cierta fe en Jesús, Dios encarnado y hombre sin pecado.
Sin embargo, hay que decir que el rechazo categórico a admitir la posibilidad de que Jesús fuese un hombre casado, se desvanece cada vez más en nuestro mundo moderno, y hoy, esta eventualidad ya no parece tan extraña e inconcebible. Este rechazo de principio, es residuo del negativismo, la aversión y la repulsión que infectan, todavía hoy, la actitud de la Iglesia hacia las mujeres. Presupone el prejuicio eclesiástico de que el matrimonio es un estado malsano e impuro y por tanto inapropiado para un individuo que se define como santo y como Dios hecho hombre. Si la Iglesia sigue convencida que, fundamentalmente, el matrimonio constituye un compromiso con el pecado, podemos suponer que toda consideración que insinúe la hipótesis de que Jesús fuera probablemente un hombre casado, no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en la visión antifeminista de la Iglesia que me atrevo aquí a desafiar. Mi tarea será pues examinar toda información capaz de conducir a la conclusión de que Jesús era un hombre casado.

“Por tanto, volvamos a examinar los textos bíblicos en esta perspectiva. En la primera carta a los Corintios (9,1ss), San Pablo defiende su estatus de apóstol. ¿No tenemos derecho a que nos acompañe en nuestros viajes alguna mujer hermana, como hacen los demás apóstoles, los hermanos del Señor, y Cefas?". Pablo afirma que los líderes responsables de la predicación apostólica se hacían acompañar por sus esposas, al menos en la iglesia de los primeros tiempos. ¿Era una nueva forma de hacer? Una lectura atenta de los evangelios muestra que esta costumbre estaba ya en vigor viviendo Jesús. Pero esos textos generalmente han sido ignorados por la Iglesia. Sin embargo, los evangelios afirman claramente que Jesús, con su grupo de discípulos, se desplazaba, tanto en Galilea como en Judea, acompañado de un grupo de mujeres. Los textos nos informan incluso que esas mujeres proveían las necesidades materiales de ese grupo de hombres, incluido Jesús, con sus propios bienes. Cuando leemos las informaciones que los evangelios nos proporcionan sobre la presencia de esas mujeres, no podemos dejar de señalar el lugar predominante que los textos dan a una mujer llamada María de Magdala, mejor conocida como María Magdalena.
"Había unas mujeres que miraban de lejos, entre ellas María Magdalena, María madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que lo seguían y lo servían cuando Jesús estaba en Galilea. Con ellas estaban también otras más que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).
"María Magdalena y María, la madre de José, observaban donde lo habían puesto" (Mc 15,47).
"También estaban allí, observándolo todo, algunas mujeres que, desde Galilea, habían seguido a Jesús para servirlo. Entre ellas, estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos del Zebedeo" (Mt 27,55-5).
"Mientras tanto, María Magdalena y la otra María, estaban allí, sentadas frente al sepulcro)" (Mt 27,61).
Cuando Lucas cuenta la primera fase del ministerio de Jesús en Galilea, escribe: "Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres, a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes llamado Cuza; Susana y varias otras que los atendían con sus propios recursos" (Lc 8,1-3).
"Se mantenían a distancia todos sus conocidos, así como las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y lo observaban" (Lc 13,49).
"Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea… vieron de cerca el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. Después que volvieron a sus casas, prepararon perfumes y mirra. Y el sábado descansaron, según ordena la Ley". (Lc 23,55-56).

“De alguna forma necesitamos ampliar nuestra imagen mental de la vida de Jesús y de sus discípulos. Los evangelios nos informan que, en sus peregrinaciones, Jesús y sus doce compañeros estaban acompañados por un grupo de mujeres. No quiero insinuar nada malicioso en mis comentarios; sin embargo, debo señalar, si tenemos en cuenta las normas y costumbres que regían la vida de las mujeres en el siglo primero, un grupo de mujeres que seguían a un grupo de hombres, debía estar compuesto o de esposas, o de madres, o de prostitutas. La referencia de Pablo citado anteriormente, parece indicar que los apóstoles, los hermanos del Señor y especialmente Pedro viajaban en compañía de sus esposas. ¿Cuál era la condición o el rol de MM en el seno de ese grupo de mujeres? En este contexto la pregunta no carece de interés, porque es evidente que cada uno de esos pasajes da a MM una posición de prioridad. En esta época el estatus de una mujer estaba estrechamente ligado al rango que su marido ocupaba en la vida social. En los evangelios, MM es siempre citada la primera. Parece pues mostrar que tenía una relación especial con aquel que era el primer centro de interés de los relatos evangélicos: Jesús de Nazaret.

