lundi 23 septembre 2019

Un amor que es ya nuestro paraíso



(21º dom. ord. C, Luc 13, 22-30)

Orig.francés:http://brunomori39.blogspot.com/2019/08/un-amour-qui-est-deja-notre-paradis.html.

Como siempre, los textos del Evangelio que leemos cada domingo, están para sacudirnos y obligarnos a reflexionar. Un hombre pregunta a Jesús cuantos son los salvados. ¿Cuál es la consistencia y la afluencia  de los que llegan a entrar al paraíso? ¿Son muchos? ¿Son pocos? ¿Hay mucha circulación en la ruta al paraíso? ¿Hay embotellamiento? ¿O es como la carretera los domingos a las cuatro de la mañana,  como la puerta de la iglesia a la hora de la misa?

Quizá ese hombre hizo la misma pregunta a los rabinos o a los maestros de la ley de su tiempo sin obtener una respuesta satisfactoria que apacigüe su miedo al más allá. Una pregunta que nos planteamos ahora y antes, frecuentemente y con inquietud. ¿Qué habrá en el más allá? ¿Qué encontraremos después de la muerte? ¿Realmente habrá un paraíso? ¿Realmente un infierno? ¿Otra vida? ¿Me aguarda la felicidad? ¿Hay realmente un Dios que me ama y me espera? ¿O todo eso será tan sólo producto de mis deseos; una proyección o una construcción de mi espíritu y de mi ser que no se quieren resignar a un fin; que rechazan morir y desaparecer en el vacío para siempre? ¿O será simplemente una hermosa fábula inventada por la religión y los sacerdotes para enganchar a los fieles? Y si existe un paraíso, ¿será para todo el mundo o nada más para algunos? ¿Estaré entre los elegidos o entre los rechazados? ¿Podré poseer las condiciones indispensables para realizar la calidad de vida necesaria para merecer la vida eterna?

Debemos reconocer que hoy existe mucha gente que encuentra este tipo de interrogantes e inquietudes ridículas. Por la simple razón que no creen en Dios y por ello tampoco en una vida después de la muerte. Piensan que la vida se reduce a esta existencia temporal y que la muerte marca el fin de todo, la aniquilación de todos nuestros proyectos, nuestras esperas y nuestras esperanzas.

El hombre del evangelio que pregunta a Jesús debía pertenecer a la clase de personas inquietas. Extrañamente, Jesús no responde la pregunta. En vez de alentar su curiosidad y revelarle el número de salvados, Jesús intenta impulsar a ese hombre a hacerse cargo y asumir sus responsabilidades en la sociedad y en el mundo en que vive. Como si Jesús le dijera y nos dijera a cada uno de nosotros: “Tu paraíso y tu felicidad eterna comienzan aquí y ahora. Son un regalo del amor y la gracia de Dios, cierto, pero también una regalo que se te concede desde ahora, como consecuencia y producto del amor con el que serás capaz de amasar, fermentar y sazonar tu vida. Es el amor, la puerta estrecha, el difícil pasaje, el pasaje obligado que para llegar al descubrimiento de una vida nueva y, quizás, vivir la experiencia de tu realización humana y de tu felicidad. Ya ahora, tu vida puede ser un paraíso o un infierno. Tu paraíso o tu infierno estás en proceso de construirlos y vivirlos en este momento. Si tu vida está basada en el amor, estás ya en el paraíso; si está construida sin amor, en el egoísmo, el poder, el enfrentamiento y el odio, estás viviendo ya probablemente en un infierno.

Todos sabemos por experiencia ¡hasta qué punto es difícil el camino estrecho del verdadero amor! Hablo del amor sincero, desinteresado; un amor que perdona, que no tiene rencor, que lo excusa todo, que no juzga; el amor que ayuda, que acoge a todo el mundo, el amor que sonríe incluso a los más antipáticos; el amor que da el primer paso hacia los que nos han ofendido, herido, hecho daño; el amor capaz de inclinarse incluso ante el enemigo para aliviar, ayudar, hacer pensar, darle una oportunidad de rescatarse… (Es el amor-caridad descrito en el capítulo 13 de 1ª Corintios) [1]. ¡Esa es la puerta difícil de atravesar de que habla Jesús!... Y por desgracia, ¡es verdad que no son muy numerosos los que consiguen franquearla!

Es mucho más fácil pasar por la puerta grande abierta del odio, el resentimiento, la venganza, la violencia, el egoísmo, la avidez, la mentira, los celos, los juicios desfavorables, la ofensa, la intolerancia, la maldad… Las gentes se agolpan, ¡incluso hacen cola delante de esta puerta! Quizá también nosotros, que estamos aquí esta mañana, mansos como ovejas para asistir a la misa dominical, formamos parte de este grupo.

El Señor nos lo advierte esta mañana: « ¡Atención, ustedes que se creen mis amigos y que pretenden conocerme porque están aquí en mi presencia! Cuidado ustedes, que piensan que no tienen nada que reprocharse y que son cristianos ejemplares. Estén atentos porque, si Dios no reconoce su imagen en ustedes y la forma de su amor en vuestra vida y vuestro corazón, se lleven un día la sorpresa de que les diga: “Y ustedes, ¿Quién son? ¡Yo no los conozco!”

Entonces, a lo largo de esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos libere de la tentación del orgullo, de pretender no necesitar conversión, y que nos ayude a llenar nuestro corazón de ese amor que es ya nuestro paraíso porque contiene el secreto de nuestra realización y nuestra felicidad.

 Bruno Mori  Traduction de Ernesto Baquer

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[1] « "El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo." (1ª Carta a los Corintios, 13) 

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