...O LA APOLOGIA DE LA MUJER
(27° dom to B)
En la cultura judía del tiempo de
Jesús nadie cuestionaba el que un hombre casado pudiera, unilateralmente
repudiar a su mujer. Era una práctica casi normal. Si había alguna discusión
sobre esa práctica, no era sobre el principio del repudio en cuanto tal, sino
sobre las razones válidas para tomar tal
decisión. En aquel tiempo, en los hechos, un hombre podía echar de la casa a su
mujer por cualquier motivo. Bastaba con que hiciera algo desagradable a los
ojos de su marido: una comida mal cocinada; un alimento quemado; que hablara
con un desconocido fuera de la casa, o estar sin velo con los cabellos al
viento…
En aquella época, ser abandonada por
su marido, era para una mujer la peor de las catástrofes. Era una mujer
deshonrada y destinada a la muerte social y, también con frecuencia, a la
muerte física, porque se encontraba sin estatus social, sin respaldo, sin
protección y sin medios de subsistencia. No hay que olvidar que, entonces, la
mujer era totalmente dependiente y a merced de su marido. Se estaba muy lejos
del movimiento de liberación de la mujer, de la paridad de derechos, de los
derechos de la persona, de la igualdad de sexos.
En la sociedad judía del tiempo de
Jesús, como todavía hoy en la mayoría de países musulmanes, las mujeres no
salían solas y se ocupaban exclusivamente del hogar, del marido y de los hijos.
Eran o las sirvientes, o las esclavas de su cónyuge que tenía pleno poder sobre
ellas. No se las consideraba como personas adultas y responsables, sino como
menores que necesitan siempre ser vigiladas, dirigidas y controladas. Sólo el
marido tenía capacidad de razón. Por tanto, podía reprimirlas, castigarlas,
sancionarlas, golpearlas y finalmente expulsarlas de su casa, si le parecía
bien.
Aquí Jesús se levanta con toda la
fuerza de su autoridad para condenar esa mentalidad machista y opresiva. En este
texto evangélico, Jesús pone las bases de la lucha por la liberación de la
mujer. Condena toda forma de dominación, superioridad, hegemonía y preeminencia
del hombre sobre la mujer. Afirma que, si la ley mosaica parecía favorecer a
los hombres, dándoles el poder de mano dura contra sus esposas, eso era por una
concesión a la brutalidad incurable de los machos y a la dureza de su corazón.
La ley mosaica prefería considerar
una vía de salida para la mujer casada, dejarle una puerta abierta, más que
obligarla a sufrir indefinidamente las agresiones o la violencia de su marido y
condenarla así a una vida de infierno. Jesús afirma que la Ley mosaica es un
mal menor, una concesión a la barbarie de esos hombres primitivos, pero no es
así como Dios ve y quiere las relaciones entre hombre y mujer. "Al
principio, cuando Dios creó el hombre y la mujer, no era así como sucedía",
subraya el Maestro.
Jesús se levanta contra ese absurdo
jurídico, inventado por hombres y para los hombres, que les permite despedir de
manera unilateral a su esposa y que no permite a ella hacer lo mismo. Jesús
busca hacer comprender a los machos de su tiempo, que esta Ley mosaica ratifica
la peor de la injusticia, porque ante Dios, afirma Jesús, el hombre y la mujer
tienen la misma naturaleza, la misma dignidad, la misma grandeza humana y por
tanto los mismos derechos y las mismas obligaciones. Dios, al principio, hizo
al ser humano hombre y mujer, advierte Jesús. Son a la vez semejantes y
diferentes. Son como las dos caras de una misma moneda. No hay una cara que
valga más que la otra o sea más importante que la otra. Las dos tienen
exactamente el mismo valor. No las podemos pensar separadas. No son dos, sino
uno, insiste Jesús. Existen para ser y permanecer juntos, para completar, para
remunerar conjuntamente el precio de la vida y la alegría de vivir.
Aquí Jesús nos dice que la fuerza
que consigue que un hombre y una mujer sean capaces de romper los lazos de
sangre que los unen a sus padres para unirse a un compañero extraño y formar un
solo ser y un solo cuerpo con él, evidentemente no es el oportunismo, las
alianzas de clan o de partido, ni el impulso de la pasión, ni la atracción del
placer o la búsqueda de seguridad, sino únicamente el poder del amor. Al amor,
el más sublime y extraordinario de los estímulos espirituales de que somos
capaces los humanos, surgido de la Energía interior que brota en nosotros, de
la Fuente de todo ser que llamamos Dios, al amor, se le ha confiado la tarea de
soldar juntos a la pareja humana.
Jesús nos enseña que no sólo la
fuerza divina del amor es la que, en la pareja humana, transforma la unión de
los cuerpos en unión de corazones y espíritus, sino también que este amor, que
debemos desarrollar continuamente, es también el que finaliza con las
relaciones de pareja que llevan la marca de la discriminación, el poder, la
dominación, la superioridad, la humillación, la explotación y la violencia.
Jesús ha venido a revelarnos que, en
cuanto humanos, somos vectores privilegiados de la energía divina del amor.
Pero también él nos ha dicho que este amor es difícil de vivir a causa de la
"dureza de nuestro corazón"; es decir, a causa del estado imperfecto
de nuestra naturaleza que todavía no alcanzó la perfección evolutiva necesaria
para realizar un amor de tal calidad. Estamos todavía en los comienzos de
nuestra evolución humana. Somos todavía seres primitivos, rústicos, apenas
esbozados, todavía no plenamente formados y por tanto incapaces de tocar, en el
piano de nuestra vida, con éxito, soltura y brillo, la maravillosa partitura
del amor que nos ha confiado Dios. Tocamos a los manotones, pero el amor se
gasta y se pierde.
Y la pareja se descompone: por las
circunstancias de la vida, la inestabilidad de nuestros sentimientos y la
debilidad de nuestra condición humana expuesta a los vaivenes de nuevos
encuentros y de nuestros cambios interiores. Entonces la separación y el
divorcio se convierten en inevitables e incluso necesarios; y toda sociedad
debe contemplar esta conclusión, aceptarla y legislar sobre esa posibilidad, a
fin de que la vida de la pareja (y el matrimonio) no se transforme en una
horrible prisión en la que las personas lleguen a sufrir una convivencia insoportable
y a veces un infierno.
Este texto del evangelio no es, por
tanto, una apología de la indisolubilidad del matrimonio, como cierta exegesis
católica nos ha hecho creer, sino una apología de la condición femenina. Aquí
Jesús se levanta contra la discriminación, la opresión y la violencia a las que
los hombres han sometido a las mujeres. Aquí el Maestro de Nazaret aboga a
favor del amor tierno, fiel, respetuoso y duradero en la pareja. Aquí el
Nazareno revoca y condena todas las leyes, prácticas y costumbres patriarcales
inventadas por los hombres y que sólo sirven para justificar su comportamiento
opresivo, egoísta y dominador. Aquí Jesús quiere devolver dignidad, nobleza,
respetabilidad, valor y derechos a las mujeres. Las mujeres llegarán a ser sus
mejores amigas y colaboradoras. Por eso las mujeres lo aman y lo rodean.
De ahora en adelante, las mujeres
descubrirán su excelencia en la doctrina de Jesús, y por siempre extraerán de
sus palabras los principios de su liberación y su dignidad.
Bruno Mori
(Traducción de Ernesto Baquer)
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