“Si tenemos presente la función que las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús, nos sorprenderá menos el lugar central que los evangelios les reservan en los relatos de la resurrección. Estamos habituados a pensar que la presencia de las mujeres en los relatos de la resurrección no tiene importancia; pero eso es una impresión falsa. En la tradición de la resurrección, MM es de nuevo la figura central.
Los evangelios no siempre están de acuerdo sobre las mujeres que volvieron al sepulcro al alba del primer día de la semana; sin embargo, todos concuerdan en poner en primer lugar el nombre de María de Magdala. (Mc. 16,1; Mt. 28,1; Lc. 24,10; Jn. 20,1).
En el evangelio de Juan hay otros indicios que podemos explorar. Sólo este evangelio nos transmitió el relato de las bodas de Caná, en Galilea (Jn. 2,1-11). Se trata de un relato extraño, en diversos aspectos. Según el texto, Jesús y su madre estaban presentes en la boda. Pero en este momento de la historia contada por Juan, los discípulos presentes son sólo cuatro: los dos discípulos del Bautista, Andrés y Felipe, que han seguido a Jesús, reclutando a su vez a Simón y Natanael. Entonces Jesús, sus cuatro socios y su madre están presentes en esta boda celebrada en Galilea, cerca del pueblo de Nazaret. Cuando hay dos generaciones presentes en una boda, se trata casi siempre de un asunto de familia. Yo nunca he asistido con mi madre a una boda, excepto cuando se ha casado alguien de la familia. Y la única vez que mi madre y mis mejores amigos estuvieron presentes en una boda, fue en la mía.
 Así que Juan nos informa que a esa boda asistieron Jesús, sus discípulos y su madre. Pero ¿de quién era la boda? La narración no lo dice; pero sí que la madre de Jesús estaba muy inquieta viendo cómo las reservas de vino se agotaban vertiginosamente. ¿Por qué eso era una fuente de preocupación para la madre de Jesús? ¿Los invitados a una boda se preocupan de ese tipo de detalles? ¡No! Al contrario, ese detalle haría sobresaltar ciertamente a la madre del novio, a quien corresponde ejercitar un buen papel frente a los invitados. En esa escena el comportamiento de María sería totalmente inapropiado e incomprensible, salvo si tenía que actuar como madre del novio. ¿El relato sería el eco de una tradición relativa a la boda de Jesús y que no pudo ser completamente borrado?

“Del evangelio de Juan podemos extraer otros indicios. Natanael llama a Jesús "Rabbi" (Jn. 1,49). Quizá no sea el título histórico exacto que le daban a Jesús. Sin embargo, debemos señalar que, en la vida judía del siglo primero, una de las condiciones indispensables para tener derecho a ese título y ser considerado un "rabbi", era estar casado.

“Sin embargo, uno de los pasajes más sorprendentes y cautivantes del evangelio de Juan es sin duda aquel en que el evangelista describe el comportamiento de MM en la tumba de Jesús. En este evangelio se dice que MM va sola a la tumba de Jesús; la encuentra vacía, corre entonces a advertir a Pedro y el otro discípulo amado de Jesús, pero en todo el relato, MM parece tener un lugar de honor y un rol más importante que el de los discípulos. En efecto, después que éstos constataron personalmente la verdad de los hechos contados por la mujer, retornan destrozados, sin saber qué hacer ni qué pensar. MM sin embargo sabe y siente que no se ha acabado todo y que todo está por hacer. Entonces vuelve totalmente sola a la tumba para estallar (aplacar, descargar) su dolor y para resolver el enigma de ese cuerpo sustraído a sus caricias y su amor. Mirando, a través de las lágrimas, en la dirección de la tumba vacía, entrevé la silueta de dos individuos que preguntan sobre la causa de su llanto. Ella dice: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Detengámonos en la expresión "mi señor". Este episodio tiene lugar antes de conocer la resurrección. La tumba vacía para MM no significa evidentemente que el Señor resucitó, sino sólo que su cuerpo ha sido robado. Para MM Jesús está muerto. Sin embargo, utiliza la expresión "mi Señor", que era el título típico con el que los cristianos de los orígenes designaban al Resucitado. ¿Eso significaría que MM tomó conciencia de "Jesús es el Señor" antes de su resurrección? ¿O podría, por el contrario, que esta expresión en los labios de MM y en este contexto sólo significara "mi hombre", como dirían las mujeres de hoy; o "mi respetable marido", como dicen las esposas chinas y japonesas; o bien simplemente "mi señor" ("el que domina en mi vida"), que era la manera como las mujeres judías del siglo primero se dirigían a su marido ? Claro que se trata de una interesante especulación basada sobre informaciones que encontramos en el texto, pero que, durante siglos, permanecieron ocultas ante la ceguera de la ideología cristiana.

