dimanche 1 mai 2016

HABLAR DE DIOS HOY


Hablar de Dios hoy es una de las empresas más arduas de la reflexión humana. Porque la noción de Dios se evade de toda demostración filosófica y de toda elaboración intelectual. Lo que nos podemos afirmar o imaginar de la naturaleza de Dios, si no es completamente falso, nunca será totalmente verdadero. Dios no se deja capturar por ninguna de nuestras demostraciones, ni definir por ninguna de nuestras explicaciones. Los antiguos decían que Dios es “inefable”, del que no se puede decir nada, ni cierto ni absoluto. Nuestros conceptos no son aptos para expresar la verdad sobre Dios, porque Dios es y sigue incomprensible. Lo que Dios es en sí mismo se nos escapa inexorablemente. Por tanto, necesitamos mucha humildad para hablar de Dios. Y las religiones que se presentan como los especialistas de Dios, a menudo pecan, en esa cuestión, de pretensión y arrogancia. Cada una está convencida no sólo de poseer la verdad sobre Dios, sino de un proyecto sobre Dios. Piensan que pueden manipularlo a la medida de sus intenciones e intereses a través de fórmulas y ritos sagrados. Además, cada religión cree ser la beneficiaria de una relación única y privilegiada con la divinidad, que la ubica en oposición y confrontación con las otras religiones que afirman exactamente lo mismo. El Dios elaborado por las religiones no es entonces, más que un pretexto de poder y un ídolo adorado por unos, rechazado por otros, y por tanto causa de división, hostilidad y conflictos entre los creyentes.
Necesitaríamos que los creyentes seamos lo suficientemente sensatos para emanciparnos de la iniciativa totalitaria de las religiones, para cuidar sobre todo la sed de Dios y el impulso espiritual que se encuentra en el corazón de cada persona.

Puesto que Dios es una entidad inabarcable, hay tantas ideas sobre Dios como culturas, religiones y personas. La historia de las religiones nos enseña que los humanos hemos percibido como divinas todas las fuerzas, energías y cosas que considerábamos esenciales a nuestra existencia: animales, árboles, astros, montañas, ríos; estados interiores como amor y odio, sabi2duría y esperanza; personajes destacados como reyes, emperadores, papas… Sólo más tarde, con el progreso de la reflexión humana y la evolución intelectual de la humanidad, la idea de Dios se ha emancipado de los fenómenos naturales y hemos llegado a una concepción más abstracta y espiritual de la divinidad, concepción que reencontramos en parte expresada en las doctrinas de las grandes religiones contemporáneas. Y así la Biblia prohíbe identificar a Dios con no importa cual objeto “creado”. Dios es la realidad “absoluta” y todo lo demás es “relativo”. En adelante, dar a lo “relativo” importancia o valor “absoluto” será considerado como la más grave burrada, el más grave error existencial, o hablando en lenguaje bíblico, el “pecado” por excelencia. El riesgo de este error existencial es que podamos extraviarnos en un laberinto ilusorio y falso que echaría a perder la construcción serena y armoniosa de nuestra personalidad.

Podemos decir que hoy, cada individuo se fabrica su propia idea de Dios, que hay tantos dioses como individuos, porque los hombres estamos hechos de forma que no podemos vaciar totalmente de nuestra vida la noción de Dios. En un mundo donde el hombre ha perdido el lugar central y la importancia que pensaba tener; en un universo cuya inmensidad siempre creciente, sólo resalta y refuerza nuestra pequeñez, lo insignificante de los humanos y, en consecuencia, el carácter arriesgado, contingente, innecesario y efímero de nuestra existencia, la idea de Dios viene a ser la única roca, la única tabla de salvación a la que podamos anclarnos y estibar, para dar sentido a nuestra existencia. La palabra “Dios”, puede entonces comprenderse como aquello a lo que el hombre se adhiere con todas sus fuerzas y todo su corazón para vivir una vida humana significante y liberada de la angustia y el miedo. Si en el estado actual de la búsqueda científica, los humanos no necesitamos recurrir a la hipótesis “Dios” para explicar la existencia y el funcionamiento del universo material, tampoco podemos comprendernos y aceptarnos nosotros mismos sin la fe en ese “Absoluto” que nos sostiene.

En el silencio, el vacío y la indiferencia de los espacios infinitos donde los seres humanos nos sentimos solo y perdidos, necesitamos sentirnos acogidos por una Presencia que nos justifica, tranquiliza y reconforta.

La pregunta que se plantea ahora es la siguiente: ¿en qué “absoluto” debemos creer para ser verdaderamente humanos? En esto consiste toda la cuestión de Dios. ¿Qué imágenes e ideas nos revelan ese “Absoluto”? ¿En qué imágenes, en qué nociones vemos realizado el ideal de nuestra humanidad? ¿Qué conceptos y qué imágenes son portadoras de los valores y actitudes que constituyen el núcleo más profundo y auténtico de nuestro ser y que construyen en nosotros la persona humana que somos? En otras palabras, ¿dónde encontraremos aquí abajo el modelo de una humanidad que ha sido capaz de construirse a la perfección a causa de su relación profunda con ese “Absoluto” en cuyas manos puso su vida en un acto de confianza total? 

¿Con qué imagen nos deberemos confrontar y así saber qué notas nos harán vibrar para que nuestra persona se desarrolle en el equilibrio y la armonía de una vida finalmente unificada? Para nosotros, cristianos, la persona que más y mejor encarna la imagen del hombre plenamente realizado y transformado por la presencia del Absoluto de Dios en su vida, es Jesús de Nazaret. Viendo actuar a Jesús, escuchando sus palabras, podemos tener una idea de lo que la fe en el Absoluto puede realizar en la existencia de una persona cuando esta se abandona completamente a él. En Jesús, el Absoluto adquiere una forma y un rostro. Se convierte en Energía amante, Ser personal, próximo, interior, espíritu que nos anima; se convierte en padre, madre, amigo, próximo; se convierte en perdón, misericordia, acogida, benevolencia, tolerancia, gracia… amor.

