vendredi 21 avril 2017

LÁZARO O EL AMOR QUE PUEDE MATAR - Juan, 11, 1-45

5° dom. Cuaresma, A

http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/04/lazare-ou-lamour-qui-peut-tuer.html. 

Sin duda hay diversas formas de acercarnos a este texto del evangelio de Juan que nos cuenta el "milagro" de la resurrección de Lázaro. Ha de quedar claro desde el comienzo que este relato de resurrección no es la reseña de un hecho real e histórico, sino sólo una de esas composiciones alegóricas o simbólicas tan caras al evangelio de Juan, y a través de las cuales, el Autor busca transmitir una enseñanza a los cristianos de su tiempo, un mensaje, o ilustrar un aspecto de la riqueza espiritual que se desprende de la persona de Jesús de Nazaret.

El evidente sinsentido de este relato está puesto expresamente para hacernos comprender que nos encontramos en presencia de una especie de enigma a ser descifrado; de una parábola o un cuento para ser interpretado y explicado a fin de descubrir el sentido escondido por Juan entre las líneas del texto.

Generalmente, los predicadores comentan esta historia de "resurrección" con un enfoque religioso-teológico, desarrollando el tema de la divinidad de Jesús que, como encarnación de Dios en la tierra, era capaz de resucitar a los muertos o de ser para todos los creyentes una fuente de vida nueva en este mundo y en el otro.

Ya que este relato no debe evidentemente referirse a una muerte corporal o física, hay que concluir que el autor busca aquí presentar otro género de muerte, que sólo puede ser interior, espiritual, psíquica, que afecte al espíritu, el alma y el corazón de Lázaro.

Creo pues posible abordar este episodio evangélico desde un punto de vista más psicológico (antropológico) y de ver en este cuento una escenificación y un análisis de algunos trastornos psico-emocionales-afectivos, que afectan los comportamientos y las relaciones humanas. Trastornos que, con el tiempo, pueden revelarse nefastos para la vida y el desarrollo armonioso de las personas y que, para su superación y cura, el evangelio da aquí terapias de intervención y pistas de soluciones.

Tenemos pues a Marta, María y Lázaro, dos hermanas y un hermano, tres adultos célibes, que ya no están en la flor de su juventud, que viven juntos en la misma casa, probablemente heredada de sus padres fallecidos. De lo que podemos leer entre líneas, los tres hermanos parecen haber construido sus existencias respectivas en una dependencia recíproca total.

Marta es la mujer activa, práctica, eficaz, emprendedora, suministradora, indispensable para la gestión de los asuntos de la casa y para satisfacer las necesidades materiales de cada uno. Es también la mujer celosa que no ha conseguido ni igualar ni comprender el encanto misterioso y a veces inquietante que irradia su hermana María.

María es la mujer misteriosa y compleja que, bajo una apariencia tímida, reservada, apagada, temerosa, esconde un carácter apasionado y una extraordinaria capacidad afectiva. Es también una mujer introvertida, con tendencias místicas y contemplativas y de una extraordinaria sensibilidad. Por eso tiene necesidad de apegarse, amar y sentirse amada; necesidad de una presencia y una figura masculina en su vida. Es una mujer que, a falta de no poder pertenecer totalmente a Jesús, de quien se había enamorado locamente, no ha encontrado otra salida que apegarse, de manera casi mórbida, al amigo de Jesús, su hermano Lázaro, sobre quien ha transferido toda la adhesión que sentía por el hombre de Nazaret.

Pero si los sentimientos de María hacia Jesús, tenían algo de hermoso, estimulante y encantador tanto para ella como para él; el amor posesivo y la dependencia que había desarrollado en la relación con su hermano Lázaro, tenían, por el contrario, algo de patético, turbador y malsano, que, a la larga, acabaron por hacer desagraciada a María y paralizar y destruir la vida del pobre Lázaro.
De ahí que Lázaro se sentiría secuestrado por el amor de su hermana; obligado a vivir a la sombra y bajo la influencia despótica de su afecto acaparador. Lázaro se daba cuenta que cada vez le resultaba más difícil vivir su vida: dedicar tiempo a su trabajo, encontrarse con sus amigos, con muchachas, salir a fiestas, participar de acontecimientos, ausentarse para un viaje. Para no decepcionar el amor y las expectativas que María había puesto en él, Lázaro habría decepcionado las expectativas y el amor de la muchacha que amaba, porque a causa de la actitud posesiva de su hermana, no habría tenido ni el coraje ni la determinación necesaria para casarse. Por eso, en una treintena avanzada, Lázaro es todavía célibe. Sabía que una situación así no era normal en un judío de su edad; como era anormal no tener su familia y vivir a su edad en la casa paterna, bajo la cúpula de sus dos hermanas, rehén de sus chantajes y sus represalias emotivas, esclavo de su necesidad de seguridad, protección y afecto masculino.