“El relato de Juan no se detiene aquí. MM se da vuelta y, a través de sus lágrimas, ve otra figura de hombre que avanza hacia ella en la penumbra del atardecer. Cree que es el cuidador del huerto. Quien le dirige la misma pregunta que los dos primeros individuos: "Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Y MM responde: "Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo me lo llevaré" (Jn. 20,15). Notemos las palabras empleadas. MM está reclamando el derecho a disponer del cuerpo de Jesús. En la sociedad judía de la época, habría sido completamente inapropiado que una mujer reclamara el cuerpo de un hombre, a menos que ese hombre fuera un pariente próximo.  MM es la figura femenina más evidente en la narrativa evangélica. Está descrita como la más afectada por la muerte de Jesús a quien llama "mi señor". Es la única mujer que reclama su cuerpo. Todos estos detalles juntos nos plantean preguntas sobre la naturaleza de sus relaciones con Jesús.
La historia de Juan continúa. En el texto Jesús dice: "¡María!". Ella se da vuelta, lo reconoce y dice: "¡Raboni!" ("¡mi Maestro querido!"). Este título, en esta forma, tiene una connotación de ternura, intimidad y complicidad. Tratemos de imaginar lo que pasa a continuación. Simplemente Jesús dice: "¡No me toques!": mejor traducir por: ¡No me aprietes!. Evidentemente MM se precipitó para abrazar a este hombre. Pero, en la sociedad judía, nunca una mujer toca y abraza a un hombre, a menos que esté casada con él, e incluso en este caso, los gestos de afecto sólo se dan en la intimidad de la casa. Al leer estos textos desde esta nueva perspectiva, adquieren en seguida en nosotros un nuevo sentido y nuevas posibilidades.

“Si nos trasladamos por un momento al evangelio de Lucas, encontramos la anécdota de María y de Marta que viven en un pueblo y que reciben a Jesús en su casa (Lc. 10,38ss). también Juan menciona esas dos hermanas y nos dice que habitaban en el pueblo de Betania y que ellas tenían un hermano que se llamaba Lázaro (Jn. 11,1). Juan identifica esta María con "la que había ungido al Señor con aceite perfumado y le había secado los pies con sus cabellos" (Jn. 11,2). Es interesante señalar que Juan narra este tierno episodio, también en Betania, en el capítulo 12,3, aunque lo cite ya antes en el capítulo 11.
Marcos tiene un relato semejante sobre una mujer de Betania que ungió a Jesús con perfume de "nardo puro y precioso". Aunque no nombra a la mujer. Pero Jesús dice que, con este gesto, ha hecho algo bueno para él (Mc 14,6). Para Marcos y Juan la acción de María parece ser un gesto de ternura y amor totalmente honorable y normal en esas circunstancias. No hay en los textos ningún indicio que pueda autorizar una interpretación diferente. Lucas cuenta una anécdota similar, pero habla de una mujer del pueblo a la que califica de "pecadora" (Lc 7,36-41). En el siglo primero este calificativo servía para designar una prostituta. En el relato, los detractores de Jesús señalan: "Si este hombre fuera un profeta, sabría quien esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora"
Lucas no identifica a esta mujer con María, la hermana de Marta, como lo hace el evangelio de Juan. Pero cuando cuenta la historia de la visita de Jesús en casa de María y Marta, nos da detalles interesantes. Jesús es un invitado, Marta está enteramente copada por las tareas domésticas y la preparación de la comida, mientras que María está sentada a los pies de Jesús, extasiada escuchándolo hablar. Marta se les acerca y le pide a Jesús que le diga a María que vaya a ayudarla. ¿Cuál podría ser la relación entre Jesús, un invitado y María, la hermana de Marta, como para que ésta última de por sentado que Jesús tiene suficiente autoridad sobre María para que ella haga lo que le pida? En la sociedad judía de la época, este tipo de autoridad existía sólo en una relación conyugal. Si, en la realidad, se puede identificar esta María con MM, como creen muchos exegetas, la ternura expresada en el perfume derramado sobre la cabeza de Jesús, la intimidad manifestada por la acción y la danza de los cabellos y los besos a sus pies, habrían sido gestos a Jesús realizados por MM. Y en la mentalidad judía de aquel tiempo, esos gestos sólo son admisibles y posibles si la mujer que los realiza tiene un estatuto social bien determinado: o MM era la esposa de Jesús, o se trataba de una prostituta.
Juan y Marcos que cuentan este episodio, lo tratan con mucho respeto y no ven en él nada de reprensible o inapropiado, sino más bien como un momento de hermosa intimidad dentro de un círculo de amigos. Lucas, al contrario, trata este episodio como si la mujer fuera una prostituta. Al mismo tiempo, Lucas trata a María, la hermana de Marta, de forma muy positiva y no la identifica con la mujer "pública" que era una "pecadora". En realidad, la mujer pública de Lucas no tiene nombre.