Jesús es, por así decirlo, la obra maestra o el cuadro en el que podemos admirar las cualidades y tener idea de la naturaleza del artista divino que lo plasmó. De ahí que, para los cristianos, Jesús es “la imagen del Dios invisible”, el primer hombre totalmente engendrado de Dios, o, diríamos, totalmente calcado sobre Dios, totalmente construido según el espíritu y los valores de Dios (Col 1,15: Es la imagen del Dios invisible y el primer nacido de toda criatura).

Si el Absoluto ha creado tal hombre y si un hombre así nos revela un tal Absoluto, es que la divinidad ha sido asumida para siempre jamás y que el hombre se ha establecido para siempre en la confianza de un Dios así, caracterizado con esos atributos y ese amor, quien sólo podrá ser para él el principio de perfeccionamiento, seguridad, paz y felicidad por toda la eternidad.

Bruno 

LA ASCENSION

EL RELATO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR: PROSEGUIR LA MISION DE JESUS


Tal como los evangelistas habían compuesto e imaginado una entrada espectacular del Hijo de Dios cuando vino a este mundo (aparición de los ángeles, intervención divina para fecundar milagrosamente a la madre; madre que sigue virgen en el nacimiento; coros angélicos que cantan en la noche, fenómenos celestes de estrellas que se desplazan en el firmamento; personajes misteriosos y exóticos que vienen del otro lado del mundo para adorar al recién nacido rey-Dios…), debían encontrar también una salida igual de triunfal de este mundo. Y puesto que los relatos evangélicos habían contado una prolongación terrestre de la vida de Jesús después de su muerte, ahora hacía falta imaginar para él una manera de dejar esta existencia terrena, porque, evidentemente, cuando los evangelios fueron escritos, Jesús ya no era de este mundo, y ya no se hablaba de supuestas apariciones del Resucitado. El relato de la ascensión responde por tanto a la necesidad de explicar a los cristianos de aquel tiempo, la ausencia o la desaparición del Señor.
Éste es por tanto un relato de carácter catequético que utiliza una forma o un género literario muy frecuente en la literatura antigua: el del ocultamiento, la desaparición, la ascensión al cielo, la entrada en el mundo de los dioses, de un héroe o un gran personaje, con el fin de exaltar y glorificar una vida y un destino particularmente importante para los humanos (Elías, Moisés, Rómulo, Heraclio, Empédocles, Alejandro el Grande, Apolo de Tiara…). Al describir a Jesús elevándose al cielo y desapareciendo en la nube, símbolo bíblico de la presencia y la gloria de Dios, los evangelistas con esta puesta en escena, quieren enseñar a los cristianos de su tiempo que Jesús es verdaderamente el nuevo Elías, elevado por Dios en un carro de fuego, el nuevo Moisés, el nuevo profeta, el nuevo y el verdadero enviado de Dios, al que Dios colmó con su Espíritu (como a Elías y a Moisés) y asumió en la gloria al término de su misión. Este gran profeta, este profeta por excelencia, ahora está viviente en Dios y junto a Dios, como Moisés y Elías.
En el pensamiento del evangelista este relato sirve también para enseñar a los cristianos de su tiempo que esperaban la venida inminente (la Parusía) del Señor, que no es el momento, que deben arremangarse los brazos para realizar en Reino. No se pueden quedar allí mirando al cielo.….
Y como Eliseo, discípulo de Elías continúa la misión de su maestro, y como Josué continúa la misión de Moisés, así los discípulos han de continuar la obra y la misión de Jesús hasta los confines de la tierra. Pero esta desaparición de Jesús es para los evangelistas un pretexto o, más bien, una ocasión de interpelar a los cristianos y hacerlos conscientes de cual debe ser en adelante su compromiso y su responsabilidad siguiendo al Maestro.
Jesús ya no está sobre la tierra, está en el cielo, está con Dios, pero ustedes están en esta tierra –nos dice el evangelista- están aquí abajo, el Maestro les ha dejado sus palabras, su Espíritu, por tanto están provistos para representarlo, para actuar en su nombre; son ustedes los que deben continuar su presencia, su misión, su obra. A través de ustedes, es que él se encarna nuevamente; que continúa viviendo entre nosotros; es a través de ustedes que Jesús prosigue la tarea de transformar, renovar, mejorar y humanizar siempre más al mundo.
 Podríamos preguntarnos, sus discípulos, si hemos sido buenos representantes de Jesús; si hemos realizado bien el trabajo que Jesús nos confió; si hemos sido siempre, a lo largo de la historia, fieles intérpretes de su mensaje; si hemos guardado siempre intacto, sin alterar ni pervertir, el mensaje y el Espíritu que Jesús nos dejó…
Ciertamente, ha habido, muchas manchas, a lo largo de la historia. La imagen, la palabra y el espíritu de Jesús no siempre han brillado, ni sus valores repercutido en los pensamientos, los gestos y las acciones de quienes debíamos representarlo. Los valores y las enseñanzas del Maestro de Nazaret no siempre han inspirado la política, ni de los gobernantes cristianos, ni de las autoridades eclesiásticas. El movimiento espiritual surgido de Jesús ha tenido muchos problemas para abrirse un camino en nuestro mundo. La semilla, la levadura, la sal de la palabra de Jesús, no han sido siempre muy activos ni eficaces, en el terreno o la masa de nuestro mundo.
Pero, pese a todo, ha habido inseminación, fermentación, cambio, renovación, progreso. A causa del paso entre nosotros del Hombre de Nazaret, gracias a su mensaje, a su Espíritu, a los valores que nos dejó en herencia, nuestro mundo ha progresado, ha mejorado, ha llegado a ser más humano y ahora es ciertamente un mundo más justo, más respetuoso de los valores y derechos de la persona, más igualitario, más tolerante, más fraternal, más responsable, más solidario, que el mundo en tiempos de Jesús. Su mensaje de amor, de perdón, su visión del ser humano, como hijo de Dios y por tanto como hermano, ha contribuido en gran manera a curar nuestra sociedad de los males ancestrales que la afligían: pensemos en la esclavitud, la explotación de los débiles y los humildes, la discriminación de la mujer; en las diferentes formas de despotismo, imperialismo, absolutismo, tribalismo, patriarcalismo y machismo, que ciertamente todavía afligen a nuestras sociedades modernas, pero que, al menos, ahora son percibidos, por la conciencia colectiva, como actitudes nefastas.
Y si hoy, en nuestra sociedad laica y secular, hay quienes critican y frecuentemente denigran el cristianismo, debería hacerlo con mucha más circunspección y matices; porque si están cultivados e informados, deberían tener la sabiduría y la honestidad de reconocer que son los primeros beneficiarios, en su vida diaria, del aporte extraordinario del mensaje de Jesús a nuestro mundo occidental.
Pero hay algo más que este evangelio de la Ascensión debería suscitar en nosotros. Es un relato que orienta nuestra atención al mundo de la trascendencia; nos invita a mirar más arriba, a sobrepasarnos, a mirar más lejos que nuestro ombligo, nuestra nariz, nuestras necesidades corporales, mas lejos que nuestras aspiraciones a veces terriblemente ridículas e insignificantes (como esta mujer ucraniana que se ha sometido a numerosas cirugías para parecerse a la Barbie). Este relato busca enseñarnos que la vida debe tener altura; que la vida es más que comer, beber, tener dinero, divertirnos; que estamos destinados a algo más alto que nosotros mismos; que somos receptores y receptáculo del espíritu (de Dios) y que la medida de nuestra humanidad y nuestra perfección, en cuanto seres humanos, está dada por nuestra apertura y nuestra sensibilidad a los llamamientos de este espíritu y por nuestra capacidad de vibrar en sintonía con los armónicos de su divina presencia en nuestra existencia.

