jeudi 23 février 2017

EL CRISTIANISMO ES UN HUMANISMO, NO UNA RELIGIÓN

 


1 - Un Dios elaborado por el hombre


En ambientes religiosos y clericales de Occidente se suele oir que vivimos en un mundo que ha expulsado a Dios del horizonte de la existencia humana, que la fe en Dios ha desaparecido o que no tiene ya ninguna influencia en la vida ordinaria de la mayoría de la gente. En ambientes clericales se acostumbra atribuir esta "ejecución" o "muerte" de Dios a que la sociedad moderna se ha hecho laica, secular, hedonista, materialista, relativista. Se acusa a la mentalidad científica y técnica que ya no necesita recurrir a la hipótesis "Dios" para explicar los fenómenos físicos del mundo natural. Si hay algo de verdad en esta descripción de las razones de la desafección moderna hacia la idea tradicional de Dios, en realidad estas razones parecen enunciarse por parte de los responsables religiosos, más para tranquilizar su conciencia, que para cuestionarse sobre la validez de sus doctrinas. De hecho, lo que parecería muerto, no es Dios, sino la idea o imagen de Dios elaborada y transmitida por la religión y que hoy se considera inaceptable.

¿Cuál es esa imagen inaceptable de Dios?
Un Dios concebido como un Super-Individuo con quien podemos entrar en relación personal, a quien podemos pedirle favores y protección, al que podemos adorar, rezar, ofender. Un Dios antropomorfo, concebido a imagen del hombre, que puede sentir benevolencia y amor, pero también reaccionar con rencor, cólera, agresividad, venganza.
Un Dios que imaginamos "allá arriba", en el "cielo", en el “piso superior”, trascedente, fuera y    separado de la realidad del mundo.
Un Ser imaginario, producto de la ignorancia, del miedo y la angustia del hombre cuando toma conciencia de su finitud y busca justificar su existencia percibida como efímera e innecesaria.
 Un Dios que sirve para colmar la necesidad de seguridad cuando nos confrontamos a nuestra fragilidad, vulnerabilidad y fin inevitable.
Una Super-Potencia que es la otra cara tranquilizante de la debilidad humana y la explicación de los fenómenos naturales que de otra forma seguirían siendo misteriosos y enigmáticos.
Una Entidad Sobrenatural con poderes ilimitados que debidamente tratada, con ritos, oraciones y sortilegios, es capaz de proteger a los humanos de las calamidades de la existencia, guiar su vida y recompensar su sumisión.
Sobre ese Dios, los humanos proyectaron todas las cualidades y atributos que ellos mismos querrían poseer, pero que inevitablemente les faltan: durabilidad, poder, fuerza, bondad, sabiduría, felicidad... y todo eso en grado infinito.
Por tanto, un Dios infinitamente perfecto, frente a una humanidad extremadamente imperfecta. Una divinidad todopoderosa, concebida a imagen de los poderes absolutos de los grandes de este mundo, frente a una humanidad débil, frágil, indigente y dependiente. Esta divinidad inmensamente dotada ha sido llamada Dios, el Infinito, el Absoluto, el Todopoderoso, el Eterno, el Trascendente...

Sin embargo, no es porque los humanos han pensado a Dios de esta manera, que eso manera corresponde a algo verdadero en la realidad. Ese Dios es y sigue siendo un "producto" y una "proyección" de la imaginación humana. No existe en ningún lado. Es el resultado de la actividad cerebral de un mamífero especialmente evolucionado e "inmerso" en la realidad física de este Universo, que es la única realidad accesible al conocimiento humano.

 En efecto, las capacidades cognitivas que emergen de la estructura neurofisiológica del cerebro humano están inexorablemente condicionadas por el funcionamiento del sistema nervioso que sólo puede ser solicitado y activado por los estímulos que recibe del mundo exterior (los 5 sentidos). Todo conocimiento de una realidad "sobrenatural" que existiera fuera de la "naturaleza" de nuestro mundo, es por lo tanto, un absurdo epistemológico. Toda afirmación sobre la existencia o la naturaleza de una Realidad "trascendente", "distinta" o "más allá" de este mundo, es necesariamente una afirmación desprovista de fundamento.

