Siempre me han fascinado la figura y las ideas del
Profeta de Nazaret y he sentido siempre una profunda admiración por la
extraordinaria calidad humana de su personalidad.
Al contrario, siempre he experimentado una especie de repulsión innata a
considerarlo Dios o la encarnación de Dios en la tierra, como me imponía creer
el dogma católico. Siempre tuve la impresión que esa creencia en lugar de
enriquecer la figura de Jesús, la empobrecía terriblemente. Ese dogma me
privaba de su total y fascinante humanidad. Me impedía considerarlo como un
individuo de mi raza y tratarlo como una persona que, fundamentalmente, era mi
semejante y con la que podía desarrollar relaciones normales de amistad y
paridad; con la que podía dialogar, compararme, identificarme, a quien yo podía
admirar, desear seguirlo, imitarlo, hacerlo mi modelo y mi héroe. Siempre pensé
que ningún humano podía tener la idea ni las ganas de adoptar, con plena
confianza, a ese “extraterrestre” como compañero de viaje o de compararse con
él; sobre todo si ese Dios, venido de lo alto y del más allá, quería parecer
ser un hombre.
Siempre tuve la impresión de que ese Jesús-Dios del
dogma era un impostor. Ese individuo que aparecía como un hombre, no siéndolo
del todo y sobre el que podríamos insinuar que hacía y decía cosas
extraordinarias no porque fuera un hombre, sino porque era Dios, no tenía
ningún interés ni atractivo para mí. Para mí, la divinidad de Jesús, proclamada
por la fe cristiana, arruinaba totalmente la grandeza y el valor de su
humanidad y de todo lo que dimanaba de ella. La proclamación de la divinidad de
Jesús, por parte y en el sentido de las Iglesias cristianas, me pareció siempre
un mito anacrónico , un absurdo metafísico e histórico que debíamos abandonar a
cualquier precio, si queríamos restablecer la importancia del rol jugado por
Jesús de Nazaret en la historia de la humanidad y restablecer la credibilidad
de su mensaje.
Siguiendo esta línea de pensamiento de un Jesús
totalmente humano, sólo y maravillosamente humano, inevitablemente llegué a la
conclusión que, si Jesús era un hombre perfectamente normal, debía también
haber experimentado todos los sentimientos, impulsos, necesidades, tendencias,
pasiones, afectos y amores que remueven y agitan la vida de todo hombre
normalmente constituido. Y comencé a plantearme algunas preguntas: ¿Jesús habrá
sido siempre célibe? ¿Nunca se sintió atraído por las mujeres? ¿Será verdad que
nunca amó íntimamente a ninguna mujer? ¿Será verdad que Jesús jamás se casó?
¿Podría ser que, así como la Iglesia convenció a sus adeptos de que Jesús era
Dios, también hizo de todo para convencerlos que Jesús había sido siempre
célibe?
Todas estas preguntas, permanecieron largo tiempo como
pensamientos personales que nunca me atreví a expresar abiertamente. Hasta que
un día me atrapó un libro del obispo anglicano John Shelby Spong, Born of a Woman (Nacido de una mujer),
que en uno de sus capítulos, trataba justamente la cuestión del casamiento de
Jesús, planteándose las mismas preguntas que yo. El planteamiento de Spong me
interesó mucho. Y ya que pienso que nunca seré capaz de tratar tan bien y tan
exhaustivamente esta cuestión como el autor del libro mencionado anteriormente,
decidí traducir y poner a disposición del lector del blog este sabio estudio.
Espero que podrá contribuir a devolver más consistencia y atractivo a la figura
humana de Jesús de Nazaret.
