5° dom.
Cuaresma, A
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/04/lazare-ou-lamour-qui-peut-tuer.html.
Sin duda hay diversas formas de acercarnos a este texto del evangelio de
Juan que nos cuenta el "milagro" de la resurrección de Lázaro. Ha de
quedar claro desde el comienzo que este relato de resurrección no es la reseña
de un hecho real e histórico, sino sólo una de esas composiciones alegóricas o
simbólicas tan caras al evangelio de Juan, y a través de las cuales, el Autor
busca transmitir una enseñanza a los cristianos de su tiempo, un mensaje, o
ilustrar un aspecto de la riqueza espiritual que se desprende de la persona de
Jesús de Nazaret.
El evidente sinsentido de este relato está puesto expresamente para
hacernos comprender que nos encontramos en presencia de una especie de enigma a
ser descifrado; de una parábola o un cuento para ser interpretado y explicado a
fin de descubrir el sentido escondido por Juan entre las líneas del texto.
Generalmente, los predicadores comentan esta historia de
"resurrección" con un enfoque religioso-teológico, desarrollando el
tema de la divinidad de Jesús que, como encarnación de Dios en la tierra, era
capaz de resucitar a los muertos o de ser para todos los creyentes una fuente
de vida nueva en este mundo y en el otro.
Ya que este relato no debe evidentemente referirse a una muerte corporal o
física, hay que concluir que el autor busca aquí presentar otro género de
muerte, que sólo puede ser interior, espiritual, psíquica, que afecte al
espíritu, el alma y el corazón de Lázaro.
Creo pues posible abordar este episodio evangélico desde un punto de vista
más psicológico (antropológico) y de ver en este cuento una escenificación y un
análisis de algunos trastornos psico-emocionales-afectivos, que afectan los
comportamientos y las relaciones humanas. Trastornos que, con el tiempo, pueden
revelarse nefastos para la vida y el desarrollo armonioso de las personas y
que, para su superación y cura, el evangelio da aquí terapias de intervención y
pistas de soluciones.
Tenemos pues a Marta, María y Lázaro, dos hermanas y un hermano, tres
adultos célibes, que ya no están en la flor de su juventud, que viven juntos en
la misma casa, probablemente heredada de sus padres fallecidos. De lo que
podemos leer entre líneas, los tres hermanos parecen haber construido sus
existencias respectivas en una dependencia recíproca total.
Marta es la mujer activa, práctica, eficaz, emprendedora, suministradora,
indispensable para la gestión de los asuntos de la casa y para satisfacer las
necesidades materiales de cada uno. Es también la mujer celosa que no ha
conseguido ni igualar ni comprender el encanto misterioso y a veces inquietante
que irradia su hermana María.
María es la mujer misteriosa y compleja que, bajo una apariencia tímida,
reservada, apagada, temerosa, esconde un carácter apasionado y una
extraordinaria capacidad afectiva. Es también una mujer introvertida, con
tendencias místicas y contemplativas y de una extraordinaria sensibilidad. Por
eso tiene necesidad de apegarse, amar y sentirse amada; necesidad de una
presencia y una figura masculina en su vida. Es una mujer que, a falta de no
poder pertenecer totalmente a Jesús, de quien se había enamorado locamente, no
ha encontrado otra salida que apegarse, de manera casi mórbida, al amigo de
Jesús, su hermano Lázaro, sobre quien ha transferido toda la adhesión que
sentía por el hombre de Nazaret.
Pero si los sentimientos de María hacia Jesús, tenían algo de hermoso,
estimulante y encantador tanto para ella como para él; el amor posesivo y la
dependencia que había desarrollado en la relación con su hermano Lázaro,
tenían, por el contrario, algo de patético, turbador y malsano, que, a la
larga, acabaron por hacer desagraciada a María y paralizar y destruir la vida
del pobre Lázaro.
