mercredi 29 avril 2020

¿Por qué un Jesús “transfigurado”?


  (Mt 17,1-9)

Original francés en : http://brunomori39.blogspot.com/2020/03/.

Siempre me he preguntado qué sentimientos, qué experiencias espirituales, qué procesos sicológicos e intelectuales, qué tipo de fe y de creencias, pudieron impulsar de tal manera a los primeros cristianos, que los autores de los evangelios y otros escritos del NT, envolvieron progresivamente la figura de Jesús de Nazaret con el ornato de una criatura celeste, hasta metamorfosearlo enteramente en dios. ¿Cómo pudieron llegar hasta ahí?

En esta breve reflexión, busco sacar a luz algunas causas posibles en el origen de este proceso de divinización progresiva del hombre de Nazaret.

En el origen de la experiencia humana y espiritual de los primeros discípulos y admiradores de Jesús de Nazaret, hubo la fascinación, el asombro y la exaltación que experimentaron en la relación con este hombre. Fascinación y asombro suscitados por diversos factores. Ante todo pienso, al percibir la maravillosa calidad de la personalidad del Maestro, la exquisita armonía humana y espiritual que se desprendían de su persona, al tomar conciencia, siempre en forma creciente de la extraordinaria novedad de sus intuiciones, los valores que proponía y el mensaje que anunciaba.

 En efecto, se trataba de un mensaje que les abría a todos la perspectiva de un mundo totalmente distinto del antiguo; un mundo y una sociedad humana animados por otros principios, otras prioridades, otros valores, orientados por otra manera de pensar. Un mundo donde todos podrían convivir, en la igualdad, el respeto mutuo, la justicia, sin miedos y en la paz restablecida definitivamente. Un mundo donde todos encontrarían su lugar y el pleno reconocimiento de su dignidad, así como la posibilidad de vivir otro tipo de existencia.

Se trataba por tanto, de un mensaje que tenía todo el sabor de una buena noticia para todos los pobres, los oprimidos y los perdedores de la tierra. Un mensaje que desvelaba otra manera de ser humano, otro Dios y otra forma de relacionarse con él. En este mundo nuevo, anhelado por Jesús, la energía que hacía funcionar todo era exclusivamente la del amor.

Consecuencia de esta profunda y cautivante experiencia espiritual y personal, los discípulos de Jesús no pudieron no imaginar, ni pensar y, en definitiva, de convencerse, que todo eso era demasiado nuevo, original, hermoso, demasiado “maravilloso”, para venir de un hombre. Y por tanto que en este hombre y por este hombre, el cielo se había abajado hasta tocar la tierra, que Jesús era un hombre de Dios, habitado por Dios y por su espíritu; que Dios hablaba a través de él y que Jesús vivía una relación de intimidad y familiaridad única con su Dios al que llamaba con ternura “papá”.
¿Por qué, frente a Jesús, sus discípulos no reaccionaron como lo haríamos hoy cada uno de nosotros ante un hombre excepcional, que diríamos más bien: «Este hombre es un ser extraordinario: es un genio, un prodigio, ¡¡¡es un fenómeno!!!». Como lo hacemos habitualmente cuando hablamos, por ejemplo, de Miguel Ángel, Shakespeare, Mozart, Beethoven o Einstein, ¿sin tener que conectarlos necesariamente con Dios?

Los discípulos pudieron reaccionar así ante la persona del Maestro porque estaban inmersos en una cultura religiosa formada por un pensamiento y unas creencias que los movían a comprender y percibir la Realidad como totalmente impregnada de la presencia y la proximidad de Dios; a imaginar su universo como un escenario donde se desplegaba una continua interrelación entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres. Pensaban el universo como constituido por dos mundos reales y paralelos, separados sólo por un «cielo» o una bóveda celeste (que constituía el  techo de la casa de los hombres y el suelo de la morada de los dioses) que las criaturas divinas del cielo fácilmente podían penetrar y atravesar para bajar a la tierra, a fin de mostrarse y comunicarse con las criaturas humanas.

Igualmente necesitamos tener presente que en el curso de los tres primeros siglos, el pensamiento cristiano se extendió y desarrolló casi exclusivamente en los países del Mediterráneo, de cultura mediterránea, y por tanto familiarizados con los relatos de la mitología pagana sobre los triunfos de los dioses del Olimpo que con frecuencia descendían a la tierra, bajo apariencia humana, para interactuar con los mortales.

