vendredi 10 mars 2017

LO QUE DIOS HA UNIDO … Mc 10,2-16

 ...O LA APOLOGIA DE LA MUJER

(27° dom to B)


En la cultura judía del tiempo de Jesús nadie cuestionaba el que un hombre casado pudiera, unilateralmente repudiar a su mujer. Era una práctica casi normal. Si había alguna discusión sobre esa práctica, no era sobre el principio del repudio en cuanto tal, sino sobre  las razones válidas para tomar tal decisión. En aquel tiempo, en los hechos, un hombre podía echar de la casa a su mujer por cualquier motivo. Bastaba con que hiciera algo desagradable a los ojos de su marido: una comida mal cocinada; un alimento quemado; que hablara con un desconocido fuera de la casa, o estar sin velo con los cabellos al viento…

En aquella época, ser abandonada por su marido, era para una mujer la peor de las catástrofes. Era una mujer deshonrada y destinada a la muerte social y, también con frecuencia, a la muerte física, porque se encontraba sin estatus social, sin respaldo, sin protección y sin medios de subsistencia. No hay que olvidar que, entonces, la mujer era totalmente dependiente y a merced de su marido. Se estaba muy lejos del movimiento de liberación de la mujer, de la paridad de derechos, de los derechos de la persona, de la igualdad de sexos.

En la sociedad judía del tiempo de Jesús, como todavía hoy en la mayoría de países musulmanes, las mujeres no salían solas y se ocupaban exclusivamente del hogar, del marido y de los hijos. Eran o las sirvientes, o las esclavas de su cónyuge que tenía pleno poder sobre ellas. No se las consideraba como personas adultas y responsables, sino como menores que necesitan siempre ser vigiladas, dirigidas y controladas. Sólo el marido tenía capacidad de razón. Por tanto, podía reprimirlas, castigarlas, sancionarlas, golpearlas y finalmente expulsarlas de su casa, si le parecía bien.
Aquí Jesús se levanta con toda la fuerza de su autoridad para condenar esa mentalidad machista y opresiva. En este texto evangélico, Jesús pone las bases de la lucha por la liberación de la mujer. Condena toda forma de dominación, superioridad, hegemonía y preeminencia del hombre sobre la mujer. Afirma que, si la ley mosaica parecía favorecer a los hombres, dándoles el poder de mano dura contra sus esposas, eso era por una concesión a la brutalidad incurable de los machos y a la dureza de su corazón.

La ley mosaica prefería considerar una vía de salida para la mujer casada, dejarle una puerta abierta, más que obligarla a sufrir indefinidamente las agresiones o la violencia de su marido y condenarla así a una vida de infierno. Jesús afirma que la Ley mosaica es un mal menor, una concesión a la barbarie de esos hombres primitivos, pero no es así como Dios ve y quiere las relaciones entre hombre y mujer. "Al principio, cuando Dios creó el hombre y la mujer, no era así como sucedía", subraya el Maestro.

Jesús se levanta contra ese absurdo jurídico, inventado por hombres y para los hombres, que les permite despedir de manera unilateral a su esposa y que no permite a ella hacer lo mismo. Jesús busca hacer comprender a los machos de su tiempo, que esta Ley mosaica ratifica la peor de la injusticia, porque ante Dios, afirma Jesús, el hombre y la mujer tienen la misma naturaleza, la misma dignidad, la misma grandeza humana y por tanto los mismos derechos y las mismas obligaciones. Dios, al principio, hizo al ser humano hombre y mujer, advierte Jesús. Son a la vez semejantes y diferentes. Son como las dos caras de una misma moneda. No hay una cara que valga más que la otra o sea más importante que la otra. Las dos tienen exactamente el mismo valor. No las podemos pensar separadas. No son dos, sino uno, insiste Jesús. Existen para ser y permanecer juntos, para completar, para remunerar conjuntamente el precio de la vida y la alegría de vivir.

Aquí Jesús nos dice que la fuerza que consigue que un hombre y una mujer sean capaces de romper los lazos de sangre que los unen a sus padres para unirse a un compañero extraño y formar un solo ser y un solo cuerpo con él, evidentemente no es el oportunismo, las alianzas de clan o de partido, ni el impulso de la pasión, ni la atracción del placer o la búsqueda de seguridad, sino únicamente el poder del amor. Al amor, el más sublime y extraordinario de los estímulos espirituales de que somos capaces los humanos, surgido de la Energía interior que brota en nosotros, de la Fuente de todo ser que llamamos Dios, al amor, se le ha confiado la tarea de soldar juntos a la pareja humana.

Jesús nos enseña que no sólo la fuerza divina del amor es la que, en la pareja humana, transforma la unión de los cuerpos en unión de corazones y espíritus, sino también que este amor, que debemos desarrollar continuamente, es también el que finaliza con las relaciones de pareja que llevan la marca de la discriminación, el poder, la dominación, la superioridad, la humillación, la explotación y la violencia.

Jesús ha venido a revelarnos que, en cuanto humanos, somos vectores privilegiados de la energía divina del amor. Pero también él nos ha dicho que este amor es difícil de vivir a causa de la "dureza de nuestro corazón"; es decir, a causa del estado imperfecto de nuestra naturaleza que todavía no alcanzó la perfección evolutiva necesaria para realizar un amor de tal calidad. Estamos todavía en los comienzos de nuestra evolución humana. Somos todavía seres primitivos, rústicos, apenas esbozados, todavía no plenamente formados y por tanto incapaces de tocar, en el piano de nuestra vida, con éxito, soltura y brillo, la maravillosa partitura del amor que nos ha confiado Dios. Tocamos a los manotones, pero el amor se gasta y se pierde.

Y la pareja se descompone: por las circunstancias de la vida, la inestabilidad de nuestros sentimientos y la debilidad de nuestra condición humana expuesta a los vaivenes de nuevos encuentros y de nuestros cambios interiores. Entonces la separación y el divorcio se convierten en inevitables e incluso necesarios; y toda sociedad debe contemplar esta conclusión, aceptarla y legislar sobre esa posibilidad, a fin de que la vida de la pareja (y el matrimonio) no se transforme en una horrible prisión en la que las personas lleguen a sufrir una convivencia insoportable y a veces un infierno.

Este texto del evangelio no es, por tanto, una apología de la indisolubilidad del matrimonio, como cierta exegesis católica nos ha hecho creer, sino una apología de la condición femenina. Aquí Jesús se levanta contra la discriminación, la opresión y la violencia a las que los hombres han sometido a las mujeres. Aquí el Maestro de Nazaret aboga a favor del amor tierno, fiel, respetuoso y duradero en la pareja. Aquí el Nazareno revoca y condena todas las leyes, prácticas y costumbres patriarcales inventadas por los hombres y que sólo sirven para justificar su comportamiento opresivo, egoísta y dominador. Aquí Jesús quiere devolver dignidad, nobleza, respetabilidad, valor y derechos a las mujeres. Las mujeres llegarán a ser sus mejores amigas y colaboradoras. Por eso las mujeres lo aman y lo rodean.

De ahora en adelante, las mujeres descubrirán su excelencia en la doctrina de Jesús, y por siempre extraerán de sus palabras los principios de su liberación y su dignidad.

Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

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