 


2 - Dios, un producto humano peligroso


Al ser producto del hombre, este Dios es necesariamente un producto imperfecto que, a la larga, resulta contradictorio e incluso peligroso para la raza humana. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, ¿un Dios todopoderoso e infinitamente bueno, con el estado, de hecho, de un mundo bañado en un océano de mal y sufrimiento? La presencia del mal y del sufrimiento a semejante escala contradice y anula la existencia de un Dios así. En efecto es evidente que semejante mundo no puede ser creado por un Ser que es, al mismo tiempo, infinitamente bueno e infinitamente poderoso.

Esa Divinidad sería también un producto extremadamente peligroso. Porque un Dios concebido como trascendente, totalmente otro, separado, santo, diferente, superior, dominante, exigente... introduce en el pensamiento humano los conceptos de separación, de sagrado y profano, de puro e impuro, bien y mal, sumisión e insubordinación, conformidad y desconformidad, permitido y prohibido, culpable e inocente, justo y pecador, fiel e infiel. En consecuencia, introduce en el espíritu del hombre y en la organización de su vida y de la sociedad en que vive, comportamientos y actitudes discriminatorias que generan prejuicios, desigualdades, oposiciones, hostilidades, fanatismo, violencias, persecuciones... sin hablar de ambivalencia de comportamientos calificados de buenos y malos, según correspondan o no a la voluntad o a los caprichos de la divinidad.

Complacer a la divinidad que tiene el poder de recompensar y castigar, dar la vida y la muerte, salvar y perder, se convierte entonces en la preocupación primordial de la persona "religiosa" y una fuente continua de angustia y culpabilidad. Eso explica la "violencia" que existe en la experiencia religiosa en general y en la experiencia religiosa cristiana e islámica en particular. Los creyentes son sin cesar "violentados" por los demonios de la tentación, la falta, el pecado, la transgresión; por la obsesión de la conformidad; por el afán del desapego y el sacrificio; por el miedo al juicio divino y a la condenación eterna. Se ven atormentados por el sentimiento de su incapacidad para satisfacer la voluntad de una divinidad invasora, puntillosa, severa y difícil. Entonces se culpabilizan; pierden la conciencia de su valor y su grandeza. Sospechan que su cuerpo es mal compañero del alma; denigran su humanidad, porque la creen opuesta a lo que espera la divinidad. Así, su existencia sufre una continua agresión que los fatiga, los humilla, los degrada, los rebaja, que destruye su confianza, que les impide creer en sí mismos, ser felices, divertirse, disfrutar de la vida, asumir una actitud positiva y sonriente ante la belleza de la creación y los valores materiales -temporales de la existencia. La creencia en ese Dios inventado por los hombres, emponzoña literalmente la vida humana.

Hoy el contagio planetario de los movimientos religiosos extremistas y fundamentalistas, nos pone en una posición privilegiada para constatar la veracidad de los temas expuestos más arriba. Pero hay algo más grave: estos movimientos extremistas nos muestran que Dios es peligroso incluso cuando nos sirve para fundar en él la igual dignidad de los humanos. En esos movimientos extremistas, los "fieles" encuentran en Dios el garante de su igualdad y su dignidad. Sin embargo, esa misma dignidad e igualdad, reclamadas para sus adeptos, las niegan para los demás, los "infieles", es decir para los que no comparten su idea de Dios o su modelo de humanidad. En esos movimientos extremistas, los "fieles" se identifican con su Dios, y los "infieles", considerados individuos "sin Dios", son malditos, anatematizados y violentamente rechazados.