Aquí va el texto del Dr. Spong:
"Supongamos que Jesús fuese casado…
Jesús nació de una mujer. Era un hombre. En la
historia cristiana, se ha deshumanizado tanto a la mujer que era su madre, como
al hombre que era su hijo. Una parte de esta deshumanización consistió en
presentar a la madre y al hijo como personas asexuadas. El hecho de haber
transformado a María en una mujer asexuada, contribuyó mucho a robarle a Jesús
su humanidad, considerándolo como un ser por encima y más allá de toda
connotación de carácter sexual. Ya hemos dibujado el retrato de María desde
esta perspectiva. Antes de analizar las implicaciones de la imagen etérea y
asexuada de María sobre los humanos en general y sobre las mujeres en
particular, querría examinar la vida de Jesús y concentrar mi investigación en
su humanidad, incluyendo su naturaleza sexuada y su experiencia de vida.
“Sin darnos cuenta, y con mucha más
frecuencia de lo que pensamos, tenemos la costumbre de definir el sexo
negativamente, como algo malo y sucio. A pesar de esta tendencia, espero que
podamos tratar este asunto con una mentalidad abierta. Y me parece que la mejor
manera de abordar el tema, consiste en formular una cuestión que algunos
encontrarán sorprendente, e incluso quizá inapropiada e irrespetuosa.
¿Jesús estaba casado? ¿Hubo una figura femenina
relevante (principal, importante, dominante, preeminente) en la vida del Jesús
histórico? Comencemos por afirmar lo que parece ser evidente. En el NT nada se
dice abiertamente sobre el estado marital de Jesús. Existe, además, una
tradición eclesiástica bimilenaria que ha considerado siempre como un axioma la
condición célibe de Jesús. Comprensible cuando consideramos que los principales
intérpretes de este Jesús de la historia han sido los sacerdotes y que durante
la mayor parte de esos dos mil años la Iglesia exigió de ellos que fueran
célibes. Lo que es más que una buena razón para querer definir a Jesús como el
modelo incuestionable del celibato clerical.
“Sin embargo, hay que reconocer que
siempre ha existido una corriente subterránea de pensamiento, que interpretó de
manera "romántica" la relación de Jesús con María Magdalena (MM).
Esta suposición aparecida en la literatura de la Edad Media, rebrotó de nuevo
en la segunda mitad del siglo pasado. Efectivamente, en los años 60, el tema
fue llevado a los escenarios de Broadway en dos obras: Jesucristo Superstar y
Gogspell. En Superstar, MM le cantaba a Jesús una conmovedora balada romántica
que decía: I don’t know how to love him… I don’t know how to take him… I want him so… I love him so..." (Yo no sé
cómo amarlo ... No sé cómo tomarlo... Lo quiero tanto... Lo amo tanto...). A
finales de los 80, el mismo tema salió a la superficie en un film que suscitó
entonces mucho debate: La última tentación de Cristo, en el que las escenas de
Jesús con MM fueron el aspecto más controvertido de la película.
Sin tener la intención de ofender las sensibilidades
religiosas de quien sea, ni de parecer obsceno, querría plantearme esta
cuestión y tratar de responderla de forma seria y erudita, siendo bien
consciente de su carácter especulativo. Cuestión que se puede plantear más
fácilmente en estos comienzos del siglo XXI de apertura y revolución sexual,
donde enfrentamos concepciones, imágenes, tabúes y estereotipos sexuales
procedentes de un pasado caduco, que nos han obligado a reflexionar sobre
nuevas definiciones de lo que significa ser hombre y ser mujer.
“Hoy las mujeres teólogas y
biblistas, formadas en esta nueva conciencia e impregnadas de esta nueva
mentalidad, leen los textos sagrados viendo en ellos cosas que los hombres,
cegados por las definiciones del pasado, jamás han sido capaces de ver. El
texto bíblico fue siempre escrito e interpretado exclusivamente por hombres,
hasta esta generación. De suerte que esta nueva visión nos aporta
profundizaciones, inteligencia, cuestionamientos y, quizá también,
revelaciones, nuevas.
