jeudi 23 février 2017

LA LIBERTAD QUE NOS FASCINA Y… Mt 4,12-23

... NUESTRA DIFÍCIL LIBERTAD

(3°  dom to A )



Este texto del evangelio de Mateo que presenta a Jesús dejando su pueblo de Nazaret, abandonando todos sus vínculos y seguridades para partir a la aventura sobre los caminos de Palestina, empujado sólo por la fuerza de su sueño y la confianza en su Dios, me dan ganas de reflexionar un poco sobre un aspecto de su personalidad que siempre me fascinó: su extraordinaria independencia y su total libertad.

Jesús no depende de nada ni de nadie. No reconoce a ninguna autoridad humana, sea del tipo que sea, el poder de interferir en sus opciones, de decidir en su lugar, de influir en sus convicciones y de cambiar la orientación fundamental de su vida. Es un hombre libre.

Es libre frente a su familia, a la que mantiene siempre a distancia y no la deja inmiscuirse en su actividad de taumaturgo y de predicador, o intervenir en el cumplimiento de su misión.

Es libre frente a sus discípulos, a los que elige él mismo al azar de sus encuentros al borde del lago de Genesaret y sobre los caminos de Galilea.

Es libre frente a las cosas. No tiene casa, trabajo, familia, hijos, propiedades, dinero, seguridad material. Mujeres le siguen y le asisten con sus bienes. Come cuando puede. Se sienta con gusto en una buena mesa cuando lo invitan. Vive pues del amor y de caridad. Vive en la calle, sin dinero, como un vagabundo, pero libre como el viento. Un día describirá su estilo de vida con esas imágenes poéticas inspiradas en la naturaleza que lo rodea: "Los zorros tienen su guarida, los pájaros del cielo sus nidos; el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8.20)

Es libre frente a la autoridad establecida. No se siente encerrado en ningún sistema (civil o religioso), ni sometido a ninguna ley humana, si piensa que le impiden vivir según su conciencia o si las juzga en discordia con sus profundas convicciones o con la misión que piensa es la suya en este mundo. Se siente totalmente libre tanto de cara al poder de las autoridades religiosas, como a las innumerables prohibiciones, preceptos y prescripciones de la Ley mosaica, que regían la totalidad de la vida social y religiosa de la nación judía de su tiempo.

Jesús, el hombre libre por excelencia, vio siempre su misión en este mundo como una tarea de liberación recibida de Dios; como un compromiso en un combate que debía entablar hasta el fin para dar a los humanos la libertad a la que tenemos derecho en cuanto hijos de Dios. Puesto que poseemos la dignidad de hijos de Dios, nada debe ni puede esclavizarnos. Al inicio de su vida pública, en la sinagoga de su pueblo natal, Jesús anunciará abiertamente que, con él, ahora, se realizan las palabras del profeta Isaías: "El espíritu de Dios está sobre mí… él me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos."  (Lc 4,16-20).

Su independencia y su amor por la libertad le empujan a relativizar y criticar toda ley o norma que pretenda someter a las personas a las exigencias y los caprichos del poder. Siempre consideró como injusta y abusiva toda legislación que pretendiera favorecer los intereses de un partido, una clase política, un sistema, fuera religioso o político, por delante de los intereses del pueblo y el bienestar de las personas. Jesús proclamaba alto y fuerte que la ley (del sábado) estaba hecha para el hombre y no el hombre para la ley.

Jesús descalificó no sólo las leyes injustas y opresivas, sino todo poder que se crea autorizado a imponerse a los demás con tales leyes, para llegar finalmente a desautorizar y condenar el poder en cuanto tal, y a soñar con un mundo y una sociedad humana sin poderes. Para Jesús, el poder, basado sobre el postulado de la superioridad del que la ejerce, es por su naturaleza opresivo y esclavizante, y se transforma necesariamente en causa de conflicto, división y desigualdad. Al convertirse en un elemento "diabólico" en la sociedad (el "diábolos" en griego es el que divide), el poder pierde no sólo su legitimidad, sino también su "humanidad". En efecto, deshumaniza a las personas, la sociedad y el mundo.

