CORPUS CHRISTI - Reflexiones sobre la fiesta
(Primera carta del Apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto 11,
23-26)
En este domingo consagrado a la fiesta
de la presencia del Señor bajo el símbolo del pan entregado y compartido, la
liturgia en la segunda lectura de la misa, propone para nuestra reflexión el
relato más antiguo de la "institución de la eucaristía". Relato que debemos a la pluma de Pablo que,
en el año 53, desde la ciudad de Éfeso (en la actual Turquía), escribía una
larga carta a la comunidad cristiana de Corinto (en Grecia) fundada y dirigida
por él durante año y medio del 5al 52. Corinto contaba entonces con más de
medio millón de habitantes, 2/3 de los cuales eran esclavos. La ciudad debía su
prosperidad económica a su situación geográfica y a sus dos puertos, uno sobre
el mar Egeo y otro sobre el Adriático. La comunidad cristiana de Corinto era
muy ecléctica, compuesta por gentes que venían de horizontes culturales y
étnicos muy variados, y de clases sociales bien diferentes. Porque había en
esta comunidad una mayoría de cristianos muy pobres y una minoría de más
adinerados, constituida por mercaderes, empresarios, armadores, fleteros y
propietarios agrícolas. En consecuencia, era una comunidad muy heterogénea muy
difícil de gestionar, educar y amalgamar, y efectivamente Pablo tuvo muchos
problemas con ellos. Y debió intervenir varias veces para resolverlos.
Cuando estaba en Éfeso, supo que en
Corinto las "eucaristías", las reuniones-comidas que los cristianos
organizaban una vez por semana para festejar la resurrección de Jesús y hacer
memoria de su presencia viva, no se realizaban correctamente. Las reuniones en
lugar de ser asambleas para expresar, mantener y alimentar la unidad, la
caridad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad entre sus miembros, en y
según el espíritu del Señor, se habían convertido en ocasión de discusiones,
litigios, divisiones i desigualdad. Los ricos formaban rancho aparte, y no
querían mezclarse ni compartir con los más pobres: de forma que en estas
comidas, los más ricos se atiborraban y embriagaban y los pobres no se atendían
ni comían a pesar de su hambre.
Para Pablo eso constituía un insulto a
la memoria del Señor y un anti-testimonio escandaloso que lo hizo reaccionar
con indignación. "Cuando ustedes se reúnen de estos modos, no lo hacen en
nombre del Señor: no es la cena del Señor lo que comen… les escribía. ¿No
tienen vuestras casas para comer y beber?... Pero si quieren comer y beber sin
contar con los otros, avergüenzan a los que no tienen nada… Ustedes no actúan
según el espíritu del Señor. Como cristianos y discípulos del Señor, no tienen
derecho a comer y beber totalmente solos, sin compartir con los que tienen
menos que ustedes… No tienen derecho a no hacerse solidarios con los demás,
sobre todo si son pobres y están necesitados… La comida que comen juntos en
nombre del Señor no es expresión y signo
de la comunión con su cuerpo, ese cuerpo que deberían formar con todos vuestros
hermanos humanos, siguiendo el ejemplo de Jesús que sólo vivió para los otros,
que continuamente se dio y se desvivió por los demás y que quiso ser para todos
como el verdadero pan del que todos podemos alimentarnos…
Es para hacernos comprender esto -
prosigue Pablo- que Jesús, antes de morir, tomó el pan que estaba sobre la mesa
de la última cena y, después de haberlo roto, se lo dio a sus amigos
diciéndoles: Recuerden siempre que este pan soy yo, es mi cuerpo… Este pan es
la figura y la imagen de lo que he sido toda mi vida para los y las que me han
conocido y estado a mi lado. Como este pan, yo me he partido, me he roto, para
entregarme, alimentar, ayudar, sostener, curar, levantar, hacer vivir, a los
otros… ¡Yo me he hecho comida!… ¡Hagan ustedes lo mismo!… ¡Cuando piensen en
mi, recuerden lo que he sido por ustedes!… ¡Conviértanse ustedes también en verdadero
pan!… ¡No duden en darse ustedes como comida! Recuerden que para darse a comer,
será necesario que se rompan todo a su vez, que quiebren la corteza espesa y
dura de vuestra cerrazón, vuestros repliegues, vuestros egoísmos, para que lo
mejor que hay en ustedes pueda derramarse y comunicarse… y construir un mundo
mejor, una sociedad más humana fundada en la solidaridad, la comunión, el
compartir… fundada sobre la nueva alianza del amor a Dios y el amor al prójimo.
