La causa de Jesús
no ha muerto
La Resurrección
no es un episodio de la vida de Jesús que pueda catalogarse entre otros relatos
que forman la trama de su vida terrestre, y ser material para su biografía. La
resurrección no es un hecho histórico temporal, físico, tangible, que puede ser
visto, fotografiado y puesto en las crónicas de actualidad de un diario local.
En última instancia, podemos afirmar que el concepto cristiano de la
resurrección no concierne directamente a Jesús, sino principalmente a sus
discípulos. En el lenguaje cristiano, la palabra "resurrección"
indica algo que pasa exclusivamente en el espíritu de las personas. El término
caracteriza una experiencia religiosa, espiritual, íntima, interior, mística si
se quiere, que los primeros discípulos de Jesús vivieron en su alma. Los
testimonios de esta resurrección que narran los evangelios, describen
fundamentalmente sensaciones espirituales vividas por personas creyentes que,
después de la muerte de Jesús, lo perciben como vivo y presente. La intensidad
de su fe y su adhesión al hombre de Nazaret, produjo en ellos la convicción de
que este hombre extraordinario, que después de su muerte participa de la
plenitud de la vida de Dios. ahora más que nunca, es capaz de suscitar,
activar, intensificar y eternizar en la existencia de cada creyente las
energías benéficas y saludables que ponía en marcha a lo largo de su vida
terrestre.
La resurrección
es pues un fenómeno espiritual que sucede en el corazón y el espíritu de los y
las que conocieron y amaron a Jesús, y para quienes el Maestro continúa siendo
importante, influyente, actuante y por tanto presente y vivo, incluso después
de su muerte y, me atrevo a decir, sobre todo después de su muerte. Los
discípulos de Jesús sintieron que la muerte de su maestro no restaba
absolutamente nada a la importancia de su vida, su mensaje, su proyecto, su
sueño. Percibieron que los valores y las actitudes que el Maestro había
encarnado, vivido, transmitido, no desaparecieron con él, sino que continuaron
más verdaderas, eficaces, válidas, seductoras que nunca. Después de la muerte
de Jesús, sus discípulos se dieron cuenta que su Espíritu no estaba muerto, que
permanecía vivo y actuando en el corazón de los y las que lo habían conocido y
amado. Después de su muerte, los discípulos sintieron no sólo que Jesús estaba
vivo junto a Dios, en la vida y el amor en que había entrado como toda persona
que muere, sino que persistía viviente en la vida y el corazón de todos los y
las que habían creído en él.
Después de la
muerte de Jesús, no sólo sus compañeros continuaron viviendo de él, sino que lo
sintieron activo y presente en su existencia. Y sin duda, por ello no pudieron
dejar de proclamarlo vivo, y en su vocabulario "resucitado".
"¡El Maestro vive; la muerte no ha podido nada contra él; ¡El está siempre
vivo y nosotros lo sentimos, experimentamos y vemos en nuestra vida!"!
¡Ese es el anuncio pascual de los cristianos!
Eso explica por
qué las autoridades religiosas judías que lo habían eliminado, reaccionaron con
tanta agresividad, cólera y miedo al anuncio cristiano de su resurrección. Sin embargo,
los relatos de resurrección eran moneda corriente en la literatura popular
religiosa de la época. ¿Por qué entonces, tanto alboroto por chismes semejantes
de prosélitos decepcionados? ¿Porque un muerto tuviera la posibilidad de volver
a la vida por un milagro de la omnipotencia de Dios? ¡Mejor para él! Hoy
ninguno de nosotros se asusta o se enerva con la noticia de la resurrección de
Jesús. Nos deja bien indiferentes. ¿Por qué no dejaba indiferente a las
autoridades judías del tiempo de Jesús? Indudablemente porque le daban a la
palabra un contenido diferente al nuestro. Teniendo la misma cultura, la misma
religión, la misma mentalidad que los primeros discípulos de Jesús, habían
comprendido que la proclamación cristiana "Jesús está vivo" no se
refería tanto a una revivificación o reanimación fisiológica de un cadáver, ni
al retorno de un muerto a la vida corporal, sino a la continuación del espíritu
de Jesús en la vida de sus discípulos. Las autoridades religiosas judías que
habían hecho de todo para desembarazarse del Nazareno, comprendieron que el
problema Jesús estaba lejos de desaparecer y que la causa de Jesús continuaba
más y mejor. Su espíritu, su enseñanza, su proyecto, su utopía continuaba
inspirando y animando el movimiento espiritual que inició. A través de sus
discípulos Jesús proseguía su obra. Si él había sido suprimido, su causa no
había muerto. sus adversarios no habían conseguido desembarazarse de él y
hacerlo callar. Sus adversarios habían sido vencidos. Es lo que hizo rabiar a
las autoridades judías que no querían confesarse vencidas y que hicieron de
todo para sofocar el anuncio cristiano de la resurrección de Jesús.
Para los
discípulos de Jesús creer en su resurrección no significa creer en una absurda
e imposible reanimación de un cadáver o en una salida física de la tumba de uno
que regresa de la muerte. Creer en la resurrección significa creer que la causa
por la que Jesús luchó y murió es válida, también hoy; que su causa es también
la nuestra; una causa por la que vale la pena vivir, luchar y morir.
Creer en la
resurrección de Jesús significa creer que su palabra, su enseñanza, su
proyecto, su causa, expresan los valores fundamentales de nuestra existencia.
Significa creer que su acción, su palabra, su pensamiento, su fe, la cualidad
de su humanidad, pueden dejar trazos profundos e indelebles en nuestra
existencia, a tal punto que nuestra vida puede transformarse completamente. Lo
importante no es creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en
Jesús, sino tener la fe de Jesús. Es vivir según su Espíritu y ese estilo de
vida suyo… que fascinaron al mundo. Si nuestra fe reproduce la fe de Jesús (es
decir sus convicciones, su idea de Dios, su visión de la vida y de la historia
humana, su actitud hacia los pobres, los marginados, los caídos, sus opciones
frente a la riqueza y el poder) nuestra fe será tan crítica, conflictiva y
combativa como la de la predicación de los Apóstoles o de Jesús.
A través de
nosotros, sus discípulos, el profeta de Nazaret prosigue su obra. Ciertamente,
hay un hombre que la maldad humana nos quitó; pero permanece y permanecerá
siempre el hombre lleno del Espíritu de Dios, el modelo más realizado de
humanidad, una luz sobre nuestro caminar y un camino de salvación. Permanecerá
también aquel que nuestra fe, nuestra admiración y nuestro amor continuarán
haciéndolo presente, vivo y resucitado, en nuestra vida y en nuestro mundo.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto Baquer)
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