Bruno Mori

(traducción: Ernesto Baquer)  

FIESTA DEL CUERPO DE CRISTO

 CORPUS CHRISTI -  Reflexiones sobre la fiesta

(Primera carta del Apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto 11, 23-26)


En este domingo consagrado a la fiesta de la presencia del Señor bajo el símbolo del pan entregado y compartido, la liturgia en la segunda lectura de la misa, propone para nuestra reflexión el relato más antiguo de la "institución de la eucaristía".  Relato que debemos a la pluma de Pablo que, en el año 53, desde la ciudad de Éfeso (en la actual Turquía), escribía una larga carta a la comunidad cristiana de Corinto (en Grecia) fundada y dirigida por él durante año y medio del 5al 52. Corinto contaba entonces con más de medio millón de habitantes, 2/3 de los cuales eran esclavos. La ciudad debía su prosperidad económica a su situación geográfica y a sus dos puertos, uno sobre el mar Egeo y otro sobre el Adriático. La comunidad cristiana de Corinto era muy ecléctica, compuesta por gentes que venían de horizontes culturales y étnicos muy variados, y de clases sociales bien diferentes. Porque había en esta comunidad una mayoría de cristianos muy pobres y una minoría de más adinerados, constituida por mercaderes, empresarios, armadores, fleteros y propietarios agrícolas. En consecuencia, era una comunidad muy heterogénea muy difícil de gestionar, educar y amalgamar, y efectivamente Pablo tuvo muchos problemas con ellos. Y debió intervenir varias veces para resolverlos.

Cuando estaba en Éfeso, supo que en Corinto las "eucaristías", las reuniones-comidas que los cristianos organizaban una vez por semana para festejar la resurrección de Jesús y hacer memoria de su presencia viva, no se realizaban correctamente. Las reuniones en lugar de ser asambleas para expresar, mantener y alimentar la unidad, la caridad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad entre sus miembros, en y según el espíritu del Señor, se habían convertido en ocasión de discusiones, litigios, divisiones i desigualdad. Los ricos formaban rancho aparte, y no querían mezclarse ni compartir con los más pobres: de forma que en estas comidas, los más ricos se atiborraban y embriagaban y los pobres no se atendían ni comían a pesar de su hambre.

Para Pablo eso constituía un insulto a la memoria del Señor y un anti-testimonio escandaloso que lo hizo reaccionar con indignación. "Cuando ustedes se reúnen de estos modos, no lo hacen en nombre del Señor: no es la cena del Señor lo que comen… les escribía. ¿No tienen vuestras casas para comer y beber?... Pero si quieren comer y beber sin contar con los otros, avergüenzan a los que no tienen nada… Ustedes no actúan según el espíritu del Señor. Como cristianos y discípulos del Señor, no tienen derecho a comer y beber totalmente solos, sin compartir con los que tienen menos que ustedes… No tienen derecho a no hacerse solidarios con los demás, sobre todo si son pobres y están necesitados… La comida que comen juntos en nombre del Señor  no es expresión y signo de la comunión con su cuerpo, ese cuerpo que deberían formar con todos vuestros hermanos humanos, siguiendo el ejemplo de Jesús que sólo vivió para los otros, que continuamente se dio y se desvivió por los demás y que quiso ser para todos como el verdadero pan del que todos podemos alimentarnos…

Es para hacernos comprender esto - prosigue Pablo- que Jesús, antes de morir, tomó el pan que estaba sobre la mesa de la última cena y, después de haberlo roto, se lo dio a sus amigos diciéndoles: Recuerden siempre que este pan soy yo, es mi cuerpo… Este pan es la figura y la imagen de lo que he sido toda mi vida para los y las que me han conocido y estado a mi lado. Como este pan, yo me he partido, me he roto, para entregarme, alimentar, ayudar, sostener, curar, levantar, hacer vivir, a los otros… ¡Yo me he hecho comida!… ¡Hagan ustedes lo mismo!… ¡Cuando piensen en mi, recuerden lo que he sido por ustedes!… ¡Conviértanse ustedes también en verdadero pan!… ¡No duden en darse ustedes como comida! Recuerden que para darse a comer, será necesario que se rompan todo a su vez, que quiebren la corteza espesa y dura de vuestra cerrazón, vuestros repliegues, vuestros egoísmos, para que lo mejor que hay en ustedes pueda derramarse y comunicarse… y construir un mundo mejor, una sociedad más humana fundada en la solidaridad, la comunión, el compartir… fundada sobre la nueva alianza del amor a Dios y el amor al prójimo.