Esta actitud de violencia generada por formas aberrantes de creencias religiosas, no son exclusiva de las corrientes extremistas modernas. Acompañó desde siempre la historia religiosa, tanto en Oriente como en Occidente. No es una excepción la historia del cristianismo. Desde el concilio de Nicea (313), decretado por el emperador Constantino, hasta el siglo XVI, el cristianismo ha sido una religión basada no sobre la fe en Dios "Padre lleno de ternura y amor", de que nos hablan los evangelios, sino sobre el miedo a Dios, Ser Trascendente, lejano y todopoderoso (el Dios "Pantocrátor" definido en el Concilio de Nicea), calcado sobre el molde de los poderes totalitarios y absolutos de los potentados de este mundo, a quienes servía de justificación.
No es cuestión aquí historiar las derivaciones de ese poder (y de su violencia generada) en la religión cristiana de Occidente. Baste recordar brevemente algunos ejemplos de horrores perpetrados por la violencia y el odio hechos posibles por esta concepción de Dios: las cruzadas, la inquisición, las guerras de religión, la persecución de disidentes y heréticos, la caza de brujas, la conquista española (católica) y europea de las Américas con las masacres de indios, el racismo, los movimientos misioneros...

Desde la noche de los tiempos, el imaginario humano identificó la divinidad y lo divino a lo que es elevado, grande, poderoso; a lo que exige adoración, respeto, obediencia; a lo que tiene el derecho y la autoridad de imponerse, mandar, castigar y recompensar. Este tipo de divinidad parece haberse convertido en el modelo del comportamiento humano exitoso. De tal suerte que, no sólo los humanos en general aspiran a poseer la grandeza y los poderes de los dioses, sino que llegan también a atribuirse los homenajes de los dioses. Así pasó, por ejemplo, con los faraones de Egipto, los reyes asirio-babilonios, los emperadores romanos, los reyes de Francia y los representantes de las grandes dinastías precolombinas en América Latina. Ha sido generalmente sobre el paradigma del poder divino como se han construido y justificado todos los poderes absolutos del pasado y del presente, tanto religiosos como profanos. En el cristianismo (pensemos en su versión católica) las altas autoridades religiosas ¿no continúan creyéndose gratificadas por Dios con un poder absoluto sobre las almas y conciencias de los fieles? En el mundo de las finanzas, del deporte, del espectáculo, de la moda, los individuos que han conseguido alcanzar éxito, celebridad, prestigio, belleza y riqueza, ¿no son adulados, admirados, venerados, como si fuesen dioses? Y al mismo tiempo, ¿no son considerados como envidiables modelos de una existencia "divinamente" lograda?

 


3 - Jesús, manifestación de "otro" Dios.


Si los hombres identificaron a Dios con la omnipotencia y el poder absoluto y si los individuos que detentan el poder han sido considerados con frecuencia como divinidades dignas de la misma adoración y gloria, ¿qué pensar de Jesús de Nazaret que descalificó totalmente toda forma y manifestación de dominación y de poder (Mt.20, 25-28; Mc.10, 42-45)? ¿No fué él, el primer hombre en la historia que, al erigirse contra al poder, se enfrentó también, por lo mismo, contra una falsa y funesta imagen de Dios y contra un nefasto y deplorable modelo de humanidad? Toda la enseñanza de Jesús puede reducirse a estas afirmaciones fundamentales:
-El poder, la fuerza, el prestigio, la superioridad, el dominio, el predominio, la riqueza, la suficiencia, la arrogancia, jamás pueden asociarse a Dios y jamás son el signo y la manifestación ni de su naturaleza ni de su presencia.
-Dios es inmanente a nuestro mundo y está particularmente presente en el humano débil y desvalido, pero que sabe amar.
-Allí donde hay amor desinteresado, allí no sólo hay presencia de lo "divino", sino también presencia auténtica de lo "humano".
A continuación, intentaré elaborar y elucidar estas intuiciones básicas del Maestro de Nazaret.