De ahí que Lázaro se sentiría secuestrado por el amor de su hermana;
obligado a vivir a la sombra y bajo la influencia despótica de su afecto
acaparador. Lázaro se daba cuenta que cada vez le resultaba más difícil vivir
su vida: dedicar tiempo a su trabajo, encontrarse con sus amigos, con
muchachas, salir a fiestas, participar de acontecimientos, ausentarse para un
viaje. Para no decepcionar el amor y las expectativas que María había puesto en
él, Lázaro habría decepcionado las expectativas y el amor de la muchacha que
amaba, porque a causa de la actitud posesiva de su hermana, no habría tenido ni
el coraje ni la determinación necesaria para casarse. Por eso, en una treintena
avanzada, Lázaro es todavía célibe. Sabía que una situación así no era normal
en un judío de su edad; como era anormal no tener su familia y vivir a su edad
en la casa paterna, bajo la cúpula de sus dos hermanas, rehén de sus chantajes
y sus represalias emotivas, esclavo de su necesidad de seguridad, protección y
afecto masculino.
Tenía la impresión de que su hermana María se comportaba con él como un
pulpo que lo ataba, lo encerraba por todos lados, para atraerlo sin cesar hacia
ella. Se sentía sofocado y paralizado. Con frecuencia tenía la impresión que la
posesividad de su hermana estaba matándolo, llevándolo a la muerte.
Para ponerla en su lugar, para hacerla comprender que tenía derecho a su
libertad y su vida, que no podía continuar asumiendo hacia ella el rol del
padre o del marido, habría tenido que recurrir a su autoridad de varón y jefe
de familia. Se habría tenido que enfrentar, oponer, decepcionarla, vejarla,
quizá también dejar la casa. Pero Lázaro era un hombre demasiado bueno,
sensible y responsable como para hacer todo eso. Sabía que, en la Palestina de
su época, sin la presencia, protección y soporte del hombre, esas dos mujeres
abandonadas a sí mismas, habrían sido inevitablemente desprovistas y expuestas
al peligro, la explotación y la miseria. Así, a causa del amor que tenía por sus
hermanas, Lázaro habría aceptado sacrificar su libertad y su vida.
El evangelio de Juan parece decirnos que un día Marta y María se dieron
cuenta al fin que algo estaba fallando con Lázaro; que algo se había roto en
él. Ya no era el que antes era. Ese hombre, en otro tiempo tan jovial, tan
rebosante de vida, había dejado de vivir y se había transformado en una larva y
un triste fantasma de sí mismo.
En un momento dado, aunque no se habían atrevido a reconocerlo, las dos
hermanas sintieron y supieron que sobre ellas recaía la responsabilidad de la
muerte interior de su hermano. Es interesante destacar, que al informar a Jesús
de la "muerte" de Lázaro, Marta y María buscan, separadamente y en
dos diferentes momentos, sacarse el fardo de la culpa, echando la responsabilidad
de este drama familiar sobre los hombros de Jesús: "Si hubieras estado
aquí, no habría muerto mi hermano" (Juan 11,21 y 32).
Recurriendo a la estrategia del chantaje afectivo, secreto especial de las
mujeres, las dos hermanas intentan hacer creer a Jesús que, si las hubiese
amado más, si no las hubiese abandonado; si hubiera estado más cerca y más
presente en su vida y su afecto, ellas no habrían necesitado aferrarse como
sanguijuelas a su hermano, hasta chuparle la sangre.
Y al pedirle ahora a Jesús que intervenga para corregir la situación,
esperan que el Maestro podrá, de un lado disculparlas y exonerarlas, y de otro,
infundir quizá una nueva razón de vivir, un nuevo aliento en el alma apagada
del amigo que amaba tanto, para permitirle salir de la tumba en la que las
exigencias sentimentales y afectivas de sus hermanas lo habían encerrado.
El evangelista nos cuenta que Jesús fue profundamente tocado y turbado por
ese drama, hecho de debilidades humanas, de amor que se adueña, de egocentrismo
e incomprensión, hasta llorar de rabia, amargura y frustración. Busca entonces
sacudir a las dos hermanas, para hacerlas pensar, abrirles los ojos, volverlas
conscientes de sus actitudes egoístas y el mal que han causado a su hermano. En
efecto, Jesús sabe que Lázaro nunca podrá enderezarse si sus hermanas siguen
replegadas sobre sí mismas, que nunca podrá Lázaro retomar su vida, si ellas,
en algún punto, no aceptan morir.
