(32 dom. ord. B )
Orig francés:
http://brunomori39.blogspot.com/2018/11/deux-petits-sous-et-un-grand-amour.html.
Este texto de Marcos es una especie de díptico en dos partes: la primera
muestra cómo un cristiano nunca debería
ser. La segunda como un cristiano debería siempre comportarse.
La primera parte dice que los discípulos nunca deberían parecerse a los
escribas, esos teólogos y especialistas de la Torah judía, a quienes Jesús
reprocha tres defectos.
El primero, la vanidad: “Les gusta pasearse en las calles a la vista de
todo el mundo, pavonearse con sus grandes ropajes; recibir homenajes y saludos
de la gente; ocupar los primeros asientos en la sinagoga y en los banquetes”…
El segundo reproche que Jesús dirige a los escribas es su avidez: “devoran
los bienes de las viudas”. Es decir, explotan su ingenuidad, su confianza, su
vulnerabilidad, su soledad, su hospitalidad y su generosidad. Debemos saber que
en tiempo de Jesús, las viudas formaban parte de la clase social más pobre, la
más frágil y desvalida, junto con el extranjero y el huérfano. La voracidad de
los escribas, entonces, es más innoble a los ojos de Dios, dado que sacan
provecho de su estatus y su autoridad para explotar, en provecho propio, a los
más débiles e indefensos.
La tercera acusación es la hipocresía: “Hacen creer a la gente que son muy
religiosos y piadosos y que rezan largo y tendido”. Según Jesús, esos maestros
respetados y venerados, han introducido en su vida una doble mentira: primera,
separar la religión de la justicia, porque no se puede dar culto a Dios si, al
mismo tiempo, se roba al pobre. La segunda mentira, aún más innoble y
detestable, que consiste en ilusionarse con que se ama a Dios y al prójimo,
cuando no se ama más que su ego, su lustre y sus mezquinos intereses
personales.
Nos equivocaríamos si pensáramos que todos los escribas y fariseos eran de
los que aquí Jesús fustiga. Entre ellos había individuos, ejemplares desde todo
punto de vista, y muy sensibles y abiertos a las enseñanzas de Jesús: pensemos
por ej, en Nicodemo, o en el que veíamos en el evangelio del domingo pasado,
cuya sabiduría admira Jesús y a quien le dice: “No estás lejos del Reino de
Dios”…
La segunda parte de este evangelio es el relato de la limosna de la viuda
en el templo. La escena se desarrolla en la sala o en el corredor reservado a
las mujeres donde había colocados doce grandes recipientes para las ofrendas.
Los fieles que daban la ofrenda debían declarar al sacerdote supervisor el monto
de su donación. De forma que se convertía en un gesto público que se prestaba
al exhibicionismo, la ostentación y la competencia. Había gente rica, cuya
ofrenda, anunciada por el sacerdote, suscitaba la admiración de los presentes y
probablemente también de los discípulos de Jesús.
Y una pobre viuda se acerca y arroja discretamente en el cesto unas
moneditas que eran todo lo que poseía. Sólo Jesús se da cuenta de su gesto. Y
aprovecha para dar una lección a sus discípulos que estaban todavía allí, de
boca abierta, por la sorpresa ante las generosas ofrendas de los ricos.
El Maestro elige este hecho para sacudir a sus discípulos; para sacarlos de
su ingenua ceguera y su estúpido asombro, para conducirlos a ver y a juzgar a
las personas, no según “cuánto” dan, sino en “cómo” dan. “Jesús, dice el texto
de Marcos, observaba “cómo” la gente
echaba monedas en el tesoro del templo”.
Para Jesús, el “cómo” cuenta más que el “cuánto”. La actitud interior vale
más que la acción exterior. Es el cómo, más que el cuánto, lo que confiere el
verdadero valor de tu gesto. ¿Das con ostentación, para hacer que te vean, que
te valoren; para suscitar admiración, para mostrarles a todos tu importancia, tu poder y tu generosidad;
para darte gloria y prestigio, para buscar el reconocimiento y la dependencia
de los demás…?”
¿O das discreta, secretamente, sin segundas intenciones egoístas o
interesadas; sin esperar nada a cambio,
sólo por hacer el bien; sólo por ayudar, aliviar; por pura bondad,
misericordia, compasión, amor…? “Miren esta viuda –parece decir Jesús a sus
discípulos- su “cuánto” es casi nada; pero su “cómo” es admirable y de extraordinario
valor, porque lo dio todo de sí; todo lo que necesitaba para vivir y, en
consecuencia, toda su vida”.
El Maestro tiene razón: el metro para juzgar la calidad de una persona no
es la cantidad, sino la integridad de su corazón. La viuda de la primera
lectura no estaba en situación de acoger, pero acoge. La viuda del evangelio no está en condición
de dar, pero da. Las dos viudas no dan algo supérfluo, como hacen los ricos;
dan todo lo que necesitan para vivir. Dan su vida. Es el gesto más absoluto y
total. En su nada ¡lo dan todo! No retroceden porque no tienen casi nada; sino
que avanzan para dar lo poco que poseen, porque han comprendido que su vida no
tendría sentido y sería realmente inútil si no pudieran dar nada. Porque la
existencia de una persona sólo se enriquece de verdad por el gesto del dar.
Frecuentemente decimos que amar significa dar, ¡y es verdad! Pero en
realidad, ¿qué es lo que damos? ¿No es verdad que cuando damos dinero, damos
sólo lo que nos sobra, lo supérfluo? Cuándo damos nuestro tiempo, ¿no es
siempre tiempo sobrante? Cuando damos nuestros talentos, competencias, ¿no es
siempre después de haberlos utilizado para nuestros intereses, nuestras
necesidades personales, o de nuestra familia, o de nuestro grupo?
A veces hay momentos en nuestra vida en que estamos en la situación de la
pobre viuda del evangelio; momentos en los que nos encontramos en un estado de
miseria interior, de desamparo espiritual o psicológico o de vacío total: la
pérdida de una persona muy amada; la pérdida de una amistad, un amor, un
trabajo; la pérdida de salud; dificultades y pruebas de todo tipo:
incomprensiones, crisis, separaciones, depresiones, fracasos…
Son experiencias que introducen la muerte en el alma; que desalientan; que
nos quitan las ganas de vivir, con la tentación de bajar la guardia, de
abandonar la lucha; de creer que la vida no nos guarda nada bueno ni válido que
nos de felicidad; que no servimos ni valemos para nada… y que no tenemos nada
que dar…
¡No! Nos dice este texto evangélico. Siempre hay algo para dar, ¡aunque no
sea más que un poco de harina y dos monedas! Tu vida termina cuando no tienes
nada que dar, por insignificante que pueda ser a los ojos de los demás: una
sonrisa, una mirada tierna, una caricia, un gesto de compasión, un guiño de
complicidad amical, un buen día, un gracias, un apretón de manos, una puerta
retenida, un paso cedido, un vaso de agua dado, un relato doloroso escuchado
con empatía, un anciano acompañado, una persona sola visitada… “Den como regalo
lo que tengan en vuestro interior y entonces todo será bueno para ustedes –nos
dice Jesús- y recibirán el ciento por uno y encontrarán la felicidad así como
el camino a vuestra realización humana y vuestra salvación”. (Lc 11,41)
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda que
Jesús, antes de dejarnos, nos pone como maestra para que nos enseñe el
evangelio, es decir una maestra de humildad, gratuidad y amor capaz de darlo
todo y arriesgarlo todo por la causa de Dios y de nuestro prójimo.
MB - Noviembre 2018
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire