dimanche 1 mai 2016

PENTECOSTES

LA FIESTA DEL ESPIRITU


Pentecostés es la fiesta del Espíritu. La palabra "Espíritu puede tener tantas connotaciones como gentes para hablar de él: humor, inteligencia, carácter, temperamento, personalidad, genio, imaginación, inteligencia, fantasía, inspiración, vida, belleza, gracia, divinidad, demonios, fantasmas, aparecidos (el mundo del bien, del mal, de lo desconocido, del más allá), etc. En general con esta palabra queremos indicar algo que no pertenece al mundo material de los sensorial y lo tangible, y que por tanto escapa del campo de lo medible, lo experimentable. Pero que no sea no medible, ni experimentable, con los medios del análisis científico, no por eso significa que el mundo del espíritu sea irreal o una quimera. Efectivamente, incluso las personas más agnósticas y materialistas, deben admitir que el mundo de lo real no se reduce al mundo material, porque innegablemente hay fenómenos que son bien reales, pero no materiales ni medibles: ¿qué hay más real, por ejemplo, que el amor, la amistad, el odio, los celos, el talento artístico (música, poesía, pintura…), el talento práctico, científico? ¿Cuántos himnos o estallidos del Espíritu en un concierto o una sonata de Mozart (por ej. el adagio del concierto para clarinete en La Mayor o el concierto para flauta y arpa en Do mayor) o una sinfonía de Beethoven?  ¿Cuánto espíritu, inspiración, encanto, gracia, belleza en un marco de pintores impresionistas como Monet, Renoir, Cézanne)? Cuando reflexionamos un poco y miramos en nosotros y a nuestro alrededor, nos damos cuenta que vivimos finalmente en un mundo donde el espíritu está por todas partes y construye, modela y transforma la realidad en la que y de la que nosotros vivimos, y que gracias a la acción del espíritu podemos vivir y beneficiarnos de la calidad de vida que tenemos en este siglo XXI. Sin la acción del espíritu los hombres estaríamos todavía en la edad de piedra. El Espíritu es el motor de la evolución, del cambio y del progreso del mundo… o de su pérdida.

Vemos la acción y los resultados del espíritu, pero no sabemos de dónde nos viene, dónde vive, por qué está presente y hacia donde conduce a la humanidad. Jesús de Nazaret, en su perspicacia, lo había señalado ya hace 2000 años (Jn 3,8). Pienso que el desafío que la ciencia querría revelar hoy es explicar y comprender el origen del espíritu en este mundo. Hoy, en la era de la decodificación del ADN, los científicos buscan más que nunca por qué el hombre es tan diferente a los demás animales, cuando desde el punto de vista genético, es prácticamente idéntico a los otros grandes mamíferos. El genoma del chimpancé es el 98% idéntico al del Homo Sapiens. Con los medios sofisticados de la técnica moderna (IRM, PET-scan), científicos y neurólogos se dedican a estudiar el cerebro humano, ansiosos para descubrir cómo este órgano reacciona e inter-reacciona con la acción del espíritu en el hombre. ¡Pero aún ahí, por maravillosas que sean la estructura y el funcionamiento del cerebro humano, los científicos han encontrado en primer lugar que ninguna categoría de neuronas es propia del hombre (!  sería demasiado bueno!), y segundo que no es más maravilloso que las del gran mono (gorila o chimpancé). Las últimas investigaciones sobre el asunto muestran que el cerebro de un chimpancé, aparte de que tenga un volumen ligeramente inferior al humano y lóbulos frontales menos desarrollados, posee una complejidad casi idéntica a la de nuestro cerebro con sus 100 mil millones de neuronas.

¡Tan semejantes y sin embargo tan diferentes! Mientras la ciencia sea incapaz de proponer una explicación más convincente de esta diferencia y del origen de ese espíritu que yo experimento en mí y que hace de mí un animal totalmente especial y único, me adheriré a la vieja explicación que dieron los antiguos filósofos (Platón, Plotino) y la tradición religiosa judeo-cristiana. ¿Cuál es esta explicación? El Espíritu que hay en ti es una partícula del "Gran Espíritu" que es Dios. La Biblia nos revela que Dios, Espíritu en estado puro, nos comunicó un día algo de sí mismo (por ej. Génesis 2,7) y a partir de ese momento, este complejo organismo pluricelular que éramos y somos comenzó su largo viaje hacia el despertar de la inteligencia y de la conciencia. Gracias a esta infusión de espíritu, la materia ha llegado a ser capaz de organización y el espíritu de Dios fijó su residencia y manifestación en nuestro Universo. La materia opaca y embotada, abrazada con el fuego del espíritu, se ha convertido en "persona", en la que, en adelante, brillan la imagen y la semejanza de Dios.

Sin embargo, el espíritu que nos viene de Dios, debía necesariamente ser un espíritu divino, es decir, por definición, bueno, sano y santo. Desgraciadamente la Historia de la humanidad nos enseña que no es así. Porque el buen espíritu de Dios ha sido derramado en un ser que lleva en sí mismo, e inevitablemente, los rasgos, manchas y heridas de su finitud e imperfección. ¡Todos sabemos cómo puede estropearse y corromperse un buen vino si se guarda en un tonel sucio y defectuoso! La Biblia nos dice: sí, el buen espíritu que nos viene de Dios puede alterarse por la imperfección y mala calidad de la estructura humana. El buen espíritu de Dios se convierte entonces en un espíritu malo, deteriorado y corrompido. Esta alteración tan común, verdadera y real en el plano existencial fue dramáticamente descrita en la Biblia a través del mito del Espíritu o del Angel caído que se denomina "el mal espíritu o el espíritu del mal" y que los autores bíblicos personifican bajo diferentes nombres (serpiente, Satán, Baal, Belcebú).

