( 5° dom ord. B )
El Evangelio de hoy nos presenta un día "típico" de Jesús: Jesús
predica y cura. Son sus dos actividades principales.
El texto comienza con el relato de la curación de la suegra de Pedro que
estaba en la cama con fiebre. Hay que tener presente que los evangelios son
textos catequéticos escritos para incrementar la calidad de la fe de las
primeras comunidades cristianas. Si los tres evangelios sinópticos, los tres,
nos han dejado esta anécdota, significa que le atribuían una importancia
simbólica y un valor espiritual que van más allá de una simple reseña
periodística. Nos toca descubrir el mensaje que este breve relato nos quiere
transmitir. Tratemos.
Mientras los Evangelios callan totalmente el estado civil de los otros
apóstoles, este pasaje nos anuncia abiertamente que Simón Pedro era un hombre
casado. El evangelio nos cuenta también que un tiempo antes, Simón y su hermano
Andrés, que vivían de la pesca, de repente abandonan su profesión, dejando barca
y redes en la orilla, para seguir a un tal Jesús de Nazaret que pensaban era el
mesías esperado. Lo mismo sucedió con otros dos hermanos, Santiago y Juan (Mc
1,16-20). Y resulta que ahora los cuatro nuevos discípulos no tienen nada mejor
que hacer que, invitarse, con Jesús, a casa de Simón Pedro, para festejar
juntos su nueva carrera de "pescadores de hombres".
Podemos imaginar que podían pensar de todo eso las dos mujeres de la casa
de Pedro que, de repente, se encontraron solas y abandonadas por aquel que era
el único proveedor y sostén de la familia.
Entonces podremos comprender la fiebre de la suegra de Simón que, viuda
desde hacía años, más experimentada y cautelosa que la joven esposa de Pedro,
un poco ingenua e inocente, se inquiete y entre en pánico, tanto por su
presente como por su futuro. Ella no consigue ni comprender ni aceptar el nuevo
rumbo que la vida de su yerno tomó en los últimos tiempos. Podemos fácilmente
imaginar la reacción al respecto que esta mujer debió tener: "Pero ¿se volvió
loco, o qué? ¡Perdió la cabeza! ¡Cómo se puede ir detrás de este iluminado de
Nazaret! ¿Qué le dio por ahí? ¡Pero es un irresponsable! ¡No puede hacernos
algo así! ¡No somos ricos! ¿Cómo vamos a vivir? ¿Quién se ocupará de nosotros,
de los niños, de la casa, del negocio? ¿Es que este vagabundo que se considera
el mesías, nos va a dar de comer? ¿Le va a pagar un salario a Simón? ¡Me va a
tocar a mí escuchar los chismes de los vecinos!: "Señora, ¿es verdad que
su yerno dejó a su mujer para irse con
un hombre?"
Seguramente, la suegra de Pedro es una mujer que tiene los pies en la
tierra. Piensa en las consecuencias económicas y sociales de la extraña
decisión de Pedro. Considera la aparición de Jesús como una intrusión y una
agresión a su vida y la de su familia. ¿Qué quiere ese hombre de nosotros? ¿Con
qué derecho viene a arruinar y destrozar nuestra existencia, manipulando y
perturbando el ánimo de estos pobres bobos influenciables, ignorantes e
ingenuos?
No es de extrañar que la suegra, afectada en lo más profundo de su ser por
esta prueba, haya caído enferma. Está muy encolerizada; arde de rabia por
dentro. ¡Por eso tiene fiebre! Y cuando ve que los cuatro pescadores seducidos
y hechizados por Jesús, se invitan a comer en su casa con el hechicero, eso es
la gota que hace rebosar el vaso. No ve bien; no se tiene de pie y se esconde
en su habitación so pretexto de estar enferma: "¡¡¡Que se las arreglen
ellos solos, banda de locos!!! Si se piensan que les voy a hacer la comida…
¡¡¡ya pueden esperar!!!".