He dicho más arriba que la naturaleza de Dios es inaccesible al conocimiento humano y que toda descripción o definición de Dios es falsa e insensata. Si nosotros no podemos decir ni conocer nada de lo que es Dios en sí mismo (esencia o naturaleza de Dios), sí solo somos capaces de captar la realidad de este mundo , entonces sobre Dios solo podemos  emitir hipótesis a partir de posibles y supuesta s manifestaciones visibles (los signos) de su existencia  que, mejor que nada, plantean que Dios es quizá el nombre común con que, desde siempre, los humano  trataron expresar la Realidad Última, el Misterio Original, la Fuente y la Profundidad del ser, la Energía de Fondo que lanza y guarda los seres en la existencia. Esta Energía estaría en el origen del movimiento evolutivo propio de nuestro Universo, donde todo está en movimiento hacia formas siempre más logradas y superiores de ser. Esta Energía Fundamental aparece como una Fuente "matriz" y como una Realidad "amorosa" y "benévola". En el mundo, tal como lo conocemos, «Dios» parece estar particularmente presente y actuante allí donde hay esbozo y germinación del ser; allí donde hay algo incompleto, insuficiente, impotente, débil. Cuando existe carencia, pobreza, pequeñez, imperfección, fractura, parecen activarse las Energías que conducen a los seres de este mundo hacia una mejor realización y una mayor complejidad, empujando y realizando saltos cualitativos, creando relaciones, conexiones, dependencias y comunión. De un vacío total y un casi nada inicial, ha brotado la inmensidad, la diversidad y la belleza despampanante del Universo.

Estas dinámicas que parecen ser propias de la Realidad Última, las reencontramos, exactamente idénticas, en la percepción de Dios que Jesús tiene y nos transmite. Jesús tiene la experiencia de Dios como de una Realidad Espiritual que se da y que, al darse, crea, transforma, renueva, cura, completa, perfecciona, colma. Esta experiencia de Dios sostiene toda la acción de Jesús y determina la orientación y la calidad de su vida. Su existencia, calcada sobre la de Dios, lo transformará en "el hombre para los demás", que cuida , que ofrece vitalidad y plenitud de  vida a todos y todas los que viven formas y situaciones de carencia y debilidad. Jesús sólo se reconoce a sí mismo como persona, en la profundidad de esta relación amorosa que estableció con la Realidad Última que, para él, adquirió todas las características de un ser personal.

Y puesto que esta cualidad de relación con Dios es lo que ha hecho de Jesús el "hombre" que ha sido, debemos concluir que toda persona que configure su existencia según las orientaciones, actitudes y valores propios de la vida de Jesús, no sólo se realiza en humanidad, sino que llega a ser, como Jesús, signo y manifestación de la presencia del "Nuevo", del "Inaudito" y del "Incomparable" en nuestro mundo. En otras palabras, el "fenómeno Jesús" nos indica en qué dirección buscar para encontrar el lugar de la presencia de Dios en nuestro Universo, así como la fórmula de una auténtica humanización del individuo.

De suerte que cada persona que realice su humanidad según ese modelo, llega a ser, por así decirlo, tanto un icono como una prueba particularmente convincente de la existencia y la acción del Dios-Energía-Amor en nuestro mundo. Podemos comparar esa persona a la flor del jardín cuya vida sólo es posible por los rayos del sol y gracias a la lluvia que cae del cielo. Cada flor es una prueba de la existencia del sol y del agua.
Jesús de Nazaret ha sido para sus discípulos el hombre que supo dar cuerpo, consistencia, visibilidad a esta forma propiamente original y "divina" de Amor que desde siempre hace saltar a los seres hacia un "ser-más" y que ahora, en este estadio evolutivo de la historia del Universo, se derrama siempre gratuita y desbordante en la carencia radical de la miseria humana para enriquecerla y restaurarla. Y puesto que una tal capacidad de amor se le antojó  a sus discípulos, por un lado, como totalmente inédita y, por otro, como absolutamente extraordinaria, ellos dedujeron que era imposible que el hombre de Nazaret haya podido encontrar la capacidad de semejante amor en las "reservas" o el potencial de su naturaleza humana. Y concluyeron entonces que esta calidad de amor le venía de "otra parte", que Dios estaba en ese hombre, que Dios actuaba en él, que la Energía amorosa de la Realidad Última había encontrado en hombre de Nazaret una resonancia especialmente deslumbrante y que, por su intermedio, había comenzado a curar la imperfección y el mal del mundo. Sus discípulos tuvieron la impresión de que, en el Hombre de Nazaret, el Amor Original se había humanizado, y que, en adelante, ese individuo sería para los humanos, no sólo el lugar privilegiado de la presencia divina, sino también el prototipo y paradigma de una humanidad completa según el proyecto y las esperanzas de Dios. La persona de Jesús se les mostró como el lugar de una manifestación y una concentración únicas de las fuerzas del amor en nuestro mundo.