En la historia de la humanidad, la Biblia es uno de los primeros textos que ha reflexionado sobre el misterio de la presencia del mal en el mundo (Job, Tobías). Desde las primeras páginas se plantea la cuestión que angustia a los hombres de todos los tiempos: "¿Por qué hay en este mundo tanto mal, si Dios, que ha modelado el hombre a su imagen, es un ser infinitamente bueno y por tanto quiere su felicidad? ¿Por qué tanta maldad y odio, si Dios ha colmado al hombre con su espíritu, que sólo puede ser un espíritu de amor y fraternidad? Los autores bíblicos, hombres de fe profunda que creían intensamente en la bondad, la misericordia y el poder de Dios, no quisieron resignarse a adoptar una actitud fatalista y resignada ante el drama de la presencia de Dios en el mundo. Quisieron creer que Dios no podía resignarse a quedar de brazos cruzados y aceptar estoicamente la depravación de su espíritu en el corazón del hombre. Por eso, vemos, a lo largo de toda la Biblia, dibujarse y formular, poco a poco, a la vez que constatando y describiendo el horror de los destrozos causados por la virulencia del mal y del pecado, el anhelo de un mundo diferente y mejor; el continuo y renovado anuncio de una esperanza, y el presentimiento (que casi se convertirá en una convicción) de que Dios no dejará las cosas así, sino que un día intervendrá para restaurar, reparar, renovar el espíritu deteriorado y degradado del hombre. Y que lo hará, por una nueva infusión de su Espíritu. De esta esperanza y esta intuición nace en la Biblia la actitud de la espera; la espera de una intervención de Dios; la espera de ese día en que enviará de nuevo su Espíritu bueno que curará desde dentro el mal espíritu y el mal corazón del hombre. Esta curación la realizará Dios a través de un intermediario, un enviado, al que revestirá de su poder para que pueda actuar en su nombre: "el Mesías". 

De esta espera del "Día del Señor" se alimenta todavía hoy, la Esperanza y la fe del judío piadoso. En la Biblia, sobre todo los libros proféticos, desarrollaron el tema de la espera y buscaron preparar los corazones a acoger el día del Señor cuando, a través de su Mesías vendría para crear un mundo nuevo.
De ahí la constante exhortación de los profetas bíblicos (Joel, Ezequiel) a desembarazarnos de nuestro mal espíritu, para abrirnos y dejarnos conducir por el buen espíritu que viene de Dios, Porque sólo es espíritu nos permitirá ser auténticamente nosotros mismos y vivir según la verdad de nuestra naturaleza. Si seguimos otros espíritus, si deterioramos el nuestro, nos destruimos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. A su pueblo, perdido en el camino de la transgresión y la infidelidad, corrompiendo su buen espíritu, Dios le promete que un día le ayudará a recuperar de nuevo el espíritu bueno: Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica. (Ez.36, 26-28).
En los evangelios, Jesús se presenta como el instrumento por quien Dios cumplió esa promesa. El fin principal de su misión consiste en ayudar a aquellos y aquellas que lo encuentren a vivir según la verdad profunda de su ser, es decir, según el espíritu que han recibido de Dios. En los evangelios, Jesús de Nazaret se presenta constantemente como el hombre que ha vivido siempre en acuerdo total con el Espíritu de Dios, y que puede conducirnos, si lo escuchamos y seguimos, a hacer lo mismo. Por eso, para nosotros sus discípulos, Jesús es quien nos revela la importancia de ese espíritu, nos infunde el deseo de guardarlo siempre en nosotros, o de recuperarlo de nuevo si, desgraciadamente, lo hemos perdido. Según Jesús, los auténticos hijos de Dios son los y las capaces de guardar ese espíritu y vivir según sus iniciativas. Son los capaces de nacer a una vida nueva recuperando las exigencias de una existencia a la manera del espíritu que nos viene del Misterio Original del Amor y  la Fuente de todo ser. Esta convicción de Jesús es la que inspiró su oración al Padre antes de morir (Juan 14-17) en la que se presenta claramente como aquel por quien Dios cumple su plan y su promesa de reparar el espíritu pervertido del hombre: "Yo rezaré al Padre y les dará otro Espíritu (14,16). No los dejaré huérfanos. Les enviaré desde el Padre… ese espíritu y les hará acceder a toda la verdad… y les comunicará lo que ha recibido de mí" (16,13-15)». Y los magníficos textos que el apóstol Pablo dirigía a los cristianos de Corinto y de Roma, en torno a los años 57-58, cuando les dice: "Ustedes son la morada y el templo del Espíritu de Dios… porque el Espíritu de Dios habita en ustedes. Quien no tiene su espíritu, no le pertenece… Todos los que anima el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; sino un espíritu de hijos que nos permite llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre! El Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para testimoniar que somos hijos de Dios…" (Rom 8)


Creo que la función principal de la fiesta cristiana de Pentecostés, es recordarnos que, de alguna manera, todos somos de la raza de Dios, porque nacidos del Gran Espíritu, del Espíritu Original que llamamos Dios e impregnados de la Energía de su Espíritu, somos llamados a infundirlo en el mundo para que lo cultive y lo transforme en algo inmensamente más hermoso y realizado.   Bruno Mori  (traducción: Ernesto Baquer)  

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