mardi 14 septembre 2021

La irresponsabilidad que nos perderá

 

(22° domingo ordinario B - Mc 7,1-23)

 

Recuerdo la religión de mi niñez: una religión de prácticas rituales, observancias y obligaciones, para la cual el hacer era más importante que el ser. Teníamos que hacer cierto número de cosas para estar en regla con la Iglesia, con Dios y con nuestra conciencia. Era una religión fundamentalmente formalista y ritualista, semejante a la de los fariseos  que Jesús critica y condena.

Es un hecho que en el pasado (¡y todavía hoy!) no se oía mucho a los curas hablar de justicia social, de igualdad de género, de derechos de la persona o de las minorías homosexuales y demás; del respeto y cuidado de la tierra y de la naturaleza. En nuestras iglesias, todavía son muy raros los eclesiásticos que tengan el coraje  de levantar la voz para protestar contra la explotación del Tercer Mundo, para condenar la lógica capitalista nefasta de  la economía del crecimiento y del  consumo continuo y ilimitado, causas principales de la depredación insensata de los recursos naturales del planeta, de la destrucción sistemática de los ecosistemas indispensables para la conservación de la diversidad de las especies y de la vida, cuyas consecuencias mortíferas y catastróficas apenas estamos comenzando a  percibir .

Actitudes irresponsables, ayer como hoy, que no parecen inquietar ni a nuestros ministros u otras autoridades políticas, ni a nuestros responsables religiosos, ni a la conciencia de gran número de seres humanos, cristianos o no.

Hoy admiramos la franqueza y el coraje de Jesús que no tiene miedo de enfrentarse a las autoridades cívico-religiosas de su tiempo; a su hipocresía, a su formalismo, a su vanidad y a su ambición, a sus falsas convicciones de ser modelos de justicia y de religiosidad.

Ya no existen los sumos sacerdotes y los fariseos de antaño; sin embargo las palabras de Jesús continúan dirigiéndose a todos los que hoy los reemplazan. Están dirigidas a mí, a nosotros, a nuestros gobernantes, a nuestros políticos, a todos los que tienen poder y tienen en sus manos los destinos de nuestras sociedades y nuestro mundo. Para todos nosotros es lo de “¡hipócritas!”. Y eso nos abofetea, nos hace mal. Nos humilla. Y está bien que sea así, porque esas palabras tienen que hacernos reflexiona y enfrentarnos a nuestra mala voluntad, a nuestra feroz adhesión al confort y al bienestar material a los que no queremos renunciar. Estas palabras de Jesús nos enfrentan también a nuestra dejadez, nuestra falta de voluntad de salir del molde de la homogeneidad, de la conformidad y de lo  “cosí fan tutti”. Estas palabras de Jesús, finalmente, nos enfrentan a nuestra miopía y nuestra estupidez.

Si en nuestra cultura cristiana del Occidente capitalista e individualista, todos hemos  más o menos  adoptado estilos de vida y actitudes egocéntricas, egoístas y predadoras que anteponen el interés y el bienestar personal al bien común y al bien del Planeta, es en gran parte porque a lo largo de los siglos, las autoridades religiosas, como los fariseos del tiempo de Jesús,  en su predicación y en la formación de la conciencia de los fieles, han insistido más en la adhesión a los dogmas, las doctrinas, las normas, las prácticas, en la sumisión y la obediencia a la autoridad del Papa,  en las prácticas exteriores de la religión… que en la rectitud de  pensamientos, en la pureza de los sentimientos  y de las intenciones, en la bondad del  corazón, en la importancia del compromiso al servicio de los más débiles, los más abandonados, a fin de impulsarlos  a comprometerse en favor de la justicia, la igualdad, una buena política social y ecológica que crea la solidaridad, el respeto y el cuidado de las personas y  del mundo natural.

Desgraciadamente tenemos que admitir que, a lo largo de la historia, los hombres de Iglesia han avivado la hipocresía en sus fieles, haciéndoles creer que Dios ama a los que toman en serio los intereses de la religión más que los de la justicia, los pobres y los oprimidos.

La pregunta que nos plantea hoy el Evangelio es la siguiente: “¿Eres de verdad, de los discípulos de Jesús, la persona recta, de corazón puro y bueno, que concuerda sus actos, palabras, convicciones, principios que las exigencias de la verdad, la transparencia, la coherencia y sobre todo el amor hacia tu semejante y hacia toda la creación a tu alrededor?”

 

Bruno Mori  - Agosto 2121

Traducción de  Ernesto Baquer

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