1 - Un Dios elaborado
por el hombre
En ambientes religiosos y clericales de Occidente se suele oir que vivimos
en un mundo que ha expulsado a Dios del horizonte de la existencia humana, que
la fe en Dios ha desaparecido o que no tiene ya ninguna influencia en la vida
ordinaria de la mayoría de la gente. En ambientes clericales se acostumbra
atribuir esta "ejecución" o "muerte" de Dios a que la
sociedad moderna se ha hecho laica, secular, hedonista, materialista,
relativista. Se acusa a la mentalidad científica y técnica que ya no necesita
recurrir a la hipótesis "Dios" para explicar los fenómenos físicos
del mundo natural. Si hay algo de verdad en esta descripción de las razones de
la desafección moderna hacia la idea tradicional de Dios, en realidad estas
razones parecen enunciarse por parte de los responsables religiosos, más para
tranquilizar su conciencia, que para cuestionarse sobre la validez de sus
doctrinas. De hecho, lo que parecería muerto, no es Dios, sino la idea o imagen
de Dios elaborada y transmitida por la religión y que hoy se considera
inaceptable.
¿Cuál es esa imagen inaceptable de Dios?
Un Dios
concebido como un Super-Individuo con quien podemos entrar en relación
personal, a quien podemos pedirle favores y protección, al que podemos adorar,
rezar, ofender. Un Dios antropomorfo, concebido a imagen del hombre, que puede
sentir benevolencia y amor, pero también reaccionar con rencor, cólera,
agresividad, venganza.
Un Dios que
imaginamos "allá arriba", en el "cielo", en el “piso
superior”, trascedente, fuera y separado de la realidad del mundo.
Un Ser
imaginario, producto de la ignorancia, del miedo y la angustia del hombre
cuando toma conciencia de su finitud y busca justificar su existencia percibida
como efímera e innecesaria.
Un Dios que sirve para colmar la necesidad de
seguridad cuando nos confrontamos a nuestra fragilidad, vulnerabilidad y fin
inevitable.
Una Super-Potencia
que es la otra cara tranquilizante de la debilidad humana y la explicación de
los fenómenos naturales que de otra forma seguirían siendo misteriosos y
enigmáticos.
Una Entidad
Sobrenatural con poderes ilimitados que debidamente tratada, con ritos,
oraciones y sortilegios, es capaz de proteger a los humanos de las calamidades
de la existencia, guiar su vida y recompensar su sumisión.
Sobre ese
Dios, los humanos proyectaron todas las cualidades y atributos que ellos mismos
querrían poseer, pero que inevitablemente les faltan: durabilidad, poder,
fuerza, bondad, sabiduría, felicidad... y todo eso en grado infinito.
Por tanto,
un Dios infinitamente perfecto, frente a una humanidad extremadamente
imperfecta. Una divinidad todopoderosa, concebida a imagen de los poderes
absolutos de los grandes de este mundo, frente a una humanidad débil, frágil,
indigente y dependiente. Esta divinidad inmensamente dotada ha sido llamada
Dios, el Infinito, el Absoluto, el Todopoderoso, el Eterno, el Trascendente...
Sin embargo, no es porque los humanos han pensado a Dios de esta manera,
que eso manera corresponde a algo verdadero en la realidad. Ese Dios es y sigue
siendo un "producto" y una "proyección" de la imaginación
humana. No existe en ningún lado. Es el resultado de la actividad cerebral de
un mamífero especialmente evolucionado e "inmerso" en la realidad
física de este Universo, que es la única realidad accesible al conocimiento
humano.
En efecto, las capacidades
cognitivas que emergen de la estructura neurofisiológica del cerebro humano
están inexorablemente condicionadas por el funcionamiento del sistema nervioso
que sólo puede ser solicitado y activado por los estímulos que recibe del mundo
exterior (los 5 sentidos). Todo conocimiento de una realidad
"sobrenatural" que existiera fuera de la "naturaleza" de
nuestro mundo, es por lo tanto, un absurdo epistemológico. Toda afirmación
sobre la existencia o la naturaleza de una Realidad "trascendente",
"distinta" o "más allá" de este mundo, es necesariamente
una afirmación desprovista de fundamento.
2 - Dios, un producto humano peligroso
Al ser producto del hombre, este Dios es necesariamente un producto imperfecto que, a la larga,
resulta contradictorio e incluso peligroso para la raza humana. ¿Cómo
conciliar, por ejemplo, ¿un Dios todopoderoso e infinitamente bueno, con el
estado, de hecho, de un mundo bañado en un océano de mal y sufrimiento? La
presencia del mal y del sufrimiento a semejante escala contradice y anula la
existencia de un Dios así. En efecto es evidente que semejante mundo no puede
ser creado por un Ser que es, al mismo tiempo, infinitamente bueno e
infinitamente poderoso.