Es verdad que el solo hecho de sugerir una relación
entre Jesús y MM provoca inmediatamente una respuesta muy dura en casi todos
los cristianos. Hay, en la mayoría de los creyentes, una reacción visceral de
rechazo que ni siquiera acepta considerar esta eventualidad. Es fácil
comprender la razón de esta reacción extremadamente negativa. La sugerencia de
que Jesús y MM hayan podido ser amantes representa, en efecto, una bofetada en
el rostro a todos los valores morales propuestos por la Iglesia a lo largo de
su historia y atenta contra cierta fe en Jesús, Dios encarnado y hombre sin
pecado.
Sin embargo, hay que decir que el rechazo categórico a
admitir la posibilidad de que Jesús fuese un hombre casado, se desvanece cada
vez más en nuestro mundo moderno, y hoy, esta eventualidad ya no parece tan
extraña e inconcebible. Este rechazo de principio, es residuo del negativismo,
la aversión y la repulsión que infectan, todavía hoy, la actitud de la Iglesia
hacia las mujeres. Presupone el prejuicio eclesiástico de que el matrimonio es
un estado malsano e impuro y por tanto inapropiado para un individuo que se define
como santo y como Dios hecho hombre. Si la Iglesia sigue convencida que,
fundamentalmente, el matrimonio constituye un compromiso con el pecado, podemos
suponer que toda consideración que insinúe la hipótesis de que Jesús fuera
probablemente un hombre casado, no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en
la visión antifeminista de la Iglesia que me atrevo aquí a desafiar. Mi tarea
será pues examinar toda información capaz de conducir a la conclusión de que
Jesús era un hombre casado.
“Por tanto, volvamos a examinar los
textos bíblicos en esta perspectiva. En la primera carta a los Corintios
(9,1ss), San Pablo defiende su estatus de apóstol. ¿No tenemos derecho a que
nos acompañe en nuestros viajes alguna mujer hermana, como hacen los demás
apóstoles, los hermanos del Señor, y Cefas?". Pablo afirma que los líderes
responsables de la predicación apostólica se hacían acompañar por sus esposas,
al menos en la iglesia de los primeros tiempos. ¿Era una nueva forma de hacer?
Una lectura atenta de los evangelios muestra que esta costumbre estaba ya en
vigor viviendo Jesús. Pero esos textos generalmente han sido ignorados por la
Iglesia. Sin embargo, los evangelios afirman claramente que Jesús, con su grupo
de discípulos, se desplazaba, tanto en Galilea como en Judea, acompañado de un
grupo de mujeres. Los textos nos informan incluso que esas mujeres proveían las
necesidades materiales de ese grupo de hombres, incluido Jesús, con sus propios
bienes. Cuando leemos las informaciones que los evangelios nos proporcionan
sobre la presencia de esas mujeres, no podemos dejar de señalar el lugar
predominante que los textos dan a una mujer llamada María de Magdala, mejor
conocida como María Magdalena.
"Había unas mujeres que miraban de lejos, entre
ellas María Magdalena, María madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé,
que lo seguían y lo servían cuando Jesús estaba en Galilea. Con ellas estaban
también otras más que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).
"María Magdalena y María, la madre de José,
observaban donde lo habían puesto" (Mc 15,47).
"También estaban allí, observándolo todo, algunas
mujeres que, desde Galilea, habían seguido a Jesús para servirlo. Entre ellas,
estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de
los hijos del Zebedeo" (Mt 27,55-5).
"Mientras tanto, María Magdalena y la otra María,
estaban allí, sentadas frente al sepulcro)" (Mt 27,61).
Cuando Lucas cuenta la primera fase del ministerio de
Jesús en Galilea, escribe: "Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando
y anunciando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y
también algunas mujeres, a las que había curado de espíritus malos o de
enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, mujer de un administrador de Herodes llamado Cuza; Susana y varias otras
que los atendían con sus propios recursos" (Lc 8,1-3).
