vendredi 28 septembre 2018

El Hombre que da el pan…- Jn 6,24-35


(18° dom. ord. B )

Hoy sabemos que el proceso evolutivo del cosmos y de las especies vivientes sobre la tierra se realiza a través de una secuencia ininterrumpida de fracasos y éxitos, de cambios apocalípticos y de fabulosas realizaciones. Y así, asistimos a lo largo de la historia de la humanidad, a la continua y regular aparición tanto de desastres como de obras maestras de humanidad; a gentes que son vergüenza y deshonor de la raza humana, como a otros que son nuestra gloria y orgullo. Vemos aparecer personajes lúgubres que desearíamos nunca hubieran existido porque oscurecieron y barbarizaron la historia humana con los horrores de sus crímenes y su maldad.

Pero asistimos también a la aparición de figuras de hombres y mujeres que son como estrellas que surgen al azar de las energías atractivas que modulan la conformación del Universo y que, durante millones de años, alumbran con su luz la inmensidad de los espacios galácticos.

Así, entre los fracasos tan sólo de un pasado reciente, pensemos, por ejemplo, en los tristes personajes de Hitler, Stalin, Pol-Pot; o más cerca de nosotros, en los miembros de los movimientos integristas islámicos del Medio Oriente (talibanes, Isis), en algunos tiranos de países africanos, en ciertos presidentes de las grandes potencias modernas…

Entre los éxitos de la evolución humana, podamos nombrar figuras como Buda, Lao, Platón, Jesús, Teresa de Ávila, Dante Alighieri, Miguel Ángel, Shakespeare, Mozart, Beethoven, Martin Luther King, Kierkegaard, Gandhi, Einstein, Nelson Mandela, Drewermann, Leonardo Boff, etc… Personas que son modelos y fuente de inspiración para todos los Humanos. Son faros que iluminan e indican el camino a recorrer. Son hacedores de esperanza y belleza; profetas que anuncian la posibilidad de un mundo nuevo, diferente y mejor. Son los poseedores de una sabiduría real. Nos comunican intuiciones y visiones singulares sobre la Realidad. Nos revelan sueños y proyectos inéditos, con frecuencia desestabilizadores, cierto, pero con el poder de interpelar, hacer pensar, plantear y proponer desafíos e invitar a la raza humana a caminos nunca recorridos, a fin de hacernos progresar hacia horizontes más vastos y realizaciones y formas más logradas de humanidad.

Jesús de Nazaret forma parte de esa categoría de humanos especialmente inspiradora y lograda. Así fue visto por sus admiradores y presentado por la literatura cristiana del siglo primero. Así los autores cristianos de los evangelios lo describen como el hombre que supo realizar en su persona la síntesis más completa y perfecta de las cualidades humanas, al punto de considerarlo como una maravilla y un milagro de humanidad; como un hombre venido de Dios; como un don del Cielo a los hombres; como el metro y la forma con la que cada uno de nosotros debería, en adelante, medirse y modelarse para lograr la construcción de nuestra propia humanidad. Así, para esos autores antiguos, Jesús es el "Hombre" y el "Maestro" por excelencia, sobre cuya palabra, enseñanza y espíritu, todo humano podría conformarse y modelar su vida.

De ahí por qué, en el texto del evangelio que acabamos de leer, el evangelista Juan, inclinado a las imágenes y los símbolos, como todos los autores antiguos, presenta a Jesús como pan, alimento, fuente de agua viva, luz, que cada uno debe buscar, si pretende satisfacer su hambre y su sed de absoluto, verdad, gratificación, sentido, felicidad: hambre y sed que cada ser humano normal, un día u otro, siente en la profundidad de su corazón.

Juan, con los otros autores cristianos del siglo primero, vio en Jesús un ejemplar de hombre tan completo, que su ejemplo, la reflexión sobre sus principios, convicciones, actitudes, fuerzas y virtualidades que rigieron su vida, pueden en gran manera ayudar e inspirar a los y las que, en actitud de confianza amorosa y admirativa, aceptan adoptarlo como referencia última y fuente de inspiración, con el fin de construir su existencia sobre el modelo y la forma de su humanidad.

El evangelio de este domingo nos asegura que los cristianos que aceptamos seguir a ese Maestro y modelarnos sobre su espíritu, seremos nuevas criaturas, personas de cualidad "superior". Ya no individuos replegados sobre nosotros mismos, exclusivamente ocupados y preocupados en poner en marcha nuestro pequeño bienestar y nuestra pequeña felicidad personal; individuos que acumulan y consumen "cosas", y cuyos intereses se limitan a satisfacer las primarias y biológicas necesidades personales…

El evangelista Juan nos asegura que los humanos que buscamos a Jesús por el pan que nos puede ofrecer, podemos tener la posibilidad de llegar a ser individuos diferentes: abiertos, capaces de tener hambre y sed de valores menos terrenales, más elevados y espirituales. Lo cual significa que la imitación y el seguimiento del Maestro de Nazaret puede hacer de nosotros individuos capaces de espiritualidad, es decir capaces de interesarnos en realidades y contenidos diferentes a los que conciernen únicamente el comer, ganar, poseer, acumular, consumir, disfrutar de buenos momentos y del placer.
Permanecer con el Nazareno puede hacernos tomar conciencia que, en cuanto humanos, tenemos un destino particular en este mundo; que estamos llamados a vivir un nivel superior de conciencia; que hay en nosotros algo que nos hace diferentes de los animales, porque somos capaces de pensar, maravillarnos; capaces de don, altruismo, bondad, ternura y amor. Porque somos portadores de una profundidad y un misterio que nos sobrepasa y que, por ello, podemos interrogarnos sobre las razones y la presencia del sufrimiento, del bien y del mal; sobre el sentido y el fin de nuestra vida y de nuestra muerte; podemos ser lo bastante sensibles espiritualmente como para vibrar en consonancia con la Realidad o el Misterio Último que llamamos "Dios".

Permanecer con el Maestro puede ayudarnos mejor a orientarnos en la vida, a descubrir los comportamientos, proyectos, búsquedas y conquistas que den verdadera consistencia, cualidad y profundidad a nuestra existencia y a construirnos como personas enriquecidas con auténtica sabiduría y una forma atrayente de humanidad: una humanidad que se manifiesta y despliega como benevolencia, tolerancia, bondad, compasión, atención y cuidado, tanto por nuestros hermanos humanos como por el bienestar y la salud de nuestro Planeta. Por eso, Juan hace decir a Jesús que puede darnos una paz capaz de mantenernos en vida para siempre, ahora y por la eternidad.

Este texto quiere finalmente hacernos comprender que el pan que da la vida no es el pan que se recibe y se come, sino el pan que se comparte.  Si estás conquistado por su personalidad; si estás animado por su espíritu; si tú llegas a ser el buen pan que él ha sido, sabrás lo que significa vivir plenamente. Si tú te das, te realizarás y serás feliz. Si retienes todo para ti y no das nada de ti, te perderás; tu vida estará vacía, disminuirás en humanidad y serás un individuo mezquino, triste y solo.

Por ello, esto evangelio nos emplaza hoy en un desafío radical: ¿cuál es mi luz, mi alimento, mi agua? Dicho de otra manera; ¿quién es el Señor de mi vida? ¿Dónde puedo encontrar la fuente verdadera de mi humanidad?


Bruno Mori – 2 agosto 2018  

Traducción de Ernesto Baquer

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