LA FIESTA DEL ESPIRITU
Pentecostés es la fiesta del Espíritu.
La palabra "Espíritu puede tener tantas connotaciones como gentes para
hablar de él: humor, inteligencia, carácter, temperamento, personalidad, genio,
imaginación, inteligencia, fantasía, inspiración, vida, belleza, gracia,
divinidad, demonios, fantasmas, aparecidos (el mundo del bien, del mal, de lo
desconocido, del más allá), etc. En general con esta palabra queremos indicar
algo que no pertenece al mundo material de los sensorial y lo tangible, y que
por tanto escapa del campo de lo medible, lo experimentable. Pero que no sea no
medible, ni experimentable, con los medios del análisis científico, no por eso
significa que el mundo del espíritu sea irreal o una quimera. Efectivamente,
incluso las personas más agnósticas y materialistas, deben admitir que el mundo
de lo real no se reduce al mundo material, porque innegablemente hay fenómenos
que son bien reales, pero no materiales ni medibles: ¿qué hay más real, por
ejemplo, que el amor, la amistad, el odio, los celos, el talento artístico
(música, poesía, pintura…), el talento práctico, científico? ¿Cuántos himnos o
estallidos del Espíritu en un concierto o una sonata de Mozart (por ej. el
adagio del concierto para clarinete en La Mayor o el concierto para flauta y
arpa en Do mayor) o una sinfonía de Beethoven?
¿Cuánto espíritu, inspiración, encanto, gracia, belleza en un marco de
pintores impresionistas como Monet, Renoir, Cézanne)? Cuando reflexionamos un
poco y miramos en nosotros y a nuestro alrededor, nos damos cuenta que vivimos
finalmente en un mundo donde el espíritu está por todas partes y construye,
modela y transforma la realidad en la que y de la que nosotros vivimos, y que
gracias a la acción del espíritu podemos vivir y beneficiarnos de la calidad de
vida que tenemos en este siglo XXI. Sin la acción del espíritu los hombres
estaríamos todavía en la edad de piedra. El Espíritu es el motor de la
evolución, del cambio y del progreso del mundo… o de su pérdida.
Vemos la acción y los resultados del
espíritu, pero no sabemos de dónde nos viene, dónde vive, por qué está presente
y hacia donde conduce a la humanidad. Jesús de Nazaret, en su perspicacia, lo
había señalado ya hace 2000 años (Jn 3,8). Pienso que el desafío que la ciencia
querría revelar hoy es explicar y comprender el origen del espíritu en este
mundo. Hoy, en la era de la decodificación del ADN, los científicos buscan más
que nunca por qué el hombre es tan diferente a los demás animales, cuando desde
el punto de vista genético, es prácticamente idéntico a los otros grandes
mamíferos. El genoma del chimpancé es el 98% idéntico al del Homo Sapiens. Con
los medios sofisticados de la técnica moderna (IRM, PET-scan), científicos y
neurólogos se dedican a estudiar el cerebro humano, ansiosos para descubrir cómo
este órgano reacciona e inter-reacciona con la acción del espíritu en el
hombre. ¡Pero aún ahí, por maravillosas que sean la estructura y el
funcionamiento del cerebro humano, los científicos han encontrado en primer
lugar que ninguna categoría de neuronas es propia del hombre (! sería demasiado bueno!), y segundo que no es
más maravilloso que las del gran mono (gorila o chimpancé). Las últimas
investigaciones sobre el asunto muestran que el cerebro de un chimpancé, aparte
de que tenga un volumen ligeramente inferior al humano y lóbulos frontales
menos desarrollados, posee una complejidad casi idéntica a la de nuestro
cerebro con sus 100 mil millones de neuronas.
¡Tan semejantes y sin embargo tan diferentes!
Mientras la ciencia sea incapaz de proponer una explicación más convincente de
esta diferencia y del origen de ese espíritu que yo experimento en mí y que
hace de mí un animal totalmente especial y único, me adheriré a la vieja
explicación que dieron los antiguos filósofos (Platón, Plotino) y la tradición
religiosa judeo-cristiana. ¿Cuál es esta explicación? El Espíritu que hay en ti
es una partícula del "Gran Espíritu" que es Dios. La Biblia nos
revela que Dios, Espíritu en estado puro, nos comunicó un día algo de sí mismo
(por ej. Génesis 2,7) y a partir de ese momento, este complejo organismo pluricelular
que éramos y somos comenzó su largo viaje hacia el despertar de la inteligencia
y de la conciencia. Gracias a esta infusión de espíritu, la materia ha llegado
a ser capaz de organización y el espíritu de Dios fijó su residencia y
manifestación en nuestro Universo. La materia opaca y embotada, abrazada con el
fuego del espíritu, se ha convertido en "persona", en la que, en
adelante, brillan la imagen y la semejanza de Dios.
Sin embargo, el espíritu que nos viene
de Dios, debía necesariamente ser un espíritu divino, es decir, por definición,
bueno, sano y santo. Desgraciadamente la Historia de la humanidad nos enseña
que no es así. Porque el buen espíritu de Dios ha sido derramado en un ser que
lleva en sí mismo, e inevitablemente, los rasgos, manchas y heridas de su
finitud e imperfección. ¡Todos sabemos cómo puede estropearse y corromperse un
buen vino si se guarda en un tonel sucio y defectuoso! La Biblia nos dice: sí,
el buen espíritu que nos viene de Dios puede alterarse por la imperfección y
mala calidad de la estructura humana. El buen espíritu de Dios se convierte
entonces en un espíritu malo, deteriorado y corrompido. Esta alteración tan
común, verdadera y real en el plano existencial fue dramáticamente descrita en
la Biblia a través del mito del Espíritu o del Angel caído que se denomina
"el mal espíritu o el espíritu del mal" y que los autores bíblicos
personifican bajo diferentes nombres (serpiente, Satán, Baal, Belcebú).