Tenía la impresión de que su hermana María se comportaba con él como un pulpo que lo ataba, lo encerraba por todos lados, para atraerlo sin cesar hacia ella. Se sentía sofocado y paralizado. Con frecuencia tenía la impresión que la posesividad de su hermana estaba matándolo, llevándolo a la muerte.

Para ponerla en su lugar, para hacerla comprender que tenía derecho a su libertad y su vida, que no podía continuar asumiendo hacia ella el rol del padre o del marido, habría tenido que recurrir a su autoridad de varón y jefe de familia. Se habría tenido que enfrentar, oponer, decepcionarla, vejarla, quizá también dejar la casa. Pero Lázaro era un hombre demasiado bueno, sensible y responsable como para hacer todo eso. Sabía que, en la Palestina de su época, sin la presencia, protección y soporte del hombre, esas dos mujeres abandonadas a sí mismas, habrían sido inevitablemente desprovistas y expuestas al peligro, la explotación y la miseria. Así, a causa del amor que tenía por sus hermanas, Lázaro habría aceptado sacrificar su libertad y su vida.

El evangelio de Juan parece decirnos que un día Marta y María se dieron cuenta al fin que algo estaba fallando con Lázaro; que algo se había roto en él. Ya no era el que antes era. Ese hombre, en otro tiempo tan jovial, tan rebosante de vida, había dejado de vivir y se había transformado en una larva y un triste fantasma de sí mismo.

En un momento dado, aunque no se habían atrevido a reconocerlo, las dos hermanas sintieron y supieron que sobre ellas recaía la responsabilidad de la muerte interior de su hermano. Es interesante destacar, que al informar a Jesús de la "muerte" de Lázaro, Marta y María buscan, separadamente y en dos diferentes momentos, sacarse el fardo de la culpa, echando la responsabilidad de este drama familiar sobre los hombros de Jesús: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano" (Juan 11,21 y 32).

Recurriendo a la estrategia del chantaje afectivo, secreto especial de las mujeres, las dos hermanas intentan hacer creer a Jesús que, si las hubiese amado más, si no las hubiese abandonado; si hubiera estado más cerca y más presente en su vida y su afecto, ellas no habrían necesitado aferrarse como sanguijuelas a su hermano, hasta chuparle la sangre.      
  
Y al pedirle ahora a Jesús que intervenga para corregir la situación, esperan que el Maestro podrá, de un lado disculparlas y exonerarlas, y de otro, infundir quizá una nueva razón de vivir, un nuevo aliento en el alma apagada del amigo que amaba tanto, para permitirle salir de la tumba en la que las exigencias sentimentales y afectivas de sus hermanas lo habían encerrado.

El evangelista nos cuenta que Jesús fue profundamente tocado y turbado por ese drama, hecho de debilidades humanas, de amor que se adueña, de egocentrismo e incomprensión, hasta llorar de rabia, amargura y frustración. Busca entonces sacudir a las dos hermanas, para hacerlas pensar, abrirles los ojos, volverlas conscientes de sus actitudes egoístas y el mal que han causado a su hermano. En efecto, Jesús sabe que Lázaro nunca podrá enderezarse si sus hermanas siguen replegadas sobre sí mismas, que nunca podrá Lázaro retomar su vida, si ellas, en algún punto, no aceptan morir.

