jeudi 14 septembre 2017

¿De qué sirve ganar el mundo entero si pierde su alma? - Mt 16,21-27



(22° Domingo tempo  ord. A)

Orig: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/09/a-quoi-sert-gagner-le-monde-entier-si.html.

Esta mañana vamos a detenernos en esta frase del evangelio: "Si alguien quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Porque ¿qué saca un hombre de ganar el mundo entero, si lo paga con su vida…?".
¿Tiene razón Jesús para hablarnos de forma tan negativa? Renunciar a sí mismo, renunciar a salvar la vida, tomar su cruz…. ¿Eso no significa mostrarse como un aguafiestas, como el fundador de una religión y una espiritualidad del sacrificio y el sufrimiento? ¿No tendrá razón la iglesia para hacer del sufrimiento y el desapego, el termómetro de la santidad?

Al contrario, pienso que, si comprendemos bien estas palabras de Jesús, pueden revelarnos el secreto de la verdadera realización de nuestra existencia.
Se diría que, para el Hombre de Nazaret, aprender a renunciar y a desprenderse, es la única forma humana y la única posibilidad que tenemos de culminar plenamente nuestra existencia. Cuando lo vemos de cerca, nos damos cuenta, en efecto, que hay dos fuerzas o dos principios que juegan en nuestra vida: el principio del placer y el de la realidad. El principio del placer tiende a satisfacer todas nuestras necesidades, para lograr todo el placer posible. El principio de la realidad o del realismo, ha de tener en cuenta el hecho de que, en la vida no es posible tener todo lo que deseamos, y que por lo tanto hay límites para nuestro placer.

En el estadio oral de nuestra vida (cuando éramos bebés) nuestra vida estaba dominada por el principio del placer: llorábamos y mamá venía a regalarnos su pecho. Teníamos un problema y mamá o papá corrían a resolverlo. Después crecimos y comenzamos a entender que mamá y papá tenían, también ellos, necesidades y exigencias, y que no podían estar siempre allí, a nuestra disposición.

Con el tiempo, comprendimos que no éramos el centro del mundo, que no estábamos solos en el mundo, que había otras personas y que debíamos compartir el mundo con ellas. Algo muy agradable, pero que nos obligaba también a aceptar renuncias, privaciones y a admitir límites. Hubo que renunciar a hacerlo converger todo hacia mí, porque los otros tienen también derecho a su parte. Así crecimos, aceptando esto. Crecimos porque aceptamos la realidad. Y la realidad nos dice: tú no lo eres todo, no puedes tenerlo todo. No estás sólo en el mundo, estás en relación necesaria con los otros y dependes también de los otros; debes pensar también en los otros; debes compartir; no puedes tenerlo todo, apoderarte de todo; por tanto has de dejarlo también para los demás, limitarte, privarte, renunciar.

Hay gente que, en este sentido, nunca crecieron y se quedaron en el estadio oral de su infancia. Hay gente que piensa que pueden ser felices consumiendo lo más posible, satisfaciendo necesidades ficticias y artificiales, acumulando juguetes y cosas y poseyendo personas: mi dinero, mi casa, mi chalet, mi empresa, mi auto, mis aparatos… Mi mujer, mi chica; es mía, está para mí, para seguirme, para estar a mi disposición, a mi servicio, para complacerme. Mi hijo; yo lo mimo, lo malcrío, lo sofoco con mi afecto y mis atenciones; le transfiero todos mis deseos, mis sueños incumplidos; quiero que sea lo que yo no pude ser; le dicto el camino a seguir; lo hago dependiente de mí, no quiero que viva su vida a su manera, sino a la mía, no quiero que él se realice según sus gustos, sino según los míos, no quiero renunciar a él, admitir que sea diferente… quiero infantilizarlo lo más tiempo posible…

Pero vivir realmente en humano, es crecer, madurar, aceptar la realidad y por tanto aprender a vivir con los otros. Es aprender a controlar y delimitar nuestras necesidades, para que los demás puedan satisfacer las suyas. Por ello crecer es penoso, difícil, doloroso, sufriente. Para vivir tu vida en la realidad, debes renunciar a vivirla solamente en función de ti: sólo con esa condición conseguirás construir una vida, no bajo la bandera de un egoísmo mezquino, envilecedor y que empobrece, sino una vida enriquecida con la cualidad de apertura, don de uno mismo y cuidado por los demás, la única que podrá hacerte crecer en humanidad y realizar maravillosamente tu existencia. O como decía Jesús: quien pierde, gana.

La realidad nos enseña nuestra finitud, nuestros límites; nos enseña la distancia, la separación, la renuncia; nos enseña el sufrimiento, la humildad de ser sólo una pieza en el gran mosaico de la creación, sólo una nota en la gran sinfonía del cosmos. La realidad nos enseña nuestra fragilidad; nos confronta con el carácter efímero e innecesario de nuestra existencia, nos enseña que es locura y pura estupidez nuestra creernos con derecho a tener más, consumir más, sentirnos más saciados y más felices que los demás. La realidad nos enseña la obligación del límite, la medida y la sobriedad; la necesidad del interés, el cuidado, el respeto, el compartir con el mundo que nos rodea, si es que queremos vivir una vida verdaderamente humana.

Debemos ser nosotros mismos y renunciar a ser otra cosa: eso es lo que Jesús quiere decirnos. Es que, si somos nosotros mismos, seremos tal como Dios nos ha creado, tal como Dios quiere que seamos: en conformidad con su voluntad. Porque, nos advierte Jesús, ¿de qué le sirve al hombre querer serlo todo, tenerlo todo y experimentarlo todo, sin renunciar a nada, si no consigue vivir el destino que le es propio, es decir el rol que corresponde a la verdad de su ser? ¿Si no consigue dominar sus fallas y límites, llevar en paz la cruz de su finitud y su vulnerabilidad? ¿Si vive en contradicción con la realidad de su condición humana? ¿Si toda su preocupación por ganar el mundo entero, no es más que expresión o reacción de su angustia que rehúsa aceptarse como la criatura frágil y transitoria que es, y cuyo valor y salvación provienen sólo de su capacidad de abandonarse confiado entre las manos de Dios?

Para decirlo con las palabras de Jesús: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?". Finalmente, este evangelio nos dice: "Tu cruz, es aceptar tu existencia en la fe que recibes de las manos de Dios. Vívela en plenitud, reconocimiento y alegría. Ella se encargará de conducirte por los caminos de la renuncia, el despojo y el sacrificio, que estarán a la medida del don de ti mismo y del amor con los cuales buscarás vivirla a la sombra de tu fe en Dios.

Bruno Mori  (2017)


(Traducción  de Ernesto Baquer) 

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