"Se mantenían a distancia todos sus conocidos,
así como las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y lo
observaban" (Lc 13,49).
"Las mujeres que lo habían acompañado desde
Galilea… vieron de cerca el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. Después que
volvieron a sus casas, prepararon perfumes y mirra. Y el sábado descansaron,
según ordena la Ley". (Lc 23,55-56).
“De alguna forma necesitamos ampliar
nuestra imagen mental de la vida de Jesús y de sus discípulos. Los evangelios
nos informan que, en sus peregrinaciones, Jesús y sus doce compañeros estaban
acompañados por un grupo de mujeres. No quiero insinuar nada malicioso en mis
comentarios; sin embargo, debo señalar, si tenemos en cuenta las normas y
costumbres que regían la vida de las mujeres en el siglo primero, un grupo de
mujeres que seguían a un grupo de hombres, debía estar compuesto o de esposas,
o de madres, o de prostitutas. La referencia de Pablo citado anteriormente,
parece indicar que los apóstoles, los hermanos del Señor y especialmente Pedro
viajaban en compañía de sus esposas. ¿Cuál era la condición o el rol de MM en
el seno de ese grupo de mujeres? En este contexto la pregunta no carece de
interés, porque es evidente que cada uno de esos pasajes da a MM una posición
de prioridad. En esta época el estatus de una mujer estaba estrechamente ligado
al rango que su marido ocupaba en la vida social. En los evangelios, MM es siempre
citada la primera. Parece pues mostrar que tenía una relación especial con
aquel que era el primer centro de interés de los relatos evangélicos: Jesús de
Nazaret.
“Si tenemos presente la función que
las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús, nos sorprenderá menos el lugar
central que los evangelios les reservan en los relatos de la resurrección.
Estamos habituados a pensar que la presencia de las mujeres en los relatos de
la resurrección no tiene importancia; pero eso es una impresión falsa. En la
tradición de la resurrección, MM es de nuevo la figura central.
Los evangelios no siempre están de acuerdo sobre las
mujeres que volvieron al sepulcro al alba del primer día de la semana; sin
embargo, todos concuerdan en poner en primer lugar el nombre de María de
Magdala. (Mc. 16,1; Mt. 28,1; Lc. 24,10; Jn. 20,1).
En el evangelio de Juan hay otros indicios que podemos
explorar. Sólo este evangelio nos transmitió el relato de las bodas de Caná, en
Galilea (Jn. 2,1-11). Se trata de un relato extraño, en diversos aspectos.
Según el texto, Jesús y su madre estaban presentes en la boda. Pero en este
momento de la historia contada por Juan, los discípulos presentes son sólo
cuatro: los dos discípulos del Bautista, Andrés y Felipe, que han seguido a
Jesús, reclutando a su vez a Simón y Natanael. Entonces Jesús, sus cuatro
socios y su madre están presentes en esta boda celebrada en Galilea, cerca del
pueblo de Nazaret. Cuando hay dos generaciones presentes en una boda, se trata
casi siempre de un asunto de familia. Yo nunca he asistido con mi madre a una
boda, excepto cuando se ha casado alguien de la familia. Y la única vez que mi
madre y mis mejores amigos estuvieron presentes en una boda, fue en la mía.
Así que Juan
nos informa que a esa boda asistieron Jesús, sus discípulos y su madre. Pero
¿de quién era la boda? La narración no lo dice; pero sí que la madre de Jesús
estaba muy inquieta viendo cómo las reservas de vino se agotaban
vertiginosamente. ¿Por qué eso era una fuente de preocupación para la madre de Jesús?
¿Los invitados a una boda se preocupan de ese tipo de detalles? ¡No! Al
contrario, ese detalle haría sobresaltar ciertamente a la madre del novio, a
quien corresponde ejercitar un buen papel frente a los invitados. En esa escena
el comportamiento de María sería totalmente inapropiado e incomprensible, salvo
si tenía que actuar como madre del novio. ¿El relato sería el eco de una
tradición relativa a la boda de Jesús y que no pudo ser completamente borrado?
