Un Espíritu nuevo
En su inicio, Pentecostés era una fiesta
judía como la Pascua. Una fiesta agrícola transformada en una fiesta religiosa.
Llevaba el nombre de shavou’ot o fiesta de las semanas, porque se realizaba y
semanas después de Pascua. También se la llamaba fiesta de las primicias,
siendo Pascua fiesta de las semillas.
Después, Pentecostés tendrá un sentido religioso.
Recuerda el acontecimiento histórico de la entrega de la Tora en el Sinaí. Así
Shavou’ot (la Pentecostés judía) es la conclusión, la clausura de Pesah (Pascua
judía), Porque, para darles la Tora, Dios hizo salir a Israel de Egipto: ¡la
verdadera libertad consiste en aceptar seguir la Ley de Dios! El relato del
Pentecostés cristiano está compuesto sobre el paradigma del relato de la
entrega de la Ley o de las Tablas de la Alianza a Moisés, en el libro del Éxodo.
¿Qué significa este acontecimiento?
El relato de los Hechos de los Apóstoles habla de
“un estruendo” venido del cielo, de un “ventarrón” y de “lenguas de fuego” que
se posaron sobre cada uno de los apóstoles. El estruendo, el viento y el fuego
simbolizan la presencia de Dios; son una manifestación del poder divino, la
renovación de la teofanía del Sinaí que conmemora la Pentecostés judía.
Si el fuego simboliza la presencia
divina, las lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles significan el
descenso del Espíritu de Dios sobre ellos. Significan el don a cada uno de
ellos para hacerlos aptos de anunciar, con una lengua de fuego, el Evangelio, a
todos los hombres.
En definitiva, el relato menciona el don
de las lenguas que reciben los apóstoles y los discípulos para permitirles
anunciar la Buena Nueva del Evangelio a todos los hombres, a todas las
naciones. Se puede ver una respuesta el episodio de la Torre de Babel. En
efecto, en la Torre de Babel, los hombres se dividieron en su voluntad de ser
más grandes que Dios. En Pentecostés, se ven a los pueblos divididos unirse
cuando se manifiesta el Espíritu Santo. La Humanidad está llamada a vivir esa
unidad, no sin Dios, sino en El.
Podemos resumir diciendo que si el
Pentecostés judío celebra los orígenes del pueblo hebreo como pueblo escogido
en la Alianza del Sinaí, el Pentecostés que celebramos los cristianos celebra
el nacimiento de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, de dimensiones
universales, que tomó forma cuando Jesús resucitado “habiendo recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado” (Hechos 2,33) sobre el
grupo de sus apóstoles y discípulos que creyeron en El y recibieron la misión
de ser sus testigos por todo el mundo.
Así, se da continuidad en la novedad:
reunir al pueblo de Dios. Esta última noción simplemente se amplía con la
venida del Espíritu Santo prometido por Jesús. Pentecostés es un nuevo
acontecimiento fundador de una nueva Alianza y un pueblo nuevo.
Y ese pueblo nuevo, en adelante animado
de un espíritu nuevo, es el espíritu que Jesús ha dejado y que el mismo ha
sacado de las profundidades de su intimidad con Dios. Por ello, este espíritu
es diferente al espíritu que animó a los hombres hasta entonces. El espíritu
del hombre creó divisiones, malentendidos, rivalidades; pero el espíritu que
nos viene de Dios transfiere en nosotros los sentimientos de Dios y algo de la
vida íntima de Dios. Por eso se le llama “santo”, porque Dios es “santo” por
excelencia. Es un espíritu de amor, porque Dios es el amor. Y ese espíritu
derramado en nuestros corazones está para, en adelante, impregnar de amor las
relaciones entre los hombres. No está para crear división, sino para crear
unidad, fraternidad, comprensión recíproca, para poner en marcha relaciones
basados ya no sobre el miedo, la rivalidad y la desconfianza, sino sobre la
confianza que viene del amor. Todos los que se abren a la acción de ese
Espíritu, en adelante, pueden entenderse incluso viniendo de horizontes y
culturas diferentes, porque, desde ahora, todos vibran en la misma longitud de
onda y todos hablan la misma lengua (que es el espíritu de Jesús en ellos).
Hay aquí un mensaje de vital importancia
para el mundo de hoy. Vivimos en la época de las comunicaciones masivas y de
las relaciones sociales (internet, blogs, Facebook, celulares, Smartphone).
Pero ¿de qué comunicación se trata? De una comunicación exclusivamente
horizontal, superficial, lúdica, banal, frecuentemente manipulada, hipócrita,
maquiavélica, venal, que busca adoctrinar a los más débiles, manipularlos
psicológicamente; para alterar los mecanismos de nuestro cerebro a fin de
inducir comportamientos compulsivos; generar necesidades inútiles o artificiales,
falsas convicciones y juicios erróneos… y todo esto para hacer dinero. En suma,
lo contrario de una información creativa, de las fuentes que emitan contenidos
cualitativamente nuevos y ayuden a profundizar en nosotros mismos y los
acontecimientos e interpretarlos con esa sabiduría que nos viene del espíritu
de Dios.
Redescubrir el sentido del Pentecostés
cristiano es lo único que puede ayudar a nuestra sociedad moderna a no caer en
la Babel de una dispersión inútil, de incomprensiones y divisiones. Porque el
Espíritu «Santo» introduce en la comunicación humana el modo y la ley de la
comunicación divina, que es empatía y amor. ¿Por qué los autores bíblicos
imaginan que Dios se comunica con los hombres, se detiene y habla con ellos, a
todo lo largo de la historia de la salvación? Solamente porque creen que Dios
es bueno y le importa la felicidad de sus creaturas. En la medida en que lo
acojamos, su Espíritu purifica las aguas contaminadas de la comunicación
humana, convirtiéndolas en un auténtico instrumento de enriquecimiento,
colaboración y solidaridad.
Cada una de nuestras iniciativas, civil
o religiosa, privada o pública, tiene que elegir: puede ser Babel o
Pentecostés. Será Babel si está dictada por el egoísmo y la búsqueda del poder;
será Pentecostés si está dictada por el amor y el respeto a la libertad del
otro.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto
Baquer)
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