EL
PODER DE LA AUTORIDAD
(29 dom. ord.
B -
Mc 10,35-45)
Jesús desde siempre condenó categóricamente el poder, pero nunca
la autoridad que el mismo poseía en grado extraordinario, al punto que los que
veían la seguridad con que hablaba y enseñaba se preguntaban, maravillados, de
dónde le venía semejante autoridad.
Mientras el poder se
manifiesta como la capacidad de imponer desde el exterior su voluntad a otros
individuos recurriendo a la coacción moral, psicológica o física, la autoridad
se manifiesta como la capacidad de imponerse a los otros desde el interior, no
utilizando la presión, sino la persuasión y la convicción.
Y así, utiliza su poder el
padre, para que su hijo le obedezca, con la amenaza, la violencia verbal, el
castigo corporal; el macho estúpido que recurre
a la violación y a los golpes para mostrar su superioridad sobre la mujer; el
joven lujurioso que, para acostarse rápido con su amiguita, amenaza con
abandonarla; el abusador, en la escuela, que aterroriza y reclama un pago a sus
compañeros más débiles para conseguir dinero o algún objeto; las autoridades
religiosas cuando buscan imponer la aceptación de sus dogmas y doctrinas con la
inquisición, torturas, verdugos, excomuniones, la amenaza de la condenación
eterna en las llamas del infierno; o las naciones que buscan dominar a otros
países mediante el despliegue de su poder y la sofisticación de su arsenal
militar.
Ese tipo de poder es por supuesto
la forma más fácil de dominar y resolver los problemas. Pero es también la
forma más primitiva y estúpida, y la menos humana y civilizada que existe de
gobernar. Cualquier tonto, con una metralleta en las manos, es capaz de
sentirse poderoso y de creer que tiene el poder. Por ello, los hombres que
tienen sólo ese poder y que buscan imponerse por la fuerza bruta del poder,
acaban inevitablemente para convertirse en innobles y funestas figuras de
criminales que deshonran la historia de la humanidad.
Ya en 1887, el católico Lord
Acton, en una carta a su Arzobispo, le informaba que el poder tiende siempre a
corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son
casi siempre hombres personas malvadas [i]. Cuatro siglos antes de Cristo, el
gran dramaturgo Sófocles afirmaba que sólo podemos conocer la verdadera
naturaleza y el verdadero carácter de un individuo observando cómo gestiona el
poder.
Con razón, en el evangelio
de hoy, Jesús pone en guardia a sus discípulos sobre la tentación y las trampas
del poder. Sin embargo, si bien prohíbe a sus discípulos la utilización de este
tipo de poder, les desea vivamente adquirir la autoridad. Jesús había
comprendido que el poder, con sus componentes de violencia y brutalidad, es
siempre el resultado de la ignorancia, el fanatismo y la idiotez del hombre.
Había comprendido también que los individuos y las instituciones que recurren al
poder totalmente exterior de la coacción o la fuerza físicas, habitualmente son
aquellos y aquellas que hacen retroceder la humanización de nuestro mundo.
Jesús busca, entonces,
hacernos comprender que el único verdadero poder que pone a la gente a nuestros
pies, no por obligación o miedo, sino impulsados por la admiración, la alegría,
la confianza y el amor, es el poder interior nacido de la autoridad, es decir, de
la calidad de la persona. Así el enfermo estará feliz de someterse y confiar su
vida a un buen médico o un buen cirujano. Estos especialistas de la salud no
necesitan recurrir a la fuerza o la imposición para tener poder sobre sus
pacientes. La autoridad que tienen por sus cualidades humanas, sus
conocimientos y sus competencias profesionales es ampliamente suficientes para
que los pacientes los sigan con alegría, disposición y gratitud sus directivas
y órdenes.
En el evangelio de hoy,
Jesús tiene razón al ponernos en guardia contra los peligros del poder. Ha
comprendido que el poder que viene de la imposición forzosa, es el producto
nefasto de una insatisfacción, un vacío y un mal interior de la persona que
busca, por este fácil medio, valorarse. Mientras que el poder que viene de la
autoridad está constituido siempre por una corriente benéfica y saludable en la
que las personas se sumergen con alegría y voluntariamente se dejan guiar.
Por eso, no es de extrañar
que Jesús se preocupe de indicar a sus discípulos con que actitudes encontrarán
eficacia y verdadera grandeza. “El que
quiera ser grande, que se haga servidor. El que quiera ser primero que sea el
esclavo de todos”.
Vean amigos, los parámetros de conducta con los que, en
cuanto cristianos, deberíamos construir todas nuestras relaciones humanas.
Pidámosle hoy al Señor que nos ayude a ello.
Bruno Mori
- Octubre 2021
[I] "Power tends to corrupt and absolute power
corrupts absolutely. great men are almost always bad men, even when they
exercise influence and not authority:…. there is no worse heresy than that the
office sanctifies the holder of it…",
(Lord Acton, John Emerich Edward Dalberg, letter to archbishop Mandell Creighton,
april. 5, 1887)
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