Pablo busca por ello hacer comprender a los cristianos de Corinto que sus reuniones eucarísticas son gestos vacíos de sentido y, todavía peor, muestran a plena luz actitudes y comportamientos hipócritas e indignos de personas que se proclaman discípulos de Jesús de Nazaret. Y Pablo continúa: "Que cada uno se analice antes de comer este pan y beber esta copa, para ver su grado de caridad y comunión con su prójimo; para ver si su vida no está en contradicción con el gesto que realiza y para no correr el peligro de comer, en vez del Espíritu del Señor, su propia vergüenza y condenación".

Del contexto histórico que impulsó a Pablo para transmitirnos por primera vez el relato del don que hace Jesús de su propio cuerpo, podemos deducir que para Pablo el fin principal del gesto cristiano de la comida "eucarística" en memoria de Jesús, es el de expresar la fraternidad, la unidad, la armonía, la comunión, la caridad y la solidaridad que existen ya en el seno de la comunidad cristiana y animarla a vivir siempre en conformidad con los contenidos del gesto simbólico del pan compartido en las reuniones eucarísticas.

Este pan que la comunidad cristiana ofrece y come en la comida eucarística, expresa y actualiza la presencia del Señor entre sus discípulos sólo porque esta presencia es real y actuante entre ellos, gracias y en virtud de su espíritu de fraternidad y amor que los anima.

La presencia del Señor entre los suyos durante la reunión eucarística, no está causada, como suele pensarse, por los poderes mágicos del sacerdote que, sobre el altar, transforma milagrosamente un trozo de pan en el cuerpo y la sangre de Cristo. La presencia del Señor la causa más bien, de una manera mucho más normal y natural, su espíritu de amor que anima desde dentro la comunidad de sus discípulos reunida en torno a una mesa para hacer memoria de él. Es la comunidad cristiana quien garantiza, que, a través de ella y del amor que emana, Jesús esté verdadera y eficazmente presente como fuerza y energía amorosa que, a la sociedad de los humanos que se abren a ella, la transforma, mejora, levanta, cura y salva.

Es necesario que los discípulos coman de él, se alimenten de su espíritu, para que su presencia pueda producirse y activarse. Porque no hay presencia posible del Señor en una asamblea dominical compuesta de delincuentes y criminales que se alimentan del egoísmo, la opresión, el odio y la violencia, incluso si, sobre el altar, hay un papa o un obispo que pronuncian sobre el pan y el vino las palabras de la consagración.

            El Señor está presente en nuestras eucaristías dominicales porque está ya presente en el corazón, el espíritu, las actitudes, las acciones de los y las reunidos y que por su fe son capaces de ver en el pan sobre la mesa del altar, tanto el signo de la vida de Jesús entregada y comida, como el signo de su propia existencia vivida a la sombra y en los pasos de la de su Maestro.

Este Jesús que, a través de nosotros, se hace presente en nuestras eucaristías y que, en la fe, lo reconocemos bajo el signo del pan, está ahí únicamente para ayudarnos a hacer y construir la comunión entre nosotros. Nuestras eucaristías celebradas al modo y manera de la comida fraternal y del pan entregado y compartido, tienen como fin manifestar nuestro amor fraternal y ayudarnos a crear comunión. Y si en nuestras vidas, no vivimos de y en comunión con los demás , nuestras "misas" se transforman en ritos ridículos y sin sentido, y nuestras "comuniones sacramentales" en gestos estúpidos, falsos e hipócritas.

Entonces ¿por qué nuestras asambleas eucarísticas? Primero para hacer memoria de Jesús, tal como nos lo solicitó; para que nos acordemos siempre de esa obra maestra de amor y humanidad que fue el Maestro de Nazaret, que se dio a comer como verdadero pan hasta la última migaja.

Segundo, porque nosotros, sus discípulos continuamente tentados por nuestros malos espíritus (egoísmo, codicia, cerrazón sobre nosotros mismos, ansias de superioridad y poder, arrogancia…) necesitamos confrontarnos con un espíritu que sea especialmente bueno, santo e inspirador, con el Espíritu de Jesús que está actuando en la comunidad de sus discípulos…

Necesitamos confrontarnos con la grandeza humana de ese hombre completamente descentrado de sí mismo y totalmente centrado sobre Dios y el prójimo, que sólo ha existido para los demás, para ponerse al servicio de los demás.

Realmente necesitamos empapar y limpiar nuestros súper-ego egoístas y dominadores, con su fealdad, su torpeza, su bajeza y su mezquindad, en las aguas límpidas de ese amor manifestado en Jesús, en la esperanza de que finalmente surja también en nosotros, el deseo de abrevar nuestra vida en la verdadera fuente del éxito y su realización.

Bruno Mori

(traducción: Ernesto Baquer)  

LA ASCENSION

EL MISTERIO DE LA ASCENSION


Como cristianos adultos en la fe, tratamos de captar el valor simbólico de esta fiesta de la Ascensión del Señor. Una fiesta donde la imagen, el símbolo, la puesta en escena tienen claramente gran importancia en la transmisión del mensaje.

