Jesús y la mujer cananea
( Mt. 15,21-28 - 20° dom. ord. A)
Los
evangelios son documentos religiosos escritos para la instrucción, la formación
y la profundización de la fe de las primeras generaciones cristianas. Este
texto de Mateo quiere por tanto transmitirnos una enseñanza. La creencia que
supone en los protagonistas de esta anécdota es la de todo buen judío de los
tiempos de Jesús convencido de formar parte de un pueblo escogido por Dios, un
pueblo “faro de las naciones”, a través del que Dios aportaría un día luz y
salud a todos los pueblos de la tierra.
La
convicción de ser el objetivo de un plan y una elección divina se había formado
durante el tiempo del exilio de los judíos en Babilonia y se fue desarrollando
después de su retorno a Judea (550-538 ante J.- C.). Creencia que fue el centro
del anuncio de los profetas del Exilio (Jeremías, Ezequiel).
También
Jesús, en la línea de la predicación de los grandes profetas compartió esa fe.
Como los antiguos profetas, el Nazareno pensaba que Dios es un Dios universal y
liberador, que reina sobre todo y que cuida de todos y que quiere reunir a todo
el mundo en su rebaño. Es un Dios de una bondad y amor que engloba a todos los
humanos, sin diferencias, hace llover y resplandecer su sol sobre malos y
buenos. Jesús pensaba que, sólo formando parte del nuevo pueblo de los
creyentes, entrando en el Reino de Dios que él había instaurado y compartiendo
sus principios, valores y espíritu, sólo entonces los hombres podrían alcanzar
su realización humana y su salvación.
Y
así, vemos a Jesús ocuparse y preocuparse en primer lugar de la salvación de
sus compatriotas judíos. Sólo se conocen dos casos donde acudió en ayuda de
paganos, y siempre con cierta reticencia. También a sus discípulos les
recomendó no ir a predicar fuera de las fronteras de Israel (Mt 10,5-23),
porque les decía que él había sido enviado ante todo a las ovejas perdidas de
la casa de Israel.
Este
texto es un documento de la lucha del cristianismo primitivo para superar el
particularismo de la salvación (reservada primero a los judíos) con un
universalismo que no cuestionaba el rango de Israel, pero que lo relativizaba,
apelando a la misericordia y la gracia divina, tal como se habían manifestado
en la vida de Jesús. Igual que Marcos 7,13-23 hacía saltar la barrera entre lo
puro y lo impuro, este pasaje de Mateo la hace saltar entre el judío y el
pagano.
Para
ilustrar y hacer comprender a los cristianos de su tiempo que el fenómeno Jesús
minó las bases de ese antiguo régimen de elección y marcó el fin de toda
creencia en un absurdo favoritismo o parcialidad de Dios, los evangelistas
construyeron esta historia de la mujer cananea. En este cuento, se imaginan un
Jesús fatigado, agotado después de un largo periodo de actividad misionera
dedicado a los encuentros, la predicación, el cuidado y la curación de los
enfermos.
Jesús,
para alejar a las muchedumbres que lo siguen y acaparan continuamente, decide
tomarse unas vacaciones en el extranjero, fuera de su país, en compañía de sus
discípulos, en un lugar donde es menos conocido, por estar habitado por gentes
de otra cultura y religión que no vendrán a asediarlo. Y así podrá aprovechar
un tiempo de respiro, descanso, tranquilidad, silencio, de agradable
convivencia con personas que ama, lejos del bullicio de las ciudades y de la
gente…
El
evangelio de Marcos nos recuerda por dos veces como Jesús deja una población
para alejarse de la muchedumbre ((Mc 3,9;6,32). Estamos habituados a pesar que
Jesús podía hacer todo lo que quería, pero esos relatos nos recuerdan que somos
humanos con límites, que tenemos el derecho de respetar.
Amo
ese Jesús que sabe reconocer sus límites. Que sepa decir No. Que ponga límites
a su acción y sus intervenciones. Que no pretenda llegar a todo el mundo. Que
se dé cuenta que no puede aliviar todos los sufrimientos de la humanidad. Que
ponga freno y stop a su deseo de hacer el bien. Y eso no por fanatismo,
nacionalismo, o pereza; sino porque, en la mayor parte del pensamiento de
patriarcas y profetas, aparece que debía haber un lugar en la tierra donde
fuera posible vivir una vida realmente humana. Aunque, en el cómo alcanzar ese
fin, hubiera mucha diversidad.
Me
gusta ese Jesús que necesita momentos para vivir para sí, escuchando su
corazón, sus alicientes, sus aspiraciones y sus impulsos profundos y para encontrar
su total humanidad, con sus sentimientos y sensaciones.
Me
seduce ese Jesús capaz de hacer el vacío
a todo lo que posee en él, dejar de lado sus creencias, convicciones,
proyectos, estrategias, pertenencias y condicionamientos religiosos e
ideológicos y sus deberes, para seguir los impulsos de su corazón, para ser
sensible a los llamamientos de la ternura, hacerse vulnerable al grito de socorro
y las lágrimas de una madre, para retener lo esencial de lo que es la verdad
profunda de su ser: un amor recibido y dado como gracia y misericordia,
concedidas a todos sin límites ni condiciones.
Más.
En esta tierra extraña de Tiro y Sidón, la miseria y el sufrimiento humanos que
son internacionales, que no conocen ni autorizan ninguna frontera, atrapan a
Jesús y sacuden sin consideración, su descanso, apelando no a la cualidad de su
religiosidad sino a la cualidad de su humanidad.
Así,
este relato quiere hacernos comprender que debemos dejar caer todas nuestras
posturas personales y convicciones religiosas, si nos impiden aliviar el
sufrimiento de alguien. Porque actuar humanamente es más importante que actuar
religiosamente; porque el amor y la misericordia de los humanos son las únicas
fuerzas” divinas” capaces de salvar el mundo.
El
tema central que trata este evangelio concierne, por tanto, a la naturaleza de
nuestra misión cristiana. Como discípulos de Jesús, somos enviados a curar
enfermos y echar demonios. Si es que, para hacerlo, conseguimos desembarazarnos
de nuestros prejuicios religiosos o culturales, para aceptar al otro en su
necesidad, para abrirnos al ser humano que, en su desgracia, sólo reclama
“curación”.
Pero
si queremos verificare en los demás su ortodoxia y la autenticidad de su
pertenencia religiosa, si nos obstinamos en primero exigir de ellos la práctica
de la moral católica, sólo cerraremos el camino hacia su plena realización
humana. ¿Quién somos nosotros para dictar a una persona los caminos de su
liberación interior y de su auténtica felicidad? Ningún discurso teológico o
moral puede ayudar a una mujer que sufre al ver a su hija sumergida en una
situación de infierno.
Este
evangelio nos advierte que siempre se ha de garantizar la victoria de la
misericordia con la miseria humana, a pesar de las barreras religiosas e
ideológicas con que puedan entrar en conflicto.
Bruno Mori 16
agosto 2017
(Traducción de
Ernesto Baquer)
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