dimanche 23 décembre 2018

Dos moneditas… y un gran amor - Mc 12, 38-44



(32 dom. ord. B )

Orig francés: http://brunomori39.blogspot.com/2018/11/deux-petits-sous-et-un-grand-amour.html.

Este texto de Marcos es una especie de díptico en dos partes: la primera muestra  cómo un cristiano nunca debería ser. La segunda como un cristiano debería siempre comportarse.

La primera parte dice que los discípulos nunca deberían parecerse a los escribas, esos teólogos y especialistas de la Torah judía, a quienes Jesús reprocha tres defectos.

El primero, la vanidad: “Les gusta pasearse en las calles a la vista de todo el mundo, pavonearse con sus grandes ropajes; recibir homenajes y saludos de la gente; ocupar los primeros asientos en la sinagoga y en los banquetes”…

El segundo reproche que Jesús dirige a los escribas es su avidez: “devoran los bienes de las viudas”. Es decir, explotan su ingenuidad, su confianza, su vulnerabilidad, su soledad, su hospitalidad y su generosidad. Debemos saber que en tiempo de Jesús, las viudas formaban parte de la clase social más pobre, la más frágil y desvalida, junto con el extranjero y el huérfano. La voracidad de los escribas, entonces, es más innoble a los ojos de Dios, dado que sacan provecho de su estatus y su autoridad para explotar, en provecho propio, a los más débiles e indefensos.

La tercera acusación es la hipocresía: “Hacen creer a la gente que son muy religiosos y piadosos y que rezan largo y tendido”. Según Jesús, esos maestros respetados y venerados, han introducido en su vida una doble mentira: primera, separar la religión de la justicia, porque no se puede dar culto a Dios si, al mismo tiempo, se roba al pobre. La segunda mentira, aún más innoble y detestable, que consiste en ilusionarse con que se ama a Dios y al prójimo, cuando no se ama más que su ego, su lustre y sus mezquinos intereses personales.

Nos equivocaríamos si pensáramos que todos los escribas y fariseos eran de los que aquí Jesús fustiga. Entre ellos había individuos, ejemplares desde todo punto de vista, y muy sensibles y abiertos a las enseñanzas de Jesús: pensemos por ej, en Nicodemo, o en el que veíamos en el evangelio del domingo pasado, cuya sabiduría admira Jesús y a quien le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”…
La segunda parte de este evangelio es el relato de la limosna de la viuda en el templo. La escena se desarrolla en la sala o en el corredor reservado a las mujeres donde había colocados doce grandes recipientes para las ofrendas. Los fieles que daban la ofrenda debían declarar al sacerdote supervisor el monto de su donación. De forma que se convertía en un gesto público que se prestaba al exhibicionismo, la ostentación y la competencia. Había gente rica, cuya ofrenda, anunciada por el sacerdote, suscitaba la admiración de los presentes y probablemente también de los discípulos de Jesús.

Y una pobre viuda se acerca y arroja discretamente en el cesto unas moneditas que eran todo lo que poseía. Sólo Jesús se da cuenta de su gesto. Y aprovecha para dar una lección a sus discípulos que estaban todavía allí, de boca abierta, por la sorpresa ante las generosas ofrendas de los ricos.
El Maestro elige este hecho para sacudir a sus discípulos; para sacarlos de su ingenua ceguera y su estúpido asombro, para conducirlos a ver y a juzgar a las personas, no según “cuánto” dan, sino en “cómo” dan. “Jesús, dice el texto de Marcos, observaba “cómo”  la gente echaba monedas en el tesoro del templo”.

Para Jesús, el “cómo” cuenta más que el “cuánto”. La actitud interior vale más que la acción exterior. Es el cómo, más que el cuánto, lo que confiere el verdadero valor de tu gesto. ¿Das con ostentación, para hacer que te vean, que te valoren; para suscitar admiración, para mostrarles a todos  tu importancia, tu poder y tu generosidad; para darte gloria y prestigio, para buscar el reconocimiento y la dependencia de los demás…?”

¿O das discreta, secretamente, sin segundas intenciones egoístas o interesadas;  sin esperar nada a cambio, sólo por hacer el bien; sólo por ayudar, aliviar; por pura bondad, misericordia, compasión, amor…? “Miren esta viuda –parece decir Jesús a sus discípulos- su “cuánto” es casi nada; pero  su “cómo” es admirable y de extraordinario valor, porque lo dio todo de sí; todo lo que necesitaba para vivir y, en consecuencia, toda su vida”.

El Maestro tiene razón: el metro para juzgar la calidad de una persona no es la cantidad, sino la integridad de su corazón. La viuda de la primera lectura no estaba en situación de acoger, pero acoge.  La viuda del evangelio no está en condición de dar, pero da. Las dos viudas no dan algo supérfluo, como hacen los ricos; dan todo lo que necesitan para vivir. Dan su vida. Es el gesto más absoluto y total. En su nada ¡lo dan todo! No retroceden porque no tienen casi nada; sino que avanzan para dar lo poco que poseen, porque han comprendido que su vida no tendría sentido y sería realmente inútil si no pudieran dar nada. Porque la existencia de una persona sólo se enriquece de verdad por el gesto del dar.

Frecuentemente decimos que amar significa dar, ¡y es verdad! Pero en realidad, ¿qué es lo que damos? ¿No es verdad que cuando damos dinero, damos sólo lo que nos sobra, lo supérfluo? Cuándo damos nuestro tiempo, ¿no es siempre tiempo sobrante? Cuando damos nuestros talentos, competencias, ¿no es siempre después de haberlos utilizado para nuestros intereses, nuestras necesidades personales, o de nuestra familia, o de nuestro grupo?

A veces hay momentos en nuestra vida en que estamos en la situación de la pobre viuda del evangelio; momentos en los que nos encontramos en un estado de miseria interior, de desamparo espiritual o psicológico o de vacío total: la pérdida de una persona muy amada; la pérdida de una amistad, un amor, un trabajo; la pérdida de salud; dificultades y pruebas de todo tipo: incomprensiones, crisis, separaciones, depresiones, fracasos…

Son experiencias que introducen la muerte en el alma; que desalientan; que nos quitan las ganas de vivir, con la tentación de bajar la guardia, de abandonar la lucha; de creer que la vida no nos guarda nada bueno ni válido que nos de felicidad; que no servimos ni valemos para nada… y que no tenemos nada que dar…

¡No! Nos dice este texto evangélico. Siempre hay algo para dar, ¡aunque no sea más que un poco de harina y dos monedas! Tu vida termina cuando no tienes nada que dar, por insignificante que pueda ser a los ojos de los demás: una sonrisa, una mirada tierna, una caricia, un gesto de compasión, un guiño de complicidad amical, un buen día, un gracias, un apretón de manos, una puerta retenida, un paso cedido, un vaso de agua dado, un relato doloroso escuchado con empatía, un anciano acompañado, una persona sola visitada… “Den como regalo lo que tengan en vuestro interior y entonces todo será bueno para ustedes –nos dice Jesús- y recibirán el ciento por uno y encontrarán la felicidad así como el camino a vuestra realización humana y vuestra salvación”. (Lc 11,41)
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda que Jesús, antes de dejarnos, nos pone como maestra para que nos enseñe el evangelio, es decir una maestra de humildad, gratuidad y amor capaz de darlo todo y arriesgarlo todo por la causa de Dios y de nuestro prójimo.


MB - Noviembre 2018

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