 


4 - El Dios de Jesús una Energía "débil", porque se manifiesta en la debilidad y la indigencia de los seres.


Los escritos cristianos sobre sus orígenes nos han dejado una documentación sorprendente relativa al sentimiento experimentado por los primeros discípulos de una presencia singular de Dios en la vida de su Maestro. Documentos que presentan a Jesús como Palabra de Dios, como alguien nacido de Dios, salido de Dios, modelado y estructurado por la acción de Dios. En los evangelios, Jesús afirma conocer las intenciones y la voluntad de Dios. Dice que posee el espíritu de Dios, la palabra de Dios e incluso declara ser una sola cosa con ese Dios que lo habita y al que llama tiernamente "Padre". Veamos algunas afirmaciones que esos autores han puesto en boca de Jesús: "El que me ha visto ha visto al Padre. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.  Al que me ama, mi Padre lo ama. El que me odia, odia también a mi Padre. Las palabras que oyen no son mías, sino del Padre que me ha enviado. Todo lo que es de mi Padre , es mío. Yo no estoy solo, el Padre está conmigo. Yo y el Padre somos uno".
En la primera carta de Juan encontramos estas declaraciones sorprendentes: "El amor viene de Dios y todos los que aman han nacidos de Dios. En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor se ha cumplido en nosotros. Dios es amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él. Nosotros nos amamos porque Dios nos amó primero..."

Si en la vida y el comportamiento de Jesús, las Energías divinas del Amor que crean y recrean los seres, pudieron manifestarse y explicarse de forma tan señalada, no es extraño que sean sobre todo los pequeños, los sencillos, los humildes, los indefensos, los débiles, los enfermos, los perdedores, los primeros que, por una especie de afinidad con la "naturaleza" de Dios, percibieron que este hombre desprendía el perfume de Dios y que Dios, a través de él, les hacía señas. Tuvieron la impresión de que Jesús era como una ventana abierta que les dejaba entrever algo del paisaje de Dios, que abría el acceso a un mundo nuevo, a una nueva manera de pensar, amar y vivir; que era portador de un mensaje diferente, de un espíritu liberador que parecía venir del Más allá. Lo que explica el entusiasmo de las muchedumbres con él, la fascinación que ejercía, el asombro que suscitaba, las preguntas que provocaba: "¿Qué es esto? ¿Qué pasa con este hombre? ¿De dónde viene? ¿Quién es? ¿Qué pensar de él?" Sería falso creer que la gente veía a Jesús como Dios, pero está fuera de duda que experimentaban en él la presencia de un Dios nuevo que los perturbaba y desestabilizaba, pero que, al mismo tiempo, los seducía. Jesús les reflejaba la imagen de un Dios "humano" que se inclina sobre la carencia para llenarla, que se hace cargo de la pobreza, la debilidad, la angustia, la imperfección, la miseria y el sufrimiento de los humanos. Por tanto, un Dios que se humaniza amando y que hace más humanos a los que aman. El mismo Jesús se considera como un pobre que lo ha recibido todo de Dios; enseña que todos somos mendigos y que sólo existimos y valemos por la largueza de su generosidad, la riqueza de sus dones y la gratuidad de su amor. Nada pertenece a nadie y todos somos "alguien"; nadie es superior, mejor, más importante y poderoso que los demás, porque todos somos inútiles y necesitados. "Ustedes han recibido gratis, den gratis". Puesto que todo lo que somos y todo lo que tenemos es un don gratuito, sólo existe un "deber" con los demás: dar, compartir, ayudar, servir, amar. "Den a quien les pida" (Mt 5,42"), viendo a Dios en cada necesitado.

