(8º dom. ord. C - Lc
6,39-45)
Original francés: http://brunomori39.blogspot.com/2019/03/des-aveugles-la-barre-du-bateau.html
.
Jesús tenía el hábito de decir que no hay peor ciego que el que no quiere
ver, porque está encerrado en sus convicciones y enceguecido en sus prejuicios.
En el Evangelio, la ceguera, más que ser una discapacidad física, es la imagen
de una actitud psicológica y espiritual. Y Jesús utiliza la imagen del ciego
sobre todo cuando habla de las autoridades religiosas de su tiempo, personas
atadas a doctrinas y prácticas religiosas, como los escribas y fariseos, de los
que decía sin reparos que eran ciegos y guías de ciegos, que no quieren ver y
que impiden a los demás abrir los ojos y ver por sí mismos.
De ahí que Jesús quisiera estigmatizar y condenar su cerrazón, su fanatismo
religioso que los tenía aprisionados en su certeza de estar del lado de los
elegidos, del bien y la virtud; de ser los únicos poseedores de la benevolencia
de Dios, de la verdad y de los medios de la felicidad espiritual y la salvación
eterna.
Esas certezas los tenían encerrados en una feliz satisfacción de sí mismos,
de su estado, y en la convicción de no necesitar a nada ni a nadie. En su mundo
y en su religión, habían encontrado todo lo que les colmaba y satisfacía. Para
personas así, no hay nada de bueno o válido fuera de su mundo. ¡Ningún planteo
de abrirse a lo nuevo! Nada de ser curioso y deseoso de saber lo que haya fuera
de su “parroquia”. ¡Nada de saber leer e interpretar los signos de los tiempos,
como deseaba Jesús¡ Detestan los nuevos tiempos, las generaciones nuevas, con
su manía de correr detrás de todo lo nuevo, de los artefactos electrónicos o la
informática. Esos ciegos prefieren su tranquilidad, el statu quo, sus cosas antiguas,
sus buenas y viejas iglesias, su antigua y buena fe con sus devociones,
procesiones, ritos, buenas y viejas prácticas. Esos ciegos no quieren nuevas
ideas que vengan a complicarles la existencia ¡cambiar su religión y rectificar
su fe! Detestan los cambios, transformaciones, actualizaciones cuestionamientos
que vengan a trastocar y destrozar costumbres y rutina ¡con las que se sienten
tan cómodos!
Esos ciegos (entre los que forman parte muchos de nuestros buenos
católicos) encerrados en la prisión dorada de su complaciente suficiencia, no
están interesados por lo nuevo: no tienen ninguna gana de escuchar y aceptar
una palabra original y poco común, una enseñanza diferente, una comprensión
renovada, repensada, más abierta de su fe, un mensaje nuevo, sobre todo si se
trata de una buena nueva, innovadora, abierta a nuevos horizontes, sobre una
concepción diferente de Dios, del hombre y del mundo; que aporte un espíritu
nuevo, una escala nueva de valores, una nueva mentalidad; que proponga un nuevo
estilo de vida, más humano, más fraternal, más justo, más cariñoso.
Consecuencia: encerrados en su mundo, esa gente, ciegos por su opción,
miran con sospecha, miedo y hostilidad a los que están afuera, que no
pertenecen a su país, clan, tribu, cultura ni a su religión. Miran y tratan con
desconfianza a los que no piensan como ellos; que viven según otras normas,
otros principios, otros paradigmas. Consideran a los que no crecieron a la
sombra de su campanario, que vienen de afuera, que están “afuera”… como cuerpos
extraños a extraer, extirpar, eliminar. En efecto, esos “extranjeros”,
molestan, trastornan, perturban su vida tranquila, trastocan sus tradiciones y
costumbres, ponen en crisis sus ideas; objetan sus prejuicios, ponen en peligro
las estructuras y reglas que sostienen su modo de vida.
Y entonces surgen inevitablemente crítica, juicio, negatividad, condena,
hostilidad, prejuicios. Encerrados en su suficiencia y ciegos por su narcisismo
y su mirarse el ombligo, esos ciegos “ven” y descubren en los que están “afuera”,
en los que son diferentes, toda clase de defectos y vicios; hasta considerarlos
como personas inferiores, de segundo orden, mientras ellos, los ciegos son
seres superiores, que guardan para sí la benevolencia y la luz de Dios.