Esa Divinidad sería también un producto
extremadamente peligroso. Porque un Dios concebido como trascendente,
totalmente otro, separado, santo, diferente, superior, dominante, exigente...
introduce en el pensamiento humano los conceptos de separación, de sagrado y
profano, de puro e impuro, bien y mal, sumisión e insubordinación, conformidad
y desconformidad, permitido y prohibido, culpable e inocente, justo y pecador,
fiel e infiel. En consecuencia, introduce en el espíritu del hombre y en la
organización de su vida y de la sociedad en que vive, comportamientos y
actitudes discriminatorias que generan prejuicios, desigualdades, oposiciones,
hostilidades, fanatismo, violencias, persecuciones... sin hablar de
ambivalencia de comportamientos calificados de buenos y malos, según
correspondan o no a la voluntad o a los caprichos de la divinidad.
Complacer a la divinidad que tiene el poder de recompensar y castigar, dar
la vida y la muerte, salvar y perder, se convierte entonces en la preocupación
primordial de la persona "religiosa" y una fuente continua de
angustia y culpabilidad. Eso explica la "violencia" que existe en la
experiencia religiosa en general y en la experiencia religiosa cristiana e
islámica en particular. Los creyentes son sin cesar "violentados" por
los demonios de la tentación, la falta, el pecado, la transgresión; por la
obsesión de la conformidad; por el afán del desapego y el sacrificio; por el
miedo al juicio divino y a la condenación eterna. Se ven atormentados por el
sentimiento de su incapacidad para satisfacer la voluntad de una divinidad
invasora, puntillosa, severa y difícil. Entonces se culpabilizan; pierden la
conciencia de su valor y su grandeza. Sospechan que su cuerpo es mal compañero
del alma; denigran su humanidad, porque la creen opuesta a lo que espera la
divinidad. Así, su existencia sufre una continua agresión que los fatiga, los
humilla, los degrada, los rebaja, que destruye su confianza, que les impide
creer en sí mismos, ser felices, divertirse, disfrutar de la vida, asumir una
actitud positiva y sonriente ante la belleza de la creación y los valores materiales
-temporales de la existencia. La creencia en ese Dios inventado por los
hombres, emponzoña literalmente la vida humana.
Hoy el contagio planetario de los movimientos religiosos extremistas y
fundamentalistas, nos pone en una posición privilegiada para constatar la
veracidad de los temas expuestos más arriba. Pero hay algo más grave: estos
movimientos extremistas nos muestran que Dios es peligroso incluso cuando nos sirve
para fundar en él la igual dignidad de los humanos. En esos movimientos
extremistas, los "fieles" encuentran en Dios el garante de su
igualdad y su dignidad. Sin embargo, esa misma dignidad e igualdad, reclamadas
para sus adeptos, las niegan para los demás, los "infieles", es decir
para los que no comparten su idea de Dios o su modelo de humanidad. En esos
movimientos extremistas, los "fieles" se identifican con su Dios, y
los "infieles", considerados individuos "sin Dios", son
malditos, anatematizados y violentamente rechazados.
Esta actitud de violencia generada por formas aberrantes de creencias
religiosas, no son exclusiva de las corrientes extremistas modernas. Acompañó
desde siempre la historia religiosa, tanto en Oriente como en Occidente. No es una
excepción la historia del cristianismo. Desde el concilio de Nicea (313),
decretado por el emperador Constantino, hasta el siglo XVI, el cristianismo ha
sido una religión basada no sobre la fe en Dios "Padre lleno de ternura y
amor", de que nos hablan los evangelios, sino sobre el miedo a Dios, Ser
Trascendente, lejano y todopoderoso (el Dios "Pantocrátor" definido
en el Concilio de Nicea), calcado sobre el molde de los poderes totalitarios y
absolutos de los potentados de este mundo, a quienes servía de justificación.
No es
cuestión aquí historiar las derivaciones de ese poder (y de su violencia
generada) en la religión cristiana de Occidente. Baste recordar brevemente
algunos ejemplos de horrores perpetrados por la violencia y el odio hechos
posibles por esta concepción de Dios: las cruzadas, la inquisición, las guerras
de religión, la persecución de disidentes y heréticos, la caza de brujas, la
conquista española (católica) y europea de las Américas con las masacres de
indios, el racismo, los movimientos misioneros...
Desde la noche de los tiempos, el imaginario humano identificó la divinidad
y lo divino a lo que es elevado, grande, poderoso; a lo que exige adoración,
respeto, obediencia; a lo que tiene el derecho y la autoridad de imponerse,
mandar, castigar y recompensar. Este tipo de divinidad parece haberse
convertido en el modelo del comportamiento humano exitoso. De tal suerte que,
no sólo los humanos en general aspiran a poseer la grandeza y los poderes de
los dioses, sino que llegan también a atribuirse los homenajes de los dioses.
