mercredi 6 septembre 2017

EL AMOR Y LA MISERICORDIA ANTE LA RELIGION - Mt. 15,21-28


Jesús y la mujer cananea  
( Mt. 15,21-28  -  20° dom. ord. A)

Los evangelios son documentos religiosos escritos para la instrucción, la formación y la profundización de la fe de las primeras generaciones cristianas. Este texto de Mateo quiere por tanto transmitirnos una enseñanza. La creencia que supone en los protagonistas de esta anécdota es la de todo buen judío de los tiempos de Jesús convencido de formar parte de un pueblo escogido por Dios, un pueblo “faro de las naciones”, a través del que Dios aportaría un día luz y salud a todos los pueblos de la tierra.

La convicción de ser el objetivo de un plan y una elección divina se había formado durante el tiempo del exilio de los judíos en Babilonia y se fue desarrollando después de su retorno a Judea (550-538 ante J.- C.). Creencia que fue el centro del anuncio de los profetas del Exilio (Jeremías, Ezequiel).

También Jesús, en la línea de la predicación de los grandes profetas compartió esa fe. Como los antiguos profetas, el Nazareno pensaba que Dios es un Dios universal y liberador, que reina sobre todo y que cuida de todos y que quiere reunir a todo el mundo en su rebaño. Es un Dios de una bondad y amor que engloba a todos los humanos, sin diferencias, hace llover y resplandecer su sol sobre malos y buenos. Jesús pensaba que, sólo formando parte del nuevo pueblo de los creyentes, entrando en el Reino de Dios que él había instaurado y compartiendo sus principios, valores y espíritu, sólo entonces los hombres podrían alcanzar su realización humana y su salvación.

Y así, vemos a Jesús ocuparse y preocuparse en primer lugar de la salvación de sus compatriotas judíos. Sólo se conocen dos casos donde acudió en ayuda de paganos, y siempre con cierta reticencia. También a sus discípulos les recomendó no ir a predicar fuera de las fronteras de Israel (Mt 10,5-23), porque les decía que él había sido enviado ante todo a las ovejas perdidas de la casa de Israel.

Este texto es un documento de la lucha del cristianismo primitivo para superar el particularismo de la salvación (reservada primero a los judíos) con un universalismo que no cuestionaba el rango de Israel, pero que lo relativizaba, apelando a la misericordia y la gracia divina, tal como se habían manifestado en la vida de Jesús. Igual que Marcos 7,13-23 hacía saltar la barrera entre lo puro y lo impuro, este pasaje de Mateo la hace saltar entre el judío y el pagano.

Para ilustrar y hacer comprender a los cristianos de su tiempo que el fenómeno Jesús minó las bases de ese antiguo régimen de elección y marcó el fin de toda creencia en un absurdo favoritismo o parcialidad de Dios, los evangelistas construyeron esta historia de la mujer cananea. En este cuento, se imaginan un Jesús fatigado, agotado después de un largo periodo de actividad misionera dedicado a los encuentros, la predicación, el cuidado y la curación de los enfermos.

Jesús, para alejar a las muchedumbres que lo siguen y acaparan continuamente, decide tomarse unas vacaciones en el extranjero, fuera de su país, en compañía de sus discípulos, en un lugar donde es menos conocido, por estar habitado por gentes de otra cultura y religión que no vendrán a asediarlo. Y así podrá aprovechar un tiempo de respiro, descanso, tranquilidad, silencio, de agradable convivencia con personas que ama, lejos del bullicio de las ciudades y de la gente…

El evangelio de Marcos nos recuerda por dos veces como Jesús deja una población para alejarse de la muchedumbre ((Mc 3,9;6,32). Estamos habituados a pesar que Jesús podía hacer todo lo que quería, pero esos relatos nos recuerdan que somos humanos con límites, que tenemos el derecho de respetar.

Amo ese Jesús que sabe reconocer sus límites. Que sepa decir No. Que ponga límites a su acción y sus intervenciones. Que no pretenda llegar a todo el mundo. Que se dé cuenta que no puede aliviar todos los sufrimientos de la humanidad. Que ponga freno y stop a su deseo de hacer el bien. Y eso no por fanatismo, nacionalismo, o pereza; sino porque, en la mayor parte del pensamiento de patriarcas y profetas, aparece que debía haber un lugar en la tierra donde fuera posible vivir una vida realmente humana. Aunque, en el cómo alcanzar ese fin, hubiera mucha diversidad.

Me gusta ese Jesús que necesita momentos para vivir para sí, escuchando su corazón, sus alicientes, sus aspiraciones y sus impulsos profundos y para encontrar su total humanidad, con sus sentimientos y sensaciones.

Me seduce  ese Jesús capaz de hacer el vacío a todo lo que posee en él, dejar de lado sus creencias, convicciones, proyectos, estrategias, pertenencias y condicionamientos religiosos e ideológicos y sus deberes, para seguir los impulsos de su corazón, para ser sensible a los llamamientos de la ternura, hacerse vulnerable al grito de socorro y las lágrimas de una madre, para retener lo esencial de lo que es la verdad profunda de su ser: un amor recibido y dado como gracia y misericordia, concedidas a todos sin límites ni condiciones.

Más. En esta tierra extraña de Tiro y Sidón, la miseria y el sufrimiento humanos que son internacionales, que no conocen ni autorizan ninguna frontera, atrapan a Jesús y sacuden sin consideración, su descanso, apelando no a la cualidad de su religiosidad sino a la cualidad de su humanidad.

Así, este relato quiere hacernos comprender que debemos dejar caer todas nuestras posturas personales y convicciones religiosas, si nos impiden aliviar el sufrimiento de alguien. Porque actuar humanamente es más importante que actuar religiosamente; porque el amor y la misericordia de los humanos son las únicas fuerzas” divinas” capaces de salvar el mundo.

El tema central que trata este evangelio concierne, por tanto, a la naturaleza de nuestra misión cristiana. Como discípulos de Jesús, somos enviados a curar enfermos y echar demonios. Si es que, para hacerlo, conseguimos desembarazarnos de nuestros prejuicios religiosos o culturales, para aceptar al otro en su necesidad, para abrirnos al ser humano que, en su desgracia, sólo reclama “curación”.  

Pero si queremos verificare en los demás su ortodoxia y la autenticidad de su pertenencia religiosa, si nos obstinamos en primero exigir de ellos la práctica de la moral católica, sólo cerraremos el camino hacia su plena realización humana. ¿Quién somos nosotros para dictar a una persona los caminos de su liberación interior y de su auténtica felicidad? Ningún discurso teológico o moral puede ayudar a una mujer que sufre al ver a su hija sumergida en una situación de infierno.

Este evangelio nos advierte que siempre se ha de garantizar la victoria de la misericordia con la miseria humana, a pesar de las barreras religiosas e ideológicas con que puedan entrar en conflicto.

Bruno Mori                                                                                       16 agosto 2017   


(Traducción de Ernesto Baquer)





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