“¿Sería posible que encontráramos en el evangelio de Lucas los primeros indicios de una voluntad determinada en alejar a MM de la vida de Jesús, recurriendo a difamarla? ¿Mientras crece en importancia el papel de María, la madre de Jesús, que llega a ser, lenta pero inexorablemente, la figura femenina central de la historia cristiana?
¿Qué significa el nombre de María de Magdala? Según la interpretación más común, a María la llaman así porque era originaria de Magdala. Sin embargo, nunca se ha podido identificar una población que tuviera ese nombre. Un sabio apuntó la hipótesis de que Marcos habría creado el nombre "Magdalena" a partir de la palabra hebra "magdad", que significa "grande". Si esa sugerencia resultara acertada, en su origen, el nombre de María Magdalena significaría "María la grande", o "la gran María". Si esta María es la grande, la principal, y si la madre de Jesús es la María secundaria, ¿no podríamos preguntarnos cual pudo ser la relación de Magdalena con Jesús? ¿No sería el estatus de esposa, el solo y único rol femenino superior en importancia al rol de la madre, en la vida de un hombre?

“Es verdad que los datos indicados aquí no son concluyentes. Acumulan sin embargo argumentos no despreciables en favor del hecho de que Jesús haya podido ser un hombre casado; que María Magdalena haya podido ser su esposa, viendo el lugar relevante que tiene, en cuanto mujer, en los relatos evangélicos; que todos los recuerdos, los hechos, los rasgos sobre esta relación matrimonial han sido sistemáticamente suprimidos en la redacción de los evangelios canónicos por las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, no todo ha podido ser borrado. Retazos e indicios esparcidos de esta información primitiva sobre el estado casado de Jesús permanecen en los evangelios, rastreables por aquellos que han tenido la suficiente perspicacia para buscarlos.

“Un último argumento a favor de esta hipótesis podría deducirse de la manera como MM ha sido tratada en la historia del cristianismo. En los evangelios, no hay ninguna prueba de que MM fuese una prostituta. Lucas, que parece ser el evangelista más inclinado a empañar la reputación de MM, dice que era la mujer de la que Jesús había lanzado siete demonios (Lc 8,2); pero esta tradición no está corroborada por ningún otro evangelio. También Lucas nos refiere la historia de una pecadora que perfuma a Jesús en la casa de un fariseo de Betania, pero no la identifica con la mujer que se llama María. Es verdad que Juan nos dice que esa mujer era, de hecho, María; sin embargo, especifica que ese episodio tuvo lugar en la casa de María, en compañía de su hermana Marta y su hermano Lázaro. Cuando Juan cuenta esta historia, no detecta ninguna actitud indecente. Por lo demás, tampoco Lucas encuentra nada de malo en la hermosa amistad de Jesús con las dos hermanas María y Marta.