Así pasó, por ejemplo, con los faraones de Egipto, los reyes asirio-babilonios,
los emperadores romanos, los reyes de Francia y los representantes de las
grandes dinastías precolombinas en América Latina. Ha sido generalmente sobre
el paradigma del poder divino como se han construido y justificado todos los
poderes absolutos del pasado y del presente, tanto religiosos como profanos. En
el cristianismo (pensemos en su versión católica) las altas autoridades
religiosas ¿no continúan creyéndose gratificadas por Dios con un poder absoluto
sobre las almas y conciencias de los fieles? En el mundo de las finanzas, del
deporte, del espectáculo, de la moda, los individuos que han conseguido
alcanzar éxito, celebridad, prestigio, belleza y riqueza, ¿no son adulados,
admirados, venerados, como si fuesen dioses? Y al mismo tiempo, ¿no son
considerados como envidiables modelos de una existencia "divinamente"
lograda?
3 - Jesús, manifestación de "otro" Dios.
Si los hombres identificaron a Dios con la omnipotencia y el poder absoluto
y si los individuos que detentan el poder han sido considerados con frecuencia
como divinidades dignas de la misma adoración y gloria, ¿qué pensar de Jesús de
Nazaret que descalificó totalmente toda forma y manifestación de dominación y
de poder (Mt.20, 25-28; Mc.10, 42-45)? ¿No fué él, el primer hombre en la
historia que, al erigirse contra al poder, se enfrentó también, por lo mismo,
contra una falsa y funesta imagen de Dios y contra un nefasto y deplorable
modelo de humanidad? Toda la enseñanza de Jesús puede reducirse a estas
afirmaciones fundamentales:
-El poder,
la fuerza, el prestigio, la superioridad, el dominio, el predominio, la
riqueza, la suficiencia, la arrogancia, jamás pueden asociarse a Dios y jamás
son el signo y la manifestación ni de su naturaleza ni de su presencia.
-Dios es
inmanente a nuestro mundo y está particularmente presente en el humano débil y
desvalido, pero que sabe amar.
-Allí donde
hay amor desinteresado, allí no sólo hay presencia de lo "divino",
sino también presencia auténtica de lo "humano".
A
continuación, intentaré elaborar y elucidar estas intuiciones básicas del
Maestro de Nazaret.
He dicho más arriba que la naturaleza de Dios es inaccesible al
conocimiento humano y que toda descripción o definición de Dios es falsa e
insensata. Si nosotros no podemos decir ni conocer nada de lo que es Dios en sí
mismo (esencia o naturaleza de Dios), sí solo somos capaces de captar la
realidad de este mundo , entonces sobre Dios solo podemos emitir hipótesis a partir de posibles y
supuesta s manifestaciones visibles (los signos) de su existencia que, mejor que nada, plantean que Dios es
quizá el nombre común con que, desde siempre, los humano trataron expresar la Realidad Última, el
Misterio Original, la Fuente y la Profundidad del ser, la Energía de Fondo que
lanza y guarda los seres en la existencia. Esta Energía estaría en el origen
del movimiento evolutivo propio de nuestro Universo, donde todo está en
movimiento hacia formas siempre más logradas y superiores de ser. Esta Energía
Fundamental aparece como una Fuente "matriz" y como una Realidad
"amorosa" y "benévola". En el mundo, tal como lo conocemos,
«Dios» parece estar particularmente presente y actuante allí donde hay esbozo y
germinación del ser; allí donde hay algo incompleto, insuficiente, impotente, débil.
Cuando existe carencia, pobreza, pequeñez, imperfección, fractura, parecen
activarse las Energías que conducen a los seres de este mundo hacia una mejor
realización y una mayor complejidad, empujando y realizando saltos
cualitativos, creando relaciones, conexiones, dependencias y comunión. De un
vacío total y un casi nada inicial, ha brotado la inmensidad, la diversidad y
la belleza despampanante del Universo.
Estas dinámicas que parecen ser propias de la Realidad Última, las
reencontramos, exactamente idénticas, en la percepción de Dios que Jesús tiene
y nos transmite. Jesús tiene la experiencia de Dios como de una Realidad
Espiritual que se da y que, al darse, crea, transforma, renueva, cura,
completa, perfecciona, colma. Esta experiencia de Dios sostiene toda la acción
de Jesús y determina la orientación y la calidad de su vida. Su existencia,
calcada sobre la de Dios, lo transformará en "el hombre para los
demás", que cuida , que ofrece vitalidad y plenitud de vida a todos y todas los que viven formas y
situaciones de carencia y debilidad. Jesús sólo se reconoce a sí mismo como
persona, en la profundidad de esta relación amorosa que estableció con la
Realidad Última que, para él, adquirió todas las características de un ser
personal.
Y puesto que esta cualidad de relación con Dios es lo que ha hecho de Jesús
el "hombre" que ha sido, debemos concluir que toda persona que
configure su existencia según las orientaciones, actitudes y valores propios de
la vida de Jesús, no sólo se realiza en humanidad, sino que llega a ser, como
Jesús, signo y manifestación de la presencia del "Nuevo", del
"Inaudito" y del "Incomparable" en nuestro mundo. En otras
palabras, el "fenómeno Jesús" nos indica en qué dirección buscar para
encontrar el lugar de la presencia de Dios en nuestro Universo, así como la
fórmula de una auténtica humanización del individuo.