En la historia de la humanidad, la
Biblia es uno de los primeros textos que ha reflexionado sobre el misterio de
la presencia del mal en el mundo (Job, Tobías). Desde las primeras páginas se
plantea la cuestión que angustia a los hombres de todos los tiempos: "¿Por
qué hay en este mundo tanto mal, si Dios, que ha modelado el hombre a su
imagen, es un ser infinitamente bueno y por tanto quiere su felicidad? ¿Por qué
tanta maldad y odio, si Dios ha colmado al hombre con su espíritu, que sólo
puede ser un espíritu de amor y fraternidad? Los autores bíblicos, hombres de
fe profunda que creían intensamente en la bondad, la misericordia y el poder de
Dios, no quisieron resignarse a adoptar una actitud fatalista y resignada ante
el drama de la presencia de Dios en el mundo. Quisieron creer que Dios no podía
resignarse a quedar de brazos cruzados y aceptar estoicamente la depravación de
su espíritu en el corazón del hombre. Por eso, vemos, a lo largo de toda la
Biblia, dibujarse y formular, poco a poco, a la vez que constatando y describiendo
el horror de los destrozos causados por la virulencia del mal y del pecado, el
anhelo de un mundo diferente y mejor; el continuo y renovado anuncio de una esperanza, y el presentimiento (que casi
se convertirá en una convicción) de que Dios no dejará las cosas así, sino que
un día intervendrá para restaurar, reparar, renovar el espíritu deteriorado y
degradado del hombre. Y que lo hará, por una nueva infusión de su Espíritu. De
esta esperanza y esta intuición nace en la Biblia la actitud de la espera; la espera de una intervención de
Dios; la espera de ese día en que enviará de nuevo su Espíritu bueno que curará
desde dentro el mal espíritu y el mal corazón del hombre. Esta curación la
realizará Dios a través de un intermediario, un enviado, al que revestirá de su
poder para que pueda actuar en su nombre: "el Mesías".
De esta espera del "Día del
Señor" se alimenta todavía hoy, la Esperanza y la fe del judío piadoso. En
la Biblia, sobre todo los libros proféticos, desarrollaron el tema de la espera
y buscaron preparar los corazones a acoger el día del Señor cuando, a través de
su Mesías vendría para crear un mundo nuevo.
De
ahí la constante exhortación de los profetas bíblicos (Joel, Ezequiel) a
desembarazarnos de nuestro mal espíritu, para abrirnos y dejarnos conducir por
el buen espíritu que viene de Dios, Porque sólo es espíritu nos permitirá ser
auténticamente nosotros mismos y vivir según la verdad de nuestra naturaleza.
Si seguimos otros espíritus, si deterioramos el nuestro, nos destruimos a nosotros
mismos y al mundo que nos rodea. A su pueblo, perdido en el camino de la
transgresión y la infidelidad, corrompiendo su buen espíritu, Dios le promete
que un día le ayudará a recuperar de nuevo el espíritu bueno: Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de
ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré
un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen
según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica.
(Ez.36, 26-28).
En los evangelios, Jesús se presenta
como el instrumento por quien Dios cumplió esa promesa. El fin principal de su
misión consiste en ayudar a aquellos y aquellas que lo encuentren a vivir según
la verdad profunda de su ser, es decir, según el espíritu que han recibido de
Dios. En los evangelios, Jesús de Nazaret se presenta constantemente como el
hombre que ha vivido siempre en acuerdo total con el Espíritu de Dios, y que
puede conducirnos, si lo escuchamos y seguimos, a hacer lo mismo. Por eso, para
nosotros sus discípulos, Jesús es quien nos revela la importancia de ese
espíritu, nos infunde el deseo de guardarlo siempre en nosotros, o de
recuperarlo de nuevo si, desgraciadamente, lo hemos perdido. Según Jesús, los
auténticos hijos de Dios son los y las capaces de guardar ese espíritu y vivir
según sus iniciativas. Son los capaces de nacer a una vida nueva recuperando
las exigencias de una existencia a la manera del espíritu que nos viene del
Misterio Original del Amor y la Fuente
de todo ser. Esta convicción de Jesús es la que inspiró su oración al Padre
antes de morir (Juan 14-17) en la que se presenta claramente como aquel por
quien Dios cumple su plan y su promesa de reparar el espíritu pervertido del
hombre: "Yo rezaré al Padre y les
dará otro Espíritu (14,16). No los dejaré huérfanos. Les enviaré desde el
Padre… ese espíritu y les hará acceder a toda la verdad… y les comunicará lo
que ha recibido de mí" (16,13-15)». Y los magníficos textos que el
apóstol Pablo dirigía a los cristianos de Corinto y de Roma, en torno a los
años 57-58, cuando les dice: "Ustedes son la morada y el templo del
Espíritu de Dios… porque el Espíritu de Dios habita en ustedes. Quien no tiene
su espíritu, no le pertenece… Todos los que anima el Espíritu de Dios, son hijos
de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el
temor; sino un espíritu de hijos que nos permite llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre!
El Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para testimoniar que somos
hijos de Dios…" (Rom 8)
Creo que la función principal de la
fiesta cristiana de Pentecostés, es recordarnos que, de alguna manera, todos
somos de la raza de Dios, porque nacidos del Gran Espíritu, del Espíritu
Original que llamamos Dios e impregnados de la Energía de su Espíritu, somos
llamados a infundirlo en el mundo para que lo cultive y lo transforme en algo
inmensamente más hermoso y realizado. Bruno Mori (traducción: Ernesto Baquer)
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