“A finales del siglo primero,  apareció la necesidad urgente de eliminar a MM, esa mujer de carne y hueso que, con toda la densidad y el encanto humano de su feminidad, estuvo siempre al lado de Jesús, tanto en su vida como en su muerte, para reemplazarla con la figura de una mujer asexuada: la virgen madre. El estudio de la historia nos prueba que ese reemplazo se obtuvo presentando MM como prostituta y ensuciando así su memoria.

“Es legítimo plantearse las siguientes preguntas: ¿Por qué MM ha llegado a ser una amenaza tan grave para la Iglesia? ¿Por qué experimentamos inevitablemente una sensación de malestar, inconformidad e incluso rebeldía sólo al debatir la hipótesis de que Jesús pudiera ser un hombre casado? Me atrevo a señalar que, de manera inconsciente y en mayor medida de lo que podemos imaginar, todos somos víctimas de la hostilidad, la negatividad y los prejuicios inventados hacia las mujeres a lo largo de la historia, que han sido uno de los “regalitos” que la Iglesia cristiana ha hecho al mundo. Esta actitud malévola hacia el sexo femenino es algo tan crónico que todavía hoy seguimos considerando el matrimonio como un estado de vida deficiente e imperfecto, y a la mujer como fuente de tentación, caída y pecado para los hombres que son, todos, fundamentalmente correctos y virtuosos. Sólo porque somos siempre esclavos de esta actitud, reaccionamos con horror y negativismo a la mera idea de que Jesús haya podido ser un hombre casado, incluso si esa posibilidad no ofrece ningún obstáculo a su perfecta humanidad y a su completa divinidad.

“Esas actitudes negativas de cara a las mujeres, se infiltraron en la historia cristiana a comienzos del siglo II. Pienso que la sobre-exaltación de la figura de la “Virgen María” ha sido el vehículo principal por el que todos esos prejuicios negativos y culpabilizantes sobre las mujeres se transportaron al seno del cristianismo. Las mujeres han sido las grandes víctimas de esta tradición “marial”, y todavía hoy las iglesias cristianas tienen tantas dificultades para liberarse de ese antiguo estereotipo. Estoy convencido que ese antiguo cliché acabará un día por ser superado, a medida que se forme una conciencia y un juicio más esclarecido y crítico entre los cristianos. Cuando surja esa nueva conciencia, la figura de la Virgen María se mostrará obviamente como una “composición” ideológica inventada e impuesta por los hombres de Iglesia; entonces será posible debatir más serenamente la idea de que Jesús haya podido ser un hombre casado.

“Como buscaré demostrar en un estudio posterior, la figura de la “virgen” ha sido utilizada como un arma masculina para reprimir a las mujeres, definiéndolas, en nombre de un Dios masculino llamado Padre, como siendo menos humanas que los hombres, causa de tentaciones, fuente de impulsos turbios y de un deseo sexual considerado malo, y por tanto como criaturas culpables y condenables por el solo hecho de ser mujeres. Estoy convencido de que, si queremos que el cristianismo viva con nuevo vigor en el siglo XXI, hay que deshacerse de la imagen femenina negativa que se ha construido sobre la figura de la virgen.  Para ello será necesario desafiar abiertamente y denunciar sin dudar los elementos destructivos del retrato de la Virgen Madre; retrato que ha sido el regalo (¿envenenado?) que los relatos evangélicos de la natividad de Jesús han hecho a la historia del pensamiento cristiano”.

(traducción libre sobre el capítulo 13 del libro de John Shelby Spong, Born of a Woman, 1992)

Nota  de  Bruno Mori 
Jesús de Nazaret era un judío que, al comienzo del siglo primero de nuestra era, fue el iniciador de una importante renovación espiritual en el seno del judaísmo. Ese movimiento espiritual tuvo un gran éxito y, superando los límites de Palestina, se extendió por los países del Mediterráneo hasta convertirse, el año 313, en la religión oficial del Imperio Romano.
Puesto que las fuentes históricas no nos han dejado casi ninguna información fiable ni sobre la persona histórica de Jesús, ni sobre los hechos de su vida real, todo lo que podamos afirmar de él son especulaciones deducidas de los conocimientos generales que tenemos de su medio de vida: religión, cultura, costumbres, conducta, creencias, tradiciones de los judíos de su época. Entonces, si tenemos en cuenta todo eso, las probabilidades de que Jesús fuera un hombre casado sobrepasan en mucho la opinión contraria. Para decirlo de otra forma: en el estado actual de nuestros conocimientos y considerándolo todo, un Jesús casado tiene más posibilidades de ajustarse a la realidad histórica que un Jesús célibe.