Por tanto, en el centro de la vida y del mensaje de Jesús está el anuncio de que Dios se revela en la miseria humana. Allí donde hay desamparo, donde hay necesidad de amor, allí está presente Dios. Para Jesús, el otro, especialmente si es pobre (palabra que debe tomarse en su sentido más amplio de carencia, de privación de todo lo que puede dar valor y dignidad a una existencia humana), es el lugar privilegiado de la presencia y la manifestación de Dios en este mundo. En la parábola del juicio final (Mt 25), Jesús afirma con todas las letras que lo que le hagamos al otro necesitado lo hacemos a Dios. Jesús nos cuenta que, a Lázaro, pobre y llagado, buscando en la puerta del rico egoísta las migajas caídas de su mesa, al fin de su vida, lo descubriremos viviente en Dios. Quedan pues descalificadas todas las formas y expresiones de poder, superioridad, preeminencia, codicia, que buscan explotar, oprimir, someter, rebajar, envilecer a los demás. Sólo califican las actitudes de bondad, disponibilidad, acogida, entrega, servicio amoroso, fraternal y desinteresado que Jesús engloba en el apelativo "fe".

Para Jesús, ser capaces de adoptar como opción fundamental de vida esa actitud amable y servicial con los demás, es tener fe. Jesús exhorta con frecuencia a los y las que lo rodean a "tener fe". Sin embargo, para él, tener fe nunca es "creer" en verdades o afirmaciones dogmáticas. "Creer" ni siquiera es creer en Dios. “Creer” ni siquiera es una postura religiosa. Hay personas religiosas que no tienen ninguna fe.  En los evangelios, la fe que Jesús anima y admira es a menudo la que encuentra en personas que no son, ni especialmente creyentes, ni particularmente religiosas (el centurión romano, la cananea, el samaritano), pero que manifiestan interés, empatía, bondad hacia su prójimo Persona de fe entonces es la que tiene un corazón sensible y repleto de compasión por su prójimo. El hombre de fe es aquel capaz de salir de sí mismo, de descentrarse para centrarse en los otros, para ir a los otros, darse a los otros, sobre todo cuando son pobres y carenciados. Por tanto, para Jesús la fe no es la disposición interior que sirve a que la persona se ponga en relación con el mundo de Dios, sino la actitud interior que impulsa a la persona a ponerse en relación con el mundo de los hombres. Indica el sentimiento de confianza en una Bondad que se manifiesta y se despliega concreta y prácticamente en favor de todos y todas que tienen falta de amor, consideración y felicidad, para que puedan reencontrar la medida plena de su dignidad y su humanidad. Por eso la fe, según Jesús, es fundamentalmente una fe que salva.

 


5 - El cristianismo es un humanismo en acción


En los evangelios la fe aparece pues esencialmente como práctica, acción y obra de amor, compromiso, estilo de vida que se explicita, se actualiza a ras de suelo, en lo concreto de las circunstancias de tiempo y lugar donde se teje lo cotidiano de cada vida. Es una fe que se preocupa del hombre en su situación concreta. Es una fe involucrada en los problemas humanos, la cuestión social. Diríamos hoy que es una fe que se interesa en el alimento, el vestido, la vivienda, el alquiler; que se preocupa del empleo, del fin de mes, la guardería, la escuela, la educación, la salud, la soledad, la seguridad. Que busca generar acogida, respeto, compasión, compartir, igualdad, comunión, fraternidad...