Pablo busca por ello hacer comprender a
los cristianos de Corinto que sus reuniones eucarísticas son gestos vacíos de
sentido y, todavía peor, muestran a plena luz actitudes y comportamientos
hipócritas e indignos de personas que se proclaman discípulos de Jesús de
Nazaret. Y Pablo continúa: "Que cada uno se analice antes de comer este
pan y beber esta copa, para ver su grado de caridad y comunión con su prójimo;
para ver si su vida no está en contradicción con el gesto que realiza y para no
correr el peligro de comer, en vez del Espíritu del Señor, su propia vergüenza
y condenación".
Del contexto histórico que impulsó a
Pablo para transmitirnos por primera vez el relato del don que hace Jesús de su
propio cuerpo, podemos deducir que para Pablo el fin principal del gesto
cristiano de la comida "eucarística" en memoria de Jesús, es el de
expresar la fraternidad, la unidad, la armonía, la comunión, la caridad y la
solidaridad que existen ya en el seno de la comunidad cristiana y animarla a
vivir siempre en conformidad con los contenidos del gesto simbólico del pan
compartido en las reuniones eucarísticas.
Este pan que la comunidad cristiana
ofrece y come en la comida eucarística, expresa y actualiza la presencia del
Señor entre sus discípulos sólo porque esta presencia es real y actuante entre
ellos, gracias y en virtud de su espíritu de fraternidad y amor que los
anima.
La presencia del Señor entre los suyos
durante la reunión eucarística, no está causada, como suele pensarse, por los
poderes mágicos del sacerdote que, sobre el altar, transforma milagrosamente un
trozo de pan en el cuerpo y la sangre de Cristo. La presencia del Señor la
causa más bien, de una manera mucho más normal y natural, su espíritu de amor
que anima desde dentro la comunidad de sus discípulos reunida en torno a una
mesa para hacer memoria de él. Es la comunidad cristiana quien garantiza, que,
a través de ella y del amor que emana, Jesús esté verdadera y eficazmente
presente como fuerza y energía amorosa que, a la sociedad de los humanos que se
abren a ella, la transforma, mejora, levanta, cura y salva.
Es necesario que los discípulos coman de
él, se alimenten de su espíritu, para que su presencia pueda producirse y
activarse. Porque no hay presencia posible del Señor en una asamblea dominical
compuesta de delincuentes y criminales que se alimentan del egoísmo, la
opresión, el odio y la violencia, incluso si, sobre el altar, hay un papa o un
obispo que pronuncian sobre el pan y el vino las palabras de la consagración.
El
Señor está presente en nuestras eucaristías dominicales porque está ya presente
en el corazón, el espíritu, las actitudes, las acciones de los y las reunidos y
que por su fe son capaces de ver en el pan sobre la mesa del altar, tanto el
signo de la vida de Jesús entregada y comida, como el signo de su propia
existencia vivida a la sombra y en los pasos de la de su Maestro.
Este Jesús que, a través de nosotros, se
hace presente en nuestras eucaristías y que, en la fe, lo reconocemos bajo el
signo del pan, está ahí únicamente para ayudarnos a hacer y construir la
comunión entre nosotros. Nuestras eucaristías celebradas al modo y manera de la
comida fraternal y del pan entregado y compartido, tienen como fin manifestar
nuestro amor fraternal y ayudarnos a crear comunión. Y si en nuestras vidas, no
vivimos de y en comunión con los demás , nuestras "misas" se
transforman en ritos ridículos y sin sentido, y nuestras "comuniones
sacramentales" en gestos estúpidos, falsos e hipócritas.
Entonces ¿por qué nuestras asambleas
eucarísticas? Primero para hacer memoria de Jesús, tal como nos lo solicitó;
para que nos acordemos siempre de esa obra maestra de amor y humanidad que fue
el Maestro de Nazaret, que se dio a comer como verdadero pan hasta la última
migaja.
Segundo, porque nosotros, sus discípulos
continuamente tentados por nuestros malos espíritus (egoísmo, codicia, cerrazón
sobre nosotros mismos, ansias de superioridad y poder, arrogancia…) necesitamos
confrontarnos con un espíritu que sea especialmente bueno, santo e inspirador,
con el Espíritu de Jesús que está actuando en la comunidad de sus discípulos…
Necesitamos confrontarnos con la
grandeza humana de ese hombre completamente descentrado de sí mismo y
totalmente centrado sobre Dios y el prójimo, que sólo ha existido para los
demás, para ponerse al servicio de los demás.
Realmente necesitamos empapar y limpiar
nuestros súper-ego egoístas y dominadores, con su fealdad, su torpeza, su
bajeza y su mezquindad, en las aguas límpidas de ese amor manifestado en Jesús,
en la esperanza de que finalmente surja también en nosotros, el deseo de
abrevar nuestra vida en la verdadera fuente del éxito y su realización.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto
Baquer)
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