Original francés en:
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/06/fete-dela-trinite-un-amour-qui-nest-que.html.
La teología católica describe a Dios como una Trinidad de
personas iguales y distintas en perpetua relación. Esta manera de presentar a
Dios, difícil de captar, apenas interesa a los cristianos de nuestro tiempo,
que prefieren volver a los Evangelios y recuperar más bien la descripción de
Dios que nos dejó Jesús, utilizando la imagen del Padre, resumida por Juan el
evangelista en la afirmación de que Dios es Amor. En efecto, en los evangelios
Jesús habla de Dios como de un Amor que se entrega a todos en total y absoluta
gratuidad.
Hoy, elegí, en esta fiesta de la Trinidad, hablar con
ustedes de Dios, pero desarrollando el tema de su amor que se manifiesta
siempre con relaciones impregnadas de ternura. Evidentemente hay diferentes
formas de ternura (la de los padres, la de hermanos y hermanas, la de los
amigos, la de la pareja que se ama, etc.) Puesto que la mayoría de las personas
aquí presentes son parejas casadas, puede interesarnos aprovechar esta fiesta
para reflexionar juntos sobre esa cualidad del amor y ver hasta qué punto
nuestras relaciones de pareja son a imagen de la ternura que hay en Dios.
Leonardo Boff acertadamente observa que el amor es la
fuerza que hace rodar el mundo, hace vivir a los seres y es para todos fuente
de felicidad y realización. Con ocasión de los encuentros, se manifiestan
atracciones, afinidades, nacen sentimientos, apegos, pasiones, amores que, con
frecuencia, conducen al matrimonio o a otros tipos de uniones estables.
Pero como se trata de dos libertades que se encuentran,
nota Boff, dichas uniones siempre están sometidas a lo imponderable de los
acontecimientos, el devenir y las debilidades de las personas. Ningún amor está
asegurado para siempre, porque ninguna realidad está instaurada y fijada de una
sola vez. Cada uno de nosotros vive en una interrelación constante con el
mundo, y ese intercambio continuo necesariamente nos afecta y nos transforma
sin saberlo. Nuestras relaciones amorosas sufren también los contragolpes de
nuestros cambios.
En el matrimonio, al cabo de cierto tiempo, la llama de
la pasión se reduce y se agota, la vida cotidiana se instala, con su rutina
gris y monótona. La atención de los primeros tiempos con palabras dulces,
gestos tiernos y delicadezas recíprocas desciende; baja el romanticismo, nos
volvemos "ordinarios"; aparecen las primeras divergencias, los
desacuerdos; surgen animosidades, altercados, resentimientos, frustraciones,
insatisfacciones, cuestionamientos. Sucede también que, en la relación de pareja,
se infiltran pasiones volcánicas, suscitadas por la atracción hacia otra
persona. La vida de amor entre dos es compleja, laboriosa, llena de peripecias.
Se asemeja a una obra en construcción, que se edifica, concreta proyectos, se
disfruta, se instala confortablemente; pero que también se puede renovar,
modificar, cambiar y demoler lo que antes se construyó.
Eso significa que el amor es un sentimiento tremendamente
fuerte, pero también extremadamente frágil. ¿Qué es lo que le puede dar la
fuerza de sobrevivir a las vicisitudes de la vida y a la usura del tiempo?
Únicamente su capacidad de vibrar con los armónicos de la ternura. Si el amor
es la flor que perfuma y embellece el jardín de nuestra existencia, la ternura
es el suelo y el agua que le dan vida y vigor. Sin el agua de la ternura, la
flor del amor se marchita y muere.
Para acercarse, comprenderse, comunicarse, dar y recibir
amor y calor, la ternura no tiene igual. Los que se aman han de ser conscientes
que si la sensualidad y la sexualidad permiten expresarse a la ternura, no
garantizan sin embargo necesariamente la presencia de la ternura en una
relación de pareja.
En la relación de pareja, no hay que confundir ternura
con emoción o sobreexcitación del sentimiento hacia el otro. Este tipo de
sensación es sólo la celebración sicológica del placer egoísta que el individuo
siente en presencia de la persona que lo atrae físicamente. Con esta sensación,
el individuo se queda encerrado en sí mismo y buscando su propia satisfacción.
Está muy lejos de una actitud de ternura.