"Miren que han hecho con Lázaro", parece gritarles Jesús. ¡Miren en que se ha convertido! ¡A qué estado lo han reducido! Lo han paralizado; le han robado toda capacidad de vivir, de ser independiente, de ser él mismo, de realizarse según sus deseos, sus aspiraciones, sus aptitudes. Ha llegado el momento de detener la opresión, suprimir la carga, quitar la piedra con que ustedes lo han aplastado durante tanto tiempo. Sí, quiten esa piedra para que él se pueda levantar.

Para que ustedes vivieran en la luz, él debió retirarse a la sombra. Para contentarlas, tuvo que olvidarse de sí mismo; para asegurar vuestra vida, debió sacrificar la suya; para permitirles vivir, debió morir. Para permitirles a ustedes salir de la prisión de vuestras desconfianzas y vuestros miedos, debió aceptar ser enterrado en la tumba de vuestras ansias de poseerlo. ¡Háganlo salir de la tumba!

Ustedes lo han enterrado en la tumba de vuestras necesidades. Lo han encadenado a las exigencias de vuestro supuesto “amor”. Ha llegado el momento de ustedes para hacerlo salir de la oscuridad, para que pueda de nuevo llegar a la luz, manifestarse abiertamente tal como es. Y recuperar su verdadera identidad y las riquezas de su magnífica personalidad.

“¡Lázaro, sal fuera!” ¡Tienes derecho a vivir tu vida! ¡Tienes derecho a un lugar al sol! ¡Tienes derecho a pensar en ti y a vivir no sólo en función de los demás, a vivir sin que dependa tu existencia de la aprobación de los demás!

Es preciso que te atrevas a enfrentarte. Que encuentres el coraje de oponerte; de decir no; de disgustar, si es preciso y necesario para la realización de tu destino. Tienes derecho a tu felicidad. El derecho a buscar y ocupar tu lugar, el tuyo, en este mundo. Tienes derecho a realizar todo el potencial de tu personalidad.

“¡Desátenlo y déjenlo ir!” Ha llegado la hora de deshacer los nudos que lo inmovilizaban, para que de nuevo pueda moverse, caminar, salir al encuentro de sus sueños y proyectos. Su hora de soltar amarras, para que su barca pueda nuevamente ir mar adentro e inflar sus velas hacia orillas y sueños inacabados.

Ha llegado la hora de amarlo de verdad; de amarlo por sí mismo; de amarlo por lo que es y no por ustedes o por lo que les aporte.
Sólo ese amor desinteresado y gratuito vuestro le aportará volver de su muerte y retomar la vida. El otro, vuestro antiguo amor, que sólo es un egoísmo disfrazado, sólo pudriría más la calidad de su existencia y lo encerraría para siempre en las tinieblas de su tumba. Es la hora de detener el proceso de su descomposición, porque, creyendo en la perspicacia de Marta, el mal olor de la patética existencia de su hermano se percibía ya a su alrededor. Sabemos que Juan es el evangelista del Amor. Este cuento sobre Lázaro, puede por tanto ser interpretado como una hermosa lección sobre el amor. Aquí, el Jesús de Juan nos enseña que amar de verdad, es siempre dejar al otro libre para elegir su camino y su destino. Si yo quiero que el otro sólo viva para mí; si yo quiero ser el Todo del otro, el único objeto de sus expectativas, sus intereses y sus deseos, yo me impongo como su Dios y me transformo en un ídolo celoso, opresivo y acaparador, que sólo busca someter y poseer y que mata la gozosa libertad del amor.

Finalmente, este relato de Juan quiera ponernos en guardia contra los escollos del amor. Quiere hacer descubrir a los amantes dos cosas fundamentales. Primero, que su amor no es ni será nunca perfecto, porque lleva en sí inevitablemente la marca de sus límites y debilidades.

Segundo, quiere enseñar que el amor que tiene más posibilidades de triunfar, de durar, de hacer vivir y crecer a los amantes, es el que más se asemeja al amor que Dios tiene por nosotros: un amor incondicional, hecho exclusivamente de gratuidad y darse, de ganas de contribuir a la felicidad del otro, sin cálculo, sin lamentarse, sin marcha atrás, y sin esperar gratificación o retribución.
¿Será demasiado arrogante para los humanos aspirar a acercarse lo más posible a esta forma sublime y divina del amor? El relato de Juan nos dice que no.
Bruno Mori

Traducción de Ernesto Baquer 


¡Miren las flores del campo... Apuesten por la confianza! - Mt. 16,24-34

 8° dom. ord. A

Original http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017_03_01_archive.html.

