Ensayo de interpretación no religiosa del cuento de Navidad.
En Occidente vivimos en una sociedad donde la
religión y el Dios que nos presenta, han sido prácticamente eliminados de las
preocupaciones y la vida de las personas. De tal manera que, sin exagerar,
podemos afirmar que hoy, la mayoría de los occidentales consideran la religión
como un fenómeno del pasado que ya no tiene importancia en el presente y viven
como si Dios hubiera desaparecido definitivamente del horizonte de su existencia.
El mundo occidental moderno, caracterizado por
las libertades individuales, el progreso técnico, la ciencia y el conocimiento,
al eliminar de sus intereses a Dios y las creencias religiosas, todavía no ha
sido capaz de llenar adecuadamente el vacío dejado por esa pérdida en la vida
de muchas personas y que se traduce en una insatisfacción existencial, un
déficit de sentido y de “espiritualidad”.
Privados de las referencias estables y seguras
proporcionadas en otros tiempos por la Institución religiosa, la gente
experimenta hoy una forma, más o menos consciente, pero real, de desconcierto
psicológico, ético y espiritual que busca curarse a través del espejo de una
felicidad basada en el súper consumo y la acumulación de bienes.
La gente de la modernidad, asqueada del agua
estancada y corrompida que les ofrecía la religión, en su frustración,
renunciando definitivamente a la búsqueda de “otra fuente” capaz de aplacar su
sed de sentido y felicidad, banalizan ahora su existencia en la superficie de
un cotidiano insignificante, sin inquietarse por conferirle calidad y
profundidad.
Pienso que la gran tarea que nos espera a
nosotros, los humanos que vivimos en esta época de la muerte de Dios y del
divorcio de la religión, es la de buscar y descubrir, más allá, fuera de la
religión, una nueva Fuente de sentido capaz de responder a las exigencias, con
frecuencia atormentadas, de nuestro corazón y nuestro espíritu.
Porque si el Dios mítico de las religiones ya
no consigue darnos respuesta, seguimos necesitando que nazcan en nosotros
sueños, esperanzas, anhelos, deseos, visiones, sentimientos que nos sostengan a
lo largo del viaje de nuestra vida. Necesitamos convencernos que no estamos
solos y perdidos en un Universo frío y vacío de sentido. Necesitamos sentirnos parte
de un Todo que nos incluya, englobe y acompañe y parte del amor del que vivimos
y un día morimos.
Necesitamos que nazca en nosotros la certeza
de la presencia de un Misterio, que nos supere, pero en el que nos encontremos
y que nos desee y nos ame a pesar de todo y a pesar de nosotros. Y si por
fortuna o por una especie de milagro este nacimiento llega a producirse en
nuestra vida, entonces, en ese momento, habremos descubierto la “Fuente” y nos
habremos encontrado con “nuestro” verdadero Dios.
Pero no será el Dios de las religiones, sino más probablemente el Dios de
Jesús de Nazaret. En ese momento, la venida de Dios será un evento real y perturbador de nuestra existencia, tal
como parece anunciarse e ilustrarse poéticamente en el cuento cristiano de Navidad.
Si a lo largo de los siglos, la transmisión de
la historia de Navidad ha conseguido tocar la imaginación y los sentimientos de
innumerables generaciones de creyentes y colmar los corazones de esperanza,
alegría y paz, eso significa que ha conseguido comunicarnos algo muy “bueno”
para nuestra vida.
Ahora que, la sensación de que es lo
« bueno » nunca ha sido una percepción absoluta y universal, sino
siempre una percepción relativa, que puede variar considerablemente de una
persona a otra y también depende de épocas, razas, culturas, tradiciones y
lugares. Así, lo “bueno”, apetitoso, atrayente, válido en la cocina o en la
conducta de los humanos del Neolítico o la Edad Media, corre el riesgo de no
serlo del todo en la cocina, las acciones y las percepciones de la gente de
nuestra época. Lo que es “bueno” normal y aceptable para los pigmeos del
Camerún, probablemente no lo es para los habitantes de Noruega.
