vendredi 12 novembre 2021

 

EL PODER DE LA AUTORIDAD

 (29 dom. ord. B  -  Mc 10,35-45)

 

 Jesús desde siempre condenó categóricamente el poder, pero nunca la autoridad que el mismo poseía en grado extraordinario, al punto que los que veían la seguridad con que hablaba y enseñaba se preguntaban, maravillados, de dónde le venía semejante autoridad.

 Mientras el poder se manifiesta como la capacidad de imponer desde el exterior su voluntad a otros individuos recurriendo a la coacción moral, psicológica o física, la autoridad se manifiesta como la capacidad de imponerse a los otros desde el interior, no utilizando la presión, sino la persuasión y la convicción.

 Y así, utiliza su poder el padre, para que su hijo le obedezca, con la amenaza, la violencia verbal, el castigo corporal; el macho estúpido  que recurre a la violación y a los golpes para mostrar su superioridad sobre la mujer; el joven lujurioso que, para acostarse rápido con su amiguita, amenaza con abandonarla; el abusador, en la escuela, que aterroriza y reclama un pago a sus compañeros más débiles para conseguir dinero o algún objeto; las autoridades religiosas cuando buscan imponer la aceptación de sus dogmas y doctrinas con la inquisición, torturas, verdugos, excomuniones, la amenaza de la condenación eterna en las llamas del infierno; o las naciones que buscan dominar a otros países mediante el despliegue de su poder y la sofisticación de su arsenal militar.

 Ese tipo de poder es por supuesto la forma más fácil de dominar y resolver los problemas. Pero es también la forma más primitiva y estúpida, y la menos humana y civilizada que existe de gobernar. Cualquier tonto, con una metralleta en las manos, es capaz de sentirse poderoso y de creer que tiene el poder. Por ello, los hombres que tienen sólo ese poder y que buscan imponerse por la fuerza bruta del poder, acaban inevitablemente para convertirse en innobles y funestas figuras de criminales que deshonran la historia de la humanidad.

 Ya en 1887, el católico Lord Acton, en una carta a su Arzobispo, le informaba que el poder tiende siempre a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres personas malvadas [i]. Cuatro siglos antes de Cristo, el gran dramaturgo Sófocles afirmaba que sólo podemos conocer la verdadera naturaleza y el verdadero carácter de un individuo observando cómo gestiona el poder.

 Con razón, en el evangelio de hoy, Jesús pone en guardia a sus discípulos sobre la tentación y las trampas del poder. Sin embargo, si bien prohíbe a sus discípulos la utilización de este tipo de poder, les desea vivamente adquirir la autoridad. Jesús había comprendido que el poder, con sus componentes de violencia y brutalidad, es siempre el resultado de la ignorancia, el fanatismo y la idiotez del hombre. Había comprendido también que los individuos y las instituciones que recurren al poder totalmente exterior de la coacción o la fuerza físicas, habitualmente son aquellos y aquellas que hacen retroceder la humanización de nuestro mundo.

 Jesús busca, entonces, hacernos comprender que el único verdadero poder que pone a la gente a nuestros pies, no por obligación o miedo, sino impulsados por la admiración, la alegría, la confianza y el amor, es el poder interior nacido de la autoridad, es decir, de la calidad de la persona. Así el enfermo estará feliz de someterse y confiar su vida a un buen médico o un buen cirujano. Estos especialistas de la salud no necesitan recurrir a la fuerza o la imposición para tener poder sobre sus pacientes. La autoridad que tienen por sus cualidades humanas, sus conocimientos y sus competencias profesionales es ampliamente suficientes para que los pacientes los sigan con alegría, disposición y gratitud sus directivas y órdenes.

 En el evangelio de hoy, Jesús tiene razón al ponernos en guardia contra los peligros del poder. Ha comprendido que el poder que viene de la imposición forzosa, es el producto nefasto de una insatisfacción, un vacío y un mal interior de la persona que busca, por este fácil medio, valorarse. Mientras que el poder que viene de la autoridad está constituido siempre por una corriente benéfica y saludable en la que las personas se sumergen con alegría y voluntariamente se dejan guiar.

 Por eso, no es de extrañar que Jesús se preocupe de indicar a sus discípulos con que actitudes encontrarán eficacia y verdadera grandeza. “El que quiera ser grande, que se haga servidor. El que quiera ser primero que sea el esclavo de todos”.

             Vean amigos, los parámetros de conducta con los que, en cuanto cristianos, deberíamos construir todas nuestras relaciones humanas. Pidámosle hoy al Señor que nos ayude a ello.

 

 

 Bruno Mori  -  Octubre 2021

 

 

 

[I] "Power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely. great men are almost always bad men, even when they exercise influence and not authority:…. there is no worse heresy than that the office sanctifies the holder of it…",

(Lord Acton, John Emerich Edward Dalberg,  letter to archbishop Mandell Creighton, april. 5, 1887)

 

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