“Del evangelio de Juan podemos
extraer otros indicios. Natanael llama a Jesús "Rabbi" (Jn. 1,49).
Quizá no sea el título histórico exacto que le daban a Jesús. Sin embargo,
debemos señalar que, en la vida judía del siglo primero, una de las condiciones
indispensables para tener derecho a ese título y ser considerado un
"rabbi", era estar casado.
“Sin embargo, uno de los pasajes más
sorprendentes y cautivantes del evangelio de Juan es sin duda aquel en que el
evangelista describe el comportamiento de MM en la tumba de Jesús. En este
evangelio se dice que MM va sola a la tumba de Jesús; la encuentra vacía, corre
entonces a advertir a Pedro y el otro discípulo amado de Jesús, pero en todo el
relato, MM parece tener un lugar de honor y un rol más importante que el de los
discípulos. En efecto, después que éstos constataron personalmente la verdad de
los hechos contados por la mujer, retornan destrozados, sin saber qué hacer ni
qué pensar. MM sin embargo sabe y siente que no se ha acabado todo y que todo
está por hacer. Entonces vuelve totalmente sola a la tumba para estallar
(aplacar, descargar) su dolor y para resolver el enigma de ese cuerpo sustraído
a sus caricias y su amor. Mirando, a través de las lágrimas, en la dirección de
la tumba vacía, entrevé la silueta de dos individuos que preguntan sobre la
causa de su llanto. Ella dice: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde
lo han puesto".
Detengámonos en la expresión "mi señor".
Este episodio tiene lugar antes de conocer la resurrección. La tumba vacía para
MM no significa evidentemente que el Señor resucitó, sino sólo que su cuerpo ha
sido robado. Para MM Jesús está muerto. Sin embargo, utiliza la expresión
"mi Señor", que era el título típico con el que los cristianos de los
orígenes designaban al Resucitado. ¿Eso significaría que MM tomó conciencia de
"Jesús es el Señor" antes de su resurrección? ¿O podría, por el
contrario, que esta expresión en los labios de MM y en este contexto sólo
significara "mi hombre", como dirían las mujeres de hoy; o "mi
respetable marido", como dicen las esposas chinas y japonesas; o bien simplemente
"mi señor" ("el que domina en mi vida"), que era la manera
como las mujeres judías del siglo primero se dirigían a su marido ? Claro que
se trata de una interesante especulación basada sobre informaciones que
encontramos en el texto, pero que, durante siglos, permanecieron ocultas ante
la ceguera de la ideología cristiana.
“El relato de Juan no se detiene
aquí. MM se da vuelta y, a través de sus lágrimas, ve otra figura de hombre que
avanza hacia ella en la penumbra del atardecer. Cree que es el cuidador del
huerto. Quien le dirige la misma pregunta que los dos primeros individuos:
"Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Y MM responde:
"Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo me lo
llevaré" (Jn. 20,15). Notemos las palabras empleadas. MM está reclamando
el derecho a disponer del cuerpo de Jesús. En la sociedad judía de la época,
habría sido completamente inapropiado que una mujer reclamara el cuerpo de un
hombre, a menos que ese hombre fuera un pariente próximo. MM es la figura femenina más evidente en la
narrativa evangélica. Está descrita como la más afectada por la muerte de Jesús
a quien llama "mi señor". Es la única mujer que reclama su cuerpo.
Todos estos detalles juntos nos plantean preguntas sobre la naturaleza de sus
relaciones con Jesús.
