(3o dom. ord. C – Lc 1,1-4)
Hemos leído el
comienzo del evangelio de Lucas. El evangelio que nos acompañará durante este
año litúrgico. Lucas nos dice qué método siguió para escribir su evangelio.
Esencialmente dice: “Queridos amigos, no estoy aquí para entretenernos con
cuentos de hadas, o para contarles anécdotas edificantes sobre la vida de este
gran personaje que fue Jesús. Circulan muchas historias por cuenta de quien las
dice, pero cuya autenticidad nadie se ha tomado el trabajo de verificar. Bueno,
yo ¡sí lo hice! Busqué, elegí mis fuentes, interrogué a testigos oculares de
fiar, seleccioné mis informaciones. No me quedé con cualquier cosa, sino sólo
con lo que juzgué fiable y verídico”.
Lucas es médico,
un hombre instruido, metódico, un escritor dotado y serio que no quiere arriesgarse
a que un día le digan que ha escrito cualquier cosa. Garantiza de entrada a sus
lectores que ha efectuado un trabajo histórico preciso, detallado y probado.
Al garantizar la
credibilidad de su trabajo, Lucas quiere que sus lectores comprendamos que ha
escrito algo muy importante y precioso, porque contiene un regalo, o mejor, un
tesoro precioso, ofrecido a los discípulos de Jesús y destinado a
enriquecernos. Es que ha escrito para gentes que buscan seguir las enseñanzas
del Maestro Jesús, vivir según sus valores, principios y el espíritu que nos
dejó. Porque su evangelio es una buena noticia dirigida a personas que han sido
fascinadas y conquistadas por la originalidad de su enseñanza, la calidad
extraordinaria de su humanidad y que lo aman con todo su corazón y todas sus
fuerzas.
Lucas médico es
también un poco sicólogo, sabe qué fuerte es en lps que aman, el deseo de
conocer los menores detalles de todo lo que se relaciona con la vida del ser
amado. Cuando amamos a una persona, queremos conocerla a fondo, buscamos saber
siempre más de él. ¿De dónde viene el que amo? ¿De qué familia salió? ¿En qué
escuela fue formado? ¿Qué ha hecho en su vida? ¿De dónde sale su encanto, su
atractivo, su espíritu, su saber, su carisma, sus conocimientos? ¿Qué personas
le rodearon antes de que yo lo encontrara? ¿Cuáles son sus gustos, sus
preferencias? ¿Quién es, qué es, lo que ama o lo que detesta? ¿Por qué valores
se juega? ¿Cuáles son sus sueños, sus proyectos, sus éxitos, sus realizaciones?
¿Cuáles sus defectos, debilidades, derrotas, fracasos? ¿Qué es lo que lo hace
feliz? ¿Qué es lo que lo deja triste o lo hace llorar? ¿Quiénes son sus amigos,
sus enemigos? ¿Quién es realmente? ¿Por qué me parece tan especial, tan
diferente? ¿Por qué me atrae y me fascina tanto? ¿Por qué razón me ha sacudido
y cambiado mi vida? ¿Por qué me siento tan bien en su compañía? ¿Por qué me
siento mejor persona cuando modelo mi conducta a ejemplo suyo?...
Sólo si nos
planteamos estas preguntas y si buscamos responderlas, podremos medir la autenticidad
y la fuerza de nuestro amor por él, y el impacto que provoca en nuestra
existencia de discípulos. Precisamente Lucas dice haber escrito su evangelio
para que tengamos la posibilidad de encontrar respuesta a todas esas preguntas.
Lucas, un médico de Antioquia,
nunca se encontró con Jesús. Lucas conoció a Jesús a través del apóstol Pablo,
el que a su vez, no había conocido personalmente a Jesús. El encuentro de Lucas
con el pensamiento y la enseñanza del Maestro de Nazaret cambiará para siempre jamás
el curso y la calidad de su vida.
Querido Lucas,
¡qué cerca estás de mí! ¡También yo jamás vi a Jesús en carne y hueso! A veces,
llego a pensar que, si hubiera tenido la oportunidad de vivir en su tiempo, de
encontrarlo en mi caminar, de vivir a su lado, de escucharlo, de ser testigo de
sus milagros, de sentir la fascinación y el encanto que se desprendían de su
persona… bueno, yo también habría podido convertirme es su mayor amigo, en un
admirador entusiasta. Habría hecho lo imposible para secundarlo y ayudarle a
realizar sus proyectos humanitarios de compasión, de ayuda a los pobres, de
fraternidad y amor universal. Me habría convertido en uno de sus discípulos más
fieles y comprometidos. ¡Un cristiano auténtico, cien por cien!
Y Lucas hoy me
dice que, tampoco él vio ni conoció nunca al Nazareno, y sin embargo ¡fue
conquistado totalmente por él, y que cambió su vida para siempre ¡Y Lucas nos
puede asegurar que nuestro amor de discípulos puede ahora encontrar en su
evangelio todo lo que hace falta para satisfacer nuestras ganas de proximidad y
conocimiento! Tan sólo hay que tomarse el trabajo de leerlo, de apropiárnoslo,
de impregnarnos de él, de permitir nuevamente al Espíritu de Jesús, contenido
en su evangelio, que nos toque y llegue a las profundidades y la sensibilidad
de nuestro corazón.
Nosotros, los
cristianos modernos, que vivimos en un mundo que con frecuencia nos aliena y
nos dispersa; que sabemos tan poco sobre Jesús, a quien sin embargo admiramos y
amamos… ¿Cuándo y dónde nuestro amor por él encontrará la oportunidad de
satisfacer nuestro deseo de conocer y saber más sobre él?
Para nosotros
que habitamos actualmente en este barrio de NDG (Notre Dame de Grâce, en Montreal, Quebec) no
será aquí, en esta iglesia, donde cada domingo tenemos la posibilidad de
encontrar al Maestro de Nazaret, de escuchar, de profundizar y asimilar su
palabra y siempre un poco más aprender sobre su persona y el espíritu que lo
anima? ¿Ese espíritu que no acaba de estremecer y seducir nuestro corazón de
discípulos, de alimentar nuestra adhesión a él y de dar mucho más aire y altura
a nuestra existencia?
Queridos amigos, en esta
Eucaristía que nos congrega en nombre de Jesús, agradezcamos al evangelista
Lucas que nos recuerde todo esto.
Bruno Mori
(Traducción de Ernesto Baquer )
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