(Mt.25, 1-13 - 32º dom. ord. A - 2017)
La
cercanía de Todos los Santos y la memoria de nuestros difuntos, nos puede hacer
pensar que esta sentencia final de Jesús es una alusión a nuestra propia
muerte. En efecto, cada quien, no conoce ni el día ni la hora. En un pasado no
muy lejano, la religión cristiana estaba totalmente centrada en la muerte. Con
un trasfondo de miedo: miedo a no conseguir su salvación, miedo al infierno, al
juicio de Dios, juez severo.
Felizmente, nos
hemos desembarazado de semejante imagen de Dios, aunque algunas veces vivamos
todavía ese miedo lleno de culpabilidad y de temor de Dios, un Dios que viene a
sorprendernos de improviso. Lo sabemos: el Evangelio es, en sentido estricto,
una Buena Noticia y no un anuncio de desgracia, ni un mensaje de temor.
Es
verdad que, en los evangelios, Jesús proclama con frecuencia la venida
inminente del “Reino de Dios”. Una expresión, sin embargo, utilizada por él no
para advertirnos de nuestra muerte inminente, sino para señalar la instauración
de un nuevo mundo y una nueva sociedad en la tierra, regidos por los
principios y las fuerzas del amor y la fraternidad. Para Jesús de Nazaret, la
construcción de este mundo nuevo que cada ser humano de
buena voluntad ha de tratar de construir y habitar, constituyó el gran sueño de
su vida y por cuya realización murió.
En
los evangelios, Jesús compara frecuentemente este Reino con una fiesta de bodas
a la cual todo el mundo está invitado. Pero para participar en este mundo
nuevo, hay que ver su necesidad. Hay que desearlo. Prepararse interiormente.
Estar dispuesto a cambiar. , por lo tanto, estar atento y despierto para poder captar e interpretar los signos de su
novedad, y de su necesitad. Hay que ser receptivo y estar despierto, para no
dejar pasar en nuestra vida los llamamientos e invitaciones a renovarnos y
convertirnos que el Espíritu de Dios, a través de la palabra de Jesús, hace
resonar en nosotros y a nuestro alrededor.
Vigilar,
significa entonces vivir en alerta y atención de cara a las personas y al mundo
en que vivimos. Significa ser conscientes de sus bellezas y fealdades, de sus
realizaciones e imperfecciones, de sus riquezas y sus pobrezas. Para ser
capaces, tanto de maravillarnos, adorar, dar gracias, como de comprometernos
para ayudar, reparar, cuidar y curar sus males y heridas.
Vigilar,
es caminar hacia el futuro con confianza y esperanza, sin dejarnos invadir por
el sopor de nuestra apatía, nuestra indiferencia, nuestras actitudes fatalistas
que cultivan el desaliento y la resignación, que nos impulsan a abandonar, que
desarman nuestros entusiasmos y nos confinan en la satisfacción confusa de una
existencia chata, mediocre, sin ambiciones ni altura, sin soplo ni fin.
Vigilar,
es creer en la bondad fundamental del corazón humano y en la sabiduría de su
espíritu. Es pensar que el bien está más extendido que el mal y que las fuerzas
de la fraternidad y del amor ganarán a las de la hostilidad y el odio. Es
finalmente creer que siempre vale la pena comprometerse y luchar para mejorar
el corazón del hombre y para construir un mundo más hermoso.
En un
mundo bajo la influencia del egoísmo, la competencia, la rivalidad y la
violencia, vigilar es preocuparse de hacer más lugar a la gratuidad del amor en
nuestra vida, para que nuestro corazón se sensibilice al sufrimiento y la
desgracia de los vivos y a las necesidades de nuestros hermanos.
Vigilar,
entonces, nos remite a la urgencia del amor. Vigilar hoy viene a ser para nosotros un grito de socorro,
para que nos demos prisa, nos precipitemos a amar. Porque el éxito de nuestra
existencia y la supervivencia de la humanidad dependen del amor que hayamos
derramado a nuestro alrededor a lo largo de nuestro viaje por la existencia. Al
final de nuestro itinerario seremos juzgados y evaluados sólo sobre el amor que
tengamos en nuestro corazón y sobre el que hayamos entregado.
Vigilar
es por tanto un llamado a amar en seguida, ahora, siempre. Nosotros siempre amamos
o muy poco o muy tarde. No hay amor inútil, ni amor malgastado. El amor es
siempre fuente de vida y de felicidad. Es la única riqueza que da peso, sentido
y valor a todo y a todos. Porque en el amor tocamos y participamos en el
misterio de la presencia de lo divino en nuestro mundo.
Vigilar,
para nosotros, los cristianos es reconocer con lucidez y gratitud que estamos
siempre en las manos y en el corazón de un Dios que nos ama y que no debemos
tener miedo de la noche; y por tanto que podemos avanzar sin ansiedad en los
caminos de nuestra difícil y penosa existencia, aunque tengamos la impresión de
caminar en la noche, sin ver claramente adónde irá nuestra marcha.
Vigilar,
no es llevar una vida de héroes o de santos, sin faltas ni adicciones; sino
vivir una vida que busca continuamente consumirse y desplegarse sostenida por
las actitudes de apertura, acogida, atención, cuidado, ternura y amor, para que
las personas que crucemos en nuestro camino puedan entrever que, gracias a
Jesús de Nazaret, algo nuevo y extraordinario está surgiendo en nuestro mundo.
Bruno
Mori – 2017
(Traducción de Ernesto
Baquer )
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