vendredi 21 avril 2017

La solución a nuestros problemas no está en la fuerza de la violencia... - Mt.5, 38-48

 ...sino en la fuerza del amor

7° dom. ord. A

Original: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/02/aimez-vos-ennemis.html. 

Este pasaje del evangelio de Mateo presenta a nuestra reflexión extractos del discurso de las Bienaventuranzas que la liturgia nos pide leer a lo largo de estos domingos del tiempo ordinario. Textos de una novedad y una intensidad espiritual extraordinarias. Desgraciadamente el tiempo a nuestra disposición no nos permite desarrollarlos como lo merecen. Como de costumbre, me limitaré a atraer vuestra atención sobre algunos aspectos del pensamiento de Jesús, el Maestro, que nos desvelan estos textos.

"Ustedes oyeron que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente…"

En el libro del Éxodo, se dice: "Si sucede la desgracia, tú pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe". ( 21-23-25). Era la ley del talión.

A nosotros, eso nos parece brutal, cruel, salvaje, ¡y lo es! Sin embargo, hemos de considerar que esta directiva de la ley mosaica era, en su época, una gran mejoría en la marcha evolutiva de las civilizaciones. De hecho, en aquel momento, si mataban a alguien del clan, las costumbres y normas en vigor permitían matar a todos los miembros del clan opuesto. En otras palabras, la venganza no tenía límites. Con la ley del talión se aplicaba un freno, se trazaba una frontera en la expresión del odio, permitiendo un ajuste de cuentas proporcional a la injusticia o daño cometidos. El dicho "ojo por ojo y diente por diente" era de hecho una forma de moderar y medir: la reacción debía ser proporcionada al perjuicio recibido.

Todavía hoy, incluso en nuestra sociedad moderna que se considera civilizada, esta primitiva ley del talión podría ayudar mucho a contener la espiral de violencia en el mundo y a caminar hacia una mejor forma de justicia, si nos atuviéramos estrictamente a ella. Cuantas veces, por desgracia, nuestras reacciones son desproporcionadas a la acción. Sin hablar de las relaciones internaciones, las guerras modernas, los antagonismos religiosos, las muestras de terrorismo, pensemos simplemente en las relaciones en la familia, el trabajo, al volante de un coche, donde un pequeño gesto, una palabra de más, una mala ubicación, desencadenan toda una cadena de reacciones excesivas, cargadas de cólera y de violencia.

"Ustedes saben que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo…"

En tiempo de Jesús todo el mundo esperaba un Mesías guerrero que debía destruir a los enemigos de Israel. Para los judíos de la época de Jesús, era casi un deber civil y religioso, un signo de celo y de fe, odiar a los enemigos, identificados casi siempre con los representantes de la potencia extranjera ocupante y con los que no compartían su religión y su cultura. El salmo 139,21-22 dice: "Señor, ¿cómo no voy a odiar a los que te odian, y despreciar a los que se levantan contra ti. Sí, los odio con un odio perfecto, y para mí son también mis enemigos".

En este clima de agresividad e intolerancia, aparece en Palestina el fenómeno "Jesús de Nazaret". ¿Y qué proclama?

"Amen a vuestros enemigos y recen por los que hacen el mal y los persiguen"

¿Lo aceptan? ¡No! ¡Está loco! ¡Está mal de la cabeza»! Así debieron reaccionar los y las que oyeron estas palabras por primera vez. La directiva de Jesús sobre el amor a los enemigos no se encuentra en ningún otro lado en los escritos del NT. Incluso diríamos que los escritores cristianos del siglo primero buscaron olvidarla, de tan inconfortable y molesta que resultaba.

Subyace, a esta propuesta de amor incondicional a todos, incluyendo los enemigos, una nueva percepción de Dios. El Dios de Jesús ya no es un ser violento. Antes de Jesús, creían que la grandeza de Dios consistía en su justicia que podía castigar y vengarse. Jesús dice ¡no! La grandeza de Dios está en su amor, hecho de compasión y misericordia. Dios ama a todos buenos y malos, sin distinción. Es un Padre que hace salir su sol sobre malvados y gentiles; que hace llover sobre justos e injustos. Dios no envía a nadie a luchar contra los romanos. Dios no está aquí para arreglar nuestros problemas políticos ni hacer triunfar nuestras causas. Jesús estaba convencido que la fuerza de la violencia no puede resolver ningún conflicto, ninguna adversidad, sino sólo multiplicarlas y empeorarlas, provocando todavía más miserias y sufrimientos. La única solución a nuestros problemas debemos buscarla no en la fuerza de la violencia, sino en la fuerza del amor.

¿Qué hacer entonces? Se preguntaban todos esos judíos desencantados. ¿Someternos al tirano con resignación? ¿Aceptar la injusticia? ¿Guardar silencio ante los abusos? ¿Abandonar para siempre la esperanza en un mundo nuevo?

¡Nada de eso! Jesús no es estúpido. Sabe muy bien que no tiene el control de nuestras emociones; que no puede gobernar nuestros sentimientos y que es imposible sentir afecto y simpatía (¡ni hablemos de amor!) hacia el que te golpea, te insulta, te tiraniza, te humilla, te acosa, te viola, te hace daño. Y que es necesario y hasta obligatorio reaccionar y luchar ante la maldad y la injusticia.

Pero Jesús propone otra forma de reaccionar, otro estilo de lucha. ¡Y ahí está la novedad y originalidad de su propuesta! Nos dice: No pagues a tu enemigo con su misma moneda. Responde con bondad y bien. Si tú le devuelves mal y odio, te volverás malvado y odioso como él. No valdrás más que él. Si le permites a tu enemigo te emponzoñe tu corazón con el odio y el deseo de venganza, te habrá ganado dos veces: la primera, porque habrá conseguido hacerte daño, y la segunda porque habrá conseguido transformarte en una copia de sí mismo, pervirtiendo tu espíritu a imagen del suyo. La victoria del torturador es total, cuando el odio que lo anima consigue contaminar el alma de su víctima.

Por tanto, aquí Jesús propone a los suyos una nueva forma de hacer y reaccionar que los lleve más allá del comportamiento habitual. Nuevo comportamiento que nos sorprende. Pero posee la capacidad de cortar de raíz la espiral del mal, del odio y de la violencia. ¿Alguien quiere tomar tu manto? Dale también tu vestido. ¿Alguien te obliga a caminar un kilómetro? Haz dos con él. ¿Alguien te abofetea la mejilla derecha? Ofrécele la izquierda. Así, desarmarás a tu adversario; lo confundirás, lo desorientarás, lo desmontarás con la actitud opuesta de tu mansedumbre, tu suavidad y tu amabilidad. Quedará impresionado por cómo dominas tus gestos, por tu coraje y la calidad de tu personalidad. La belleza de tu alma, le remitirá a la fealdad de la suya. Y tendrá vergüenza. Y no sabrá cómo comportarse. Entonces, tú, el manso, serás el vencedor y él, el violento, el vencido. Tú, el débil, alcanzarás la victoria, y él, el fuerte, el derrotado. Incluso si, en su rabia, consiguiera tirarte al suelo.
Pienso que eso puede ser lo que Jesús quería hacernos comprender cuando en su discurso sobre las Bienaventuranzas afirmaba que los mansos conquistarán y poseerán la tierra.

Bruno Mori


Traducción de Ernesto Baquer  

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