Esta cosmología primitiva y la influencia de ese pensamiento mítico, combinadas con la percepción de Jesús como hombre de Dios sobre quien descansa su Espíritu, fueron el soporte cultural que hicieron posibles los primeros pasos hacia un proceso de divinización gradual pero constante de la persona de Jesús realizada por la reflexión, el entusiasmo y la fe de las primeras comunidades cristianas. Este proceso de exaltación y divinización del hombre de Nazaret, iniciada en el primero siglo, encontró su apoteosis y conclusión definitiva en las declaraciones dogmáticas de los concilios ecuménicos de los siglos IV y V.

Lo que vemos en acción en los cuatro evangelios es ese proceso de divinización progresiva de la persona humana de Jesús de Nazaret. Proceso acentuado y radicalizado en las cartas de San Pablo ([i]) y, por su influencia, en otros escritos del NT.

Así, en el evangelio de Marcos (Mc 1,9-13), el más antiguo de los evangelios, redactado a fines de los años 60, Jesús, después de su bautismo en el Jordán, todavía es presentado, sencillamente, como el hombre elegido por Dios sobre quien derrama su espíritu; un espíritu que viene de lo alto, a través de un pasaje abierto en la bóveda celeste. En Marcos, Jesús es presentado como el hombre elegido, guiado e inspirado por un espíritu que viene de otro lugar. Se trata de un espíritu diferente al espíritu humano y que explica la extraordinaria originalidad y novedad de su pensamiento y su predicación.
En los evangelios de Mateo y Lucas, escritos entre los años 80-90, Jesús ya no es sólo el hombre que posee el espíritu y que está guiado por el espíritu de Dios, sino que ahora es el lugar de la presencia humana de Dios en este mundo. Ya no es un ser totalmente humano, puesto que no posee un padre biológico humano y que viene al mundo por medio de una mujer fecundada por el santo espíritu de Dios. En adelante es un ser que pertenece a la clase de los dioses inmortales; sobre los que no tiene poder la muerte humana, de quien escapará vencedor; y que volviendo a atravesar, en sentido inverso, los espacios celestes de que descendió, vuelve a Dios, como triunfador que cumplió la misión que le había sido confiada.

En el evangelio de Juan, escrito entre fines del siglo I y principios del II, la persona de Jesús ha perdido su consistencia humana, para adquirir una configuración fundamentalmente divina. Es el Verbo de Dios que existe desde toda la eternidad junto a Dios. Es la Luz de Dios que ilumina a todo hombre. Es la Palabra de Dios que se hace carne y que viene a habitar entre los hombres. Es la forma humana que el Dios celestial asume aquí en la tierra. Es un solo ser con Dios; de suerte que quien ve a Jesús, ve al mismo Dios. Es la resurrección y la vida. Hace pasar de la muerte a la vida a los que creen en él. Da la vida eterna a todos los que lo acogen y escuchan su palabra. Es evidente que para el autor de este Evangelio, decir todo eso de Jesús es afirmar y proclamar abiertamente que es Dios e igual a Dios.

Este proceso progresivo de transfiguración y glorificación de la persona del Maestro, logrado por la veneración, la admiración, el amor y la fe entusiasta de las primeras generaciones cristianas, servirá, más tarde, de base y referencia bíblica para los dogmas de la divinidad de Jesús, la Encarnación y la Trinidad.

Tomar conciencia de ese proceso que se concluye en la divinización de la persona humana del Nazareno, nos sirve también hoy para comprender mejor el fondo, el porqué y el sentido de ciertas afirmaciones, a veces sorprendentes, irreales y excéntricas, en relación con la función, la actividad y la naturaleza de la persona de Jesús en los evangelios y los demás escritos del NT, como, sucede justamente, en el relato de la “transfiguración” de Jesús. Notemos que, sin esta toma de conciencia, gran parte del contenido de los evangelios y otros escritos del NT corre el riesgo de parecernos inaceptable e insignificante.

Este relato, que no tiene nada de histórico, es simplemente un ejemplo más de ese proceso de exaltación, glorificación y divinización iniciado por el deseo de las primeras comunidades cristianas, de honrar la memoria de su Señor, y de cantar, de esta manera, la grandeza de ese hombre enamorado de Dios, enamorado de los hombres, maestro de espiritualidad y de humanidad, que consiguió cambiar de arriba abajo el sentido de su vida y  la orientación de la historia del mundo.

Bruno Mori , marzo 2020

Traduction  de Ernesto Baquer




[i] Para san Pablo, Jesucristo es anterior a todo y todo subsiste en él (Col 1,17)¸en èl habita realmente la plenitud de la divinidad (Col 1,19); nacido del pueblo de Israel según la carne, es, Dios bendito eternamente (Rom 9,4); él, que era de condición divina, no juzgó bueno reivindicar su derecho de ser tratado igual a Dios; sino al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de servidor (Fil 2,6-7).