Impresiona realmente la carrera afanosa del hombre en busca de seguridad, sea cual sea el problema.
Es innegable que la seguridad es un gran bien, que a cualquiera produce serenidad, pero muchas veces es una difícil conquista.

Seguridad en el trabajo; seguridad económica, seguridad y estabilidad en las informaciones, las relaciones, la amistad, el amor; seguridad y estabilidad en la salud, la forma física, el acceso a los médicos, las medicinas, las curaciones, en tiempos racionales de espera para las intervenciones quirúrgicas...

Las mujeres viven generalmente menos seguras que los hombres. Están mayormente expuestas al peligro, especialmente si son jóvenes y bonitas. Peligro de que las sigan, las molesten, importunen, agredan, las violen...

Para todos, cuanto más año, más nos sentimos ancianos y más difícil es esta seguridad: más expuestos estamos a que nos engañen, nos agredan, nos roben, a perder la salud, etc. Para defender nuestra seguridad, nos atrincheramos en casa, ponemos puertas metálicas, instalamos sistemas sofisticados de alarma; el famoso, poderoso y rico, se rodea de guardias de seguridad…
Tenemos miedo de todo, desconfiamos de todo, no nos fiamos de nadie, especialmente si es desconocido, extranjero, de otra cultura o religión… Enseñamos a nuestros hijos a no fiarse de nadie, a no saludar, no responder, no hablar, no seguir, no aceptar nada de quien no conozcamos. Hasta lo conocido es considerado un enemigo potencial y un posible agresor.

Así vivimos en el miedo, la ansiedad, la desconfianza y perdemos la confianza, la paz y la tranquilidad. ¿Y todo por qué? Porque, tristemente, tenemos la experiencia de la malicia y la maldad que existen, alrededor nuestro, en el mundo y en la sociedad. No vivimos en paz a causa de la presencia del mal en nosotros y fuera de nosotros. Porque, desgraciadamente, existe tanta gente que ha perdido de vista a Dios y que no vive más que para sí mismo, para su propio beneficio y comodidad, para satisfacer sus propios caprichos e impulsos, sus propias pasiones, y a quien no le importa nada ni de Dios, ni de su prójimo.

Son esas personas, que viven sin Dios y tan sólo replegadas sobre sí mismas, las que hacen del mundo un lugar duro, cruel, difícil e inhóspito… donde se vive en el miedo y el recelo hacia todos.
En el evangelio de hoy Jesús nos dice: "¿Se han imaginado alguna vez qué fantástico sería un mundo, una sociedad en la que todos pudiéramos fiarnos del otro? ¡Qué paraíso de paz, de serenidad y de seguridad, sería una sociedad, un ambiente, un barrio, una comunidad donde todos fueran buenos, íntegros y honestos que no nos dieran ningún motivo de desconfiar y de adoptar siempre una estrategia de defensa! ¡Qué maravilloso sería el mundo si reinara la confianza, si fuera posible fiarse de todos, por estar seguros que todos son buenos, porque se sienten hijos de Dios!

Cuanto más sean hijos de Dios, nos dice hoy Jesús, más serán confiables; y en consecuencia más será el mundo un lugar apacible para vivir. Entonces, comencemos con confiar en Dios. Si existe alguien bueno, ¡ese es Dios! Quiere nuestro bien como un papá y una mamá quieren el bien de sus hijos. Isaías, en la primera lectura, pone en boca de Dios estas palabras: "¿Puede una madre olvidar a su hijo de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque alguna lo olvidara -dice Dios- yo no me olvidaré jamás de tí". Y Jesús: "No se angustien en vuestra vida por qué comerán o qué beberán… Dios sabe qué es lo que necesitan…"

El objetivo de estas palabras de Jesús que nos invitan a abandonarnos en los brazos de un Dios, Padre bueno y providente, es incitarnos a aumentar en nosotros la actitud de la confianza y el abandono; confianza en la bondad y la proximidad de Dios, pero sobre todo confianza en la bondad de nuestro prójimo.

