(22°
domingo ordinario B - Mc 7,1-23)
Recuerdo
la religión de mi niñez: una religión de prácticas rituales, observancias y
obligaciones, para la cual el hacer era más importante que el ser.
Teníamos que hacer cierto número de cosas para estar en regla con la Iglesia,
con Dios y con nuestra conciencia. Era una religión fundamentalmente formalista
y ritualista, semejante a la de los fariseos
que Jesús critica y condena.
Es un
hecho que en el pasado (¡y todavía hoy!) no se oía mucho a los curas hablar de
justicia social, de igualdad de género, de derechos de la persona o de las
minorías homosexuales y demás; del respeto y cuidado de la tierra y de la
naturaleza. En nuestras iglesias, todavía son muy raros los eclesiásticos que
tengan el coraje de levantar la voz para
protestar contra la explotación del Tercer Mundo, para condenar la lógica
capitalista nefasta de la economía del
crecimiento y del consumo continuo y ilimitado,
causas principales de la depredación insensata de los recursos naturales del
planeta, de la destrucción sistemática de los ecosistemas indispensables para
la conservación de la diversidad de las especies y de la vida, cuyas
consecuencias mortíferas y catastróficas apenas estamos comenzando a percibir .
Actitudes
irresponsables, ayer como hoy, que no parecen inquietar ni a nuestros ministros
u otras autoridades políticas, ni a nuestros responsables religiosos, ni a la
conciencia de gran número de seres humanos, cristianos o no.
Hoy
admiramos la franqueza y el coraje de Jesús que no tiene miedo de enfrentarse a
las autoridades cívico-religiosas de su tiempo; a su hipocresía, a su
formalismo, a su vanidad y a su ambición, a sus falsas convicciones de ser
modelos de justicia y de religiosidad.
Ya no existen los sumos sacerdotes y los fariseos de
antaño; sin embargo las palabras de Jesús continúan dirigiéndose a todos los
que hoy los reemplazan. Están dirigidas a mí, a nosotros, a nuestros
gobernantes, a nuestros políticos, a todos los que tienen poder y tienen en sus
manos los destinos de nuestras sociedades y nuestro mundo. Para todos nosotros
es lo de “¡hipócritas!”. Y eso nos abofetea, nos hace mal. Nos humilla. Y está
bien que sea así, porque esas palabras tienen que hacernos reflexiona y enfrentarnos
a nuestra mala voluntad, a nuestra feroz adhesión al confort y al bienestar
material a los que no queremos renunciar. Estas palabras de Jesús nos enfrentan
también a nuestra dejadez, nuestra falta de voluntad de salir del molde de la
homogeneidad, de la conformidad y de lo “cosí
fan tutti”. Estas palabras de Jesús, finalmente, nos enfrentan a nuestra
miopía y nuestra estupidez.
Si en nuestra cultura cristiana del Occidente
capitalista e individualista, todos hemos más o menos adoptado estilos de vida y actitudes
egocéntricas, egoístas y predadoras que anteponen el interés y el bienestar
personal al bien común y al bien del Planeta, es en gran parte porque a lo
largo de los siglos, las autoridades religiosas, como los fariseos del tiempo
de Jesús, en su predicación y en la
formación de la conciencia de los fieles, han insistido más en la adhesión a
los dogmas, las doctrinas, las normas, las prácticas, en la sumisión y la obediencia
a la autoridad del Papa, en las
prácticas exteriores de la religión… que en la rectitud de pensamientos, en la pureza de los sentimientos
y de las intenciones, en la bondad del corazón, en la importancia del compromiso al
servicio de los más débiles, los más abandonados, a fin de impulsarlos a comprometerse en favor de la justicia, la
igualdad, una buena política social y ecológica que crea la solidaridad, el
respeto y el cuidado de las personas y del mundo natural.
Desgraciadamente tenemos que admitir que, a lo largo
de la historia, los hombres de Iglesia han avivado la hipocresía en sus fieles,
haciéndoles creer que Dios ama a los que toman en serio los intereses de la
religión más que los de la justicia, los pobres y los oprimidos.
La pregunta que nos plantea hoy el Evangelio es la
siguiente: “¿Eres de verdad, de los discípulos de Jesús, la persona recta, de
corazón puro y bueno, que concuerda sus actos, palabras, convicciones,
principios que las exigencias de la verdad, la transparencia, la coherencia y
sobre todo el amor hacia tu semejante y hacia toda la creación a tu alrededor?”
Bruno Mori - Agosto 2121
Traducción de Ernesto Baquer
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