En primer lugar, no creemos que Jesús esperara durante cuarenta días para retornar al Padre. Por su muerte y resurrección, Jesús pasó de este mundo al de Dios. Como para cada uno de nosotros, Jesús entró en el mundo de Dios al abandonar este mundo muriendo en la cruz.

Las apariciones de Jesús a sus discípulos que nos cuentan los cuatro evangelios no significan que Jesús se hubiera demorado en la tierra después de su muerte como si fuera una especie de fantasma errante, un espíritu en pena buscando su definitivo descanso. Las apariciones son construcciones literarias de los evangelistas que tienen un carácter eminentemente catequético: quieren instruir a los cristianos sobre la permanencia, a continuación, la verdad y la realidad de la presencia del Señor entre los suyos después y a pesar de su muerte. Quieren transmitir la convicción profunda que animaba a la comunidad cristiana desde el comienzo de su existencia: después de su muerte el Maestro llegó a ser el Señor viviente no sólo para y en Dios, sino que continúa viviente en la comunidad de los que han creído en él y a quienes ha transmitido su Espíritu. Porque los evangelistas buscan mantener y reforzar esta fe en su presencia viva con procedimientos literarios donde los escenarios tienen por función presentar a Jesús en el rol del Viviente que aparece y habla a sus discípulos para convencerlos y reafirmar la realidad de su presencia. Estos relatos tienen pues como objetivo confirmar la fe de sus discípulos en la presencia de Jesús siempre vivo y mantener en ellos la certeza de que el Maestro no los ha dejado ni abandonado, sino que está siempre allí, con ellos, de una manera nueva, misteriosa, sí, pero no obstante verdadera, real, para continuar en, con y por medio de ellos la obra que emprendió en la tierra.

El relato de la Ascensión por tanto se sitúa en la misma línea de pensamiento y participa del mismo género literario que todos los demás relatos de la vida de Jesús después de su muerte. Entonces no debemos detenernos en los detalles literarios, anecdóticos, a menudo graciosos, pintorescos y fantásticos, sino buscar descubrir el mensaje que el texto, a través de esas imágenes, quiere comunicarnos.

¿Cuál es este mensaje?

El mensaje de la Ascensión se puede resumir en tres exhortaciones: elevar nuestra mirada, confiar incluso en lo inesperado, asumir nuestro destino.

Elevar nuestra mirada. No para huir de la realidad o ver las cosas desde tan arriba, que no las percibimos del todo, sino habituarnos a observar los seres, los acontecimientos con los ojos de Dios, o más bien con los ojos de Jesús. Jesús, el Maestro, aunque haya partido, nos ha dejado sin embargo su mirada, su visión, su manera de ver y percibir el mundo, los hombres y Dios, en nuestra vida. Una mirada que nos ayuda a dar sentido a la realidad y nos impide caer en esa angustia existencial que caracteriza con frecuencia la vida y sobre todo el pensamiento de los que no tienen fe. Los que de nosotros estén algo familiarizados con los escritos de Albert Camus o de Sartre, por ejemplo, sabemos cómo estos escritores sin fe hablan de lo absurdo de la existencia, el silencio del mundo, su absoluta opacidad; ninguna respuesta nos viene de la realidad cósmica o material que nos ilumine sobre el sentido o el por qué de nuestra presencia humana en este mundo: "Yo no sé si este mundo tiene un sentido que lo sobrepasa. Pero sé que no conozco ese sentido y que, de momento, me es imposible conocerlo. ¿Qué significa para mí un significado fuera de mi condición? (Camus). Del mundo que nos rodea conocemos las leyes, pero no el sentido, ni la finalidad. Sin la fe la realidad física (y nosotros mismos) sigue siendo un enigma indescifrable.

De ahí el porqué, para esa gente sin fe, la solución es o resignarse en el fatalismo, o la rebeldía agresiva y violenta: pelearse para sobrevivir en un mundo cerrado y absurdo, en el cual somos seres insignificantes y sin importancia. Por eso, sin la fe, frecuentemente nuestras relaciones se despliegan tras la bandera de la violencia, la agresividad, la explotación, la competición feroz en un mundo sin apertura, sin aliento, sin horizonte, sin perspectiva, donde se percibe al otro no como un semejante, un próximo, un hermano, sino como un adversario, un opositor, un competidor, un obstáculo a nuestro éxito, nuestro avance, nuestro triunfo, nuestra inserción en un mundo fundamentalmente hostil, inhóspito y sin alma.

Solamente si nosotros tenemos esa mirada que nos viene de lo alto, que nos viene de Dios, seremos capaces no sólo de asumir la realidad, sino también de hacerla transparente. Solamente viendo con esa mirada, la realidad se convierte en icono, signo, manifestación, palabra de una Realidad mayor. Solamente si la miramos con los ojos de la fe, la realidad se hace fraternal, benigna, bondadosa: se transforma en paraíso, jardín, casa, lugar donde construir el hogar de una presencia repleta de amor, cuyo calor y luz calienta nuestro corazón e ilumina nuestro espíritu. Y llegamos a ser capaces de comprender que el absurdo tiene un sentido, que el silencio posee una Palabra y que la oscuridad está traspasada por una inmensa luz. Porque finalmente todo es obra y manifestación de una presencia plena de bondad y de amor que nos sobrepasa, sí, pero que sin embargo nos incrusta firmemente en la materialidad y la finitud de  nuestra condición humana, para impulsarnos a una realización extraordinaria que se llama humanización, iluminación, transformación, renovación interior, santificación, salvación, manifestación de Dios en nosotros, presencia de su Espíritu de sabiduría y amor en el corazón de nuestro ser, nuestra existencia y nuestro mundo.

Confiar hasta en lo inesperado. La Ascensión nos recuerda a los cristianos que Jesús abandona su proximidad visible y desaparece a nuestros ojos. Entonces comienza de verdad el tiempo de la confianza. Confianza que nos mantiene, hasta en lo imprevisible, la ausencia, las tensiones más fuertes de la existencia. Una vieja llama siempre en el centro de la ausencia, que sólo pide iluminarnos.