La historia de Juan continúa. En el texto Jesús dice:
"¡María!". Ella se da vuelta, lo reconoce y dice:
"¡Raboni!" ("¡mi Maestro querido!"). Este título, en esta
forma, tiene una connotación de ternura, intimidad y complicidad. Tratemos de
imaginar lo que pasa a continuación. Simplemente Jesús dice: "¡No me
toques!": mejor traducir por: ¡No me aprietes!. Evidentemente MM se
precipitó para abrazar a este hombre. Pero, en la sociedad judía, nunca una
mujer toca y abraza a un hombre, a menos que esté casada con él, e incluso en
este caso, los gestos de afecto sólo se dan en la intimidad de la casa. Al leer
estos textos desde esta nueva perspectiva, adquieren en seguida en nosotros un
nuevo sentido y nuevas posibilidades.
“Si nos trasladamos por un momento
al evangelio de Lucas, encontramos la anécdota de María y de Marta que viven en
un pueblo y que reciben a Jesús en su casa (Lc. 10,38ss). también Juan menciona
esas dos hermanas y nos dice que habitaban en el pueblo de Betania y que ellas
tenían un hermano que se llamaba Lázaro (Jn. 11,1). Juan identifica esta María
con "la que había ungido al Señor con aceite perfumado y le había secado
los pies con sus cabellos" (Jn. 11,2). Es interesante señalar que Juan
narra este tierno episodio, también en Betania, en el capítulo 12,3, aunque lo
cite ya antes en el capítulo 11.
Marcos tiene un relato semejante sobre una mujer de
Betania que ungió a Jesús con perfume de "nardo puro y precioso".
Aunque no nombra a la mujer. Pero Jesús dice que, con este gesto, ha hecho algo
bueno para él (Mc 14,6). Para Marcos y Juan la acción de María parece ser un
gesto de ternura y amor totalmente honorable y normal en esas circunstancias.
No hay en los textos ningún indicio que pueda autorizar una interpretación
diferente. Lucas cuenta una anécdota similar, pero habla de una mujer del
pueblo a la que califica de "pecadora" (Lc 7,36-41). En el siglo
primero este calificativo servía para designar una prostituta. En el relato,
los detractores de Jesús señalan: "Si este hombre fuera un profeta, sabría
quien esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora"
Lucas no identifica a esta mujer con María, la hermana
de Marta, como lo hace el evangelio de Juan. Pero cuando cuenta la historia de
la visita de Jesús en casa de María y Marta, nos da detalles interesantes.
Jesús es un invitado, Marta está enteramente copada por las tareas domésticas y
la preparación de la comida, mientras que María está sentada a los pies de
Jesús, extasiada escuchándolo hablar. Marta se les acerca y le pide a Jesús que
le diga a María que vaya a ayudarla. ¿Cuál podría ser la relación entre Jesús,
un invitado y María, la hermana de Marta, como para que ésta última de por
sentado que Jesús tiene suficiente autoridad sobre María para que ella haga lo
que le pida? En la sociedad judía de la época, este tipo de autoridad existía
sólo en una relación conyugal. Si, en la realidad, se puede identificar esta
María con MM, como creen muchos exegetas, la ternura expresada en el perfume
derramado sobre la cabeza de Jesús, la intimidad manifestada por la acción y la
danza de los cabellos y los besos a sus pies, habrían sido gestos a Jesús
realizados por MM. Y en la mentalidad judía de aquel tiempo, esos gestos sólo
son admisibles y posibles si la mujer que los realiza tiene un estatuto social
bien determinado: o MM era la esposa de Jesús, o se trataba de una prostituta.
Juan y Marcos que cuentan este episodio, lo tratan con
mucho respeto y no ven en él nada de reprensible o inapropiado, sino más bien
como un momento de hermosa intimidad dentro de un círculo de amigos. Lucas, al
contrario, trata este episodio como si la mujer fuera una prostituta. Al mismo
tiempo, Lucas trata a María, la hermana de Marta, de forma muy positiva y no la
identifica con la mujer "pública" que era una "pecadora".
En realidad, la mujer pública de Lucas no tiene nombre.
