lundi 20 janvier 2020

La familia de Nazaret



Algunas reflexiones de actualidad


Cada año, esta fiesta me deja un poco perplejo. Es que proponer la familia de Nazaret como modelo para nuestras familias de hoy, en estos tiempos de fragmentación de antiguas costumbres, de pérdida de parámetros tradicionales y de caos social, me parece algo ¡realmente utópico!. Como me decía una mamá: “Está muy bien que nos propongan como ejemplo a la Sagrada Familia, pero María tenía como hijo ¡al Hijo de Dios!”.

Aceptando esta primera dificultad nada nos impide que podamos descubrir en esta fiesta cristiana de la “Sagrada Familia de Nazaret” algunas orientaciones útiles para nuestros hogares de hoy, incluso si vivimos en un contexto social y cultural muy diferente y mucho más difícil y complicado que el de esa familia que vivió dos mil años antes que nosotros.

Primera característica de la familia de Nazaret que podría inspirar a nuestras familias: es una familia que tuvo el coraje de insertar a Dios en medio de ella. Debería ser lo mismo en nuestras familias de personas creyentes. Incluso si no podemos pensar en un Dios retozando por la casa, podemos tenerlo presente en nuestras decisiones, trabajos, elecciones, pensamientos, en los impulsos de nuestro corazón, en nuestras conversaciones, oraciones, preocupaciones… Nosotros, que vivimos hoy en una sociedad que parece haberlo excluido y barrido de sus intereses y preocupaciones.

Seamos sinceros, también nosotros cristianos, colocamos generalmente a Dios fuera de nuestra familia; no estamos muy dispuestos a mezclarlo en nuestros asuntos… ¡y eso se nota! Entonces, ¡porqué no echar una mirada hacia la familia de Nazaret! Porque no pensar que ¡Dios pudo tener la satisfacción de vivir en nuestra casa y entre nosotros… y que quizá pueda desear también tener una lugar en nuestra mesa, en nuestra sala y en nuestro corazón! Entonces ¿por qué no invitarlo con más frecuencia? ¿Por qué simplemente, no tratar de insertarlo cada vez más en nuestras elecciones, nuestro papel educativo, nuestras relaciones, nuestro trabajo?

En segundo lugar, mirando esa familia y leyendo las escasas informaciones que sobre ella nos proporcionan los Evangelios, nos llama la atención el clima de Misterio que rodea a sus miembros. Se nos dice que María y José guardaban los acontecimientos que les sucedían en su corazón y que reflexionaban sobre el sentido que podían tener en su vida; y que el joven Jesús, gracias a sus padres, “crecía en estatura, en sabiduría y en el favor de Dios y de los hombres” (Lc 2,52).

Me los imagino intercambiando miradas inquisitivas hacia este niño tan igual a los otros y sin embargo, tan diferente, y buscando captar algo de su insondable misterio. Sin embargo, este misterio propio de Jesús, finalmente es también el que acompaña y rodea a cada uno de nosotros y que debería transformase en respeto y admiración por la singularidad y profundidad de cada individuo que tenemos cerca.

¡Desgraciadamente, en nuestras familias, con frecuencia hay muy poco respeto y atención para el misterio que cada uno lleva consigo y que es lo que le da encanto a interés! Con frecuencia hay tan poca sensibilidad y atención a las riquezas que cada uno posee y que suelen pasar desapercibidas y casi nunca reconocidas y apreciadas.

En nuestras familias con frecuencia faltan la gentileza y la ternura que deberían acompañar siempre nuestras acciones. Nuestras relaciones y gestos suelen tomar el color de la indiferencia y la rudeza que reservamos a un bien adquirido y asegurado que no necesita ningún cuidado ni consideración.

En nuestras familias, falta casi siempre el estupor y la fascinación con que deberíamos mirarnos unos a otros. Y eso porque, a pesar de los cromosomas y lazos de sangre que nos unen, cada uno es un individuo único, incomparable, asombrosamente diferente y no necesariamente destinado a caminar por la misma senda que los demás. Necesitamos ser capaces de recuperar el sentido del Misterio que cada uno lleva consigo.

En nuestras familias, precisamos encontrar el coraje y las ganas de hablarse más. Pero no para emitir sonidos o para romper el silencio, sino para comunicarnos, para transmitir nuestros sentimientos, para compartir nuestros pensamientos, convicciones profundas y estados de ánimo. En nuestras familias raramente conseguimos comunicarnos en verdad y profundidad los unos con los otros.

Se puede decir que cuánto más cerca se está biológicamente, más sentimos el pudor y la reticencia a desvelar nuestra intimidad espiritual. Con frecuencia eso es una reacción normal de legítima defensa para el misterio que nos habita y que deseamos proteger. Pero también hay que reconocer que frecuentemente hacemos todo lo posible para suprimir las oportunidades de conversación y dialogo que se presentan.

En otros tiempos, la comida reunía habitualmente a toda la familia y era la ocasión favorable y privilegiada para compartir, intercambiar y reforzar los lazos de convivencia, afecto y amistad. Hoy, por desgracia, la hora del desayuno o la comida, con frecuencia se transforman en una soberbia sesión colectiva ante la TV, la tableta o el móvil, para entablar una comunicación inteligente, no con los que están cerca, sino con los que están lejos. Estos aparatos se han convertido en el sustituto moderno del diálogo y una buena excusa para evitar encontrarse en profundidad. ¡Y se producen situaciones absurdas e increíbles! Sucede que en una familia ya no se miran, no se dan cuenta, no se hablan, no se conocen y se convierten en completos extraños los unos para con los otros.

Claro que también hay mucho ruido en la casa: el sistema de sonido marchando, se habla sobre el tiempo que hace o que hará, se discute del partido favorito; se charla por teléfono con los amigos, cuando no hay peleas o gritos…

Pero desapareció el diálogo auténtico que une a las personas y les ayuda a crecer y desarrollarse espiritual y humanamente. Las palabras que expresan amor, gentileza, ternura, preocupación por los otros, perdón, etc. también han desaparecido.

Entonces, quizá no sea inútil que hoy, aprovechemos esta fiesta para reflexionar sobre la calidad humana y espiritual de nuestra familia y de hablar con Dios para que todos los que la componen sean o aprendan a ser, en la escuela de la familia de Nazaret, elementos eficaces de crecimiento espiritual y auténtica humanidad.

Bruno Mori - 29 diciembre 2019   - (Traducción de  Ernesto Baquer)

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