Asumir nuestro destino. "¿Por qué se quedan aquí mirando al cielo?" (Hechos 1,11) dicen los hombres de blanco a los Apóstoles fijos en la nube. La partida de Cristo, es de hecho, un llamamiento a un mayor compromiso en el mundo. La fe no es una huída, una dimisión; al contrario, estamos llamados a medirnos con todos los desafíos presentes y a hacer surgir la esperanza como un grito proyectado hasta los límites del mundo.


Bruno Mori   (traducción: Ernesto Baquer)  

PENTECOSTES

LA FIESTA DEL ESPIRITU


Pentecostés es la fiesta del Espíritu. La palabra "Espíritu puede tener tantas connotaciones como gentes para hablar de él: humor, inteligencia, carácter, temperamento, personalidad, genio, imaginación, inteligencia, fantasía, inspiración, vida, belleza, gracia, divinidad, demonios, fantasmas, aparecidos (el mundo del bien, del mal, de lo desconocido, del más allá), etc. En general con esta palabra queremos indicar algo que no pertenece al mundo material de los sensorial y lo tangible, y que por tanto escapa del campo de lo medible, lo experimentable. Pero que no sea no medible, ni experimentable, con los medios del análisis científico, no por eso significa que el mundo del espíritu sea irreal o una quimera. Efectivamente, incluso las personas más agnósticas y materialistas, deben admitir que el mundo de lo real no se reduce al mundo material, porque innegablemente hay fenómenos que son bien reales, pero no materiales ni medibles: ¿qué hay más real, por ejemplo, que el amor, la amistad, el odio, los celos, el talento artístico (música, poesía, pintura…), el talento práctico, científico? ¿Cuántos himnos o estallidos del Espíritu en un concierto o una sonata de Mozart (por ej. el adagio del concierto para clarinete en La Mayor o el concierto para flauta y arpa en Do mayor) o una sinfonía de Beethoven?  ¿Cuánto espíritu, inspiración, encanto, gracia, belleza en un marco de pintores impresionistas como Monet, Renoir, Cézanne)? Cuando reflexionamos un poco y miramos en nosotros y a nuestro alrededor, nos damos cuenta que vivimos finalmente en un mundo donde el espíritu está por todas partes y construye, modela y transforma la realidad en la que y de la que nosotros vivimos, y que gracias a la acción del espíritu podemos vivir y beneficiarnos de la calidad de vida que tenemos en este siglo XXI. Sin la acción del espíritu los hombres estaríamos todavía en la edad de piedra. El Espíritu es el motor de la evolución, del cambio y del progreso del mundo… o de su pérdida.

Vemos la acción y los resultados del espíritu, pero no sabemos de dónde nos viene, dónde vive, por qué está presente y hacia donde conduce a la humanidad. Jesús de Nazaret, en su perspicacia, lo había señalado ya hace 2000 años (Jn 3,8). Pienso que el desafío que la ciencia querría revelar hoy es explicar y comprender el origen del espíritu en este mundo. Hoy, en la era de la decodificación del ADN, los científicos buscan más que nunca por qué el hombre es tan diferente a los demás animales, cuando desde el punto de vista genético, es prácticamente idéntico a los otros grandes mamíferos. El genoma del chimpancé es el 98% idéntico al del Homo Sapiens. Con los medios sofisticados de la técnica moderna (IRM, PET-scan), científicos y neurólogos se dedican a estudiar el cerebro humano, ansiosos para descubrir cómo este órgano reacciona e inter-reacciona con la acción del espíritu en el hombre. ¡Pero aún ahí, por maravillosas que sean la estructura y el funcionamiento del cerebro humano, los científicos han encontrado en primer lugar que ninguna categoría de neuronas es propia del hombre (!  sería demasiado bueno!), y segundo que no es más maravilloso que las del gran mono (gorila o chimpancé). Las últimas investigaciones sobre el asunto muestran que el cerebro de un chimpancé, aparte de que tenga un volumen ligeramente inferior al humano y lóbulos frontales menos desarrollados, posee una complejidad casi idéntica a la de nuestro cerebro con sus 100 mil millones de neuronas.

¡Tan semejantes y sin embargo tan diferentes! Mientras la ciencia sea incapaz de proponer una explicación más convincente de esta diferencia y del origen de ese espíritu que yo experimento en mí y que hace de mí un animal totalmente especial y único, me adheriré a la vieja explicación que dieron los antiguos filósofos (Platón, Plotino) y la tradición religiosa judeo-cristiana. ¿Cuál es esta explicación? El Espíritu que hay en ti es una partícula del "Gran Espíritu" que es Dios. La Biblia nos revela que Dios, Espíritu en estado puro, nos comunicó un día algo de sí mismo (por ej. Génesis 2,7) y a partir de ese momento, este complejo organismo pluricelular que éramos y somos comenzó su largo viaje hacia el despertar de la inteligencia y de la conciencia. Gracias a esta infusión de espíritu, la materia ha llegado a ser capaz de organización y el espíritu de Dios fijó su residencia y manifestación en nuestro Universo. La materia opaca y embotada, abrazada con el fuego del espíritu, se ha convertido en "persona", en la que, en adelante, brillan la imagen y la semejanza de Dios.

Sin embargo, el espíritu que nos viene de Dios, debía necesariamente ser un espíritu divino, es decir, por definición, bueno, sano y santo. Desgraciadamente la Historia de la humanidad nos enseña que no es así. Porque el buen espíritu de Dios ha sido derramado en un ser que lleva en sí mismo, e inevitablemente, los rasgos, manchas y heridas de su finitud e imperfección. ¡Todos sabemos cómo puede estropearse y corromperse un buen vino si se guarda en un tonel sucio y defectuoso! La Biblia nos dice: sí, el buen espíritu que nos viene de Dios puede alterarse por la imperfección y mala calidad de la estructura humana. El buen espíritu de Dios se convierte entonces en un espíritu malo, deteriorado y corrompido. Esta alteración tan común, verdadera y real en el plano existencial fue dramáticamente descrita en la Biblia a través del mito del Espíritu o del Angel caído que se denomina "el mal espíritu o el espíritu del mal" y que los autores bíblicos personifican bajo diferentes nombres (serpiente, Satán, Baal, Belcebú).