De suerte que cada persona que realice su humanidad según ese modelo, llega
a ser, por así decirlo, tanto un icono como una prueba particularmente
convincente de la existencia y la acción del Dios-Energía-Amor en nuestro
mundo. Podemos comparar esa persona a la flor del jardín cuya vida sólo es posible
por los rayos del sol y gracias a la lluvia que cae del cielo. Cada flor es una
prueba de la existencia del sol y del agua.
Jesús de
Nazaret ha sido para sus discípulos el hombre que supo dar cuerpo,
consistencia, visibilidad a esta forma propiamente original y
"divina" de Amor que desde siempre hace saltar a los seres hacia un
"ser-más" y que ahora, en este estadio evolutivo de la historia del
Universo, se derrama siempre gratuita y desbordante en la carencia radical de
la miseria humana para enriquecerla y restaurarla. Y puesto que una tal capacidad
de amor se le antojó a sus discípulos,
por un lado, como totalmente inédita y, por otro, como absolutamente
extraordinaria, ellos dedujeron que era imposible que el hombre de Nazaret haya
podido encontrar la capacidad de semejante amor en las "reservas" o
el potencial de su naturaleza humana. Y concluyeron entonces que esta calidad
de amor le venía de "otra parte", que Dios estaba en ese hombre, que
Dios actuaba en él, que la Energía amorosa de la Realidad Última había
encontrado en hombre de Nazaret una resonancia especialmente deslumbrante y
que, por su intermedio, había comenzado a curar la imperfección y el mal del
mundo. Sus discípulos tuvieron la impresión de que, en el Hombre de Nazaret, el
Amor Original se había humanizado, y que, en adelante, ese individuo sería para
los humanos, no sólo el lugar privilegiado de la presencia divina, sino también
el prototipo y paradigma de una humanidad completa según el proyecto y las
esperanzas de Dios. La persona de Jesús se les mostró como el lugar de una
manifestación y una concentración únicas de las fuerzas del amor en nuestro
mundo.
4 - El Dios de Jesús una Energía "débil", porque se
manifiesta en la debilidad y la indigencia de los seres.
Los escritos cristianos sobre sus orígenes nos han dejado una documentación
sorprendente relativa al sentimiento experimentado por los primeros discípulos
de una presencia singular de Dios en la vida de su Maestro. Documentos que
presentan a Jesús como Palabra de Dios, como alguien nacido de Dios, salido de
Dios, modelado y estructurado por la acción de Dios. En los evangelios, Jesús
afirma conocer las intenciones y la voluntad de Dios. Dice que posee el
espíritu de Dios, la palabra de Dios e incluso declara ser una sola cosa con
ese Dios que lo habita y al que llama tiernamente "Padre". Veamos
algunas afirmaciones que esos autores han puesto en boca de Jesús: "El que
me ha visto ha visto al Padre. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al que me ama, mi Padre lo ama. El que me
odia, odia también a mi Padre. Las palabras que oyen no son mías, sino del
Padre que me ha enviado. Todo lo que es de mi Padre , es mío. Yo no estoy solo,
el Padre está conmigo. Yo y el Padre somos uno".
En la
primera carta de Juan encontramos estas declaraciones sorprendentes: "El
amor viene de Dios y todos los que aman han nacidos de Dios. En esto está el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y
nos envió a su Hijo. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en
nosotros y su amor se ha cumplido en nosotros. Dios es amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y
Dios permanece en él. Nosotros nos amamos porque Dios nos amó primero..."
Si en la vida y el comportamiento de Jesús, las Energías divinas del Amor
que crean y recrean los seres, pudieron manifestarse y explicarse de forma tan
señalada, no es extraño que sean sobre todo los pequeños, los sencillos, los
humildes, los indefensos, los débiles, los enfermos, los perdedores, los
primeros que, por una especie de afinidad con la "naturaleza" de
Dios, percibieron que este hombre desprendía el perfume de Dios y que Dios, a
través de él, les hacía señas. Tuvieron la impresión de que Jesús era como una
ventana abierta que les dejaba entrever algo del paisaje de Dios, que abría el
acceso a un mundo nuevo, a una nueva manera de pensar, amar y vivir; que era
portador de un mensaje diferente, de un espíritu liberador que parecía venir
del Más allá. Lo que explica el entusiasmo de las muchedumbres con él, la
fascinación que ejercía, el asombro que suscitaba, las preguntas que provocaba:
"¿Qué es esto? ¿Qué pasa con este hombre? ¿De dónde viene? ¿Quién es? ¿Qué
pensar de él?" Sería falso creer que la gente veía a Jesús como Dios, pero
está fuera de duda que experimentaban en él la presencia de un Dios nuevo que
los perturbaba y desestabilizaba, pero que, al mismo tiempo, los seducía. Jesús
les reflejaba la imagen de un Dios "humano" que se inclina sobre la
carencia para llenarla, que se hace cargo de la pobreza, la debilidad, la
angustia, la imperfección, la miseria y el sufrimiento de los humanos. Por
tanto, un Dios que se humaniza amando y que hace más humanos a los que aman. El
mismo Jesús se considera como un pobre que lo ha recibido todo de Dios; enseña
que todos somos mendigos y que sólo existimos y valemos por la largueza de su
generosidad, la riqueza de sus dones y la gratuidad de su amor. Nada pertenece
a nadie y todos somos "alguien"; nadie es superior, mejor, más importante
y poderoso que los demás, porque todos somos inútiles y necesitados.