Cierto, confiar a veces nos juega malas pasadas. Cierto, a veces, nos desilusionamos de la confianza que pusimos en cierta persona. Cierto, a veces, encontramos personas que no son dignos de confianza… Pero Jesús quiere hacernos entender que el mundo no se mejorará recurriendo sistemáticamente a la desconfianza, la sospecho, el temor, el recelo. Porque, nos dice Jesús, ninguno es tan malvado, tan corrupto, tan podrido, que no merezca un mínimo de confianza. Tanto que no merezca una segunda oportunidad. De hecho, cuanto más nos arriesguemos en confiar, más daremos al otro la posibilidad de volverse mejor y de esforzarse para estar a la altura de la confianza puesta en él. La confianza es el único modo de decir a una persona que creemos en su bondad profunda. El único modo de hacer entender a un individuo que tiene valor y que merece toda nuestra estima y nuestro respeto. Jesús nos quiere hacer entender que, sumando todo, el mundo ganará más apostando a la confianza que a la desconfianza.

Bruno Mori


Traducción de Ernesto Baquer  

La solución a nuestros problemas no está en la fuerza de la violencia... - Mt.5, 38-48

 ...sino en la fuerza del amor

7° dom. ord. A

Original: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/02/aimez-vos-ennemis.html. 

Este pasaje del evangelio de Mateo presenta a nuestra reflexión extractos del discurso de las Bienaventuranzas que la liturgia nos pide leer a lo largo de estos domingos del tiempo ordinario. Textos de una novedad y una intensidad espiritual extraordinarias. Desgraciadamente el tiempo a nuestra disposición no nos permite desarrollarlos como lo merecen. Como de costumbre, me limitaré a atraer vuestra atención sobre algunos aspectos del pensamiento de Jesús, el Maestro, que nos desvelan estos textos.

"Ustedes oyeron que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente…"

En el libro del Éxodo, se dice: "Si sucede la desgracia, tú pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe". ( 21-23-25). Era la ley del talión.

A nosotros, eso nos parece brutal, cruel, salvaje, ¡y lo es! Sin embargo, hemos de considerar que esta directiva de la ley mosaica era, en su época, una gran mejoría en la marcha evolutiva de las civilizaciones. De hecho, en aquel momento, si mataban a alguien del clan, las costumbres y normas en vigor permitían matar a todos los miembros del clan opuesto. En otras palabras, la venganza no tenía límites. Con la ley del talión se aplicaba un freno, se trazaba una frontera en la expresión del odio, permitiendo un ajuste de cuentas proporcional a la injusticia o daño cometidos. El dicho "ojo por ojo y diente por diente" era de hecho una forma de moderar y medir: la reacción debía ser proporcionada al perjuicio recibido.

Todavía hoy, incluso en nuestra sociedad moderna que se considera civilizada, esta primitiva ley del talión podría ayudar mucho a contener la espiral de violencia en el mundo y a caminar hacia una mejor forma de justicia, si nos atuviéramos estrictamente a ella. Cuantas veces, por desgracia, nuestras reacciones son desproporcionadas a la acción. Sin hablar de las relaciones internaciones, las guerras modernas, los antagonismos religiosos, las muestras de terrorismo, pensemos simplemente en las relaciones en la familia, el trabajo, al volante de un coche, donde un pequeño gesto, una palabra de más, una mala ubicación, desencadenan toda una cadena de reacciones excesivas, cargadas de cólera y de violencia.

"Ustedes saben que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo…"

En tiempo de Jesús todo el mundo esperaba un Mesías guerrero que debía destruir a los enemigos de Israel. Para los judíos de la época de Jesús, era casi un deber civil y religioso, un signo de celo y de fe, odiar a los enemigos, identificados casi siempre con los representantes de la potencia extranjera ocupante y con los que no compartían su religión y su cultura. El salmo 139,21-22 dice: "Señor, ¿cómo no voy a odiar a los que te odian, y despreciar a los que se levantan contra ti. Sí, los odio con un odio perfecto, y para mí son también mis enemigos".

En este clima de agresividad e intolerancia, aparece en Palestina el fenómeno "Jesús de Nazaret". ¿Y qué proclama?