En la historia de la humanidad, la Biblia es uno de los primeros textos que ha reflexionado sobre el misterio de la presencia del mal en el mundo (Job, Tobías). Desde las primeras páginas se plantea la cuestión que angustia a los hombres de todos los tiempos: "¿Por qué hay en este mundo tanto mal, si Dios, que ha modelado el hombre a su imagen, es un ser infinitamente bueno y por tanto quiere su felicidad? ¿Por qué tanta maldad y odio, si Dios ha colmado al hombre con su espíritu, que sólo puede ser un espíritu de amor y fraternidad? Los autores bíblicos, hombres de fe profunda que creían intensamente en la bondad, la misericordia y el poder de Dios, no quisieron resignarse a adoptar una actitud fatalista y resignada ante el drama de la presencia de Dios en el mundo. Quisieron creer que Dios no podía resignarse a quedar de brazos cruzados y aceptar estoicamente la depravación de su espíritu en el corazón del hombre. Por eso, vemos, a lo largo de toda la Biblia, dibujarse y formular, poco a poco, a la vez que constatando y describiendo el horror de los destrozos causados por la virulencia del mal y del pecado, el anhelo de un mundo diferente y mejor; el continuo y renovado anuncio de una esperanza, y el presentimiento (que casi se convertirá en una convicción) de que Dios no dejará las cosas así, sino que un día intervendrá para restaurar, reparar, renovar el espíritu deteriorado y degradado del hombre. Y que lo hará, por una nueva infusión de su Espíritu. De esta esperanza y esta intuición nace en la Biblia la actitud de la espera; la espera de una intervención de Dios; la espera de ese día en que enviará de nuevo su Espíritu bueno que curará desde dentro el mal espíritu y el mal corazón del hombre. Esta curación la realizará Dios a través de un intermediario, un enviado, al que revestirá de su poder para que pueda actuar en su nombre: "el Mesías". 

De esta espera del "Día del Señor" se alimenta todavía hoy, la Esperanza y la fe del judío piadoso. En la Biblia, sobre todo los libros proféticos, desarrollaron el tema de la espera y buscaron preparar los corazones a acoger el día del Señor cuando, a través de su Mesías vendría para crear un mundo nuevo.
De ahí la constante exhortación de los profetas bíblicos (Joel, Ezequiel) a desembarazarnos de nuestro mal espíritu, para abrirnos y dejarnos conducir por el buen espíritu que viene de Dios, Porque sólo es espíritu nos permitirá ser auténticamente nosotros mismos y vivir según la verdad de nuestra naturaleza. Si seguimos otros espíritus, si deterioramos el nuestro, nos destruimos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. A su pueblo, perdido en el camino de la transgresión y la infidelidad, corrompiendo su buen espíritu, Dios le promete que un día le ayudará a recuperar de nuevo el espíritu bueno: Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica. (Ez.36, 26-28).
En los evangelios, Jesús se presenta como el instrumento por quien Dios cumplió esa promesa. El fin principal de su misión consiste en ayudar a aquellos y aquellas que lo encuentren a vivir según la verdad profunda de su ser, es decir, según el espíritu que han recibido de Dios. En los evangelios, Jesús de Nazaret se presenta constantemente como el hombre que ha vivido siempre en acuerdo total con el Espíritu de Dios, y que puede conducirnos, si lo escuchamos y seguimos, a hacer lo mismo. Por eso, para nosotros sus discípulos, Jesús es quien nos revela la importancia de ese espíritu, nos infunde el deseo de guardarlo siempre en nosotros, o de recuperarlo de nuevo si, desgraciadamente, lo hemos perdido. Según Jesús, los auténticos hijos de Dios son los y las capaces de guardar ese espíritu y vivir según sus iniciativas. Son los capaces de nacer a una vida nueva recuperando las exigencias de una existencia a la manera del espíritu que nos viene del Misterio Original del Amor y  la Fuente de todo ser. Esta convicción de Jesús es la que inspiró su oración al Padre antes de morir (Juan 14-17) en la que se presenta claramente como aquel por quien Dios cumple su plan y su promesa de reparar el espíritu pervertido del hombre: "Yo rezaré al Padre y les dará otro Espíritu (14,16). No los dejaré huérfanos. Les enviaré desde el Padre… ese espíritu y les hará acceder a toda la verdad… y les comunicará lo que ha recibido de mí" (16,13-15)». Y los magníficos textos que el apóstol Pablo dirigía a los cristianos de Corinto y de Roma, en torno a los años 57-58, cuando les dice: "Ustedes son la morada y el templo del Espíritu de Dios… porque el Espíritu de Dios habita en ustedes. Quien no tiene su espíritu, no le pertenece… Todos los que anima el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; sino un espíritu de hijos que nos permite llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre! El Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para testimoniar que somos hijos de Dios…" (Rom 8)


Creo que la función principal de la fiesta cristiana de Pentecostés, es recordarnos que, de alguna manera, todos somos de la raza de Dios, porque nacidos del Gran Espíritu, del Espíritu Original que llamamos Dios e impregnados de la Energía de su Espíritu, somos llamados a infundirlo en el mundo para que lo cultive y lo transforme en algo inmensamente más hermoso y realizado.   Bruno Mori  (traducción: Ernesto Baquer)  

LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

Un Espíritu nuevo



En su inicio, Pentecostés era una fiesta judía como la Pascua. Una fiesta agrícola transformada en una fiesta religiosa. Llevaba el nombre de shavou’ot o fiesta de las semanas, porque se realizaba y semanas después de Pascua. También se la llamaba fiesta de las primicias, siendo Pascua fiesta de las semillas.
Después, Pentecostés tendrá un sentido religioso. Recuerda el acontecimiento histórico de la entrega de la Tora en el Sinaí. Así Shavou’ot (la Pentecostés judía) es la conclusión, la clausura de Pesah (Pascua judía), Porque, para darles la Tora, Dios hizo salir a Israel de Egipto: ¡la verdadera libertad consiste en aceptar seguir la Ley de Dios! El relato del Pentecostés cristiano está compuesto sobre el paradigma del relato de la entrega de la Ley o de las Tablas de la Alianza a Moisés, en el libro del Éxodo.