De igual manera, lo que, en el cuento de
Navidad fue “bueno” para los cristianos sencillos e ignorantes de otros
tiempos, ya no es sin duda lo “bueno” para mí ahora, a mí, un occidental
moderno, configurado por la época de la ciencia y el conocimiento, y en poder
por tanto de una cultura y una mentalidad como ninguna otra en el pasado.
Por ello, tengo mi manera, hoy, de ir a buscar
en el mito cristiano del nacimiento del Niño Dios en nuestro mundo, lo que me
afecta, coincide, me habla, me maravilla, me hace descubrir la “buena nueva”
escondida que quiso finalmente anunciar a los humanos, y que me ayudará a
situar mejor el lugar del Misterio y la acción de su Amor en mi vida.
Como los antiguos cristianos interpretaron a
su manera el cuento de Navidad para que les hicieran bien, también yo, puedo y
quiero hoy, interpretar a mi manera, sirviéndome y aprovechando todas las
adquisiciones de mi cultura, mi mentalidad, mis sentimientos, para que ese
cuento sea “bueno” y me haga “bien”, también a mí, cristiano del siglo XXI.
Porque finamente, mitos, leyendas, cuentos
antiguos, tienen un valor universal y perpetuo que con frecuencia son producto
de sensaciones arquetípicas hundidas en las cavernas del inconsciente colectivo
de la humanidad y la expresión de una sabiduría y espiritualidad naturales. De
suerte que, del pozo de su sabiduría y sus intuiciones ancestrales, los hombres
de cada cultura y cada época puedan extraer a la medida de su sed, sus
necesidades, la orientación de sus intereses y sus aspiraciones; a la medida de
la configuración de su visión del mundo, su cultura y su sensibilidad
espiritual.
Por esta razón, yo también, hijo del tercer
milenio, pretendo interpretar a mi manera el relato cristiano de Navidad, para
poder extraer de él, lo que me parezca “bueno” para mí. Me gusta considerarlo
como una hermosa fábula que ilustra, con imágenes extremadamente tiernas y
poéticas, la acción de la “Energía Amorosa de Fondo” o del “Misterio Último”
(al que las religiones han llamado Dios) en nuestro mundo, presentado como una
“revelación”, una “materialización” y una “encarnación” de su presencia en lo
que hay más grande y, al mismo tiempo, más pequeño, frágil precioso y bello en
la materia de nuestro mundo.
Me encanta, pues, interpretar el cuento de
Navidad como un relato poético y simbólico de la encarnación cósmica de la
Fuerza o del Espíritu de Dios en las profundidades de esta materia capaz de
transformarse en manifestación de Dios y en “hijo” de Dios. Esta “encarnación”
cósmica del Misterio Original en la “materia sagrada” como la llamaba Teilhard
de Chardin, es para mí un “milagro” mucho más probable, aceptable y creíble que
la literalidad ingenua y absurda del relato evangélico de la Natividad.
Después de todo, mi interpretación tiene el soporte de la física cuántica
y está por completo en armonía con las suposiciones, intuiciones y conclusiones
más recientes de la astrofísica moderna, donde científicos de renombre postulan
con mucha seriedad la presencia en ese Cosmos de una “Inspiración” (y por tanto
de un “Espíritu” y un “Compositor” genial) necesario para explicar la música y
las extraordinarias melodías tocadas por la orquesta sinfónica del Universo.
Entonces, permítanme contemplar a mi manera los personajes principales de
esta tierna historia.
De ahí que en el cuento de Navidad, la
« Virgen » María, la Madre-Milagro, fecundada por el Espíritu de Dios
y que da nacimiento a la manifestación material, corporal y sobre todo humana
de Él, se transforma para mí en un magnífico símbolo de ese Cosmos intacto, de
ese Útero Original, de esa Madre Tierra, de esa Naturaleza placenta y cuna de
todo ser y de toda vida, bella como una esposa engalanada para su esposo; de
esa “Materia Sagrada” animada y removida en sus profundidades por las
vibraciones de un Misterio de atracción y de fusión que me sobrepasa.