"Amen a vuestros enemigos y recen por los que hacen el mal y los persiguen"

¿Lo aceptan? ¡No! ¡Está loco! ¡Está mal de la cabeza»! Así debieron reaccionar los y las que oyeron estas palabras por primera vez. La directiva de Jesús sobre el amor a los enemigos no se encuentra en ningún otro lado en los escritos del NT. Incluso diríamos que los escritores cristianos del siglo primero buscaron olvidarla, de tan inconfortable y molesta que resultaba.

Subyace, a esta propuesta de amor incondicional a todos, incluyendo los enemigos, una nueva percepción de Dios. El Dios de Jesús ya no es un ser violento. Antes de Jesús, creían que la grandeza de Dios consistía en su justicia que podía castigar y vengarse. Jesús dice ¡no! La grandeza de Dios está en su amor, hecho de compasión y misericordia. Dios ama a todos buenos y malos, sin distinción. Es un Padre que hace salir su sol sobre malvados y gentiles; que hace llover sobre justos e injustos. Dios no envía a nadie a luchar contra los romanos. Dios no está aquí para arreglar nuestros problemas políticos ni hacer triunfar nuestras causas. Jesús estaba convencido que la fuerza de la violencia no puede resolver ningún conflicto, ninguna adversidad, sino sólo multiplicarlas y empeorarlas, provocando todavía más miserias y sufrimientos. La única solución a nuestros problemas debemos buscarla no en la fuerza de la violencia, sino en la fuerza del amor.

¿Qué hacer entonces? Se preguntaban todos esos judíos desencantados. ¿Someternos al tirano con resignación? ¿Aceptar la injusticia? ¿Guardar silencio ante los abusos? ¿Abandonar para siempre la esperanza en un mundo nuevo?

¡Nada de eso! Jesús no es estúpido. Sabe muy bien que no tiene el control de nuestras emociones; que no puede gobernar nuestros sentimientos y que es imposible sentir afecto y simpatía (¡ni hablemos de amor!) hacia el que te golpea, te insulta, te tiraniza, te humilla, te acosa, te viola, te hace daño. Y que es necesario y hasta obligatorio reaccionar y luchar ante la maldad y la injusticia.

Pero Jesús propone otra forma de reaccionar, otro estilo de lucha. ¡Y ahí está la novedad y originalidad de su propuesta! Nos dice: No pagues a tu enemigo con su misma moneda. Responde con bondad y bien. Si tú le devuelves mal y odio, te volverás malvado y odioso como él. No valdrás más que él. Si le permites a tu enemigo te emponzoñe tu corazón con el odio y el deseo de venganza, te habrá ganado dos veces: la primera, porque habrá conseguido hacerte daño, y la segunda porque habrá conseguido transformarte en una copia de sí mismo, pervirtiendo tu espíritu a imagen del suyo. La victoria del torturador es total, cuando el odio que lo anima consigue contaminar el alma de su víctima.

Por tanto, aquí Jesús propone a los suyos una nueva forma de hacer y reaccionar que los lleve más allá del comportamiento habitual. Nuevo comportamiento que nos sorprende. Pero posee la capacidad de cortar de raíz la espiral del mal, del odio y de la violencia. ¿Alguien quiere tomar tu manto? Dale también tu vestido. ¿Alguien te obliga a caminar un kilómetro? Haz dos con él. ¿Alguien te abofetea la mejilla derecha? Ofrécele la izquierda. Así, desarmarás a tu adversario; lo confundirás, lo desorientarás, lo desmontarás con la actitud opuesta de tu mansedumbre, tu suavidad y tu amabilidad. Quedará impresionado por cómo dominas tus gestos, por tu coraje y la calidad de tu personalidad. La belleza de tu alma, le remitirá a la fealdad de la suya. Y tendrá vergüenza. Y no sabrá cómo comportarse. Entonces, tú, el manso, serás el vencedor y él, el violento, el vencido. Tú, el débil, alcanzarás la victoria, y él, el fuerte, el derrotado. Incluso si, en su rabia, consiguiera tirarte al suelo.
Pienso que eso puede ser lo que Jesús quería hacernos comprender cuando en su discurso sobre las Bienaventuranzas afirmaba que los mansos conquistarán y poseerán la tierra.

Bruno Mori


Traducción de Ernesto Baquer