¿Qué significa este acontecimiento?
El relato de los Hechos de los Apóstoles habla de “un estruendo” venido del cielo, de un “ventarrón” y de “lenguas de fuego” que se posaron sobre cada uno de los apóstoles. El estruendo, el viento y el fuego simbolizan la presencia de Dios; son una manifestación del poder divino, la renovación de la teofanía del Sinaí que conmemora la Pentecostés judía.

Si el fuego simboliza la presencia divina, las lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles significan el descenso del Espíritu de Dios sobre ellos. Significan el don a cada uno de ellos para hacerlos aptos de anunciar, con una lengua de fuego, el Evangelio, a todos los hombres.

En definitiva, el relato menciona el don de las lenguas que reciben los apóstoles y los discípulos para permitirles anunciar la Buena Nueva del Evangelio a todos los hombres, a todas las naciones. Se puede ver una respuesta el episodio de la Torre de Babel. En efecto, en la Torre de Babel, los hombres se dividieron en su voluntad de ser más grandes que Dios. En Pentecostés, se ven a los pueblos divididos unirse cuando se manifiesta el Espíritu Santo. La Humanidad está llamada a vivir esa unidad, no sin Dios, sino en El.

Podemos resumir diciendo que si el Pentecostés judío celebra los orígenes del pueblo hebreo como pueblo escogido en la Alianza del Sinaí, el Pentecostés que celebramos los cristianos celebra el nacimiento de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, de dimensiones universales, que tomó forma cuando Jesús resucitado “habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado” (Hechos 2,33) sobre el grupo de sus apóstoles y discípulos que creyeron en El y recibieron la misión de ser sus testigos por todo el mundo.

Así, se da continuidad en la novedad: reunir al pueblo de Dios. Esta última noción simplemente se amplía con la venida del Espíritu Santo prometido por Jesús. Pentecostés es un nuevo acontecimiento fundador de una nueva Alianza y un pueblo nuevo.

Y ese pueblo nuevo, en adelante animado de un espíritu nuevo, es el espíritu que Jesús ha dejado y que el mismo ha sacado de las profundidades de su intimidad con Dios. Por ello, este espíritu es diferente al espíritu que animó a los hombres hasta entonces. El espíritu del hombre creó divisiones, malentendidos, rivalidades; pero el espíritu que nos viene de Dios transfiere en nosotros los sentimientos de Dios y algo de la vida íntima de Dios. Por eso se le llama “santo”, porque Dios es “santo” por excelencia. Es un espíritu de amor, porque Dios es el amor. Y ese espíritu derramado en nuestros corazones está para, en adelante, impregnar de amor las relaciones entre los hombres. No está para crear división, sino para crear unidad, fraternidad, comprensión recíproca, para poner en marcha relaciones basados ya no sobre el miedo, la rivalidad y la desconfianza, sino sobre la confianza que viene del amor. Todos los que se abren a la acción de ese Espíritu, en adelante, pueden entenderse incluso viniendo de horizontes y culturas diferentes, porque, desde ahora, todos vibran en la misma longitud de onda y todos hablan la misma lengua (que es el espíritu de Jesús en ellos).

Hay aquí un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy. Vivimos en la época de las comunicaciones masivas y de las relaciones sociales (internet, blogs, Facebook, celulares, Smartphone). Pero ¿de qué comunicación se trata? De una comunicación exclusivamente horizontal, superficial, lúdica, banal, frecuentemente manipulada, hipócrita, maquiavélica, venal, que busca adoctrinar a los más débiles, manipularlos psicológicamente; para alterar los mecanismos de nuestro cerebro a fin de inducir comportamientos compulsivos; generar necesidades inútiles o artificiales, falsas convicciones y juicios erróneos… y todo esto para hacer dinero. En suma, lo contrario de una información creativa, de las fuentes que emitan contenidos cualitativamente nuevos y ayuden a profundizar en nosotros mismos y los acontecimientos e interpretarlos con esa sabiduría que nos viene del espíritu de Dios.

Redescubrir el sentido del Pentecostés cristiano es lo único que puede ayudar a nuestra sociedad moderna a no caer en la Babel de una dispersión inútil, de incomprensiones y divisiones. Porque el Espíritu «Santo» introduce en la comunicación humana el modo y la ley de la comunicación divina, que es empatía y amor. ¿Por qué los autores bíblicos imaginan que Dios se comunica con los hombres, se detiene y habla con ellos, a todo lo largo de la historia de la salvación? Solamente porque creen que Dios es bueno y le importa la felicidad de sus creaturas. En la medida en que lo acojamos, su Espíritu purifica las aguas contaminadas de la comunicación humana, convirtiéndolas en un auténtico instrumento de enriquecimiento, colaboración y solidaridad.

Cada una de nuestras iniciativas, civil o religiosa, privada o pública, tiene que elegir: puede ser Babel o Pentecostés. Será Babel si está dictada por el egoísmo y la búsqueda del poder; será Pentecostés si está dictada por el amor y el respeto a la libertad del otro.



Bruno Mori

(traducción: Ernesto Baquer)