( 1° dom.
cuaresma B)
Para significar
la importancia que la predicación de Jesús tuvo para los cristianos de su
tiempo, los autores de los evangelios rodean los inicios de la vida y el
ministerio público de Jesús de todo tipo de hechos extraordinarios.
En el
texto de Marcos Jesús acaba de ser bautizado por Juan, y al salir del agua vio
que los cielos, el lugar de residencia de la divinidad, se abrieron y, por esa
brecha, el Espíritu de Dios bajó sobre él y lo llenó con todas las energías y
virtualidades de su presencia. Mientras eso se produce, Jesús oye una voz del
cielo que le dice que es el hijo queridísimo en quien Dios ha puesto toda su
confianza.
Existe
aquí como una especie de violencia ejercida por el Espíritu con respecto a
Jesús. Así como los evangelios describen otros individuos como poseídos,
forzados, sacudidos por el demonio, Jesús está poseído, forzado por el Espíritu
de Dios. Desde el comienzo de su misión, se presenta a Jesús como el hombre que
actúa bajo el poder del Espíritu de Dios. Y el primer regalo del Espíritu es
despojar al hombre Jesús de sí mismo y crear a su alrededor las condiciones que
le permitirán llegar a ser, por así decirlo, el "contenido" perfecto
del Espíritu de Dios. Bajo su presión, Jesús ha de vaciarse de todo lo que, en
su vida de hombre, pueda ser contrario a los movimientos del Espíritu o un
obstáculo al poder total del Espíritu en su existencia. Es preciso que, en su
vida el hombre Jesús acepte desembarazarse para siempre del espíritu del
hombre, para en adelante reemplazarlo por el Espíritu de Dios.
En
efecto, como todo hombre, Jesús también lleva en él las debilidades, límites,
instintos, impulsos, ambiciones y codicias que son el lote de nuestra
humanidad. El tiempo del desierto es el tiempo que el Espíritu de Dios da a
Jesús para convertirse en "el hijo queridísimo" y en el hombre
totalmente impregnado y transparente a su acción. Por tanto, en el desierto
Jesús ha de elegir. Debe decidir la orientación que quiere dar a su vida.
¿Vivirá vuelto hacia Dios o vuelto hacia sí mismo? ¿Trabajará para que Dios y
su Espíritu reinen en el mundo o dejará que el mundo sea dirigido por la
codicia y el espíritu corrompido del hombre? ¿Se implicará en la salud de la
humanidad o refrendará fatalmente su pérdida?
Jesús
tiene enormes posibilidades. Es un hombre de cualidades y dones
extraordinarios. ¿Los utilizará para construir su propio pedestal? ¿Para
obtener poder, gloria, prestigio, honores? ¿Para erigirse sobre los demás,
usarlos y explotarlos en beneficio propio, como hacen los grandes personajes de
este mundo que buscan tan sólo su éxito? ¿O renunciando a todo, olvidando lo
que pueda sentir o desear, confiando únicamente en Dios, dócil y sensible a su
presencia, elegirá dejarse guiar e inspirar únicamente por las sugerencias y
llamadas que surgen de las profundidades de su ser, allí donde reside el
Espíritu de Dios que quiere habitarlo totalmente y ser el soplo que inspire y
oriente toda su actividad y toda su vida?
El
evangelista Marcos parece querer que entreveamos esa lucha, cuando dice que
Jesús, en ese largo momento de desierto, está tironeado entre el mundo de
Satán, representado por las bestias salvajes en medio de las que vive, y el
mundo de Dios, representado por los ángeles que vienen a servirlo.
No
imaginemos que el relato de las tentaciones de Jesús sea un artificio literario
del evangelista. A todo lo largo de su vida, Jesús fue tentado por la seducción
de la superioridad y del prestigio que le habrían permitido acceder a ese poder
que se confunde con el de Dios. Y si rechaza con energía sucumbir a él, es
porque previamente ha tenido que convertirse.
Por eso adopta
la actitud contraria: la de borrarse, la de la sencillez, la pobreza, la
disponibilidad, la de la entrega de sí mismo, la del servicio. Pedirá a los que
cure, que sean discretos y se callen sobre ello, para no crear movimientos
populares de entusiasmo fácil. Y cuando Pedro quiera apartarlo del camino de
Jerusalén, que será el del enfrentamiento con las autoridades y finalmente el
de su muerte, lo rechaza enérgicamente:
"¡Aléjate de mí, Satanás! Tus perspectivas no son las de Dios". En el
huerto de Getsemaní Jesús siente "temor y angustia", al acercarse su
detención. Y la suprema tentación, será la de desesperar de Dios en la cruz:
"Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Sí, a todo lo
largo de su vida y hasta en la muerte, Jesús tuvo que luchar contra sí mismo,
contra su humana naturaleza que lo empujaba hacia la facilidad. Ser el Hijo queridísimo,
vivir como Hijo queridísimo, no fue un camino de rosas.
Esa lucha
incesante para vivir como hijo de Dios, es también la vuestra, nos dice Jesús.
Debemos ponernos a ello con urgencia: "Conviértanse y crean en la buena
noticia", proclamará.
Convertirse,
cambiar nuestra manera de pensar, de concebir y orientar la existencia; cambiar
nuestra forma de entender la felicidad; cambiar el carácter frecuentemente
egocéntrico de nuestras relaciones; rever la conveniencia de nuestras
dependencias y compromisos; reconsiderar las prioridades de nuestros valores,
para realizarnos un ser de mejor calidad, viene a ser el programa constante de
una vida de discípulo, y, ciertamente, el objeto de nuestros esfuerzos y
nuestros combates en este tiempo de Cuaresma.
Bruno Mori
(Traducción de Ernesto Baquer)
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire