(6o dom. ord. C – Lc 6,20-26)
Sin duda las Bienaventuranzas son
el texto evangélico más comentado, pero también el más difícil de captar,
porque es completamente lo opuesto a nuestra escala de valores. ¿Cómo pueden
ser felices los pobres, los que lloran, los que tienen hambre, los que son
oprimidos, perseguidos? Pienso que la comprensión de este texto corresponde más
al campo de la sensibilidad y la conquista personales, que al de la exegesis
bíblica, la teología o la homilética.
La primera dificultad es el hecho
de que el mensaje de las bienaventuranzas sobrepasa lo que nos lleva a pensar
el instinto y nos aconseja el sentido común. Diríamos que se dirigen a seres
que pertenecen a un mundo superior y no a pobres y frágiles criaturas humanas.
Todas las explicaciones que puedan darse para tratar de comprenderlas no
consiguen convencer a nadie, porque su sentido va mas allá de lo que sentimos y
lo que hacemos. Esa es la razón por la cual los predicadores le tienen miedo,
se sienten mal con él, porque saben que aquí se ataca un hueso duro de roer y
que fácilmente pueden romperse los dientes, digan lo que digan.
La segunda dificultad reside en
la misma formulación del texto, que surge de una comprensión o una visión de
Dios, del hombre y del mundo, perimida, superada e inaceptable para nuestra
mentalidad moderna. En efecto, supone la existencia de una divinidad situada
fuera de nuestro mundo, desde donde busca meterse continuamente en los asuntos
humanos, sobre todo de su vida privada y que interviene en la historia para
corregir, regular, castigar los males, los errores y los perjuicios de que son responsables sus
fracasadas criaturas. Podemos percibir esta mentalidad en la expresión “Felices
los que ahora tienen hambre, porque serán saciados”. Lo que equivaldría a
decir: ”Ahora, ustedes tienen hambre y no es una broma. Pero vendrá el día en
que comerán hasta saciarse; y los malos egoístas que ahora les niegan el
alimento, lo pasarán muy mal”.
El problema con esta forma de
pensar es constatar que en el mundo real nunca sucede así. Al contrario, con el
tiempo los pobres son siempre más pobres y tienen siempre más hambre, y los
ricos más satisfechos e impunes. Y si a
veces, en alguna parte, hay cualquier mejora de la situación, no es ciertamente
porque Dios haya intervenido para imponer su justicia.
Por otra parte, si para aportar
esperanza y valor a los pobres y hambrientos, el evangelio debe consolarlos con
la promesa de su felicidad futura en el paraíso y del castigo futuro infligido
por Dios a los malos ricos, ¿no es admitir indirectamente que es totalmente
normal ser miserables, hambrientos, explotados por los ricos a lo largo de
nuestra vida en la tierra y dar por sentada esta situación de injusticia?
Lo importante cuando uno se
acerca a las bienaventuranzas es guardar
siempre a la vez el aspecto interior y el exterior o la puesta en práctica de
su contenido. Se refieren siempre a la actitud interior de cada uno y a las
repercusiones o consecuencias que esta actitud interior debe tener sobre las
relaciones humanas y la estructura de la vida social en la realidad del mundo.
Las Bienaventuranzas buscan
hacernos comprender que, incluso en las peores circunstancias que podamos
imaginar (miseria, hambre, dolor, lágrimas, opresión, persecución…), nada ni
nadie podrá arrebatarnos la posibilidad de construir la calidad humana de
nuestro “ser” o de nuestra personalidad, o impedirnos crecer en humanidad y
reflejar a nuestro alrededor el resplandor y la belleza del misterio divino que
nos habita.
Lo verdaderamente importante, lo
que da sentido a una vida humana, estará siempre al alcance de los que son
capaces de profundidad, de interioridad, de mirar más allá de la inmediatez
material y banal de su existencia.
Si creemos que la felicidad viene
del consumir y del tener, no hemos descubierto la alegría de ser. Sólo en el
“ser” está la fuente de la verdadera alegría, sólo el ser puede hacernos
felices. Si ponemos nuestra confianza en el tener, el poseer, en las cosas, las
riquezas, la seguridad exterior, erramos el camino, no encontraremos nunca el
lugar de nuestra verdadera felicidad, sólo encontraremos decepción y desgracia.
Las bienaventuranzas nos dicen
que los valores y los tesoros más preciosos están en nosotros y no fuera de
nosotros. Enriquecen nuestro “ser”, colman las profundas bóvedas de nuestro espíritu
y nuestro corazón y nada ni nadie nos las podrá arrebatar. Lo que hace la calidad de nuestra humanidad y encanto atrayente de nuestra persona, son los
tesoros constituidos por nuestros conocimientos, sabiduría, sensibilidad,
bondad, amabilidad, disponibilidad, capacidad de escucha, de empatía, de
compasión, generosidad, nuestra preocupación por los demás, etc.
Pero si no tenemos nada en
nuestro interior que dé valor, consistencia y solidez a nuestra vida, porque
sólo nos apoyamos en las cosas que poseemos a nuestro exterior ¿qué sucederá
con nosotros, que quedará de nosotros, si un día, por un revés de la vida,
perdemos nuestras cosas y nos quedamos sólo con nosotros? Quedaremos reducidos
a nada, a un saco vacío, a un despojo humano que no le interese a nadie.
El texto de las bienaventuranzas
no nos pide ser héroes que realicen proezas, sino tomar conciencia. Las
bienaventuranzas son la prueba de fuego del cristiano. Un cristianismo como
escudo protector exterior que busque seguridades espirituales, por encima de
garantías materiales, y que no busque, a través del don desinteresado de sí
mismo y del amor dado, a cambiarse a uno mismo y al mundo, no tiene nada que
ver con Jesús
Las bienaventuranzas suponen una
actitud interior de desapego y una experiencia espiritual de Dios, como
fundamento último de mi ser y de todos los seres. En Dios, somos una realidad
sola con todo el Universo y con nuestros hermanos. A remarcar que son los
pobres, en el texto de las bienaventuranzas los que están con Dios y del lado
de Dios, porque han elegido adherirse a él más que al dinero (y no la pobreza)
los que son declarados felices, “porque a ellos les pertenece el Reino de
Dios”.
Bruno Mori
Traducción
de Ernesto Baquer
(Homilía
elaborada a partir de una reflexión de Fray Marcos, en: http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/10486-dichoso-el-pobre-no-por-serlo-sino-por-no-causar-pobreza.html)
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