"Ustedes han recibido gratis, den gratis". Puesto que todo lo que
somos y todo lo que tenemos es un don gratuito, sólo existe un
"deber" con los demás: dar, compartir, ayudar, servir, amar. "Den
a quien les pida" (Mt 5,42"), viendo a Dios en cada necesitado.
Por tanto, en el centro de la vida y del mensaje de Jesús está el anuncio
de que Dios se revela en la miseria humana. Allí donde hay desamparo, donde hay
necesidad de amor, allí está presente Dios. Para Jesús, el otro, especialmente
si es pobre (palabra que debe tomarse en su sentido más amplio de carencia, de
privación de todo lo que puede dar valor y dignidad a una existencia humana),
es el lugar privilegiado de la presencia y la manifestación de Dios en este
mundo. En la parábola del juicio final (Mt 25), Jesús afirma con todas las
letras que lo que le hagamos al otro necesitado lo hacemos a Dios. Jesús nos
cuenta que, a Lázaro, pobre y llagado, buscando en la puerta del rico egoísta
las migajas caídas de su mesa, al fin de su vida, lo descubriremos viviente en
Dios. Quedan pues descalificadas todas las formas y expresiones de poder,
superioridad, preeminencia, codicia, que buscan explotar, oprimir, someter,
rebajar, envilecer a los demás. Sólo califican las actitudes de bondad,
disponibilidad, acogida, entrega, servicio amoroso, fraternal y desinteresado
que Jesús engloba en el apelativo "fe".
Para Jesús, ser capaces de adoptar como opción fundamental de vida esa
actitud amable y servicial con los demás, es tener fe. Jesús exhorta con
frecuencia a los y las que lo rodean a "tener fe". Sin embargo, para
él, tener fe nunca es "creer" en verdades o afirmaciones dogmáticas.
"Creer" ni siquiera es creer en Dios. “Creer” ni siquiera es una
postura religiosa. Hay personas religiosas que no tienen ninguna fe. En los evangelios, la fe que Jesús anima y
admira es a menudo la que encuentra en personas que no son, ni especialmente
creyentes, ni particularmente religiosas (el centurión romano, la cananea, el
samaritano), pero que manifiestan interés, empatía, bondad hacia su prójimo Persona
de fe entonces es la que tiene un corazón sensible y repleto de compasión por
su prójimo. El hombre de fe es aquel capaz de salir de sí mismo, de
descentrarse para centrarse en los otros, para ir a los otros, darse a los
otros, sobre todo cuando son pobres y carenciados. Por tanto, para Jesús la fe
no es la disposición interior que sirve a que la persona se ponga en relación
con el mundo de Dios, sino la actitud interior que impulsa a la persona a
ponerse en relación con el mundo de los hombres. Indica el sentimiento de
confianza en una Bondad que se manifiesta y se despliega concreta y
prácticamente en favor de todos y todas que tienen falta de amor, consideración
y felicidad, para que puedan reencontrar la medida plena de su dignidad y su
humanidad. Por eso la fe, según Jesús, es fundamentalmente una fe que salva.
5 - El cristianismo es un humanismo en
acción
En los evangelios la fe aparece pues esencialmente como práctica, acción y
obra de amor, compromiso, estilo de vida que se explicita, se actualiza a ras
de suelo, en lo concreto de las circunstancias de tiempo y lugar donde se teje
lo cotidiano de cada vida. Es una fe que se preocupa del hombre en su situación
concreta. Es una fe involucrada en los problemas humanos, la cuestión social.
Diríamos hoy que es una fe que se interesa en el alimento, el vestido, la
vivienda, el alquiler; que se preocupa del empleo, del fin de mes, la
guardería, la escuela, la educación, la salud, la soledad, la seguridad. Que
busca generar acogida, respeto, compasión, compartir, igualdad, comunión,
fraternidad...
