LA CRUZ ALGO INHERENTE A NUESTRA CONDICIÓN HUMANA
La cruz símbolo de nuestros
desgarrones
En un libro de Françoise Dolto titulado «Los evangelios desde el sicoanálisis», dice que, para ella, el eje
vertical de la cruz, representa nuestra tirantez entre arriba y abajo, es decir
entre nuestras aspiraciones y deseos que nos elevan y nuestras aspiraciones
terrestres, impulsos y necesidades; y el eje horizontal representa nuestra lucha entre nuestra razón y nuestro corazón.
Esta imagen es bien verdad. Cuánto sufrimiento en
nuestra vida cuando nos encontramos en situaciones en las que somos tironeados,
desgarrados, descuartizados por impulsos contrarios, por elecciones imposibles…
cuando el corazón nos dice algo y nuestra razón o nuestra conciencia nos dicen
lo contrario, cuando nuestros impulsos espirituales nos impulsan en un sentido
y nosotros nos inclinamos hacia otro… Son los sufrimientos inherentes a nuestra
condición humana, porque tenemos aspiraciones profundas, elevadas, somos seres
espirituales, tenemos una conciencia y capacidad de razonamiento, pero somos
también igualmente regidos por un montón de impulsos y necesidades más o menos
conscientes. Tan pronto pensamos poder tocar el cielo como nos arrastramos por
la tierra… porque todos somos a la vez hijos de Dios e hijos del hombre, todos
llevamos esta dualidad en nosotros, fuente de nuestras contradicciones y ambigüedades.
Nos sucede cuando aspiramos a ser buenos, a ser justos,
pero en la realidad nos damos cuenta que día tras día cometemos injusticias,
herimos a otros, incluso a los que más amamos… Cuando nos sentimos en búsqueda
de Verdad y nuestra vida está repleta de mentiras… Cuando Nos gustaría poner
nuestra vida al servicio del prójimo, pero las fuerzas nos faltan… Cuando
nuestro corazón nos lanza a los brazos de ese Amor tan fuerte, y nuestra razón
nos dice que es una locura… Cuando nuestra razón nos dice que deberíamos hacer
algo (por ej. abortar), pero nuestro corazón sufre tan sólo pensarlo… ¿Escuchar
el corazón o la razón? ¿Elegir bien, elegir mal, qué dirección tomar? Los
ejemplos son múltiples.
Ayer leía una novela de Eric Emmanuel Schmitt, donde cuenta la historia
de una mujer que vive un calvario cotidiano con un marido espantoso, vulgar,
zángano, que la engaña continúa y abiertamente con otras, quien acaba en los
brazos de un amante que la ama de verdad. Cuando está a punto de dejar a su
marido para huir con su amante, el marido sufre un accidente vascular cerebral,
pierde la autonomía y queda completamente dependiente de los cuidados de otro. Finalmente,
ella se queda con su marido para cuidarlo. Decisión bien difícil, porque debió
renunciar a la felicidad con su amor, a su deseo intensísimo de recomenzar
finalmente una nueva vida, una verdadera vida, para dedicarse enteramente a su
ingrato marido… Pero ¿no ha tomado al fin una buena decisión? Si hubiera
seguido a su corazón para partir con su amante, dejando a su marido sufriente,
al padre de sus hijos, ¿habría tenido alguna vez la conciencia tranquila, habría
podido gustar plenamente la nueva vida con su amante, verdaderamente habría
sido feliz?
¿También Jesús conoció este tipo de tirones o desgarros? Sí,
indudablemente. Sabemos que fue tentado en el desierto: se trataba justamente
de un tironeo entre sus impulsos espirituales, su "obediencia" a Dios
y a su plan, y las inclinaciones más terrenas, como la utilización de su poder
o del mismo Dios para fines personales, para su prestigio personal. Sabemos
también como sufrió durante su pasión: lloró lágrimas de sangre, tuvo momentos
de desesperación (Dios mío, ¿por qué me has abandonado?), habría querido
escapar del suplicio (Dios mío, aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi
voluntad sino la tuya). Si, como ser humano, también él conoció tironeos y sufrimientos.
Pero lo que hace a Jesús tan especial es, que a pesar de sus
debilidades, fue más allá, consiguió sobrepasarlas, porque en sus acciones, su
actuar y su decir, supo siempre elegir primero la voluntad de Dios. Sus
aspiraciones divinas finalmente fueron más importantes que sus necesidades
personales. Jamás perdió de vista, como horizonte al que llegar, su misión
divina, su aspiración a algo más grande que él.
Jesús,
como nosotros, a la vez hijo de Dios e hijo del hombre, conoció esos tironeos,
pero en él, el hijo de Dios, tomó siempre la delantera.
Es que, Jesús
siempre fue íntegro, fiel a su Verdad profunda, a lo que él pensaba era la
voluntad de Dios, jamás hizo concesiones, jamás fue falso, nunca actuó contra
sus convicciones íntimas, hacía lo que había que hacer, decía lo que había que
decir, sin importar las consecuencias… Y eso es lo que finalmente le condujo a
la muerte. Cuando el descontento iba creciendo alrededor de él, habría podido
calmar las cosas, atemperar algo sus palabras para no irritar demasiado a
escribas, fariseos y sacerdotes. Pero Jesús continuó diciendo lo que había que
decir, la palabra sembrada en él debía ser dicha, propagada, esparcida, para
que la conociera el mayor número de personas posibles.
La buena noticia de que Dios es su Padre, que Dios es
el padre de todos y que nos ama, la buena noticia de que todos somos hijos e
hijas de Dios, el hecho de que el amor a Dios y al prójimo sea la clave que
permite resolver todos nuestros problemas y el secreto para vivir una vida
armoniosa, el hecho de que ese amor pase
por delante incluso de las leyes, la buena noticia de que el reino de Dios
podría llegar a esta tierra si nosotros solamente pusiéramos un poco de buena
voluntad, lo que a fin de cuentas eso depende justamente de nosotros…
Todas esas buenas
noticias Jesús no podía guardarlas egoístamente en su corazón, había que
conocerlas y decirlas. Quiso dar a conocer su mensaje al mundo a cualquier
precio, porque sabía que eran Verdad. Decidió llegar hasta el fin, y en
resumidas cuentas su muerte lo llevó a la Vida eterna. Si lo hubiera abandonado
todo para vivir una vida normal, si hubiera hecho concesiones a escribas y
fariseos, quizá no habría sido muerto, crucificado en una cruz, pero no habría
alcanzado la resurrección, no habría encontrado su gloria en Dios, y su buena
nueva, su convicción más íntima, jamás habría sido tan largamente difundida, su
mensaje no habría quizá llegado hasta nuestros días.
A
veces hay que atravesar las tinieblas para llegar a la luz, a veces hay que
sacrificar la felicidad inmediata para alcanzar una felicidad real, a veces hay
que escoger la muerte para alcanzar la vida, a veces hay que olvidarse de uno
mismo para alcanzar algo más grande, a veces hay que atravesar el sufrimiento
para encontrar la gracia de Dios. Esa es la luz de Pascua.
Que podamos
nosotros, a ejemplo de Jesús de Nazaret, dejarnos guiar por la mano de Dios en
nuestras vidas, dejarnos guiar por nuestra Verdad profunda, por las
aspiraciones que nos elevan, por lo que hay de bueno en nosotros y convertirnos
así en personas íntegras.
Susanne Shonbacher
(traducción: Ernesto
Baquer)
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