María se convierte así para mí en la figura
más emblemática de esa fecundación cósmica por medio de la cual el Misterio
Último se “materializa”, se “encarna” y actúa en nuestro Mundo y por ella, se
revela a los ojos fascinados de nuestra sensibilidad espiritual y se ofrece a
nuestro asombro, nuestra atención y los arrebatos de nuestro amor.
José, el hombre justo del cuento de Navidad,
que asiste sorprendido, incrédulo, alarmado y preocupado al milagro de esta
prodigiosa fecundación, y con una atención tierna y amorosa a los que le son
confiados a su cuidado, respeto, veneración de semejante Madre, es también para
mí la sorprendente imagen de cada ser humano en la tierra y de la actitud que
cada uno deberíamos adoptar frente a este Mundo, a este Planeta, a esta
Naturaleza, convertidos en lugar no sólo de la acción, la manifestación y la
encarnación del Misterio Último, sino también en la camita en la que se acuna a
todo hijo de la Tierra para que desarrolle todas las facetas de su amor y toda
la profundidad de su humanidad.
Jesús, el hijo nacido del seno de María y
confiado, con su fragilidad y su inmenso valor, a la pobreza de un establo, es
para mí el icono más expresivo de lo que cada uno de nosotros es, o puede
llegar a ser, en este mundo, si es capaz de tomar conciencia e interactuar con
las Fuerzas amorosas que lo habitan. Que son, en efecto, las mismas Fuerzas con
que el Misterio último ha fecundado el Universo y que se han derramado y
“encarnado” de forma particularmente intensa en el corazón del hombre,
haciéndolo receptáculo y relevo de la forma “divina” del amor en nuestro mundo.
Finalmente, el cuento de la Navidad cristiana
se transforma en una puesta en escena genial, entrañable, llena de intuiciones
sorprendentes e increíblemente modernas. Es una fábula exquisita que ilustra la
acción potente de las Energías Misteriosas que bullen en el corazón de la
Realidad y que parecen manifestarse como un proyecto genial o “divino” de
relaciones e interacciones, de comunión y amor que nosotros los humanos debemos
aplicar continuamente para que el Universo pueda cumplir y completar más
holgadamente la marcha evolutiva hacia su fusión (amorosa) con el Todo.
Creo
que mi Navidad, si no es tan religiosa (en el sentido tradicional del término)
es sin embargo muy cristiana. Pero no
cristiana a la manera de la Iglesia, sino a la manera del Jesús de los
evangelios.
A lo largo de su vida pública, Jesús de Nazaret, consiguió cumplir dos
destacadas hazañas: por una parte, fue capaz de presentarse al mundo como el
hombre guiado y animado exclusivamente por el espíritu y las fuerzas del amor
que encontraba en Dios; y por otra, presentar a “su” Dios como la presencia de
una Energía amorosa de una calidad única en el corazón de cada ser humano.
¿No es todo eso el nacimiento de una nueva manera de concebir la
presencia y la encarnación de Dios en nuestro mundo?
Entonces ¿por qué el descubrimiento de las
misteriosas Energías portadoras de un Espíritu que nace en el corazón de la
materia, “haciéndola “Santa” no habría de ser celebrada universalmente con una
gran fiesta llena de luces, alegría y cantos de gozo, ¿como la celebración
moderna de una nueva Navidad?
¿Por qué ese nacimiento, no ha de ser, para nosotros los modernos, una
forma de dar un nuevo sentido a la Navidad, así como razones más verdaderas y
estimulantes de celebrarla que susciten auténticos sentimientos de asombro,
exaltación y alegría?
Bruno Mori, en la Navidad de 2019.
Traducción de Ernesto
Baquer