La fe y la confianza que el Amor convierte en "gracia" es la
única fuerza capaz de humanizar al hombre, al cristiano, alimentados en la
frecuencia y la meditación de la persona y la obra del Maestro de Nazaret. Al
reflexionar sobre el misterio de su vida, los cristianos llegaron a la
conclusión que la verdadera naturaleza de Dios no está hecha de superpotencia,
supremacía, poder, dominación, grandeza que encierran a la persona en su ego,
que paralizan y oprimen, sino de amor que interviene para curar, promover,
hacer crecer lo que es débil, pequeño, pobre, imperfecto y, por tanto, en fin,
para "servir" al perfeccionamiento y el éxito evolutivo de este
mundo.
Esa convicción cambió para siempre jamás la existencia del fariseo fanático
que fue san Pablo, y que llegará a ser más tarde el teórico del movimiento
cristiano. Luego de una crisis epiléptica en el camino de Damasco, este
perseguidor de los cristianos tuvo la súbita revelación que era absurdo creer
que se podían defender los sagrados derechos de una poderosa Divinidad
ratificando la violencia de una persecución, y apoyándose en las coacciones de
una Ley, en la autoridad indiscutida e incuestionable del Consejo del Sanedrín,
en la obediencia servil de sus adoradores. La impotencia y la angustia de Saulo
en su crisis, le llevaron a comprender la estupidez de su arrogancia, la
vanidad de su voluntad de complacer a Dios odiando a sus enemigos y siendo fiel
a sus normas.
Gracias a su enfermedad, Saulo tuvo conciencia de que Dios sólo podía ser y
manifestarse en la debilidad, la imperfección y los gritos de dolor de las
criaturas; y que se había revelado verdaderamente en la indigencia y la
degradación total del Hombre de Nazaret que las autoridades habían clavado en
una cruz. En su alucinación, Saulo oyó a Dios decirle: "Mi mayor fuerza se
muestra en la debilidad". Después de su conversión a la fe cristiana,
Saulo, convertido en Pablo, sabrá en adelante que sólo cuando experimente la
fragilidad de su ser será realmente fuerte, porque está habitado por la
presencia de Dios (2 Co.12, 9-10). Pablo, citando un himno cristiano de su
tiempo, proclamará que, en Jesús, Dios se "anonadó" y se
"vació" de todas sus prerrogativas divinas y se manifestó tal como es
en realidad: bajo la forma de servidor o de esclavo (Fil 2,7). Entonces, para
Pablo y para cualquier cristiano, Dios no se debe buscar en las formas o
expresiones de poder, fuerza, grandeza, majestad, sino en las expresiones
humanas de la pequeñez, el abajamiento, la insignificancia, el sufrimiento, en
una palabra, en la condición de "esclavo", es decir de los y las que
son "nada" en este mundo y para el mundo. Dios actúa en los pequeños
y los débiles, en ellos está y en ellos se manifiesta a nuestro mundo.
Eso significa que el proyecto cristiano se realiza y despliega no en el
mundo de lo sagrado, sino en el mundo de lo profano. No se refiere a Dios, sino
al hombre. No tiene que ver con una religión, una institución clerical, una
jerarquía, dogmas, ritos, oraciones, devociones, normas. Nada que ver con la
sumisión y la obediencia a autoridades religiosas. El proyecto cristiano, tal
como el Hombre de Nazaret lo vivió y transmitió, se activa solamente en favor
de los humanos, para quienes, él, y sus discípulos, quieren ser los signos de
la bondad y la ternura de Dios. Todo esto es evidente en el relato del Juicio
Final del evangelio de Mateo (cap 25). Allí el Juez divino no pide cómo
administró cada uno sus propios asuntos, quiere saber cómo cada uno administró
los asuntos de los demás. El texto nos informa de que lo que le importa
realmente a Dios no es lo que cada uno hizo para asegurar su propio bienestar y
salvación; sino lo que cada uno hizo para procurar el bienestar y la felicidad
de aquellos a quienes encontró en su camino. Finalmente, este texto nos revela
que no seremos juzgados sobre la práctica y la intensidad de nuestra
religiosidad, sino sobre la calidad y la profundidad de nuestra humanidad.
Por tanto, la originalidad del movimiento cristiano consiste en haber
entendido y proclamado, siguiendo a Jesús, que el verdadero nombre de Dios es Amor,
un amor que es la fuente de una auténtica humanidad. El verdadero cristianismo
anuncia que, este mamífero inteligente, una de las cinco especies existentes de
homínidos, del género homo, al que se le dio el nombre de "homo
sapiens", conseguirá perfeccionar su naturaleza y evolucionar hacia formas
más puras de humanización en la medida que sea capaz de integrar, en su
existencia y sus relaciones, la Energía (divina) del Amor, actuando en el
Cosmos a fin de ser un repetidor especialmente eficaz dentro de los ecosistemas
que habita, como hizo de manera ejemplar
Jesús.
Pero, evidentemente, no se trata de cualquier amor, sino sólo del amor que
lleva la marca de lo divino, es decir un amor desinteresado y gratuito que se
hace don, perdón, servicio, sacrificio, preocupación, bondad, ternura,
disponibilidad hacia la criaturas más limitadas, más frágiles y vulnerables,
para afirmarlas, curarlas completarlas y hacerlas evolucionar hacia la verdad
auténtica de su ser. Para los cristianos este tipo de amor es la forma como
Dios asume en la realidad de nuestro mundo. Allí donde este tipo de amor
aparece y se concreta, allí aparecen también los signos de la Presencia divina.