Finalmente ¿qué es la ternura?
La ternura es esa cualidad "divina" del amor de
carácter gratuito. Es la actitud interior que impulsa al que ama a buscar
solamente la felicidad del otro, y que nunca se transforma en un instrumento
para dominar o explotar y satisfacer las propias necesidades. La ternura, es
cuando aceptamos al otro en su alteridad. Cuando uno se deja tocar por la
historia de su vida y la quiere acoger totalmente en la nuestra. Es amar al
otro tal cual es. Es encontrarlo perfecto como es y desear que permanezca como
tal por siempre, porque incluso sus defectos y debilidades nos enternecen.
La ternura nos remite a las primeras horas de nuestro
nacimiento, cuando la mirada materna se posó sobre nosotros. Así la ternura es
el sentimiento amoroso que guarda fundamentalmente las características y el
recuerdo de esa mirada maternal originaria. De suerte tal que, sólo hay ternura
cuando el amor que siento por el otro es capaz de descentrarme de mí mismo,
para centrar mi vida en el otro y para transformarla en don para la felicidad
del otro.
La ternura es cuando el otro se convierte para mí en un tesoro casi
sagrado, al que me acerco tan sólo con respeto y asombro, tocado y conquistado
por las riquezas que contiene.
La ternura es cuando la sola presencia del otro me llena
de felicidad y me extasío en la mera contemplación de los rasgos de su rostro,
que apenas me atrevo a acariciar, por miedo a disolver el encanto en que me ha
sumergido.
La ternura es el amor que siento y ofrezco a la persona amada,
para descubrir lo que ella es en sí misma; para descubrir el amor que me tiene
y que yo quiero trasformar en fuente de plenitud y de felicidad para ella, más
que para mí.
En la ternura yo vivo más a través de la vida del otro,
que a través de la mía. Así sus pruebas, miedos, sufrimientos, éxitos, deseos,
sueños, se convierten en mis pruebas, mis sufrimientos, mis éxitos, mis sueños.
De ahí por qué en la pareja que se ama, la cualidad,
autenticidad y duración de su amor se verifican y garantizan con la presencia
de la ternura. En la pareja, el amor sólo puede resistir la usura del tiempo si
se transforma en ternura. La ternura se convierte entonces en el logro de un
sueño de amor. O, como decía Jacques Salomé: "La ternura, es cuando la
realidad consigue sobrepasar el sueño". "La ternura es un gesto que
se hace caricia antes incluso de haberla recibido".
Pero la ternura necesita tiempo. Tiempo de encontrarse,
mirarse, apreciarse, decirse, escuchar, atender, interesarse en el otro. Tiempo
de dar y no siempre de pedir. Tener tiempo de estar el uno para el otro, de
concederle atención. La ternura está en la entonación de la voz, la dulzura de
las palabras, la nota de amor que le dejo sobre el mostrador de la cocina antes
de salir a trabajar; en la rosa que le llevo, aunque no sea su aniversario; en
la mirada chispeante con que la envuelvo; en las caricias espontáneas y a veces
furtivas con las que revelo al otro que su presencia en este mundo es
indispensable a mi felicidad y que el valor de su vida prevalece sobre la mía.
En una sociedad donde hay tanto egoísmo y violencia, la
ternura humaniza nuestro mundo y lo vuelve soportable. Alguien decía que el
futuro del mundo está en la ternura.
Por eso, el amor con el que Dios nos ama, al ser por
principio un amor perfecto, sólo puede ser un amor de ternura. Por eso, en la
vida de Jesús, ese amor se manifestó siempre como acogida incondicional, don
total de sí mismo, incluso hasta la muerte; como respeto, valoración del otro,
gratuidad, disponibilidad, servicio, compartir, compasión, perdón, etc., que
han sido las diferentes maneras como el Maestro bajó para los demás la ternura
de Dios.
Cuando nosotros amamos con un amor que ha sido capaz de
transformarse en ternuras, entonces encarnamos verdaderamente el amor de Dios y
nos convertimos en la manifestación más completa de su divina presencia en
nuestro mundo.
Bruno Mori
(Traducción de Ernesto Baquer)
(Cfr.
Leonardo Boff, La ternura: la savia del amor, en La Columna semanal de L Boff, 620, Koinonia)
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