“¿Sería posible que encontráramos en
el evangelio de Lucas los primeros indicios de una voluntad determinada en
alejar a MM de la vida de Jesús, recurriendo a difamarla? ¿Mientras crece en
importancia el papel de María, la madre de Jesús, que llega a ser, lenta pero
inexorablemente, la figura femenina central de la historia cristiana?
¿Qué significa el nombre de María de Magdala? Según la
interpretación más común, a María la llaman así porque era originaria de
Magdala. Sin embargo, nunca se ha podido identificar una población que tuviera
ese nombre. Un sabio apuntó la hipótesis de que Marcos habría creado el nombre
"Magdalena" a partir de la palabra hebra "magdad", que
significa "grande". Si esa sugerencia resultara acertada, en su
origen, el nombre de María Magdalena significaría "María la grande",
o "la gran María". Si esta María es la grande, la principal, y si la
madre de Jesús es la María secundaria, ¿no podríamos preguntarnos cual pudo ser
la relación de Magdalena con Jesús? ¿No sería el estatus de esposa, el solo y
único rol femenino superior en importancia al rol de la madre, en la vida de un
hombre?
“Es verdad que los datos indicados
aquí no son concluyentes. Acumulan sin embargo argumentos no despreciables en
favor del hecho de que Jesús haya podido ser un hombre casado; que María
Magdalena haya podido ser su esposa, viendo el lugar relevante que tiene, en
cuanto mujer, en los relatos evangélicos; que todos los recuerdos, los hechos,
los rasgos sobre esta relación matrimonial han sido sistemáticamente suprimidos
en la redacción de los evangelios canónicos por las autoridades eclesiásticas.
Sin embargo, no todo ha podido ser borrado. Retazos e indicios esparcidos de
esta información primitiva sobre el estado casado de Jesús permanecen en los
evangelios, rastreables por aquellos que han tenido la suficiente perspicacia
para buscarlos.
“Un último argumento a favor de esta
hipótesis podría deducirse de la manera como MM ha sido tratada en la historia
del cristianismo. En los evangelios, no hay ninguna prueba de que MM fuese una
prostituta. Lucas, que parece ser el evangelista más inclinado a empañar la
reputación de MM, dice que era la mujer de la que Jesús había lanzado siete
demonios (Lc 8,2); pero esta tradición no está corroborada por ningún otro
evangelio. También Lucas nos refiere la historia de una pecadora que perfuma a
Jesús en la casa de un fariseo de Betania, pero no la identifica con la mujer
que se llama María. Es verdad que Juan nos dice que esa mujer era, de hecho,
María; sin embargo, especifica que ese episodio tuvo lugar en la casa de María,
en compañía de su hermana Marta y su hermano Lázaro. Cuando Juan cuenta esta
historia, no detecta ninguna actitud indecente. Por lo demás, tampoco Lucas
encuentra nada de malo en la hermosa amistad de Jesús con las dos hermanas
María y Marta.
“A finales del siglo primero, apareció la necesidad urgente de eliminar a
MM, esa mujer de carne y hueso que, con toda la densidad y el encanto humano de
su feminidad, estuvo siempre al lado de Jesús, tanto en su vida como en su
muerte, para reemplazarla con la figura de una mujer asexuada: la virgen madre.
El estudio de la historia nos prueba que ese reemplazo se obtuvo presentando MM
como prostituta y ensuciando así su memoria.
