vendredi 10 mars 2017

NUESTRA ASPIRACION A LAS ALTURAS… Mc 16, 15-20

Hablarán un lenguaje nuevo…

(Ascensión B)


No sé si ustedes se han dado cuenta, pero, en general, a todo el mundo le fascinan y atraen las alturas (árboles, escaleras, postes, torres, rascacielos, escaladas, parapentes, alas delta, paracaidismo, alpinismo, aviación, cohetes, conquista espacial). Parecería que es algo que forma parte de nuestra naturaleza, un instinto innato que se remonta sin duda muy lejos en la historia de nuestra especie; un recuerdo, quizá de un tiempo en el que éramos homínidos, recientemente bajados de los árboles, que eran con frecuencia el único medio de escapar de los peligros que nos acechaban en el suelo: encaramarnos a los árboles era la manera de salvarnos en las alturas.

Este encanto, esta fascinación por las alturas nos viene también de la mirada envidiosa y maravillada con que la raza humana, desde la noche de los tiempos, observó el vuelo de los pájaros. Criaturas mágicas capaces de escapar de la gravedad que nos ata al suelo y que les da una libertad que sólo podemos soñar.

También es allí, en las alturas, donde la imaginación humana pensó la residencia de los dioses. Es allí, en el cielo, en compañía de las estrellas, es donde los hombres imaginaron que encontrarían su felicidad por toda la eternidad.

He descubierto también otra cosa: la atracción por las alturas (como la pasión por la velocidad) es inversamente proporcional a nuestra edad: cuanto más jóvenes somos, más nos sentimos atraídos por el ascenso a las montañas; cuanta más edad tenemos, más permanecemos pegados a ras de suelo y más nos aferramos a la seguridad que nos proporciona la solidez y la pesadez de nuestra existencia. Lo llamamos sentido común, prudencia, sabiduría. ¿Y si sólo fuese miedo?

Sea lo que sea, podemos ver en esta predilección por las alturas, una parábola de la vida, y sacar reflexiones importantes. La fiesta de hoy (la Ascensión) viene justamente a encontrarse con ese instinto primitivo que llevamos en nosotros. Busca interpretar y cuestionarnos ese deseo. Nos dice: ¿Y si esa atracción estuviera allí por algo, o al menos, para decirte e indicarte algo? Quizá quiere hacerte comprender que tú estás hecho para vivir en alto; para vivir tu existencia en un nivel superior, más elevado que el que querría coaccionarte la pesadez y la fuerza de gravedad de tus exigencias, tus apetitos y tus necesidades materiales. Esta atracción hacia las alturas que tu sientes tan fuerte, está quizá para indicarte, con bastante claridad, que tú eres alguien especial; alguien hecho para vivir más arriba y no para quedarte abajo; más para el cielo que para la tierra. ¡Sigue entonces el impulso de tu corazón y la aspiración de tu alma!

            Pienso que Jesús, presentado por Marcos en este movimiento de elevación y ascensión al cielo tan típico de los humanos, es verdaderamente imagen y símbolo del movimiento que debería ser la aspiración de toda existencia humana. En otras palabras, el mensaje que el domingo de la ascensión quiere transmitirnos es el siguiente: "Si tú quieres culminar tu existencia, tienes que darte alas, altura. ¿Cómo? Dejándote conducir por Jesús en su movimiento hacia lo alto".

A través de la parábola (o imagen poética, que no hay que tomar como un hecho real e histórico) de Jesús ascendiendo al cielo, el evangelio quiere decirnos: "Este es un hombre que ha sabido vivir su vida en un nivel de altura que no cesa de asombrarnos, porque ha sabido orientar su vida en una forma casi exclusiva hacia la conquista de la intimidad con Dios. Por eso se ha convertido en el hombre según el corazón de Dios y, en consecuencia, en un milagro de humanidad; en ejemplo admirable de hombre plenamente realizado. ¡Sigan su camino! También ustedes se convertirán en seres que vuelan alto; personas según el corazón de Dios; hombres y mujeres que viven en un nivel y en una calidad de humanidad que maravillará e interpelará a todos los que los rodeen.

Por tanto, el evangelio nos asegura que nuestra adhesión a Jesús de Nazaret hará de nosotros no sólo seres curados, reparados, restaurados, sino también criaturas nuevas, plenamente regeneradas y transformadas. Personas capaces de un nuevo estilo de vida, animadas por otro espíritu, que priorizan y que siguen otros valores, que pertenecen desde ya a otro mundo y otro género de sociedad, que comunican en otra longitud de onda y que hablan un lenguaje nuevo.

En estas alturas de adhesión y de fe, siempre según el evangelio de este domingo, nada de aquí abajo nos dará miedo o nos angustiará. Estamos anclados en la fuerza y la confianza que nos viene de la proximidad con Dios. Podremos estar rodeados de serpientes; manipular y tratar víboras, sin asustarnos. Podremos estar sumergidos en un mundo de injusticia, de odio, de maldad; tocar toda clase de venenos, sin que nos afecten.

A causa de nuestra transformación interior y la altura en que vivamos, a causa de la inquebrantable certeza de ser personas amadas y queridas por Dios, estamos anclados en la paz y la confianza y nos convertimos necesariamente en punto de referencia para los extraviados; en puerto de acogida para los rechazados; en signo y esperanza de salud para todos los heridos de la existencia.

Sí, es verdad: los enfermos que vengan a nosotros ¡se encontrarán bien! Porque, a causa de nuestra vinculación con el Dios de Jesús, nos hemos convertido, nosotros los cristianos, en portadores en nuestro mundo de la calidad y la fuerza de su Amor.

Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

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