vendredi 12 novembre 2021

 

EL HOMBRE QUE LE TENÍA MIEDO A La oscuridad.

 

 (30 dom. ord. B – Mc 10, 45-52)

En casi todas las grandes religiones del mundo, el despertar del ser humano a la plena conciencia de sí, a percibir su profundidad y sentido, a la finalidad que dar a su existencia con el fin de llegar a una satisfactoria realización de sí mismo y a una serena aceptación de su presencia en este mundo, siempre se califica como iluminación. Un término que quiere indicar el pasaje del espíritu de la persona desde un estado de oscuridad, ignorancia, confusión caótica en la propia percepción de sí mismo y de la Realidad que lo rodea. a un estado de fulgor luminoso que lo ilumina todo.

En la Biblia, el relato mítico  de la creación del mundo narra que el  primero gesto creador de Dios  es  sacar al mundo de las tinieblas y del caos original para hacer un cosmos maravilloso y ordenado.

Igualmente, cuando en el NT, el evangelista Juan, al comienzo de su evangelio, quiere describir el origen del movimiento cristiano y explicar la naturaleza y el sentido de la presencia de Jesús en nuestro mundo y en la vida de sus discípulos, lo presentará como la venida y el ofrecimiento de una luz que viene a expulsar las tinieblas del mal que se habían instalado y colonizado desde siempre, el corazón del hombre. Al mismo tiempo Juan presentará la llegada de esta luz como un drama, ya que muchos no la acogieron y prefirieron sus tinieblas a su luz.

Sin embargo los humanos son fundamentalmente seres que, como habitantes de la noche, se sienten irresistiblemente atraídos por la luz del sentido y del conocimiento. Alcanzar la iluminación, ha sido siempre el sueño y el fin de toda búsqueda humana de realización y felicidad, así como la promesa de las religiones a sus fieles.

Y el cristianismo no es una excepción. Los autores cristianos de la segunda mitad del primer siglo que redactaron los evangelios, presentan a Jesús como un ser de luz venido a este mundo para iluminarlo con sus valores y su sabiduría. Así, Jesús se muestra con frecuencia a los suyos como un hombre luminoso y transfigurado por el resplandor que emana de su alma y de la calidad fascinante de su persona y de su espíritu, apasionado por Dios y por la felicidad de sus hermanos.

En los Evangelios también se define a los discípulos de Jesús como hijos de la luz, y se considera el bautismo, que hace oficial su adhesión al movimiento de Jesús, como un rito de iluminación que los hace pasar definitivamente del pecado a la gracia, del egoísmo al amor desinteresado, de las tinieblas a la luz, en un mundo donde deben resplandecer como lámparas siempre encendidas.

Si este pasaje de las tinieblas a la luz es importante para todos los humanos, se hace esencial para cada cristiano que se compromete, siguiendo la petición y el ejemplo de su Maestro, a ser, a su vez en el mundo, una fuente de luz para todos.

De suerte que, en el relato del evangelio de hoy, se comprende el frenesí, el entusiasmo y, al mismo tiempo, el sentimiento de urgencia y el grito de ayuda con que el ciego, inmóvil al borde del camino, busca y pide ser liberado de la ceguera y la oscuridad que siempre hicieron miserable y angustiosa su existencia. Este ciego aquí es la imagen y el prototipo de todos los cristianos y todos los que la ceguera interior les impide marchar sobre el camino de su realización humana, religiosa y espiritual, condenándolos a una vida banal e insignificante.

Los gestos exasperados, exagerados, casi violentos del comportamiento del ciego Bartimeo (no se levanta, sino que salta en el aire; no toma su manto, lo lanza lejos; no habla, grita; no camina hacia Jesús, corre) manifiestan su exaltación ante la presencia de la fuente (Jesús) de su posible iluminación, pero también su ansiedad, su miedo a arruinar su posibilidad de ver y la intensidad de su deseo de salir, de una buena vez, de ese infierno de tinieblas y sin sentido en que había precipitado y extraviado su existencia.

El ciego, frenado e inmovilizado en la ruta de su existencia por la imposibilidad de ver su verdadero camino, reconoce en Jesús el hombre-milagro capaz de iluminarlo y de abrirle los ojos. Por su parte, Jesús detiene expresamente su viaje para acoger y atender a ese hombre sediento de luz. Jesús lo hará para permitirle comprender y realizar como puede ser diferente, más bella, más exitosa, más fecunda, más luminosa y más feliz su vida si, en adelante, con los ojos repletos de lágrimas y de luz, está dispuesto a seguirlo en su “Camino”. Bartimeo lo hará. Y seguro que nunca se arrepintió.

¿Y qué hay de nosotros, los ciegos y enceguecidos del siglo XXI? ¿Seremos capaces, como Bartimeo, de gritarle a Jesús nuestra desgracia, causada por todas nuestras cegueras y capaces de correr hacia él para que ilumine nuestra triste y sombría existencia con la luz de su espíritu y para que la caliente con el calor de su amor?

 

 Bruno Mori,                                                                          octubre 2021   

Traduciòn de Ernesto Baquer 

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