"Miren que han hecho con Lázaro", parece gritarles Jesús. ¡Miren
en que se ha convertido! ¡A qué estado lo han reducido! Lo han paralizado; le
han robado toda capacidad de vivir, de ser independiente, de ser él mismo, de
realizarse según sus deseos, sus aspiraciones, sus aptitudes. Ha llegado el
momento de detener la opresión, suprimir la carga, quitar la piedra con que
ustedes lo han aplastado durante tanto tiempo. Sí, quiten esa piedra para que
él se pueda levantar.
Para que ustedes vivieran en la luz, él debió retirarse a la sombra. Para
contentarlas, tuvo que olvidarse de sí mismo; para asegurar vuestra vida, debió
sacrificar la suya; para permitirles vivir, debió morir. Para permitirles a
ustedes salir de la prisión de vuestras desconfianzas y vuestros miedos, debió
aceptar ser enterrado en la tumba de vuestras ansias de poseerlo. ¡Háganlo
salir de la tumba!
Ustedes lo han enterrado en la tumba de vuestras necesidades. Lo han
encadenado a las exigencias de vuestro supuesto “amor”. Ha llegado el momento
de ustedes para hacerlo salir de la oscuridad, para que pueda de nuevo llegar a
la luz, manifestarse abiertamente tal como es. Y recuperar su verdadera
identidad y las riquezas de su magnífica personalidad.
“¡Lázaro, sal fuera!” ¡Tienes derecho a vivir tu vida! ¡Tienes derecho a un
lugar al sol! ¡Tienes derecho a pensar en ti y a vivir no sólo en función de
los demás, a vivir sin que dependa tu existencia de la aprobación de los demás!
Es preciso que te atrevas a enfrentarte. Que encuentres el coraje de
oponerte; de decir no; de disgustar, si es preciso y necesario para la realización
de tu destino. Tienes derecho a tu felicidad. El derecho a buscar y ocupar tu
lugar, el tuyo, en este mundo. Tienes derecho a realizar todo el potencial de
tu personalidad.
“¡Desátenlo y déjenlo ir!” Ha llegado la hora de deshacer los nudos que lo
inmovilizaban, para que de nuevo pueda moverse, caminar, salir al encuentro de
sus sueños y proyectos. Su hora de soltar amarras, para que su barca pueda
nuevamente ir mar adentro e inflar sus velas hacia orillas y sueños inacabados.
Ha llegado la hora de amarlo de verdad; de amarlo por sí mismo; de amarlo
por lo que es y no por ustedes o por lo que les aporte.
Sólo ese amor desinteresado y gratuito vuestro le aportará volver de su
muerte y retomar la vida. El otro, vuestro antiguo amor, que sólo es un egoísmo
disfrazado, sólo pudriría más la calidad de su existencia y lo encerraría para
siempre en las tinieblas de su tumba. Es la hora de detener el proceso de su
descomposición, porque, creyendo en la perspicacia de Marta, el mal olor de la
patética existencia de su hermano se percibía ya a su alrededor. Sabemos que
Juan es el evangelista del Amor. Este cuento sobre Lázaro, puede por tanto ser
interpretado como una hermosa lección sobre el amor. Aquí, el Jesús de Juan nos
enseña que amar de verdad, es siempre dejar al otro libre para elegir su camino
y su destino. Si yo quiero que el otro sólo viva para mí; si yo quiero ser el
Todo del otro, el único objeto de sus expectativas, sus intereses y sus deseos,
yo me impongo como su Dios y me transformo en un ídolo celoso, opresivo y
acaparador, que sólo busca someter y poseer y que mata la gozosa libertad del
amor.
Finalmente, este relato de Juan quiera ponernos en guardia contra los
escollos del amor. Quiere hacer descubrir a los amantes dos cosas
fundamentales. Primero, que su amor no es ni será nunca perfecto, porque lleva
en sí inevitablemente la marca de sus límites y debilidades.
Segundo, quiere enseñar que el amor que tiene más posibilidades de
triunfar, de durar, de hacer vivir y crecer a los amantes, es el que más se
asemeja al amor que Dios tiene por nosotros: un amor incondicional, hecho
exclusivamente de gratuidad y darse, de ganas de contribuir a la felicidad del
otro, sin cálculo, sin lamentarse, sin marcha atrás, y sin esperar
gratificación o retribución.
¿Será demasiado arrogante para los humanos aspirar a acercarse lo más
posible a esta forma sublime y divina del amor? El relato de Juan nos dice que
no.
Bruno Mori
Traducción de Ernesto Baquer