Para Jesús, en un mundo construido bajo la marca de una verdadera humanidad, las relaciones entre las personas nunca deberían gestionarse con las dinámicas del poder, sino de la fraternidad y el amor. Para Jesús una sociedad es verdaderamente humana, no cuando está construida sobre el amor del poder, sino sobre el poder del amor.
Pedirá a sus discípulos desterrar de su sociedad toda dependencia basada en la lógica interesada y perversa del poder que somete y explota, para instaurar relaciones humanas sólo fundadas en la actitud amorosa del servicio desinteresado, humilde y fraternal. "Ustedes saben -dirá a sus discípulos- que los grandes y poderosos de este mundo actúan como dictadores y someten y explotan a la gente. Pero entre ustedes no ha de ser así. Entre ustedes, el que quiera ser grande, que se haga pequeño; el que quiere ser el primero, que se haga el último; el que quiera mandar, que se ponga a disposición de todos y sea el servidor de todos (Mt. 20,25-28 ; 23,11-12 ; Mc. 9.35; Lc. 9.48).
Jesús lleva esta lucha contra las tendencias opresoras del poder, principalmente impulsado por un anhelo de libertad que quiere asegurar a sí mismo y, a continuación, dejar en herencia a la comunidad de sus discípulos. El sabe que esta libertad es la matriz original de toda verdadera humanidad; y que el ser humano no podrá crecer, ni progresar, si el árbol de su vida no hunde las raíces en la tierra de la libertad.

Para defender y salvaguardar su libertad, Jesús no tendrá miedo de enfrentarse a la hostilidad de los poderes establecidos ni tampoco a las posiciones de las autoridades religiosas y civiles de su tiempo, que hubieran querido manipularlo, hacerlo bailar al son de su música, o, al menos, confinarlo en los límites estrechos de sus tradiciones, prejuicios y creencias; y encerrarlo en la prisión sofocante de sus leyes y normas. Ninguna autoridad, sin embargo, pudo hacerlo callar, ni le pudo impedir perseguir hasta el fin, su misión y su sueño.

Jesús quiere guardar intacta su libertad de hombre, para poder estar enteramente sometido y disponible a la voluntad de Dios, que ama y trata como Padre. Es la única dependencia que acepta en su vida. Pero esta dependencia, siendo la del amor, sólo refuerza más la calidad y la amplitud de su libertad. Es ese amor el que lo hace un hombre libre.
A causa de esta libertad fundamental, Jesús ha sido capaz de preservar intacta la integridad y la originalidad de su fisonomía interior y de permanecer señor de sus ideas y convicciones, aun a costa de su vida. Por eso ha sido un individuo único en su género, un ejemplar original y exclusivo de verdadera sabiduría y auténtica humanidad. Nunca fue una copia de alguien.

Gracias a esa libertad, nunca el Nazareno se dejó influenciar por modos, prejuicios, preconceptos, dogmas establecidos, tradiciones obsoletas y con frecuencia degeneradas de la cultura y la religión de su tiempo. Eso significa que jamás se dejó contaminar por esa visión pesimista y maniquea de la realidad, típica de la ética judía de su tiempo, que percibía el mondo material como malo, que veía por todas partes mal y pecado; que consideraba al hombre como un ser fundamentalmente malo y corrompido, en rebeldía constante contra Dios, atraído por el mal, el cual se pega al alma como el sudor a la piel en un tórrido día de verano; que necesita constantemente engatusar y conquistar a la divinidad para obtener sus favores y su benevolencia o para evitar su ira.

El pensamiento de Jesús escapó de la mentalidad y la cultura patriarcal y elitista de su tiempo que partía el mundo entre justos y pecadores, elegidos y rechazados, salvados y condenados. Para Jesús, no hay ser humano radicalmente malo, sino sólo personas que, a causa de las circunstancias de la vida, del medio social en que han vivido, de su cultura o incultura, de sus taras y límites, se equivocan, tropiezan, caen, se pierden, se ofuscan por los caminos de una existencia con frecuencia demasiada difícil y complicada para ellos.

Para Jesús no hay pecadores, sino sólo seres enfermos en cuerpo y alma que hay que cuidar y ayudar a superarse. Para Jesús no hay más que seres extraviados que buscar y acompañar tiernamente en el camino de vuelta. No hay más que personas desgraciadas, que sufren a causa de su inmensa pobreza (material, sicológica, humana y espiritual) que hay que enriquecer con los valores y la sabiduría que vienen del Espíritu de Dios. Para Jesús no hay más que personas inadaptadas y cegadas que nunca fueron capaces de ver claramente y que simplemente hay que iluminar y orientar para que haya un poco más de luz en su oscuridad.

