...sino en la fuerza del amor
7°
dom. ord. A
Original:
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/02/aimez-vos-ennemis.html.
Este pasaje del evangelio de Mateo presenta a nuestra reflexión extractos
del discurso de las Bienaventuranzas que la liturgia nos pide leer a lo largo
de estos domingos del tiempo ordinario. Textos de una novedad y una intensidad
espiritual extraordinarias. Desgraciadamente el tiempo a nuestra disposición no
nos permite desarrollarlos como lo merecen. Como de costumbre, me limitaré a
atraer vuestra atención sobre algunos aspectos del pensamiento de Jesús, el
Maestro, que nos desvelan estos textos.
"Ustedes oyeron que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente…"
En el libro del Éxodo, se dice: "Si sucede la desgracia, tú pagarás
vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe". ( 21-23-25).
Era la ley del talión.
A nosotros, eso nos parece brutal, cruel, salvaje, ¡y lo es! Sin embargo,
hemos de considerar que esta directiva de la ley mosaica era, en su época, una
gran mejoría en la marcha evolutiva de las civilizaciones. De hecho, en aquel
momento, si mataban a alguien del clan, las costumbres y normas en vigor
permitían matar a todos los miembros del clan opuesto. En otras palabras, la
venganza no tenía límites. Con la ley del talión se aplicaba un freno, se
trazaba una frontera en la expresión del odio, permitiendo un ajuste de cuentas
proporcional a la injusticia o daño cometidos. El dicho "ojo por ojo y diente por diente"
era de hecho una forma de moderar y medir: la reacción debía ser proporcionada
al perjuicio recibido.
Todavía hoy, incluso en nuestra sociedad moderna que se considera
civilizada, esta primitiva ley del talión podría ayudar
mucho a contener la espiral de violencia en el mundo y a caminar hacia una
mejor forma de justicia, si nos atuviéramos estrictamente a ella. Cuantas
veces, por desgracia, nuestras reacciones son desproporcionadas a la acción.
Sin hablar de las relaciones internaciones, las guerras modernas, los
antagonismos religiosos, las muestras de terrorismo, pensemos simplemente en
las relaciones en la familia, el trabajo, al volante de un coche, donde un
pequeño gesto, una palabra de más, una mala ubicación, desencadenan toda una
cadena de reacciones excesivas, cargadas de cólera y de violencia.
"Ustedes saben que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu
enemigo…"
En tiempo de Jesús todo el mundo esperaba un Mesías guerrero que debía
destruir a los enemigos de Israel. Para los judíos de la época de Jesús, era
casi un deber civil y religioso, un signo de celo y de fe, odiar a los
enemigos, identificados casi siempre con los representantes de la potencia
extranjera ocupante y con los que no compartían su religión y su cultura. El
salmo 139,21-22 dice: "Señor, ¿cómo
no voy a odiar a los que te odian, y despreciar a los que se levantan contra
ti. Sí, los odio con un odio perfecto, y para mí son también mis enemigos".
En este clima de agresividad e intolerancia, aparece en Palestina el
fenómeno "Jesús de Nazaret". ¿Y qué proclama?
"Amen a vuestros enemigos y recen por los que hacen el mal y los
persiguen"
¿Lo aceptan? ¡No! ¡Está loco! ¡Está mal de la cabeza»! Así debieron
reaccionar los y las que oyeron estas palabras por primera vez. La directiva de
Jesús sobre el amor a los enemigos no se encuentra en ningún otro lado en los
escritos del NT. Incluso diríamos que los escritores cristianos del siglo
primero buscaron olvidarla, de tan inconfortable y molesta que resultaba.
Subyace, a esta propuesta de amor incondicional a todos, incluyendo los
enemigos, una nueva percepción de Dios. El Dios de Jesús ya no es un ser
violento. Antes de Jesús, creían que la grandeza de Dios consistía en su
justicia que podía castigar y vengarse. Jesús dice ¡no! La grandeza de Dios
está en su amor, hecho de compasión y misericordia. Dios ama a todos buenos y
malos, sin distinción. Es un Padre que hace salir su sol sobre malvados y
gentiles; que hace llover sobre justos e injustos. Dios no envía a nadie a
luchar contra los romanos. Dios no está aquí para arreglar nuestros problemas
políticos ni hacer triunfar nuestras causas. Jesús estaba convencido que la
fuerza de la violencia no puede resolver ningún conflicto, ninguna adversidad,
sino sólo multiplicarlas y empeorarlas, provocando todavía más miserias y
sufrimientos. La única solución a nuestros problemas debemos buscarla no en la
fuerza de la violencia, sino en la fuerza del amor.
¿Qué hacer entonces? Se preguntaban todos esos judíos desencantados.
¿Someternos al tirano con resignación? ¿Aceptar la injusticia? ¿Guardar
silencio ante los abusos? ¿Abandonar para siempre la esperanza en un mundo
nuevo?
¡Nada de eso! Jesús no es estúpido. Sabe muy bien que no tiene el control
de nuestras emociones; que no puede gobernar nuestros sentimientos y que es
imposible sentir afecto y simpatía (¡ni hablemos de amor!) hacia el que te
golpea, te insulta, te tiraniza, te humilla, te acosa, te viola, te hace daño.
Y que es necesario y hasta obligatorio reaccionar y luchar ante la maldad y la
injusticia.
Pero Jesús propone otra forma de reaccionar, otro estilo de lucha. ¡Y ahí
está la novedad y originalidad de su propuesta! Nos dice: No pagues a tu
enemigo con su misma moneda. Responde con bondad y bien. Si tú le devuelves mal
y odio, te volverás malvado y odioso como él. No valdrás más que él. Si le
permites a tu enemigo te emponzoñe tu corazón con el odio y el deseo de
venganza, te habrá ganado dos veces: la primera, porque habrá conseguido
hacerte daño, y la segunda porque habrá conseguido transformarte en una copia
de sí mismo, pervirtiendo tu espíritu a imagen del suyo. La victoria del
torturador es total, cuando el odio que lo anima consigue contaminar el alma de
su víctima.
Por tanto, aquí Jesús propone a los suyos una nueva forma de hacer y
reaccionar que los lleve más allá del comportamiento habitual. Nuevo
comportamiento que nos sorprende. Pero posee la capacidad de cortar de raíz la
espiral del mal, del odio y de la violencia. ¿Alguien quiere tomar tu manto?
Dale también tu vestido. ¿Alguien te obliga a caminar un kilómetro? Haz dos con
él. ¿Alguien te abofetea la mejilla derecha? Ofrécele la izquierda. Así,
desarmarás a tu adversario; lo confundirás, lo desorientarás, lo desmontarás
con la actitud opuesta de tu mansedumbre, tu suavidad y tu amabilidad. Quedará
impresionado por cómo dominas tus gestos, por tu coraje y la calidad de tu
personalidad. La belleza de tu alma, le remitirá a la fealdad de la suya. Y
tendrá vergüenza. Y no sabrá cómo comportarse. Entonces, tú, el manso, serás el
vencedor y él, el violento, el vencido. Tú, el débil, alcanzarás la victoria, y
él, el fuerte, el derrotado. Incluso si, en su rabia, consiguiera tirarte al
suelo.
Pienso que eso puede ser lo que Jesús quería hacernos comprender cuando en
su discurso sobre las Bienaventuranzas afirmaba que los mansos conquistarán y
poseerán la tierra.
Bruno Mori
Traducción de Ernesto Baquer
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