(5° domingo de Pascua B )
El fragmento del Evangelio de hoy, está extraído de un
largo discurso (llamado el discurso de despedida o testamento espiritual de
Jesús) que Juan el evangelista pone en labios de Jesús. Este discurso, como por
otra parte todo el evangelio, está construido a partir de recuerdos en torno a
la persona de Jesús de Nazaret que circulaban en el seno de la comunidad
cristiana del siglo primero: recuerdos de actitudes, comportamientos, palabras,
enseñanzas, milagros del Maestro… Este bellísimo y conmovedor discurso de
despedida, repleto de lirismo, emoción y ternura, nunca fue pronunciado por
Jesús en la forma que fue redactado en el evangelio de Juan , pero refleja sin
duda pensamientos y sentimientos auténticos del Maestro.
En su conjunto, el evangelio de Juan es de hecho una
reflexión teológica tardía; una especie de meditación espiritual y mística,
dirigida a los cristianos de fines del primer siglo, para suscitar interés,
atracción, impulsar simpatía y afecto hacia la persona de Jesús. Este evangelio
quería que los cristianos y no cristianos de su tiempo captaran el sentido, el
valor y la riqueza de la enseñanza de ese hombre extraordinario y lleno de Dios.
El evangelista
sitúa este discurso de Jesús en el contexto de una cena (la cena pascual) por
lo tanto con el trasfondo de una especie de liturgia "eucarística",
con el fin de hacer comprender a los cristianos de su tiempo que, también
ellos, cada vez que se reunían para celebrar la eucaristía (o la Cena del
Señor), entraban en comunión con Jesús; hacían un "cuerpo" con él;
comían de él, porque recibían y escuchaban su palabra, reflexionaban sobre su
significado, para después integrarlo en la trama de su existencia cotidiana.
En el pasaje de hoy, el tema propuesto a la reflexión de
los discípulos recuerda la necesidad de permanecer siempre unidos en mente,
corazón, pensamiento y sentimientos con el Maestro. Porque si los cristianos no
nos ajustamos a él, si nos olvidamos de él, si lo dejamos de lado, si lo
abandonamos, si no lo sentimos presente y activo en nuestra vida, si no
continuamos nutriéndonos con su palabra ni cuestionándonos en la fuente de su
Espiritu, sino buscamos vivir ni actuar como él, su obra no tendrá
continuación, el movimiento de renovación espiritual y humana que puso en
marcha se acabará, la llama de su Espíritu se apagará, la fuerza y el impacto
de su ejemplo, su estilo de vida y los valores que lo hicieron vivir se
perderán y desaparecerán, quizá por siempre… y Jesús habrá muerto en vano. La
humanidad entera se empobrecerá y el Universo enlentecerá su impulso evolutivo
hacia una mayor perfección. Sin su espíritu, sin su enseñanza, sin los valores
que nos dejó, sin el Dios que nos reveló, la humanidad quedaría privada del
tesoro más precioso y del don más grande jamás recibido.
Este texto del evangelio nos advierte que sin la sabia
que nos llega de ese portento de humanidad, corremos el riesgo de marchitarnos,
de vivir una vida hueca, estéril, mezquina, mísera, sin profundidad, sin
altura, sin sentido y sin grandeza, pobre en humanidad. Seremos ramas de la vid
secas y arrugadas que jamás darán vino de calidad.
De ahí por qué el evangelio de hoy exhorta a los
cristianos a permanecer adheridos a Jesús, como las ramas han de permanecer
adheridas a la vid para recibir la sabia que necesitamos para producir el vino
bueno de la fiesta, de la alegría, la convivencia, la comunión y la
fraternidad.
Además, este texto quiere exhortar a los cristianos a
tener presente una verdad fundamental: que Jesús ha sido el hombre que, mejor y
más que cualquier otro, ha vivido en contacto íntimo con Dios, ha reflejado a
su Dios, ha comprendido a Dios, ha hablado de Dios. De modo que, gracias a
cuanto Jesús nos ha revelado sobre Dios y de Dios, hoy, nosotros cristianos
sabemos que Dios es totalmente otro del que nos describieron las religiones
antiguas y también la nuestra. Y gracias a Jesús, hoy sabemos que Dios es una Misteriosa
Energía hecha de Amor, tan sólo de Amor y nada más que Amor. Un amor originario
y abisal metido en la existencia del cosmos entero, que impregna, crea y hace
evolucionar todo lo creado, del que nosotros somos un elemento especialmente
importante y perfeccionado.
El evangelio de Juan, presenta a Jesús como quien ha
revelado que esta misteriosa Energía Amorosa originaria que llamamos
"Dios" está presente de modo especialmente intenso y activo en cada
ser humano. De modo que el corazón y el núcleo central de toda la predicación
de Jesús es la afirmación y la revelación de que cada ser humano es el lugar
privilegiado de la presencia del Dios-Amor o del Amor de Dios en la tierra; que
el ser humano es una expresión y una manifestación particularmente lograda y
completa de la presencia de Dios y de su Amor en nuestro mundo. Y porque Jesús
estaba convencido de esta presencia particular del Dios-Amor en el corazón del
hombre, es que Juan el evangelista, reflejando el pensamiento de Jesús,
dirigiéndose a los cristianos de su tiempo podía escribir: "Nosotros hemos
llegado a conocer y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y
el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él… Ámense
los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha sido
engendrado de Dios, conoce a Dios y vive en Dios" (1 Jn, 4-16-18).
El texto del evangelio de hoy reafirma esta convicción de
Jesús, diciéndonos que tan sólo permaneciendo en comunión con el espíritu de
Jesús, podremos activar en nosotros el amor que Dios ha infundido en nuestros
corazones. Gracias al amor recibido de Dios y que, ahora, como discípulos de
Jesús, orienta nuestras decisiones y nuestras acciones, seremos capaces de
aportar nuestra contribución a la construcción de un mundo mejor, del
"Reino de Dios" construido con el principio del amor, el servicio y
la fraternidad, que ha sido siempre el sueño más anhelado de Jesús de Nazaret.
Jesús será siempre recordado, admirado y amado por haber
sido una pieza maestra de humanidad y un campeón del amor. Ha sido para todos
un ejemplar casi perfecto de bondad, disponibilidad, escucha, empatía, acogida,
paciencia, misericordia, perdón. Curó, confortó, animó, defendió; infundió
esperanza, impulso y fe en la vida… Ha devuelto confianza y ganas de vivir al
que está desesperado, depresivo, desilusionado, decepcionado, enfermo o
perseguido, excluido, inculpado, condenado… El será siempre para cada uno de
nosotros una fuente de inspiración y un espejo en el que mirarnos continuamente
para ver y saber si nuestra personalidad se configura y se presenta con los
trazos de un ser auténticamente humano.
Sólo viviendo con amor y en el amor podríamos, no sólo
estar unidos a Jesús, sino estar también unidos a Dios, a cuyo Amor damos
cuerpo y consistencia en este mundo. A través de nosotros y en nuestro amor,
Dios continúa la obra de su creación, haciéndola evolucionar hacia una
perfección cada vez mayor…
En el amor nos hacemos así colaboradores de Dios. Gracias
a Jesús, nosotros humanos sabemos ahora ser los instrumentos conscientes de la
actividad amorosa y creadora de Dios en el Universo.
Bruno Mori – Montréal 2018
Traducción de Ernesto Baquer
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