La fe y la confianza que el Amor convierte en "gracia" es la única fuerza capaz de humanizar al hombre, al cristiano, alimentados en la frecuencia y la meditación de la persona y la obra del Maestro de Nazaret. Al reflexionar sobre el misterio de su vida, los cristianos llegaron a la conclusión que la verdadera naturaleza de Dios no está hecha de superpotencia, supremacía, poder, dominación, grandeza que encierran a la persona en su ego, que paralizan y oprimen, sino de amor que interviene para curar, promover, hacer crecer lo que es débil, pequeño, pobre, imperfecto y, por tanto, en fin, para "servir" al perfeccionamiento y el éxito evolutivo de este mundo.

Esa convicción cambió para siempre jamás la existencia del fariseo fanático que fue san Pablo, y que llegará a ser más tarde el teórico del movimiento cristiano. Luego de una crisis epiléptica en el camino de Damasco, este perseguidor de los cristianos tuvo la súbita revelación que era absurdo creer que se podían defender los sagrados derechos de una poderosa Divinidad ratificando la violencia de una persecución, y apoyándose en las coacciones de una Ley, en la autoridad indiscutida e incuestionable del Consejo del Sanedrín, en la obediencia servil de sus adoradores. La impotencia y la angustia de Saulo en su crisis, le llevaron a comprender la estupidez de su arrogancia, la vanidad de su voluntad de complacer a Dios odiando a sus enemigos y siendo fiel a sus normas.

Gracias a su enfermedad, Saulo tuvo conciencia de que Dios sólo podía ser y manifestarse en la debilidad, la imperfección y los gritos de dolor de las criaturas; y que se había revelado verdaderamente en la indigencia y la degradación total del Hombre de Nazaret que las autoridades habían clavado en una cruz. En su alucinación, Saulo oyó a Dios decirle: "Mi mayor fuerza se muestra en la debilidad". Después de su conversión a la fe cristiana, Saulo, convertido en Pablo, sabrá en adelante que sólo cuando experimente la fragilidad de su ser será realmente fuerte, porque está habitado por la presencia de Dios (2 Co.12, 9-10). Pablo, citando un himno cristiano de su tiempo, proclamará que, en Jesús, Dios se "anonadó" y se "vació" de todas sus prerrogativas divinas y se manifestó tal como es en realidad: bajo la forma de servidor o de esclavo (Fil 2,7). Entonces, para Pablo y para cualquier cristiano, Dios no se debe buscar en las formas o expresiones de poder, fuerza, grandeza, majestad, sino en las expresiones humanas de la pequeñez, el abajamiento, la insignificancia, el sufrimiento, en una palabra, en la condición de "esclavo", es decir de los y las que son "nada" en este mundo y para el mundo. Dios actúa en los pequeños y los débiles, en ellos está y en ellos se manifiesta a nuestro mundo.

Eso significa que el proyecto cristiano se realiza y despliega no en el mundo de lo sagrado, sino en el mundo de lo profano. No se refiere a Dios, sino al hombre. No tiene que ver con una religión, una institución clerical, una jerarquía, dogmas, ritos, oraciones, devociones, normas. Nada que ver con la sumisión y la obediencia a autoridades religiosas. El proyecto cristiano, tal como el Hombre de Nazaret lo vivió y transmitió, se activa solamente en favor de los humanos, para quienes, él, y sus discípulos, quieren ser los signos de la bondad y la ternura de Dios. Todo esto es evidente en el relato del Juicio Final del evangelio de Mateo (cap 25). Allí el Juez divino no pide cómo administró cada uno sus propios asuntos, quiere saber cómo cada uno administró los asuntos de los demás. El texto nos informa de que lo que le importa realmente a Dios no es lo que cada uno hizo para asegurar su propio bienestar y salvación; sino lo que cada uno hizo para procurar el bienestar y la felicidad de aquellos a quienes encontró en su camino. Finalmente, este texto nos revela que no seremos juzgados sobre la práctica y la intensidad de nuestra religiosidad, sino sobre la calidad y la profundidad de nuestra humanidad.

