Hablar de Dios hoy es una de las empresas más arduas de la reflexión
humana. Porque la noción de Dios se evade de toda demostración filosófica y de
toda elaboración intelectual. Lo que nos podemos afirmar o imaginar de la
naturaleza de Dios, si no es completamente falso, nunca será totalmente
verdadero. Dios no se deja capturar por ninguna de nuestras demostraciones, ni
definir por ninguna de nuestras explicaciones. Los antiguos decían que Dios es
“inefable”, del que no se puede decir nada, ni cierto ni absoluto. Nuestros
conceptos no son aptos para expresar la verdad sobre Dios, porque Dios es y
sigue incomprensible. Lo que Dios es en sí mismo se nos escapa inexorablemente.
Por tanto, necesitamos mucha humildad para hablar de Dios. Y las religiones que
se presentan como los especialistas de Dios, a menudo pecan, en esa cuestión,
de pretensión y arrogancia. Cada una está convencida no sólo de poseer la
verdad sobre Dios, sino de un proyecto sobre Dios. Piensan que pueden
manipularlo a la medida de sus intenciones e intereses a través de fórmulas y
ritos sagrados. Además, cada religión cree ser la beneficiaria de una relación
única y privilegiada con la divinidad, que la ubica en oposición y
confrontación con las otras religiones que afirman exactamente lo mismo. El
Dios elaborado por las religiones no es entonces, más que un pretexto de poder
y un ídolo adorado por unos, rechazado por otros, y por tanto causa de
división, hostilidad y conflictos entre los creyentes.
Necesitaríamos que los creyentes seamos lo
suficientemente sensatos para emanciparnos de la iniciativa totalitaria de las
religiones, para cuidar sobre todo la sed de Dios y el impulso espiritual que
se encuentra en el corazón de cada persona.
Puesto que Dios es una entidad inabarcable, hay
tantas ideas sobre Dios como culturas, religiones y personas. La historia de
las religiones nos enseña que los humanos hemos percibido como divinas todas
las fuerzas, energías y cosas que considerábamos esenciales a nuestra
existencia: animales, árboles, astros, montañas, ríos; estados interiores como
amor y odio, sabi2duría y esperanza; personajes destacados como reyes,
emperadores, papas… Sólo más tarde, con el progreso de la reflexión humana y la
evolución intelectual de la humanidad, la idea de Dios se ha emancipado de los
fenómenos naturales y hemos llegado a una concepción más abstracta y espiritual
de la divinidad, concepción que reencontramos en parte expresada en las
doctrinas de las grandes religiones contemporáneas. Y así la Biblia prohíbe
identificar a Dios con no importa cual objeto “creado”. Dios es la realidad
“absoluta” y todo lo demás es “relativo”. En adelante, dar a lo “relativo”
importancia o valor “absoluto” será considerado como la más grave burrada, el
más grave error existencial, o hablando en lenguaje bíblico, el “pecado” por
excelencia. El riesgo de este error existencial es que podamos extraviarnos en
un laberinto ilusorio y falso que echaría a perder la construcción serena y
armoniosa de nuestra personalidad.
Podemos decir que hoy, cada individuo se fabrica su
propia idea de Dios, que hay tantos dioses como individuos, porque los hombres
estamos hechos de forma que no podemos vaciar totalmente de nuestra vida la
noción de Dios. En un mundo donde el hombre ha perdido el lugar central y la
importancia que pensaba tener; en un universo cuya inmensidad siempre
creciente, sólo resalta y refuerza nuestra pequeñez, lo insignificante de los
humanos y, en consecuencia, el carácter arriesgado, contingente, innecesario y
efímero de nuestra existencia, la idea de Dios viene a ser la única roca, la
única tabla de salvación a la que podamos anclarnos y estibar, para dar sentido
a nuestra existencia. La palabra “Dios”, puede entonces comprenderse como
aquello a lo que el hombre se adhiere con todas sus fuerzas y todo su corazón
para vivir una vida humana significante y liberada de la angustia y el miedo.
Si en el estado actual de la búsqueda científica, los humanos no necesitamos
recurrir a la hipótesis “Dios” para explicar la existencia y el funcionamiento
del universo material, tampoco podemos comprendernos y aceptarnos nosotros
mismos sin la fe en ese “Absoluto” que nos sostiene.
En el silencio, el vacío y la indiferencia de los
espacios infinitos donde los seres humanos nos sentimos solo y perdidos,
necesitamos sentirnos acogidos por una Presencia que nos justifica, tranquiliza
y reconforta.
La pregunta que se plantea ahora es la siguiente:
¿en qué “absoluto” debemos creer para ser verdaderamente humanos? En esto
consiste toda la cuestión de Dios. ¿Qué imágenes e ideas nos revelan ese
“Absoluto”? ¿En qué imágenes, en qué nociones vemos realizado el ideal de
nuestra humanidad? ¿Qué conceptos y qué imágenes son portadoras de los valores
y actitudes que constituyen el núcleo más profundo y auténtico de nuestro ser y
que construyen en nosotros la persona humana que somos? En otras palabras,
¿dónde encontraremos aquí abajo el modelo de una humanidad que ha sido capaz de
construirse a la perfección a causa de su relación profunda con ese “Absoluto”
en cuyas manos puso su vida en un acto de confianza total?
¿Con qué imagen nos deberemos confrontar y así saber
qué notas nos harán vibrar para que nuestra persona se desarrolle en el
equilibrio y la armonía de una vida finalmente unificada? Para nosotros,
cristianos, la persona que más y mejor encarna la imagen del hombre plenamente
realizado y transformado por la presencia del Absoluto de Dios en su vida, es
Jesús de Nazaret. Viendo actuar a Jesús, escuchando sus palabras, podemos tener
una idea de lo que la fe en el Absoluto puede realizar en la existencia de una
persona cuando esta se abandona completamente a él. En Jesús, el Absoluto adquiere
una forma y un rostro. Se convierte en Energía amante, Ser personal, próximo,
interior, espíritu que nos anima; se convierte en padre, madre, amigo, próximo;
se convierte en perdón, misericordia, acogida, benevolencia, tolerancia,
gracia… amor.
Jesús es, por así decirlo, la obra maestra o el
cuadro en el que podemos admirar las cualidades y tener idea de la naturaleza
del artista divino que lo plasmó. De ahí que, para los cristianos, Jesús es “la
imagen del Dios invisible”, el primer hombre totalmente engendrado de Dios, o,
diríamos, totalmente calcado sobre Dios, totalmente construido según el
espíritu y los valores de Dios (Col 1,15: Es la imagen del Dios invisible y el
primer nacido de toda criatura).
Si el
Absoluto ha creado tal hombre y si un hombre así nos revela un tal Absoluto, es
que la divinidad ha sido asumida para siempre jamás y que el hombre se ha
establecido para siempre en la confianza de un Dios así, caracterizado con esos
atributos y ese amor, quien sólo podrá ser para él el principio de
perfeccionamiento, seguridad, paz y felicidad por toda la eternidad.