El cristiano cree, por tanto, que Dios se manifiesta de manera privilegiada en
el amor que se hace acción para la salvación y felicidad del otro.
6 - El cristianismo no es un movimiento
religioso sino profano.
Por lo tanto, Jesús se presenta como el prototipo del humano invadido por
Dios y como la forma que toma Dios cuando sus virtualidades aparecen y se hacen
perceptibles a las estructuras inteligentes de este Universo. La vida de Jesús
proporciona a nuestro conocimiento un índice de lo que podría obtener
"Dios" cuando aparece en nuestra inmanencia y de lo que obtiene el
hombre cuando se deja invadir por la fuerza de ese amor que viene de Dios.
Lo sorprendente en la vida del Nazareno es constatar, no sólo su perfecta
humanidad, sino también su perfecta "laicidad". El hombre de Nazaret
no forma parte de la casta de los sacerdotes, escribas, o levitas. Como judío,
no es particularmente religioso, ni especialmente piadoso y observante. Con
facilidad toma distancia con la religión y sus prácticas. No duda en
relativizar la importancia del culto y la función del Templo; en transgredir el
descanso del sábado y quebrantar las reglas de pureza ritual. Es extremadamente
crítico y agresivo hacia la clase religiosa dirigente. En los evangelios, Jesús
no aparece nunca con el fundador de una religión. Jamás estableció o fijó
espacios o tiempos sagrados. Nunca promulgó rituales para el culto. Nunca
ordenó sacerdotes. Jamás animó a sus discípulos a frecuentar sinagogas, recitar
plegarias, ofrecer sacrificios, practicar al ayuno, observar el sábado o las
demás prescripciones de la tradición rabínica. Es sintomático constatar que, en
los evangelios, la relación de Jesús con Dios no se expresa ni realiza jamás a
través de los gestos de la religión, sino siempre a través de la espontaneidad
de una relación directa, libre y personal, fuera de todo encuadre o decorado
sagrado, religioso o litúrgico. La relación de Jesús con Dios surge de los
acontecimientos de su vida cotidiana que es secular y laica; del frecuentar
gente simple, ordinaria, pobres, enfermos, "pecadores", gente de la
calle, donde realiza sus encuentros; de la mesa en la que come; de la cercanía
de hombres y mujeres con los que se cruza. Esta relación con su Dios-Padre
surge tanto en el clamor de las muchedumbres que lo rodean, como en el silencio
de la montaña, donde se retira para mejor rezar y descansar.
Lo particular de la espiritualidad de Jesús de Nazaret, no es la fe
religiosa que se explicita en las prácticas de una religión, sino una manera de
actuar, un estilo de vida entregados al servicio de la misericordia y el amor
al prójimo en quien veía el rostro humano de Dios. De suerte que podemos
afirmar que lo típico de la personalidad de Jesús es su carácter fundamental y
destacadamente humano que busca humanizar a los que lo rodean, liberándolos de
los impulsos y actitudes deshumanizantes, para hacer posible un mundo más
humano.
Las gentes
que frecuentaban a Jesús nunca vieron en él una encarnación de Dios, más bien
experimentaron en él una humanización de Dios. No el Dios presente en lo
sagrado, la religión, el sacerdocio, los ritos, los sacramentos, la Iglesia, la
jerarquía; sino a Dios presente en ese Hombre que vive en la calle con los
simples y los pequeños y que se da a todos por amor. Dios presente donde se
ponen y reciben gestos de amor.
Así la imagen de Jesús que transparentan los relatos evangélicos es la de
un hombre que no pertenece a ninguna religión y que está por encima y más allá
de toda creencia. Sería ridículo considerarlo "cristiano" o
"católico". Jesús de Nazaret no es la "propiedad" de nadie,
ni del cristianismo, ni de ninguna iglesia. La Institución eclesiástica se
confunde totalmente cuando pretende ampararse en él, monopolizarlo y utilizarlo
para sus ambiciones y para asentar sus necesidades de prestigio y de poder.
Jesús forma parte del patrimonio de la humanidad. Es un tesoro universal. Es
una obra maestra de humanidad que pertenece a todo el género humano. La forma
de humanidad que supo realizar a lo largo de su existencia es y será para todos
los humanos, más allá de tiempos, lugares, razas, culturas y religiones, una razón
de orgullo, un motivo de asombro, una fuente de inspiración, una luz en su
caminar, un ejemplo a seguir, un fin a alcanzar y una razón para creer y
esperar lo que quizá puede ser un futuro para nuestro planeta, porque ha
logrado producir semejante milagro de humanidad.