Ese es el porqué Jesús condena con una severidad implacable este tipo de
ciego, cerrado sobre sí e incapaz de ver y comprender lo que pasa fuera de su
mundo. Jesús los califica de fanáticos estúpidos, intolerantes, hipócritas. Los
tratará de “víboras” y “sepulcros blanqueados”. Los llamará “ciegos y guías de ciegos”;
expertos en “ver” la paja en el ojo ajeno, e incapaces de advertir el tronco en
sus propios ojos. Tienen ojos de halcón para descubrir los defectos ajenos; y
ojos de topo para ver los suyos.
Para Jesús, ese tipo de personas son peores que todos los demás. De hecho,
adoptan la táctica de la crítica, el juicio, la calumnia, para rebajar a los
otros, elevarse y glorificarse a sí mismos y justificar más fácilmente sus
defectos y sus malas acciones. Jesús ilustró admirablemente ese comportamiento
arrogante, engreído e hipócrita de esos ciegos en la parábola del fariseo y el
publicano: “Yo no soy como ése… Yo soy un campeón de la honradez y la
religiosidad… Sólo hago buenas obras, buenas acciones… No tengo nada que reprocharme…
Dios puede estar contento conmigo…”
En el evangelio de hoy, Jesús deja entender que ese tipo de individuos,
jamás debería ocupar puestos de dirección y de responsabilidad, porque son
incapaces de ejercer autoridad y de ser buenos guías y maestros en el seno de
la sociedad. En efecto, si no saben permanecer de pie, ver con claridad y
caminar con rectitud ellos mismos, ¿cómo podrán conducir y hacer caminar
rectamente a los demás? Para ello, han de salir de la oscuridad de su prisión
interior, curar sus discapacidades psicológicas; abrir su espíritu y su corazón
a aceptar la modernidad de la buena nueva de un mundo renovado y diferente;
acoger con tolerancia, benevolencia e indulgencia las debilidades y límites de
los que viven a su alrededor. Deberían, en fin, aprender a caminar y orientarse
confiando en su sentido común y en los tesoros de verdadera sabiduría humana
que descubran en las profundidades de su corazón y dejando de sostenerse sin
cesar por las muletas de sus tradiciones, sus creencias, sus prejuicios y su
religión.
Para Jesús no hay peor ciego que el deslumbrado y fanatizado por su
religión. No hay peor ciego que el que utiliza su fe en Dios como pretexto para
saciar su sed de poder y de gloria que sólo produce los malos frutos del
fanatismo, el extremismo, el fundamentalismo y la intolerancia, que son los
males que todavía hoy, hacen sufrir más a nuestra humanidad.
El Evangelio llama “hijos de la luz”
a los que han salido de la oscura prisión de su “ego” y han tenido el coraje de
aventurarse en los caminos del mundo nuevo que Jesús nos hace entrever. Se
reconocen esos hijos de la luz, discípulos de Aquel que es luz para nuestro
mundo, en sus frutos de luz. Ya no son, como los escribas y fariseos del
Evangelio, individuos sombríos, ciegos y agriados por su fanatismo e indignados
contra todos los que no están con ellos, sino personas que “ven” a Dios y la
presencia de Dios en todo ser humano, pertenezcan a la raza, religión, o
cultura que sea. A todos esos hermanos humanos, los hijos de la luz llevan los
buenos frutos de su adhesión al evangelio de Jesús, frutos de bondad,
fraternidad, tolerancia, benevolencia, comprensión, aceptación, escucha,
empatía, compasión, justicia… frutos de amor…
En esta Eucaristía, pedimos al Señor ser o llegar a ser, nosotros también,
ese tipo de persona iluminada por la sabiduría del evangelio y capaces de sacar
del tesoro de nuestro corazón, los buenos frutos de un amor entregado a todos
sin límites y sin trabas.
Bruno Mori - 28
Ferrero 2019
Traduction
de Ernesto Baquer
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