EL RELATO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR: PROSEGUIR LA MISION DE JESUS
Tal como los evangelistas habían compuesto e imaginado una entrada
espectacular del Hijo de Dios cuando vino a este mundo (aparición de los
ángeles, intervención divina para fecundar milagrosamente a la madre; madre que
sigue virgen en el nacimiento; coros angélicos que cantan en la noche,
fenómenos celestes de estrellas que se desplazan en el firmamento; personajes
misteriosos y exóticos que vienen del otro lado del mundo para adorar al recién
nacido rey-Dios…), debían encontrar también una salida igual de triunfal de
este mundo. Y puesto que los relatos evangélicos habían contado una
prolongación terrestre de la vida de Jesús después de su muerte, ahora hacía
falta imaginar para él una manera de dejar esta existencia terrena, porque,
evidentemente, cuando los evangelios fueron escritos, Jesús ya no era de este
mundo, y ya no se hablaba de supuestas apariciones del Resucitado. El relato de
la ascensión responde por tanto a la necesidad de explicar a los cristianos de
aquel tiempo, la ausencia o la desaparición del Señor.
Éste es por tanto un relato de carácter catequético que utiliza una
forma o un género literario muy frecuente en la literatura antigua: el del
ocultamiento, la desaparición, la ascensión al cielo, la entrada en el mundo de
los dioses, de un héroe o un gran personaje, con el fin de exaltar y glorificar
una vida y un destino particularmente importante para los humanos (Elías,
Moisés, Rómulo, Heraclio, Empédocles, Alejandro el Grande, Apolo de Tiara…). Al
describir a Jesús elevándose al cielo y desapareciendo en la nube, símbolo
bíblico de la presencia y la gloria de Dios, los evangelistas con esta puesta
en escena, quieren enseñar a los cristianos de su tiempo que Jesús es
verdaderamente el nuevo Elías, elevado por Dios en un carro de fuego, el nuevo
Moisés, el nuevo profeta, el nuevo y el verdadero enviado de Dios, al que Dios colmó con su Espíritu (como a Elías y a
Moisés) y asumió en la gloria al término de su misión. Este gran profeta, este
profeta por excelencia, ahora está viviente en Dios y junto a Dios, como Moisés
y Elías.
En el pensamiento del evangelista este relato sirve también para
enseñar a los cristianos de su tiempo que esperaban la venida inminente (la
Parusía) del Señor, que no es el momento, que deben arremangarse los brazos
para realizar en Reino. No se pueden quedar allí mirando al cielo.….
Y como Eliseo, discípulo de Elías continúa la misión de su maestro,
y como Josué continúa la misión de Moisés, así los discípulos han de continuar
la obra y la misión de Jesús hasta los confines de la tierra. Pero esta desaparición
de Jesús es para los evangelistas un pretexto o, más bien, una ocasión de
interpelar a los cristianos y hacerlos conscientes de cual debe ser en adelante
su compromiso y su responsabilidad siguiendo al Maestro.
Jesús ya no está sobre la tierra, está en el cielo, está con Dios,
pero ustedes están en esta tierra –nos dice el evangelista- están aquí abajo,
el Maestro les ha dejado sus palabras, su Espíritu, por tanto están provistos
para representarlo, para actuar en su nombre; son ustedes los que deben
continuar su presencia, su misión, su obra. A través de ustedes, es que él se
encarna nuevamente; que continúa viviendo entre nosotros; es a través de
ustedes que Jesús prosigue la tarea de transformar, renovar, mejorar y
humanizar siempre más al mundo.
Podríamos preguntarnos, sus
discípulos, si hemos sido buenos representantes de Jesús; si hemos realizado
bien el trabajo que Jesús nos confió; si hemos sido siempre, a lo largo de la
historia, fieles intérpretes de su mensaje; si hemos guardado siempre intacto,
sin alterar ni pervertir, el mensaje y el Espíritu que Jesús nos dejó…
Ciertamente, ha habido, muchas manchas, a lo largo de la historia. La imagen, la palabra y el espíritu de
Jesús no siempre han brillado, ni sus valores repercutido en los pensamientos,
los gestos y las acciones de quienes debíamos representarlo. Los valores y las
enseñanzas del Maestro de Nazaret no siempre han inspirado la política, ni de
los gobernantes cristianos, ni de las autoridades eclesiásticas. El movimiento
espiritual surgido de Jesús ha tenido muchos problemas para abrirse un camino
en nuestro mundo. La semilla, la levadura, la sal de la palabra de Jesús, no
han sido siempre muy activos ni eficaces, en el terreno o la masa de nuestro
mundo.
Pero, pese a todo, ha habido inseminación, fermentación, cambio,
renovación, progreso. A causa del paso entre nosotros del Hombre de Nazaret,
gracias a su mensaje, a su Espíritu, a los valores que nos dejó en herencia,
nuestro mundo ha progresado, ha mejorado, ha llegado a ser más humano y ahora
es ciertamente un mundo más justo, más respetuoso de los valores y derechos de
la persona, más igualitario, más tolerante, más fraternal, más responsable, más
solidario, que el mundo en tiempos de Jesús. Su mensaje de amor, de perdón, su
visión del ser humano, como hijo de Dios y por tanto como hermano, ha
contribuido en gran manera a curar nuestra sociedad de los males ancestrales
que la afligían: pensemos en la esclavitud, la explotación de los débiles y los
humildes, la discriminación de la mujer; en las diferentes formas de
despotismo, imperialismo, absolutismo, tribalismo, patriarcalismo y machismo,
que ciertamente todavía afligen a nuestras sociedades modernas, pero que, al
menos, ahora son percibidos, por la conciencia colectiva, como actitudes
nefastas.
Y si hoy, en nuestra sociedad laica y secular, hay quienes critican
y frecuentemente denigran el cristianismo, debería hacerlo con mucha más
circunspección y matices; porque si están cultivados e informados, deberían tener
la sabiduría y la honestidad de reconocer que son los primeros beneficiarios,
en su vida diaria, del aporte extraordinario del mensaje de Jesús a nuestro
mundo occidental.
Pero hay algo más que este evangelio de la Ascensión debería
suscitar en nosotros. Es un relato que orienta nuestra atención al mundo de la
trascendencia; nos invita a mirar más arriba, a sobrepasarnos, a mirar más
lejos que nuestro ombligo, nuestra nariz, nuestras necesidades corporales, mas
lejos que nuestras aspiraciones a veces terriblemente ridículas e
insignificantes (como esta mujer ucraniana que se ha sometido a numerosas
cirugías para parecerse a la Barbie). Este relato busca enseñarnos que la vida
debe tener altura; que la vida es más que comer, beber, tener dinero,
divertirnos; que estamos destinados a algo más alto que nosotros mismos; que
somos receptores y receptáculo del espíritu (de Dios) y que la medida de
nuestra humanidad y nuestra perfección, en cuanto seres humanos, está dada por
nuestra apertura y nuestra sensibilidad a los llamamientos de este espíritu y
por nuestra capacidad de vibrar en sintonía con los armónicos de su divina
presencia en nuestra existencia.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto
Baquer)
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