mardi 28 mai 2019

ALLI DONDE DOMINA EL PODER, EL AMOR MUERE



(Algunas reflexiones en el Jueves Santo  2019)

Original francés en: http://brunomori39.blogspot.com/2019/05/la-ou-le-pouvoir-domine-lamour-est-mort.html.

Paleontólogos, etnólogos, antropólogos, historiadores coinciden en afirmar que, según la documentación y las fuentes de información que poseen, la historia de la humanidad, al menos a partir del neolítico (unos 9000 años antes de nuestra era), es fundamentalmente una historia de calamidades, guerras y violencia.

Al asentarse las poblaciones en el neolítico, la revolución agraria, criar y domesticar animales, sobre todo al caballo, la creación de excedentes alimentarios que conducen a acumular los bienes, a la propiedad privada y, por tanto, a crear riquezas, la humanidad entra en la fase más atormentada y desgraciada de su historia. En efecto la riqueza encendió el fuego de la codicia humana que inflamará el mundo con su panoplia de desgracias y calamidades: razias, saqueos, agresiones, invasiones, exterminios, guerras de conquista, colonizaciones, nacimiento de los grandes imperios, etc.

Desde esta época remota y hasta nuestros días, la historia de la humanidad se caracteriza por estructuras e instituciones de poder y por el uso sistemático de la violencia. Los humanos no nacen libres, llegan a un mundo de dominación, explotación y brutalidad. Una pequeña minoría de ávidos y poderosos plutócratas oprime, esclaviza, humilla y se enriquece sobre la espalda del resto pobre e indefenso de la humanidad.

Y así, el poder opresor y explotador se convirtió en la fuerza principal que decide el destino de la casi totalidad de los pueblos de la tierra y determina el desarrollo de los acontecimientos que construyen desde entonces la triste historia de nuestra humanidad, tanto en el pasado como en nuestro presente, con su lote trágico de violencias, desigualdades e injusticias.

Por ello, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos que la búsqueda del poder, con el uso sistemático de la opresión y de la violencia, causada principalmente por la sed de poder y de grandeza y por la codicia humana, ejercida tanto por individuos como por grupos e instituciones, constituye desde siempre el verdadero “pecado del mundo”, el gran mal y la gran lacra  de la humanidad, su verdadero pecado “original”. Un pecado que concierne a todos los hombres, en el que todos estamos implicados y del cual, todos somos en cierta manera responsables.

Jesús de Nazaret lo comprendió así. Y por ello crítica y condena de entrada el poder que oprime y que se erige sobre los demás. Por eso, nunca aceptó someterse a cualquier poder humano, y  nunca reconoció ninguna autoridad, ni civil ni religiosa, sobre él. Fue un hombre libre que supo permanecer libre de este pecado, incluso cuando el pecado lo aplastó y acabó por matarlo.

Por ello también, Jesús que soñaba con crear un mundo nuevo, más justo, más humano, más fraternal, en sus ansias y sus esfuerzos por cambiar la orientación fundamental del actuar humano, hizo de la lucha contra la codicia, la riqueza y el poder que esclaviza y explota a los demás, su caballo de batalla y el centro de toda su espiritualidad y su mensaje. Con la esperanza de reformar y transformar las mentalidades y de conseguir hacer comprender que la verdadera grandeza del hombre no consiste en imponer su superioridad y su voluntad a los demás, para hacernos esclavos y servidores, sino en ser servidor de los demás, en una actitud de disponibilidad, respeto, compasión y amor que busca el bienestar y la felicidad de los demás por encima del propio.

La historia conocida de la humanidad comenzó por la revolución y la victoria del egoísmo, la codicia, la agresividad y la violencia. Por su parte, Jesús habría querido desencadenar una nueva fase de esta historia, caracterizada por la revolución y la victoria del amor. Un amor universal que habría transformado la tierra en un verdadero paraíso que llamaba el “Reino de Dios”, en el que las relaciones entre los humanos habrían sido a imagen del amor que está en Dios.

De ahí por qué Jesús, que vino a liberarnos del pecado, como la doctrina católica lo proclama continuamente, descalifica y condena continua y abiertamente la codicia, la riqueza, la superioridad de los poderosos y del poder opresor, y exige de sus discípulos que hagan otro tanto. De ahí por qué les pide realizar un servicio humilde, sincero y amoroso hacia los otros humanos, signo distintico de su nueva identidad y de su nueva pertenencia.

            Jesus dijo:
“… En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos, en el amor que tengan los unos por los otros… Felices los pobres, felices los pacíficos… Desgraciados los ricos porque nunca podrán entrar en el Reino de Dios. En el mundo, los poderosos mandan como dueños, exigen, oprimen… pero entre ustedes no debe de ser así. Que el primero entre ustedes se haga el último… Y el que manda sea como el que sirve… Entre ustedes yo he sido siempre el que ha servido, el que lo ha dado todo de sí… Yo les he lavado los pies… ¡Yo les he dado el ejemplo… Hagan ustedes lo mismo!”

Eso es lo que el Maestro deja a sus discípulos en este jueves santo. Es el testamento espiritual que nos confía antes de morir. Eso es lo que debemos ser y lo que debemos hacer en “su memoria”: para los discípulos de Jesús no hay otra Eucaristía que la que da gracias a Dios por ser, en el mundo, los servidores de nuestros hermanos, los instrumentos y portadores de un amor siempre desinteresado, siempre tierno, siempre misericordioso y siempre ofrecido a todos…. Sin medida, sin distinciones.

Donde hay amor, no hay ninguna búsqueda de poder.

Bruno Mori – 13 abril 2019 

Traducción de Ernesto Baquer

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