Bruno Mori

(Traducción de Ernesto Baquer)


JÉSUS, EL HOMBRE QUE VIVIÓ COMO UN EXCLUÍDO - Mc 1.40-45

(6º dom. to B)



La Palestina judía del tiempo de Jesús era una teocracia religiosa. En ella una persona, para ser aceptada y respetable, debía ser religiosa y practicante. La norma de la rectitud y la respetabilidad estaba constituida por la Ley de Moisés (la Torah) y la observancia de 613 reglas o prescripciones morales y cultuales establecidas por los teólogos judíos de la época (los escribas). Sólo los que conocían y practicaban la Ley con sus prescripciones, eran reconocidos dignos de estima, respeto y consideración. Todos los que, a causa de su ignorancia, su falta de instrucción, su situación social miserable o por cualquier otra razón, no podían conocer ni practicar la Torah, eran considerados "malditos", pecadores, impuros y excluidos que se debía evitar, porque su presencia y su contacto eran una especie de contaminación que impedía a la gente "bien" participar en las funciones sociales y religiosas de la vida pública.

En la sociedad judía del tiempo de Jesús, la lista de excluidos era larguísima e incluía una gran parte de la población: comprendía a pobres, mendigos, vagabundos, gente sin instrucción; también los que ejercían profesiones reconocidas como impuras o infames (pastores, recaudadores de impuestos, prostitutas, usureros, soldados, sepultureros, peluqueros, tintoreros, zapateros, carniceros, jornaleros a sueldo de los terratenientes… etc). A esta lista había que añadir esclavos, niños, viudas, todos los harapientos y desesperados que trajinaban por las calles buscando alimentos, trabajos esporádicos; todos los enfermos afectados física o mentalmente (lisiados, paralíticos, ciegos, sordomudos, enfermos mentales que se pensaba estaban habitados por "malos espíritus", leprosos…),
En definitiva, todo ese mundo de inadaptados constituía  la mayor parte de la sociedad de la época: de un lado había una minoría de gente rica y afortunada, instruida, religiosa, fiel a la Ley; y, del otro todo, el resto de la población, que la gente "bien" consideraba como "escoria". Jesús, y en eso está el rasgo extraordinario y fascinante de ese hombre, fue siempre considerado como formando parte de la "escoria". En los evangelios nunca se encuentra a Jesús del lado de las personas de orden, respetables, religiosamente irreprochables, sino siempre del lado de los y las que la sociedad oficial había marginado, aislado y proscrito. 

Jesús se dio cuenta que esa pobre gente que carecía de status social, legitimación, consideración, respeto, valor… bueno, esa gente poseía en realidad una inocencia, una simplicidad, una belleza interior, riquezas y valores humanos que los hacían mucho más interesantes, atrayentes, simpáticos, mucho más fáciles de frecuentar y amar que la elite religiosa inflada de integridad y moralidad. Jesús tuvo la firme convicción de que ese sentimiento de preferencia, empatía, amistad, solidaridad, proximidad hacia los dañados por la vida, que él sentía tan intensamente en su corazón y su espíritu, era compartido por el mismo Dios. Jesús tuvo, primero la intuición y la sensación y después la firme convicción que Dios, si era verdaderamente el ser de amor que debía ser, sólo podía sentir y experimentar los mismos sentimientos que él, y que, por tanto, Dios debía, él también, complacerse en la compañía de este mundo de desamparados y amarlos con todas las fuerzas de su corazón. Con esta gente abandonada a sí misma, sin apoyo, sin protección, sin ninguna clase de seguridad ni de futuro, Jesús experimentó un enorme impulso de ternura y de compasión. Con frecuencia los evangelios nos presentan a Jesús que, mirando consternado las deplorables condiciones del pueblo que lo rodeaba, tenía la impresión de contemplar un rebaño de ovejas abandonado, vagando sin fin, sin protección, sin guía, sin pastor. Jesús se dice a sí mismo que Dios, su Dios, no puede ser insensible a tanta angustia y desgracia. Que Dios tiene ciertamente un plan; que tiene la intención de intervenir, de hacer algo para cambiar las condiciones de vida de todo ese pobre mundo. Que Dios indudablemente intervendrá un día, se acercará, tocará con su mano las llagas y tribulaciones de esa gente y transformará su vida con el milagro y las fuerzas de su presencia.

