8° dom. ord. A
Original
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017_03_01_archive.html.
Impresiona realmente la carrera afanosa del hombre en busca de seguridad,
sea cual sea el problema.
Es innegable que la seguridad es un gran bien, que a cualquiera produce
serenidad, pero muchas veces es una difícil conquista.
Seguridad en el trabajo; seguridad económica, seguridad y estabilidad en
las informaciones, las relaciones, la amistad, el amor; seguridad y estabilidad
en la salud, la forma física, el acceso a los médicos, las medicinas, las
curaciones, en tiempos racionales de espera para las intervenciones
quirúrgicas...
Las mujeres viven generalmente menos seguras que los hombres. Están
mayormente expuestas al peligro, especialmente si son jóvenes y bonitas.
Peligro de que las sigan, las molesten, importunen, agredan, las violen...
Para todos, cuanto más año, más nos sentimos ancianos y más difícil es esta
seguridad: más expuestos estamos a que nos engañen, nos agredan, nos roben, a
perder la salud, etc. Para defender nuestra seguridad, nos atrincheramos en
casa, ponemos puertas metálicas, instalamos sistemas sofisticados de alarma; el
famoso, poderoso y rico, se rodea de guardias de seguridad…
Tenemos miedo de todo, desconfiamos de todo, no nos fiamos de nadie,
especialmente si es desconocido, extranjero, de otra cultura o religión…
Enseñamos a nuestros hijos a no fiarse de nadie, a no saludar, no responder, no
hablar, no seguir, no aceptar nada de quien no conozcamos. Hasta lo conocido es
considerado un enemigo potencial y un posible agresor.
Así vivimos en el miedo, la ansiedad, la desconfianza y perdemos la
confianza, la paz y la tranquilidad. ¿Y todo por qué? Porque, tristemente,
tenemos la experiencia de la malicia y la maldad que existen, alrededor
nuestro, en el mundo y en la sociedad. No vivimos en paz a causa de la
presencia del mal en nosotros y fuera de nosotros. Porque, desgraciadamente,
existe tanta gente que ha perdido de vista a Dios y que no vive más que para sí
mismo, para su propio beneficio y comodidad, para satisfacer sus propios
caprichos e impulsos, sus propias pasiones, y a quien no le importa nada ni de
Dios, ni de su prójimo.
Son esas personas, que viven sin Dios y tan sólo replegadas sobre sí
mismas, las que hacen del mundo un lugar duro, cruel, difícil e inhóspito…
donde se vive en el miedo y el recelo hacia todos.
En el evangelio de hoy Jesús nos dice: "¿Se han imaginado alguna vez
qué fantástico sería un mundo, una sociedad en la que todos pudiéramos fiarnos
del otro? ¡Qué paraíso de paz, de serenidad y de seguridad, sería una sociedad,
un ambiente, un barrio, una comunidad donde todos fueran buenos, íntegros y
honestos que no nos dieran ningún motivo de desconfiar y de adoptar siempre una
estrategia de defensa! ¡Qué maravilloso sería el mundo si reinara la confianza,
si fuera posible fiarse de todos, por estar seguros que todos son buenos,
porque se sienten hijos de Dios!
Cuanto más sean hijos de Dios, nos dice hoy Jesús, más serán confiables; y
en consecuencia más será el mundo un lugar apacible para vivir. Entonces,
comencemos con confiar en Dios. Si existe alguien bueno, ¡ese es Dios! Quiere
nuestro bien como un papá y una mamá quieren el bien de sus hijos. Isaías, en
la primera lectura, pone en boca de Dios estas palabras: "¿Puede una madre
olvidar a su hijo de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque
alguna lo olvidara -dice Dios- yo no me olvidaré jamás de tí". Y Jesús:
"No se angustien en vuestra vida por qué comerán o qué beberán… Dios sabe
qué es lo que necesitan…"
El objetivo de estas palabras de Jesús que nos invitan a abandonarnos en
los brazos de un Dios, Padre bueno y providente, es incitarnos a aumentar en
nosotros la actitud de la confianza y el abandono; confianza en la bondad y la
proximidad de Dios, pero sobre todo confianza en la bondad de nuestro prójimo.
Cierto, confiar a veces nos juega malas pasadas. Cierto, a veces, nos
desilusionamos de la confianza que pusimos en cierta persona. Cierto, a veces,
encontramos personas que no son dignos de confianza… Pero Jesús quiere hacernos
entender que el mundo no se mejorará recurriendo sistemáticamente a la
desconfianza, la sospecho, el temor, el recelo. Porque, nos dice Jesús, ninguno
es tan malvado, tan corrupto, tan podrido, que no merezca un mínimo de
confianza. Tanto que no merezca una segunda oportunidad. De hecho, cuanto más
nos arriesguemos en confiar, más daremos al otro la posibilidad de volverse
mejor y de esforzarse para estar a la altura de la confianza puesta en él. La
confianza es el único modo de decir a una persona que creemos en su bondad
profunda. El único modo de hacer entender a un individuo que tiene valor y que
merece toda nuestra estima y nuestro respeto. Jesús nos quiere hacer entender
que, sumando todo, el mundo ganará más apostando a la confianza que a la
desconfianza.
Bruno Mori
Traducción de Ernesto
Baquer
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