Podemos resumirlo todo diciendo que, finalmente, en contacto con Jesús,
hemos aprendido que nuestra relación con lo divino sólo es posible en lo
humano. Que lo característico del cristianismo no es su fe en la divinidad del
hombre (de Nazaret), sino su fe en la humanización de Dios. En el cristianismo,
nuestra relación con Dios no es una relación "religiosa" con el Ser
más grande, más alto, más fuerte, más poderoso, sino una relación
"secular" con la realidad material que nos rodea y que se manifiesta
como una forma "amorosa" de ser para los demás. Y los esfuerzos de
las personas supuestamente "religiosas" no son esfuerzos para
alcanzar una divinidad inaccesible, sino para llegar a los humanos cercanos a
nosotros y que necesitan nuestro amor.
Ser
cristiano entonces no significa ser especialmente religioso, sino especialmente
humano. En esta visión de las cosas, la vida humana aparece entonces como una
vida divina en la que lo "sagrado" es una sola cosa con lo
"profano".
Si eso es
verdad, es fácil comprender que el cristianismo no es un proyecto de
divinización sino esencialmente un proyecto de humanización.
7 - Conclusión
Jesús se muestra finalmente como el hombre que ha negado todo lo que los
demás habían afirmado de Dios, que ha derribado todo lo que los demás habían construido
sobre la idea que se habían hecho de la divinidad. Jamás Jesús aceptó la
naturaleza del "theos" proclamado por las religiones y, en ese
sentido, no es falso afirmar que ha sido un "a-theos", (un ateo) y
que el movimiento surgido de él no es una religión. En el corazón del
cristianismo no hay pues Dios, sino el Hombre de Nazaret, a través de quien los
creyentes creen entrever algunos reflejos de la verdadera naturaleza de Dios.
Si es verdad que existe una Realidad divina que busca hacernos señales, no
podemos sustraernos a la sensación que ha sido en este Hombre donde ha logrado
encontrar su mejor expresión. Eso significa entonces el fin de la religión como
institución mediadora necesaria para la relación y el encuentro con lo divino.
La existencia del fenómeno-Jesús es la prueba tangible que lo divino está
presente, vive y se muestra de manera privilegiada y única en lo humano. Jesús
nos prueba que, en la vida cotidiana de los humanos que comen, duermen,
trabajar, se divierten, viajan, bailan, aman, se extravían, sufren... allí
debemos sembrar las semillas de amor que germinarán y florecerán en presencia
divina. Dios está en la masa humana; en el espesor a veces pesado, sombrío y
cargante de la realidad concreta de la vida cotidiana. Dios está en lo profano,
lo secular, lo social, lo político, porque es allí donde viven los hombres y
porque es en las profundidades de su ser, con frecuencia, apenas esbozado,
donde continuamente actúa la presencia creadora y restauradora de la Energía
Primordial de Amor que hace evolucionar el mundo hacia mejores logros.
El cristianismo es pues, fundamentalmente, una forma, o mejor, un arte de
vivir, una praxis, una ética, una práctica, orientadas a actualizar e insertar
en el medio concreto de la vida humana los valores vividos por ese modelo de
humanidad que fue Jesús de Nazaret. La fe cristiana, cómo hemos mencionado más
arriba, es más una disposición del corazón que una actividad intelectual del
espíritu; es más del orden de la sensibilidad que de la inteligencia, más del
amor que del conocimiento. Por ello, sólo puede manifestarse y materializarse
en el "hacer" que se convierte en "hacer el bien a los
demás". Sacar a los hombres de la mezquindad de sus repliegues y egoísmos
personales, para animarlos a realizar obras de un amor altruista y
desinteresado, fue la preocupación permanente del Maestro de Nazaret. Así alaba
no al que dice Señor, Señor, sino al que hace la voluntad amorosa de Dios. El
discípulo debe ser una persona compasiva y hacer lo que hizo el buen
samaritano. En la última cena, Jesús lava los pies a sus discípulos y les dice
que, en delante, sigan su ejemplo y hagan lo que él ha hecho. Una fe que no se
concrete en acciones a favor de los desfavorecidos es una fe muerta (Santiago
2,17).
Podemos resumir el contenido de esta reflexión diciendo que el cristianismo
es un "camino" de perfeccionamiento humano, un movimiento espiritual
que busca, no hacer individuos más religiosos, sino más humanos; no busca
proponerles santidad, sino bondad; no sueños, sino acción. En fin, el proyecto
de Jesús que quiere continuar el cristianismo, consiste en hacer descubrir a los
hombres la Fuente Original del Amor que desde siempre nos habita, a fin de que
lleguemos a ser el lugar de la bondad, del don recíproco, de la misericordia y,
en fin, de una verdadera "humanización" capaz de transformar el
aspecto de este mundo.
Bruno Mori
( Do las gracias en especial a J.S. Spong, R. Lenaers,
J.M. Vigil, J.M. Castillo, cuyos escritos fueron para mí una fuente de inspiración que me permitió pensar y procesar este artículo )
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire