(Mt 17,1-9)
Original
francés:
http://brunomori39.blogspot.com.uy/2017/08/reflexions-occasion-de-la-fete-de-la.html.
Jesús de Nazaret obró una
verdadera revolución en el pensamiento religioso de la humanidad: hizo
"profana" toda religión, para hacer "sagrada" toda persona.
Etimológicamente la palabra
"sagrado" indica todo lo
que se sustrae del uso común, que se ha "separado" del mundo profano,
excluido del mundo de los hombres, para colocarlo del lado del mundo de los
dioses. Por tanto, lo sagrado concierne principalmente a las
religiones que tienen que ver con Dios. Habitualmente las religiones han puesto
el concepto de "sagrado" en
los instrumentos que utilizan para relacionarse con la divinidad. Así
consideran sagrados templos,
catedrales, iglesias, campanas; objetos de culto, como vestimentas, altar,
cáliz, tabernáculo, libros santos (la Biblia), imágenes santas, el crucifijo,
estatuas, reliquias, algunas categorías de personas consagradas (sacerdotes,
obispos, papas, monjes, religiosos y religiosas). En otras palabras, la
religión ha sacralizado cosas, gestos y funciones en las que cree detectar la
capacidad de hacer presente el poder y la acción de Dios en nuestro mundo
y por tanto los considera intermediarios
válidos para ayudar a los simples mortales a ponerse en relación con la
divinidad.
Pero cuando leemos los
evangelios y reflexionamos sobre la manera de pensar y actuar de Jesús de
Nazaret, nos sorprende constatar que, no sólo esa "sacralización" tan
cara a las religiones no tiene sentido para él, sino que la combatió con todas
sus fuerzas, descalificándola siempre que tuvo ocasión. Y así nunca Jesús tuvo
ni adhesión ni veneración especial para el Templo de Jerusalén y el culto y los
sacrificios que en él se realizaban. El Templo, considerado hasta entonces como
el único lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo, Jesús lo
consideró como guarida de ladrones, sin valor alguno y algo superfluo para
entablar una verdadera relación con Dios (Jn 4,21-25). El esplendor, la
majestad, la grandeza de esa construcción, sólo son para Jesús el signo sin
porvenir del orgullo y la megalomanía humanas. Por tanto, provocador e inútil.
Un día será destruido y reducido a un montón de ruinas (Mc.13,1-3).
Por si
fuera poco, constatamos en los evangelios que los representantes oficiales de
la religión y lo sagrado, escribas, fariseos, sacerdotes, sumos sacerdotes,
etc., son presentados siempre como clases hostiles a Jesús, como sus acusadores
y responsables de su condena y su muerte. De tal suerte que es verdad decir que
Jesús fue matado porque descalificó y negó la importancia y la
"sacralidad" del Templo y de la religión como medios de santificación,
justicia y salvación.
En otras
palabras, Jesús fue eliminado por sostener que el encuentro con Dios ya no se
realiza a través de arquitecturas fastuosas, de instituciones religiosas, de
sus ritos, sacrificios, leyes, normas, sacerdotes consagrados y ordenados.
Jesús dio y perdió su vida por creer y enseñar que Dios está presente, no en
las cosas y las funciones, sino en las personas; por anunciar que el único
templo donde Dios habita, con toda su gloria y esplendor, es el corazón del
hombre[i]. Esta convicción del Nazareno no sólo está en el centro de toda su
predicación, sino que constituye la novedad más revolucionaria de su mensaje,
que trastoca de arriba abajo tanto nuestra idea de Dios como nuestra idea del
hombre.
