samedi 26 mai 2018

El amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1Jn 4,7)



(6° dom de Pasqua, B - Jn 15,9-15)

El texto que acabamos de leer está sacado de un largo discurso de despedida, llamado también "testamento espiritual" de Jesús, que el evangelio de Juan pone en sus labios, justo antes de su muerte. El tema del monólogo está centrado en el amor que une a Jesús con su Dios o Padre y que debe unir también a los discípulos entre sí y con su Maestro.

El evangelio de Juan, presenta a Jesús como un hombre que vivió una relación en especial íntima con Dios; que tuvo una experiencia totalmente única de Dios, calificada por el evangelista como "experiencia amorosa" hecha de comunión, intimidad y profunda ternura. El Jesús de Juan es el hombre enamorado de Dios, en Dios centrada y orientada toda su existencia, que supo impregnarse de su Espíritu a tal punto que pudo sentirse con derecho a afirmar que él y Dios hacían un solo ser; que siempre hacía sólo lo que Dios quería y le inspiraba. Decía también que los que escuchaban sus palabras y veían sus obras, escuchaban las palabras de Dios y veían las obras de Dios.

Jesús hablaba pues, del Dios que rebosaba su corazón, porque vivía en su comunión y en su presencia, y también porque lo había captado y fascinado su misterio. En la intensidad de su experiencia, había descubierto que su Dios es el fundamento de todo: fuente de amor, de ser y de vida; que es don, perdón, padre, madre, hermano, amigo. Había descubierto que era el Amor-Dios quien lo hacía vivir; que era el alma de su Espíritu, de suerte que esa experiencia de Dios lo había convencido que sólo entrando en contacto con esa Última Realidad Amorosa, el hombre podría encontrar sentido a su existencia, vivir según su naturaleza, realizar plenamente su humanidad y dominar sus impulsos personales, así como el mundo que lo rodea.

Dicha experiencia permitió a Jesús llegar a un conocimiento tan profundo de Dios que pudo decirnos algo totalmente nuevo e inédito sobre Dios. Nos mostró que ese Misterio Último que llamamos Dios es una Fuerza Infinita de Amor presente y actuante en todo el Universo; que penetra todo lo que existe, como savia, alma, espíritu, como la finalidad que anima, vivifica, sostiene y dirige el Universo entero hacia una evolución, complejidad y perfeccionamiento cada vez mayores.

Jesús insistió en el hecho de que esta Energía Amorosa Original es especialmente activa, fuerte y perfeccionada en el ser humano, que se convierte entonces en la conciencia que el cosmos posee de sí mismo, así como en el lugar de una presencia privilegiada de las dinámicas, cualidades y posibilidades del amor en nuestro mundo.

Jesús nos revela así que, en este Universo, el amor lo es todo; que sin la fuerza de este amor que "atrae" y une todas las cosas, nada puede nacer, ni subsistir, ni desarrollarse. Su enseñanza nos ha hecho comprender que en nuestro mundo, el amor es dios y que dios es el amor. Qué es el amor tan sólo lo que debemos buscar, cultivar, desear, practicar, recuperar, si queremos realizarnos plenamente según nuestra naturaleza de seres "conscientes e inteligentes". En efecto, el Espíritu de Dios, que actúa a través de la evolución cósmica ha diseñado a los "humanos" con el solo fin de producir criaturas concebidas especialmente para amar. Según Jesús, tan sólo ante el amor debemos arrodillarnos si queremos adorar a Dios y rendir homenaje a nuestros hermanos.

Jesús nos enseña que no hay otro tesoro que debamos buscar, ni otra riqueza que codiciar, ni otra grandeza que aspirar, fuera del amor. Si logramos ser capaces de amar con la calidad y la fuerza de amor que hay en Dios, que se manifestó en Jesús y que se depositó en cada uno de nosotros, seremos obras maestras de humanidad. En efecto, nos convertiremos en eco, reflejo e instrumentos del Amor Original que construye la calidad, la bondad y la grandeza de nuestro mundo y nuestra sociedad humana.

Si estamos familiarizados con los escritos del NT atribuidos a Juan, sabemos que dichos textos contienen una multitud de expresiones que el escritor pone en boca de Jesús y que, por una parte, afirman la naturaleza amorosa de Dios y, por otra, expresan la necesidad de activar y retomar, a lo largo de nuestra existencia, esa inmensa Energía Amorosa, depositada en nuestros corazones: "Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene y que ha derramado en nosotros. Dios es Amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4,16). El amor viene de Dios y todo el que ama viene de Dios y conoce a Dios (4,7). Si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros (4,11) Nos amamos porque Dios nos amó primero y nos inundó de su espíritu de amor (4,19). Si uno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (4,20).

Y así, el Jesús de Juan nos dice que su Dios no se encuentra en los templos, las iglesias, los ritos, los cultos, los sacrificios, las prácticas y observancias de las religiones, sino sólo en el amor que fomentemos y demos a nuestros hermanos. Jesús nos revela que sólo encontramos a Dios cuando encontramos a nuestros hermanos y somos capaces de entablar con ellos relaciones basadas en un amor que se identifica como acogida, escucha, benevolencia, comunión, respeto, atención, compasión, compartir…

Jesús supo vivir esta experiencia de amor y entrega, y por eso apareció ante todos como la manifestación más extraordinaria de la presencia divina en nuestro mundo y se nos muestra también hoy a nosotros como uno de los modelos más logrados de humanidad. Entonces, en cuanto cristianos, hemos de tener siempre presente esta fundamental verdad: el cristianismo al que pertenecemos, es un movimiento espiritual (¡no una religión!) nacida de Jesús de Nazaret que invita a los hombres, no tanto a divinizarse, sino a humanizarse, siguiendo el ejemplo y la palabra de su Maestro y Señor.

Bruno Mori  2018
Traducción de Ernesto Baquer

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