Algunas reflexiones de actualidad
Cada año, esta fiesta me deja un poco
perplejo. Es que proponer la familia de Nazaret como modelo para nuestras
familias de hoy, en estos tiempos de fragmentación de antiguas costumbres, de
pérdida de parámetros tradicionales y de caos social, me parece algo ¡realmente
utópico!. Como me decía una mamá: “Está muy bien que nos propongan como ejemplo
a la Sagrada Familia, pero María tenía como hijo ¡al Hijo de Dios!”.
Aceptando esta primera dificultad nada nos
impide que podamos descubrir en esta fiesta cristiana de la “Sagrada Familia de
Nazaret” algunas orientaciones útiles para nuestros hogares de hoy, incluso si
vivimos en un contexto social y cultural muy diferente y mucho más difícil y
complicado que el de esa familia que vivió dos mil años antes que nosotros.
Primera característica de la familia de
Nazaret que podría inspirar a nuestras familias: es una familia que tuvo el
coraje de insertar a Dios en medio de ella. Debería ser lo mismo en nuestras
familias de personas creyentes. Incluso si no podemos pensar en un Dios
retozando por la casa, podemos tenerlo presente en nuestras decisiones,
trabajos, elecciones, pensamientos, en los impulsos de nuestro corazón, en
nuestras conversaciones, oraciones, preocupaciones… Nosotros, que vivimos hoy
en una sociedad que parece haberlo excluido y barrido de sus intereses y
preocupaciones.
Seamos sinceros, también nosotros cristianos,
colocamos generalmente a Dios fuera de nuestra familia; no estamos muy
dispuestos a mezclarlo en nuestros asuntos… ¡y eso se nota! Entonces, ¡porqué
no echar una mirada hacia la familia de Nazaret! Porque no pensar que ¡Dios
pudo tener la satisfacción de vivir en nuestra casa y entre nosotros… y que
quizá pueda desear también tener una lugar en nuestra mesa, en nuestra sala y
en nuestro corazón! Entonces ¿por qué no invitarlo con más frecuencia? ¿Por qué
simplemente, no tratar de insertarlo cada vez más en nuestras elecciones,
nuestro papel educativo, nuestras relaciones, nuestro trabajo?
En segundo lugar, mirando esa familia y
leyendo las escasas informaciones que sobre ella nos proporcionan los
Evangelios, nos llama la atención el clima de Misterio que rodea a sus
miembros. Se nos dice que María y José guardaban los acontecimientos que
les sucedían en su corazón y que reflexionaban sobre el sentido que podían
tener en su vida; y que el joven Jesús, gracias a sus padres, “crecía en
estatura, en sabiduría y en el favor de Dios y de los hombres” (Lc 2,52).
Me los imagino intercambiando miradas
inquisitivas hacia este niño tan igual a los otros y sin embargo, tan
diferente, y buscando captar algo de su insondable misterio. Sin embargo, este
misterio propio de Jesús, finalmente es también el que acompaña y rodea a cada
uno de nosotros y que debería transformase en respeto y admiración por la singularidad
y profundidad de cada individuo que tenemos cerca.
¡Desgraciadamente, en nuestras familias, con
frecuencia hay muy poco respeto y atención para el misterio que cada uno lleva
consigo y que es lo que le da encanto a interés! Con frecuencia hay tan poca
sensibilidad y atención a las riquezas que cada uno posee y que suelen pasar
desapercibidas y casi nunca reconocidas y apreciadas.
En nuestras familias con frecuencia faltan la
gentileza y la ternura que deberían acompañar siempre nuestras acciones. Nuestras
relaciones y gestos suelen tomar el color de la indiferencia y la rudeza que
reservamos a un bien adquirido y asegurado que no necesita ningún cuidado ni
consideración.
En nuestras familias, falta casi siempre el
estupor y la fascinación con que deberíamos mirarnos unos a otros. Y eso
porque, a pesar de los cromosomas y lazos de sangre que nos unen, cada uno es
un individuo único, incomparable, asombrosamente diferente y no necesariamente
destinado a caminar por la misma senda que los demás. Necesitamos ser capaces
de recuperar el sentido del Misterio que cada uno lleva consigo.
En nuestras familias, precisamos encontrar el coraje y las ganas de
hablarse más. Pero no para emitir sonidos o para romper el silencio, sino para
comunicarnos, para transmitir nuestros sentimientos, para compartir nuestros
pensamientos, convicciones profundas y estados de ánimo. En nuestras familias
raramente conseguimos comunicarnos en verdad y profundidad los unos con los
otros.
Se puede decir que cuánto más cerca se está biológicamente,
más sentimos el pudor y la reticencia a desvelar nuestra intimidad espiritual.
Con frecuencia eso es una reacción normal de legítima defensa para el misterio
que nos habita y que deseamos proteger. Pero también hay que reconocer que
frecuentemente hacemos todo lo posible para suprimir las oportunidades de
conversación y dialogo que se presentan.
En otros tiempos, la comida reunía
habitualmente a toda la familia y era la ocasión favorable y privilegiada para
compartir, intercambiar y reforzar los lazos de convivencia, afecto y amistad.
Hoy, por desgracia, la hora del desayuno o la comida, con frecuencia se
transforman en una soberbia sesión colectiva ante la TV, la tableta o el móvil,
para entablar una comunicación inteligente, no con los que están cerca, sino
con los que están lejos. Estos aparatos se han convertido en el sustituto
moderno del diálogo y una buena excusa para evitar encontrarse en profundidad.
¡Y se producen situaciones absurdas e increíbles! Sucede que en una familia ya
no se miran, no se dan cuenta, no se hablan, no se conocen y se convierten en
completos extraños los unos para con los otros.
Claro que también hay mucho ruido en la casa:
el sistema de sonido marchando, se habla sobre el tiempo que hace o que hará,
se discute del partido favorito; se charla por teléfono con los amigos, cuando
no hay peleas o gritos…
Pero desapareció el diálogo auténtico que une a las personas y les ayuda
a crecer y desarrollarse espiritual y humanamente. Las palabras que expresan
amor, gentileza, ternura, preocupación por los otros, perdón, etc. también han
desaparecido.
Entonces, quizá no sea inútil que hoy,
aprovechemos esta fiesta para reflexionar sobre la calidad humana y espiritual
de nuestra familia y de hablar con Dios para que todos los que la componen sean
o aprendan a ser, en la escuela de la familia de Nazaret, elementos eficaces de
crecimiento espiritual y auténtica humanidad.
Bruno Mori - 29 diciembre 2019 -
(Traducción de Ernesto Baquer)
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