La
revolución que Jesús logró consiste en el hecho de haber sacado a Dios de la
religión, de lo sagrado y lo maravilloso, para colocarlo en el ser humano y el
mundo que habitamos. Según Jesús, es el
ser humano lo sagrado, la maravilla y el lugar privilegiado de la presencia y
la acción del espíritu de Dios en el mundo. Así Jesús nos reveló que el único
lugar donde podemos verdaderamente encontrar a su Dios y establecer una
relación con El, es en el ser humano, sobre todo en el que más necesita nuestra
atención y nuestro amor. Al punto de que
todo lo que le hagamos a un ser humano, se lo hacemos al mismo Dios. Siempre y
sin excepción. Incluso en el delincuente, encerrado en la prisión, Dios está
presente: "Yo estaba preso y ustedes vinieron a verme…"
Fue la
increíble novedad de esta revelación lo que impresionó a los primeros
discípulos de Jesús y el origen de gran éxito del movimiento cristiano entre
los sencillos, pobres y oprimidos, a lo largo de los tres primeros siglos.
En los
evangelios, encontramos las huellas y los ecos de esta gran impresión que el
paso y el mensaje de Jesús suscitaron entre los que lo escucharon y siguieron.
Los discípulos de Jesús, que nos han dejado los cuatro relatos evangélicos, nos
comparten las conclusiones a que llegaron después de haber reflexionado sobre
la vida y la enseñanza de su Maestro. Unánimemente nos dicen que, si todo ser
humano de buena voluntad es un "hijo de Dios", Jesús lo fue más que
nadie. Si es verdad que, según la enseñanza del Maestro, Dios está presente en
cada ser humano, Dios debió estar presente muy especialmente en ese "hijo
del hombre", en la vida, la actividad y el espíritu de quien ellos habían
podido constatar los extraordinarios frutos de humanidad, bondad y amor
producidos por esa divina presencia.
Por esa
razón, los evangelios presentan a Jesús como un hombre impregnado de Dios,
habitado por Dios, unido a Dios, una sola cosa con Dios, que es como el hijo
querido de un Padre que pone en ese hijo "todo su amor y su
complacencia". A través de ese hombre, Dios se manifiesta, habla, hace
entender sus actitudes y sentimientos, transmite su voluntad. Los evangelios,
al contarnos la vida y poner de relieve la extraordinaria calidad humana de ese
"hijo de Dios", plenamente "hijo del hombre", nos indican
qué clase de humanos debemos ser por nuestra parte, y qué calidad de humanidad
debemos realizar en nuestra vida, para ser, como Jesús, portadores ejemplares y
lugar privilegiado de la presencia de Dios en nuestro mundo.
Los
evangelios, que son obras catequéticas, para explicar e ilustrar a los
cristianos de su época, que Jesús es una obra maestra de humanidad, un hombre
lleno de Dios, un espejo particularmente perfeccionado para irradiar su amor y
reflejar su presencia y su acción en nuestro mundo, crearon el escenario
especialmente maravilloso e impresionante de la "transfiguración",
con una escenificación compuesta de
elementos sacados de las teofanías del A.T. y en la que Jesús ( como un nuevo
Moisés) se muestra como totalmente
iluminado y transformado en su humanidad por el Dios que habita en él.
Asistimos
aquí al mismo procedimiento literario
que encontramos en los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús,
desbordantes de elementos sobrenaturales, milagrosos y fantásticos, que no tienen otro fin que hacer comprender e
ilustrar el hecho de que, si en el Universo, lo "divino" (Dios) se
derrama y actúa en todas partes, es sobre todo en lo que hay de más "humano" en el mundo donde este
“divino” se manifiesta con más evidencia: un bebé, un niño, es decir un ser en
condiciones de fragilidad, vulnerabilidad, pobreza y dependencia totales.
De todo
lo cual debemos deducir que nosotros, los cristianos, no debemos buscar en los
evangelios como divinizarnos (todos somos ya de antemano portadores de la
presencia divina en este mundo), sino como humanizarnos. Debemos comprender que
el cristianismo no es una religión que busca principalmente conectar el hombre
con Dios, sino un movimiento espiritual que busca conectar el hombre con el
hombre, para humanizarlo y transfigurarlo siempre más, por medio del amor,
ayudándolo a liberarse de sus impulsos deshumanizadores y destructores de su
verdadera identidad.
Bruno Mori
(Traducción
de Ernesto Baquer )
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