dimanche 1 mai 2016

LA ASCENSION

EL MISTERIO DE LA ASCENSION


Como cristianos adultos en la fe, tratamos de captar el valor simbólico de esta fiesta de la Ascensión del Señor. Una fiesta donde la imagen, el símbolo, la puesta en escena tienen claramente gran importancia en la transmisión del mensaje.

En primer lugar, no creemos que Jesús esperara durante cuarenta días para retornar al Padre. Por su muerte y resurrección, Jesús pasó de este mundo al de Dios. Como para cada uno de nosotros, Jesús entró en el mundo de Dios al abandonar este mundo muriendo en la cruz.

Las apariciones de Jesús a sus discípulos que nos cuentan los cuatro evangelios no significan que Jesús se hubiera demorado en la tierra después de su muerte como si fuera una especie de fantasma errante, un espíritu en pena buscando su definitivo descanso. Las apariciones son construcciones literarias de los evangelistas que tienen un carácter eminentemente catequético: quieren instruir a los cristianos sobre la permanencia, a continuación, la verdad y la realidad de la presencia del Señor entre los suyos después y a pesar de su muerte. Quieren transmitir la convicción profunda que animaba a la comunidad cristiana desde el comienzo de su existencia: después de su muerte el Maestro llegó a ser el Señor viviente no sólo para y en Dios, sino que continúa viviente en la comunidad de los que han creído en él y a quienes ha transmitido su Espíritu. Porque los evangelistas buscan mantener y reforzar esta fe en su presencia viva con procedimientos literarios donde los escenarios tienen por función presentar a Jesús en el rol del Viviente que aparece y habla a sus discípulos para convencerlos y reafirmar la realidad de su presencia. Estos relatos tienen pues como objetivo confirmar la fe de sus discípulos en la presencia de Jesús siempre vivo y mantener en ellos la certeza de que el Maestro no los ha dejado ni abandonado, sino que está siempre allí, con ellos, de una manera nueva, misteriosa, sí, pero no obstante verdadera, real, para continuar en, con y por medio de ellos la obra que emprendió en la tierra.

El relato de la Ascensión por tanto se sitúa en la misma línea de pensamiento y participa del mismo género literario que todos los demás relatos de la vida de Jesús después de su muerte. Entonces no debemos detenernos en los detalles literarios, anecdóticos, a menudo graciosos, pintorescos y fantásticos, sino buscar descubrir el mensaje que el texto, a través de esas imágenes, quiere comunicarnos.

¿Cuál es este mensaje?

El mensaje de la Ascensión se puede resumir en tres exhortaciones: elevar nuestra mirada, confiar incluso en lo inesperado, asumir nuestro destino.

Elevar nuestra mirada. No para huir de la realidad o ver las cosas desde tan arriba, que no las percibimos del todo, sino habituarnos a observar los seres, los acontecimientos con los ojos de Dios, o más bien con los ojos de Jesús. Jesús, el Maestro, aunque haya partido, nos ha dejado sin embargo su mirada, su visión, su manera de ver y percibir el mundo, los hombres y Dios, en nuestra vida. Una mirada que nos ayuda a dar sentido a la realidad y nos impide caer en esa angustia existencial que caracteriza con frecuencia la vida y sobre todo el pensamiento de los que no tienen fe. Los que de nosotros estén algo familiarizados con los escritos de Albert Camus o de Sartre, por ejemplo, sabemos cómo estos escritores sin fe hablan de lo absurdo de la existencia, el silencio del mundo, su absoluta opacidad; ninguna respuesta nos viene de la realidad cósmica o material que nos ilumine sobre el sentido o el por qué de nuestra presencia humana en este mundo: "Yo no sé si este mundo tiene un sentido que lo sobrepasa. Pero sé que no conozco ese sentido y que, de momento, me es imposible conocerlo. ¿Qué significa para mí un significado fuera de mi condición? (Camus). Del mundo que nos rodea conocemos las leyes, pero no el sentido, ni la finalidad. Sin la fe la realidad física (y nosotros mismos) sigue siendo un enigma indescifrable.

De ahí el porqué, para esa gente sin fe, la solución es o resignarse en el fatalismo, o la rebeldía agresiva y violenta: pelearse para sobrevivir en un mundo cerrado y absurdo, en el cual somos seres insignificantes y sin importancia. Por eso, sin la fe, frecuentemente nuestras relaciones se despliegan tras la bandera de la violencia, la agresividad, la explotación, la competición feroz en un mundo sin apertura, sin aliento, sin horizonte, sin perspectiva, donde se percibe al otro no como un semejante, un próximo, un hermano, sino como un adversario, un opositor, un competidor, un obstáculo a nuestro éxito, nuestro avance, nuestro triunfo, nuestra inserción en un mundo fundamentalmente hostil, inhóspito y sin alma.

Solamente si nosotros tenemos esa mirada que nos viene de lo alto, que nos viene de Dios, seremos capaces no sólo de asumir la realidad, sino también de hacerla transparente. Solamente viendo con esa mirada, la realidad se convierte en icono, signo, manifestación, palabra de una Realidad mayor. Solamente si la miramos con los ojos de la fe, la realidad se hace fraternal, benigna, bondadosa: se transforma en paraíso, jardín, casa, lugar donde construir el hogar de una presencia repleta de amor, cuyo calor y luz calienta nuestro corazón e ilumina nuestro espíritu. Y llegamos a ser capaces de comprender que el absurdo tiene un sentido, que el silencio posee una Palabra y que la oscuridad está traspasada por una inmensa luz. Porque finalmente todo es obra y manifestación de una presencia plena de bondad y de amor que nos sobrepasa, sí, pero que sin embargo nos incrusta firmemente en la materialidad y la finitud de  nuestra condición humana, para impulsarnos a una realización extraordinaria que se llama humanización, iluminación, transformación, renovación interior, santificación, salvación, manifestación de Dios en nosotros, presencia de su Espíritu de sabiduría y amor en el corazón de nuestro ser, nuestra existencia y nuestro mundo.

Confiar hasta en lo inesperado. La Ascensión nos recuerda a los cristianos que Jesús abandona su proximidad visible y desaparece a nuestros ojos. Entonces comienza de verdad el tiempo de la confianza. Confianza que nos mantiene, hasta en lo imprevisible, la ausencia, las tensiones más fuertes de la existencia. Una vieja llama siempre en el centro de la ausencia, que sólo pide iluminarnos.

Asumir nuestro destino. "¿Por qué se quedan aquí mirando al cielo?" (Hechos 1,11) dicen los hombres de blanco a los Apóstoles fijos en la nube. La partida de Cristo, es de hecho, un llamamiento a un mayor compromiso en el mundo. La fe no es una huída, una dimisión; al contrario, estamos llamados a medirnos con todos los desafíos presentes y a hacer surgir la esperanza como un grito proyectado hasta los límites del mundo.


Bruno Mori   (traducción: Ernesto Baquer)  

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