Pero Jesús, conocedor del alma humana y de la psicología femenina,
comprende rápidamente la situación y capta inmediatamente el estado de ánimo de
esa mujer. Va a verla y le habla. El Evangelio nos dice que "se le acercó
y la tomó de la mano". Jesús comprendió que esa mujer, viuda desde joven,
dolida y deprimida desde hacía tiempo por la soledad y la frustración que la
agriaron, tenía una enorme necesidad de atención, ternura y amor.
Jesús había comprendido que su preocupación, la responsabilidad que sentía,
la importancia que daba a su presencia en la casa y los problemas de su género,
eran sólo una forma de compensación, una manera de llenar una carencia, un
vacío y una insatisfacción profunda en su vida, causadas por no sentirse
querida y apreciada como desearía en cuanto mujer y persona.
Ahora, en contacto con Jesús que se hace "próximo" a ella y que
la toca con ternura, esa mujer puede descubrir que quizá aceptando, ella
también, la presencia de ese hombre en su vida, podrá saciar su fe de afecto y
realización personal.
Y así se deja tocar por Jesús, y su contacto la vacía de su cólera, la pone
en pie, vuelve a encender en ella la confianza en la vida, hace desaparecer su
fiebre, suscita en ella una nueva persona, hecha de ardor, energía, impulso, de
ardiente deseo de acercarse y acompañar, ella también, a ese hombre, aceptando
finalmente "servirlo".
¿Qué pasó? Pasó que, en contacto con Jesús, su
mirada, su sonrisa, su empatía, su bondad, sus palabras, la energía de su
persona, esa mujer acabó por ser hechizada y seducida ella también. Y esa
fascinación la curó de su enfermedad, llevándola de la antipatía a la simpatía,
de la aversión al afecto, de evitar y huir lejos de Jesús al deseo de vivir en
su cercanía con la esperanza de poder revivir finalmente de nuevo, cerca de ese
hombre y a la sombra de su extraordinaria personalidad.
De ese episodio también nosotros debemos aprender algo.
Muchos se detestan simplemente porque no se conocen,
porque están centrados sobre sí mismos. Sólo se ven a sí mismos y su punto de vista.
Se encierran en sus convicciones y sus prejuicios. Sólo sienten su propio
dolor. No quieren escuchar ni dialogar.
Ciertamente, cuando se ha sido herido, es normal
encerrarse: pero si nos quedamos encerrados en el resentimiento, en un silencio
agrio, no hay salida posible, ni esperanza en un nuevo comienzo. No hay
posibilidad de encuentro ni de acercamiento. Si permanecemos en el plano de la
cólera, de la guerra, nunca resolveremos nada y, además, nos condenaremos
nosotros mismos a una vida miserable, agria, sin impulso ni felicidad.
Pero si nos encontramos en el dolor, el diálogo, la
simpatía y el perdón, caerán las razones del odio y el rencor. Entonces será
posible una vida mejor, porque estará ennoblecida con la magnanimidad de la
reconciliación, el perdón y la amistad conquistada y recuperada y con la
grandeza de una persona que podrá comenzar una vida nueva mucho más humana y
feliz.
¡Miren esta mujer! Mientras combata contra Jesús, él
no podrá curarla. Pero cuando lo deje acercarse, cuando lo escuche; cuando los
dos interlocutores busquen honesta, sinceramente y sin prejuicios comprender y
captar las razones de sus comportamientos y divergencias, cuando logren darse
la mano y tocarse el corazón, entonces, las distancias, los prejuicios, las
diferencias, las divisiones, la hostilidad, desaparecerán. Las fiebres caerán.
Las tormentas desaparecerán. Un sol más resplandeciendo vendrá a alegrar
nuestra existencia.
Bruno Mori –
Montréal – febrero 2018
(Traducción de Ernesto Baquer)
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