“Es legítimo plantearse las
siguientes preguntas: ¿Por qué MM ha llegado a ser una amenaza tan grave para
la Iglesia? ¿Por qué experimentamos inevitablemente una sensación de malestar,
inconformidad e incluso rebeldía sólo al debatir la hipótesis de que Jesús
pudiera ser un hombre casado? Me atrevo a señalar que, de manera inconsciente y
en mayor medida de lo que podemos imaginar, todos somos víctimas de la
hostilidad, la negatividad y los prejuicios inventados hacia las mujeres a lo
largo de la historia, que han sido uno de los “regalitos” que la Iglesia
cristiana ha hecho al mundo. Esta actitud malévola hacia el sexo femenino es
algo tan crónico que todavía hoy seguimos considerando el matrimonio como un
estado de vida deficiente e imperfecto, y a la mujer como fuente de tentación,
caída y pecado para los hombres que son, todos, fundamentalmente correctos y
virtuosos. Sólo porque somos siempre esclavos de esta actitud, reaccionamos con
horror y negativismo a la mera idea de que Jesús haya podido ser un hombre
casado, incluso si esa posibilidad no ofrece ningún obstáculo a su perfecta
humanidad y a su completa divinidad.
“Esas actitudes negativas de cara a
las mujeres, se infiltraron en la historia cristiana a comienzos del siglo II.
Pienso que la sobre-exaltación de la figura de la “Virgen María” ha sido el
vehículo principal por el que todos esos prejuicios negativos y culpabilizantes
sobre las mujeres se transportaron al seno del cristianismo. Las mujeres han
sido las grandes víctimas de esta tradición “marial”, y todavía hoy las
iglesias cristianas tienen tantas dificultades para liberarse de ese antiguo
estereotipo. Estoy convencido que ese antiguo cliché acabará un día por ser
superado, a medida que se forme una conciencia y un juicio más esclarecido y
crítico entre los cristianos. Cuando surja esa nueva conciencia, la figura de
la Virgen María se mostrará obviamente como una “composición” ideológica
inventada e impuesta por los hombres de Iglesia; entonces será posible debatir
más serenamente la idea de que Jesús haya podido ser un hombre casado.
“Como buscaré demostrar en un
estudio posterior, la figura de la “virgen” ha sido utilizada como un arma
masculina para reprimir a las mujeres, definiéndolas, en nombre de un Dios
masculino llamado Padre, como siendo menos humanas que los hombres, causa de
tentaciones, fuente de impulsos turbios y de un deseo sexual considerado malo,
y por tanto como criaturas culpables y condenables por el solo hecho de ser
mujeres. Estoy convencido de que, si queremos que el cristianismo viva con
nuevo vigor en el siglo XXI, hay que deshacerse de la imagen femenina negativa
que se ha construido sobre la figura de la virgen. Para ello será necesario desafiar
abiertamente y denunciar sin dudar los elementos destructivos del retrato de la
Virgen Madre; retrato que ha sido el regalo (¿envenenado?) que los relatos
evangélicos de la natividad de Jesús han hecho a la historia del pensamiento
cristiano”.
(traducción libre sobre el capítulo 13 del libro de John Shelby Spong,
Born of a Woman, 1992)
Nota de Bruno Mori
Jesús de Nazaret
era un judío que, al comienzo del siglo primero de nuestra era, fue el
iniciador de una importante renovación espiritual en el seno del judaísmo. Ese
movimiento espiritual tuvo un gran éxito y, superando los límites de Palestina,
se extendió por los países del Mediterráneo hasta convertirse, el año 313, en
la religión oficial del Imperio Romano.
Puesto que las
fuentes históricas no nos han dejado casi ninguna información fiable ni sobre
la persona histórica de Jesús, ni sobre los hechos de su vida real, todo lo que
podamos afirmar de él son especulaciones deducidas de los conocimientos
generales que tenemos de su medio de vida: religión, cultura, costumbres, conducta,
creencias, tradiciones de los judíos de su época. Entonces, si tenemos en
cuenta todo eso, las probabilidades de que Jesús fuera un hombre casado
sobrepasan en mucho la opinión contraria. Para decirlo de otra forma: en el
estado actual de nuestros conocimientos y considerándolo todo, un Jesús casado
tiene más posibilidades de ajustarse a la realidad histórica que un Jesús
célibe.
Bruno Mori
(Traducción
de Ernesto Baquer)