vendredi 10 mars 2017

ESTE JESUS, QUE HA SIDO TENTADO … Mc 1,12-14

( 1°  dom. cuaresma B)


Para significar la importancia que la predicación de Jesús tuvo para los cristianos de su tiempo, los autores de los evangelios rodean los inicios de la vida y el ministerio público de Jesús de todo tipo de hechos extraordinarios.

En el texto de Marcos Jesús acaba de ser bautizado por Juan, y al salir del agua vio que los cielos, el lugar de residencia de la divinidad, se abrieron y, por esa brecha, el Espíritu de Dios bajó sobre él y lo llenó con todas las energías y virtualidades de su presencia. Mientras eso se produce, Jesús oye una voz del cielo que le dice que es el hijo queridísimo en quien Dios ha puesto toda su confianza.

Existe aquí como una especie de violencia ejercida por el Espíritu con respecto a Jesús. Así como los evangelios describen otros individuos como poseídos, forzados, sacudidos por el demonio, Jesús está poseído, forzado por el Espíritu de Dios. Desde el comienzo de su misión, se presenta a Jesús como el hombre que actúa bajo el poder del Espíritu de Dios. Y el primer regalo del Espíritu es despojar al hombre Jesús de sí mismo y crear a su alrededor las condiciones que le permitirán llegar a ser, por así decirlo, el "contenido" perfecto del Espíritu de Dios. Bajo su presión, Jesús ha de vaciarse de todo lo que, en su vida de hombre, pueda ser contrario a los movimientos del Espíritu o un obstáculo al poder total del Espíritu en su existencia. Es preciso que, en su vida el hombre Jesús acepte desembarazarse para siempre del espíritu del hombre, para en adelante reemplazarlo por el Espíritu de Dios.

En efecto, como todo hombre, Jesús también lleva en él las debilidades, límites, instintos, impulsos, ambiciones y codicias que son el lote de nuestra humanidad. El tiempo del desierto es el tiempo que el Espíritu de Dios da a Jesús para convertirse en "el hijo queridísimo" y en el hombre totalmente impregnado y transparente a su acción. Por tanto, en el desierto Jesús ha de elegir. Debe decidir la orientación que quiere dar a su vida. ¿Vivirá vuelto hacia Dios o vuelto hacia sí mismo? ¿Trabajará para que Dios y su Espíritu reinen en el mundo o dejará que el mundo sea dirigido por la codicia y el espíritu corrompido del hombre? ¿Se implicará en la salud de la humanidad o refrendará fatalmente su pérdida?

Jesús tiene enormes posibilidades. Es un hombre de cualidades y dones extraordinarios. ¿Los utilizará para construir su propio pedestal? ¿Para obtener poder, gloria, prestigio, honores? ¿Para erigirse sobre los demás, usarlos y explotarlos en beneficio propio, como hacen los grandes personajes de este mundo que buscan tan sólo su éxito? ¿O renunciando a todo, olvidando lo que pueda sentir o desear, confiando únicamente en Dios, dócil y sensible a su presencia, elegirá dejarse guiar e inspirar únicamente por las sugerencias y llamadas que surgen de las profundidades de su ser, allí donde reside el Espíritu de Dios que quiere habitarlo totalmente y ser el soplo que inspire y oriente toda su actividad y toda su vida?

El evangelista Marcos parece querer que entreveamos esa lucha, cuando dice que Jesús, en ese largo momento de desierto, está tironeado entre el mundo de Satán, representado por las bestias salvajes en medio de las que vive, y el mundo de Dios, representado por los ángeles que vienen a servirlo.

No imaginemos que el relato de las tentaciones de Jesús sea un artificio literario del evangelista. A todo lo largo de su vida, Jesús fue tentado por la seducción de la superioridad y del prestigio que le habrían permitido acceder a ese poder que se confunde con el de Dios. Y si rechaza con energía sucumbir a él, es porque previamente ha tenido que convertirse.

Por eso adopta la actitud contraria: la de borrarse, la de la sencillez, la pobreza, la disponibilidad, la de la entrega de sí mismo, la del servicio. Pedirá a los que cure, que sean discretos y se callen sobre ello, para no crear movimientos populares de entusiasmo fácil. Y cuando Pedro quiera apartarlo del camino de Jerusalén, que será el del enfrentamiento con las autoridades y finalmente el de su muerte, lo rechaza enérgicamente: "¡Aléjate de mí, Satanás! Tus perspectivas no son las de Dios". En el huerto de Getsemaní Jesús siente "temor y angustia", al acercarse su detención. Y la suprema tentación, será la de desesperar de Dios en la cruz: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Sí, a todo lo largo de su vida y hasta en la muerte, Jesús tuvo que luchar contra sí mismo, contra su humana naturaleza que lo empujaba hacia la facilidad. Ser el Hijo queridísimo, vivir como Hijo queridísimo, no fue un camino de rosas.

Esa lucha incesante para vivir como hijo de Dios, es también la vuestra, nos dice Jesús. Debemos ponernos a ello con urgencia: "Conviértanse y crean en la buena noticia", proclamará.

Convertirse, cambiar nuestra manera de pensar, de concebir y orientar la existencia; cambiar nuestra forma de entender la felicidad; cambiar el carácter frecuentemente egocéntrico de nuestras relaciones; rever la conveniencia de nuestras dependencias y compromisos; reconsiderar las prioridades de nuestros valores, para realizarnos un ser de mejor calidad, viene a ser el programa constante de una vida de discípulo, y, ciertamente, el objeto de nuestros esfuerzos y nuestros combates en este tiempo de Cuaresma.


Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

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