dimanche 1 mai 2016

LA ASCENSION

EL RELATO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR: PROSEGUIR LA MISION DE JESUS


Tal como los evangelistas habían compuesto e imaginado una entrada espectacular del Hijo de Dios cuando vino a este mundo (aparición de los ángeles, intervención divina para fecundar milagrosamente a la madre; madre que sigue virgen en el nacimiento; coros angélicos que cantan en la noche, fenómenos celestes de estrellas que se desplazan en el firmamento; personajes misteriosos y exóticos que vienen del otro lado del mundo para adorar al recién nacido rey-Dios…), debían encontrar también una salida igual de triunfal de este mundo. Y puesto que los relatos evangélicos habían contado una prolongación terrestre de la vida de Jesús después de su muerte, ahora hacía falta imaginar para él una manera de dejar esta existencia terrena, porque, evidentemente, cuando los evangelios fueron escritos, Jesús ya no era de este mundo, y ya no se hablaba de supuestas apariciones del Resucitado. El relato de la ascensión responde por tanto a la necesidad de explicar a los cristianos de aquel tiempo, la ausencia o la desaparición del Señor.
Éste es por tanto un relato de carácter catequético que utiliza una forma o un género literario muy frecuente en la literatura antigua: el del ocultamiento, la desaparición, la ascensión al cielo, la entrada en el mundo de los dioses, de un héroe o un gran personaje, con el fin de exaltar y glorificar una vida y un destino particularmente importante para los humanos (Elías, Moisés, Rómulo, Heraclio, Empédocles, Alejandro el Grande, Apolo de Tiara…). Al describir a Jesús elevándose al cielo y desapareciendo en la nube, símbolo bíblico de la presencia y la gloria de Dios, los evangelistas con esta puesta en escena, quieren enseñar a los cristianos de su tiempo que Jesús es verdaderamente el nuevo Elías, elevado por Dios en un carro de fuego, el nuevo Moisés, el nuevo profeta, el nuevo y el verdadero enviado de Dios, al que Dios colmó con su Espíritu (como a Elías y a Moisés) y asumió en la gloria al término de su misión. Este gran profeta, este profeta por excelencia, ahora está viviente en Dios y junto a Dios, como Moisés y Elías.
En el pensamiento del evangelista este relato sirve también para enseñar a los cristianos de su tiempo que esperaban la venida inminente (la Parusía) del Señor, que no es el momento, que deben arremangarse los brazos para realizar en Reino. No se pueden quedar allí mirando al cielo.….
Y como Eliseo, discípulo de Elías continúa la misión de su maestro, y como Josué continúa la misión de Moisés, así los discípulos han de continuar la obra y la misión de Jesús hasta los confines de la tierra. Pero esta desaparición de Jesús es para los evangelistas un pretexto o, más bien, una ocasión de interpelar a los cristianos y hacerlos conscientes de cual debe ser en adelante su compromiso y su responsabilidad siguiendo al Maestro.
Jesús ya no está sobre la tierra, está en el cielo, está con Dios, pero ustedes están en esta tierra –nos dice el evangelista- están aquí abajo, el Maestro les ha dejado sus palabras, su Espíritu, por tanto están provistos para representarlo, para actuar en su nombre; son ustedes los que deben continuar su presencia, su misión, su obra. A través de ustedes, es que él se encarna nuevamente; que continúa viviendo entre nosotros; es a través de ustedes que Jesús prosigue la tarea de transformar, renovar, mejorar y humanizar siempre más al mundo.
 Podríamos preguntarnos, sus discípulos, si hemos sido buenos representantes de Jesús; si hemos realizado bien el trabajo que Jesús nos confió; si hemos sido siempre, a lo largo de la historia, fieles intérpretes de su mensaje; si hemos guardado siempre intacto, sin alterar ni pervertir, el mensaje y el Espíritu que Jesús nos dejó…
Ciertamente, ha habido, muchas manchas, a lo largo de la historia. La imagen, la palabra y el espíritu de Jesús no siempre han brillado, ni sus valores repercutido en los pensamientos, los gestos y las acciones de quienes debíamos representarlo. Los valores y las enseñanzas del Maestro de Nazaret no siempre han inspirado la política, ni de los gobernantes cristianos, ni de las autoridades eclesiásticas. El movimiento espiritual surgido de Jesús ha tenido muchos problemas para abrirse un camino en nuestro mundo. La semilla, la levadura, la sal de la palabra de Jesús, no han sido siempre muy activos ni eficaces, en el terreno o la masa de nuestro mundo.
Pero, pese a todo, ha habido inseminación, fermentación, cambio, renovación, progreso. A causa del paso entre nosotros del Hombre de Nazaret, gracias a su mensaje, a su Espíritu, a los valores que nos dejó en herencia, nuestro mundo ha progresado, ha mejorado, ha llegado a ser más humano y ahora es ciertamente un mundo más justo, más respetuoso de los valores y derechos de la persona, más igualitario, más tolerante, más fraternal, más responsable, más solidario, que el mundo en tiempos de Jesús. Su mensaje de amor, de perdón, su visión del ser humano, como hijo de Dios y por tanto como hermano, ha contribuido en gran manera a curar nuestra sociedad de los males ancestrales que la afligían: pensemos en la esclavitud, la explotación de los débiles y los humildes, la discriminación de la mujer; en las diferentes formas de despotismo, imperialismo, absolutismo, tribalismo, patriarcalismo y machismo, que ciertamente todavía afligen a nuestras sociedades modernas, pero que, al menos, ahora son percibidos, por la conciencia colectiva, como actitudes nefastas.
Y si hoy, en nuestra sociedad laica y secular, hay quienes critican y frecuentemente denigran el cristianismo, debería hacerlo con mucha más circunspección y matices; porque si están cultivados e informados, deberían tener la sabiduría y la honestidad de reconocer que son los primeros beneficiarios, en su vida diaria, del aporte extraordinario del mensaje de Jesús a nuestro mundo occidental.
Pero hay algo más que este evangelio de la Ascensión debería suscitar en nosotros. Es un relato que orienta nuestra atención al mundo de la trascendencia; nos invita a mirar más arriba, a sobrepasarnos, a mirar más lejos que nuestro ombligo, nuestra nariz, nuestras necesidades corporales, mas lejos que nuestras aspiraciones a veces terriblemente ridículas e insignificantes (como esta mujer ucraniana que se ha sometido a numerosas cirugías para parecerse a la Barbie). Este relato busca enseñarnos que la vida debe tener altura; que la vida es más que comer, beber, tener dinero, divertirnos; que estamos destinados a algo más alto que nosotros mismos; que somos receptores y receptáculo del espíritu (de Dios) y que la medida de nuestra humanidad y nuestra perfección, en cuanto seres humanos, está dada por nuestra apertura y nuestra sensibilidad a los llamamientos de este espíritu y por nuestra capacidad de vibrar en sintonía con los armónicos de su divina presencia en nuestra existencia.

Bruno Mori

(traducción: Ernesto Baquer)  

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