Por eso Jesús de Nazaret ha sido para muchos un maestro y una luz. Durante toda su vida, ese Maestro ayudó a los desfigurados y perdedores en la vida, no sólo a confiar en sí mismos, sino también a poner su confianza en el amor de su Dios:
- a fin de que se les muestre con una nueva luz la verdad sobre Dios, sobre sí mismos, sobre el mundo, así como el sentido de su presencia en este vasto Universo;
- a fin de que puedan entrever una forma más completa y feliz de lo que puede ser su existencia en este mundo, así como la belleza posible de su paisaje interior;
 - a fin de que descubran su lugar, valor, libertad y la inmensa dignidad que tienen en el mundo nuevo que él viene a instaurar ("el Reino de Dios"); así como la intensidad de la ternura con que Dios-Padre los rodea.

El Dios de Jesús ya no es el Dios opresivo y opresor de las religiones, es el Misterio de una Energía Amorosa Original que sostiene toda la Realidad y en ella se manifiesta.  Misterio de Amor que revela especialmente su naturaleza y su presencia en la persona humana. La presencia de esta Fuerza de Amor en el hombre, es la razón y la garantía de su innata e inalienable libertad. Jesús dirá que la Buena Nueva que viene a anunciar consiste en esta verdad sobre el mundo, el hombre y Dios que nos hace percibir las criaturas extraordinarias, los seres libres y los humanos cumplidos en los que podemos llegar a ser (Jn. 8,31-36).

Y si hay una actitud contraria al pensamiento y al espíritu de Jesús, es el comportamiento "victimista" y “culpabilizante” del hombre que se considera una basura y un desperdicio ante Dios. Hay que reconocer que casi todas las religiones consagraron y fomentaron esta actitud de culpabilidad mórbida del hombre en sus relaciones con la divinidad, pero debemos admitir que sobre todo el catolicismo, escogió esta postura derrotista y pesimista como el estado y la condición normal del fiel creyente, cuando se dirige a Dios.

Esta actitud de sometimiento culpable del hombre, siempre responsable e irreparablemente "pecador" ante Dios, ha sido un virus que contaminó el conjunto de doctrinas y de ritos de la Iglesia católica. De suerte que, todavía hoy, la disposición interior típica del católico piadoso que va a la iglesia, que participa en la liturgia y que recibe los sacramentos, es que debe hacerlo con la convicción de ser indigno de la bondad y el amor de Dios, de ser un miserable y un delincuente que Dios sólo puede incriminar y castigar o perdonar e indultar.

A causa de su condición de culpable crónico, el hombre creyente no tiene derecho a estar de pie, a exponer su valía, su inocencia y su dignidad. Porque no tiene ninguna. Sólo puede arrastrarse, hundirse, arrodillarse ante Dios; como un siervo desgraciado ante su soberano; como un esclavo culpable ante su señor; como un criminal ante su juez; como un condenado a muerte ante su verdugo… Para implorarle a ese Dios, severo e irascible, favor, ayuda, indulgencia, misericordia, reconciliación, redención y gracia. ¡Cuán lejos está el Dios que supone esta actitud servil, humillante y degradante, del Dios-Padre de Jesús en la parábola del hijo pródigo!

La lucha de Jesús para preservar intacta su libertad de hombre, está lejos de ser un rasgo o una curiosidad biográfica de su personalidad. Al contrario, es un fenómeno de extraordinaria importancia y de grande actualidad para nosotros, las gentes de la modernidad y del siglo XXI, que vivimos el tiempo de los "derechos y libertades" de la persona. La época moderna nos ha enriquecido con toda clase de libertades: libertad de pensamiento y de creencia, libertad de opinión y de expresión, libertad de conciencia, libertad de religión, libertad sexual… Las mujeres, al menos en occidente, han sido y se sienten "liberadas". Indudablemente disfrutamos de una mayor libertad, de una emancipación e independencia personales que no conocían nuestros antepasados.
 En cambio, todos nos hemos convertido, más o menos, en esclavos del progreso técnico y económico, del bienestar material, del dinero, del consumo, de nuestras exigencias de confort, de necesidades artificiales inducidas por la publicidad, la moda, los medios, que manipulan de forma sutil y solapada nuestro siquismo y alteran por tanto nuestra libertad.

En este nuestro mundo moderno, ¿seremos capaces de escapar de esta servidumbre generalizada y de conservar o recuperar la condición de hombres y mujeres libres y liberados que el Maestro de Nazaret dejó en herencia a sus discípulos?


Bruno Mori


(Traducción de Ernesto Baquer)

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