mardi 6 mars 2018

Llamados a transfigurarnos – Mc.9, 2-10



 (2° domingo de Cuaresma B)

Original francés http://brunomori39.blogspot.com.uy/2018/02/appeles-nous-transfigurer.html.

El pasado domingo, el evangelio nos presentaba la imagen del desierto, la soledad, la posibilidad de elegir mal, la tentación de elegir caminos fáciles pero engañosos. El evangelio de hoy nos presenta la imagen de la luz, la alegría, la felicidad, la plenitud, de tocar el cielo con las manos.
La "transfiguración" consiste en ver cosas que no pueden verse con los ojos de la cabeza, sino sólo con los ojos del corazón. Y puesto que muchos no tienen los ojos del corazón, se privan de sus perspectivas. El evangelio de este domingo quiere respondernos a la pregunta de saber qué nos hace realmente felices en esta vida. Intenta describir a qué nos parecemos, cuando nos sentimos en el paraíso, es decir, poseídos por la felicidad, habitados por la presencia hechicera y gratificante de un gran amor.

Si hemos caído ya en las redes del amor, si hemos perdido la cabeza y hecho locuras por alguien, si hemos visto ya el mundo como un paraíso y un jardín inmenso de flores porque alguien nos ha dicho que nos amaba, entonces podremos comprender el evangelio de hoy. Es el evangelio del amor que transforma y transfigura.

¿Hemos visto ya los ojos de una mamá cuando ve por primera vez a su hijo, después del trabajo y el dolor del parto? ¿Hemos visto la expresión de un bebé acunado en los brazos de su madre? ¿Hemos notado las miradas radiantes de dos enamorados que se miran extasiados a los ojos? ¿Hemos visto la belleza extática de los amantes, en los juegos y los ardores del amor? ¿No son rostros transfigurados, luminosos, envueltos en encanto y en gracia, rebosantes de felicidad, beatitud, ansiosos de vida y deseo de vivir?

En nuestro mundo racional, científico y machista, hay quienes piensan que ser personas sensibles, que se dejan guiar por los afectos de su corazón, es un signo de imperfección y debilidad. Más bien la verdad es lo contrario.

La sensibilidad es el signo de una mayor perfección del ser. Preguntemos a cualquier conductor qué motor prefiere: ¿sensible o adormilado? Para un humano, ser sensible significa estar más vivo, cautivador, atractivo, eficaz, porque está más pronto y apto para reaccionar, entrar en movimiento, en moción (e-moción) en el camino de la vida, en presencia del mundo y de las personas que lo rodean.

Ser sensible significa estar más dispuesto a vibrar en armonía con la belleza del mundo, y sobre todo con la situación existencial de las personas; a dejarse afectar tanto por sus alegrías como por sus penas; tanto por su felicidad como por sus desgracias.

Por tanto, la sensibilidad que desarrollemos en nosotros es la que hace latir nuestro corazón al ritmo de la palpitación del mundo y la que finalmente realiza nuestra "transfiguración". Porque la sensibilidad configura nuestra persona de otra forma, impulsándola a ver más allá (trans) de su "figura" natural, habitual y banal; más allá también de los límites de su individualidad racional, forzosamente árida, fría, rígida, fácilmente encerrada, replegada sobre sí misma, para elevarla al nivel superior del encuentro emocionado, sensible y "amoroso" con el mundo que está más allá de nuestra personita, para así desplegarnos al sol del amor (de Dios y de los hermanos humanos), donde podremos suavizarnos, esperar, afinar, abrazarnos y volvernos en seres de luz.
La sensibilidad que "transfigura" consiste pues en ver a la gente como son en  erdad, más allá de su "figura" o de sus apariencias (trans-figura-ción); en adivinar lo que son realmente en la profundidad secreta de su corazón; en entrever su verdadera identidad y la verdad profunda de su ser; en descubrir su verdadero rostro, su figura creada por Dios, la que no ha sido deformada por los miedos, los sufrimientos, la culpabilidad, los errores, la ansiedad y las angustias de la vida.

El evangelista Juan dice que "Dios es amor". También que sólo los que saben abrirse y vivir en el amor puede comprender a Dios y vivir de Dios. De ahí se sigue que los que no saben abrir su corazón al amor, podrán quizá tener ideas sobre Dios, pero jamás podrán sentirlo y experimentarlo como Realidad capaz de cambiar su vida.

Jesús era un hombre que sabía amar; estaba animado por un gran amor; era un hombre apasionado de Dios e inmensamente sensible a las situaciones humanas de sus hermanos; poseía un fuego que abrasaba a todos los que se le acercaban.

Los humanos no captamos a Dios con la cabeza, sino sólo con el corazón. Todos los que reprimen sus sentimientos, que son incapaces de emocionarse, enternecerse, maravillarse, extasiarse, desear, soñar, llorar, compadecer… nunca podrán estar en sintonía con el espíritu y la música que vienen de Dios. Nunca podrán tener las antenas idóneas para captar y sentir el soplo y los murmullos de su presencia. Nunca serán verdaderos amantes.

Por tanto, debemos permitir a los sentimientos, las emociones, los deseos, los sueños, las penas, las lágrimas… entrar en nosotros. Que nos invada la vida. Que la vida viva en nosotros. Que ella nazca, que venga, que se mueva (e-moción), que nos trastoque, que nos arrebate, que nos transforme. Si no, inmersos en el océano, siempre buscaremos agua.

Y si eso no nos sucede, vale más que nos hagamos tratar. Vale más que nos preguntemos si nuestro corazón todavía vive en nosotros, o ya está muerto. Porque la capacidad de emocionarnos, estremecernos, enternecernos, sentir… dice cuánto estamos vivos.

Si llegamos a llorar de alegría, a sentirnos tan felices que nos da la impresión de que no nos falta nada, si llegamos a sentirnos ardientes como el sol, o profundos como el mar; de sentirnos tan colmados, tan ricos, que tenemos la impresión de estar ya en el cielo, acunados por la inmensidad del Todo, al punto de querer nombrar (como Francisco de Asís) a las estrellas "mis hermanas" y a los planetas "mis hermanos", a una flor o un árbol "mi belleza" ... bien, hay que saber que estamos viviendo nuestra "transfiguración".

El mundo dirá que nos hemos vuelto locos y continuará siendo desgraciado. Pero nosotros, por favor, ¡continuemos locos".  Quizá no nos sintamos diferentes a los demás, pero seremos ¡tanto, tanto más felices!

Mori Bruno  - Febrero 2018

Traducción de Ernesto Baquer.