Y porque Jesús quedó traumatizado al constatar el estado de indigencia, sufrimiento, embrutecimiento y degradación en que vivía la gran mayoría de sus contemporáneos, comenzó a concebir el sueño o la utopía de un mundo diferente que llamó el "Reino de Dios". El reino de Dios es entonces para Jesús el sueño de un mundo nuevo que no está ya regido por las estrategias de la ambición y la codicia, por la carrera hacia el poder, por la opresión y la explotación del más débil por el más fuerte; sino que está inspirado y guiado por las fuerzas de la comunión, el diálogo, el respeto, la fraternidad, el compartir, la bondad, el don, el perdón, en una palabra, por la actitud del amor tal como existen en el interior de la vida y del mundo de Dios.

Jesús tuvo una sola inquietud: la de anunciar y difundir en ese mundo de pobres, excluidos y marginados, la buena noticia de que Dios los ama y que se dispone a intervenir a su favor; que está con ellos, de su lado; que no está ni nunca ha estado del lado de los grandes, los poderosos, de los que viven con las normas, que se creen justos, honrados y en regla con la Ley y la religión. Y para mostrarles que Dios está de su lado, Jesús se puso el también de su lado. Los marginados se convirtieron en sus amigos, sus preferidos, el medio de vida en el que se movió, actuó y vivió . A tal punto que sus adversarios le acusaron  de comer y beber con "pecadores", de codearse con herejes samaritanos, ladrones públicos y prostitutas; de asumir la forma de hacer y vivir de esos "malditos" que no se preocupan de respetar ni el sábado, ni las reglas de pureza ritual establecidas por la religión; ni de cumplir las directivas de los sacerdotes del Templo. Para los representantes de la religión oficial judía, Jesús se convirtió realmente en un pecador entre los pecadores, asumiendo toda la reprobación y las consecuencias que comporta su elección. En efecto, acabará ejecutado en una cruz como el más peligroso y execrable de los bandidos.

En el relato evangélico de este domingo, tenemos un ejemplo de la actitud de Jesús y de cómo lo perturba el sufrimiento y la angustia humana. El texto del evangelio narra que, ante el leproso, Jesús siente inmediatamente "compasión". El verbo griego utilizado por el evangelista significa más concretamente "se conmovieron sus entrañas"; se refiere pues a un sentimiento tan fuerte que lo trastocó totalmente. Y fue porque a Jesús lo afectó de tal manera la miserable condición del otro que, olvidando toda precaución, ignorando todas las leyes, tabúes y prohibiciones, se sintió irresistiblemente movido a acercarse al leproso.  Quería abolir la separación ("le alargó la mano"), entrar en contacto real y concreto ("lo tocó") con su enfermedad y su situación, para que ese desgraciado no se sintiera nunca más ni rechazado, ni excluido, ni solo, ni abandonado, sino transformado y curado por esa presencia de compasión y amor que "quiere" comunicarse y que no duda en comprometerse y arriesgar su propia seguridad y su propia vida. "¡Sí, lo quiero… queda limpio!" ¡Sé feliz!

Jesús lo hace todo para devolver dignidad, confianza y esperanza. Para hacer comprender que lo que cuenta ante Dios no es ajustar la conducta a las normas, costumbres, tradiciones inventadas por los hombres, sino ajustar el corazón a las exigencias y llamamientos del amor.
Y para eso Jesús piensa que no hay necesidad de ser poderoso, ni millonario, ni tener salud, sino sólo tener un corazón sensible y compasivo. Por eso, en el reino de Dios los últimos serán los primeros y el mismo Dios buscará la oveja perdida para llevarla a la seguridad del rebaño y cuidarla con la ternura de su amor. No quiere que ni uno sólo de esos "pequeños" se pierda, o pierda la oportunidad de experimentar en su vida la felicidad de sentirse amado.

En esto consiste fundamentalmente la buena noticia o el "evangelio" que Jesús vino a anunciar.

Bruno Mori

(Traducción de Ernesto Baquer)