Por tanto, la originalidad del movimiento cristiano consiste en haber entendido y proclamado, siguiendo a Jesús, que el verdadero nombre de Dios es Amor, un amor que es la fuente de una auténtica humanidad. El verdadero cristianismo anuncia que, este mamífero inteligente, una de las cinco especies existentes de homínidos, del género homo, al que se le dio el nombre de "homo sapiens", conseguirá perfeccionar su naturaleza y evolucionar hacia formas más puras de humanización en la medida que sea capaz de integrar, en su existencia y sus relaciones, la Energía (divina) del Amor, actuando en el Cosmos a fin de ser un repetidor especialmente eficaz dentro de los ecosistemas que habita, como hizo de manera ejemplar  Jesús.

Pero, evidentemente, no se trata de cualquier amor, sino sólo del amor que lleva la marca de lo divino, es decir un amor desinteresado y gratuito que se hace don, perdón, servicio, sacrificio, preocupación, bondad, ternura, disponibilidad hacia la criaturas más limitadas, más frágiles y vulnerables, para afirmarlas, curarlas completarlas y hacerlas evolucionar hacia la verdad auténtica de su ser. Para los cristianos este tipo de amor es la forma como Dios asume en la realidad de nuestro mundo. Allí donde este tipo de amor aparece y se concreta, allí aparecen también los signos de la Presencia divina. El cristiano cree, por tanto, que Dios se manifiesta de manera privilegiada en el amor que se hace acción para la salvación y felicidad del otro.

 

6 - El cristianismo no es un movimiento religioso sino profano.


Por lo tanto, Jesús se presenta como el prototipo del humano invadido por Dios y como la forma que toma Dios cuando sus virtualidades aparecen y se hacen perceptibles a las estructuras inteligentes de este Universo. La vida de Jesús proporciona a nuestro conocimiento un índice de lo que podría obtener "Dios" cuando aparece en nuestra inmanencia y de lo que obtiene el hombre cuando se deja invadir por la fuerza de ese amor que viene de Dios.

Lo sorprendente en la vida del Nazareno es constatar, no sólo su perfecta humanidad, sino también su perfecta "laicidad". El hombre de Nazaret no forma parte de la casta de los sacerdotes, escribas, o levitas. Como judío, no es particularmente religioso, ni especialmente piadoso y observante. Con facilidad toma distancia con la religión y sus prácticas. No duda en relativizar la importancia del culto y la función del Templo; en transgredir el descanso del sábado y quebrantar las reglas de pureza ritual. Es extremadamente crítico y agresivo hacia la clase religiosa dirigente. En los evangelios, Jesús no aparece nunca con el fundador de una religión. Jamás estableció o fijó espacios o tiempos sagrados. Nunca promulgó rituales para el culto. Nunca ordenó sacerdotes. Jamás animó a sus discípulos a frecuentar sinagogas, recitar plegarias, ofrecer sacrificios, practicar al ayuno, observar el sábado o las demás prescripciones de la tradición rabínica. Es sintomático constatar que, en los evangelios, la relación de Jesús con Dios no se expresa ni realiza jamás a través de los gestos de la religión, sino siempre a través de la espontaneidad de una relación directa, libre y personal, fuera de todo encuadre o decorado sagrado, religioso o litúrgico. La relación de Jesús con Dios surge de los acontecimientos de su vida cotidiana que es secular y laica; del frecuentar gente simple, ordinaria, pobres, enfermos, "pecadores", gente de la calle, donde realiza sus encuentros; de la mesa en la que come; de la cercanía de hombres y mujeres con los que se cruza. Esta relación con su Dios-Padre surge tanto en el clamor de las muchedumbres que lo rodean, como en el silencio de la montaña, donde se retira para mejor rezar y descansar.

Lo particular de la espiritualidad de Jesús de Nazaret, no es la fe religiosa que se explicita en las prácticas de una religión, sino una manera de actuar, un estilo de vida entregados al servicio de la misericordia y el amor al prójimo en quien veía el rostro humano de Dios. De suerte que podemos afirmar que lo típico de la personalidad de Jesús es su carácter fundamental y destacadamente humano que busca humanizar a los que lo rodean, liberándolos de los impulsos y actitudes deshumanizantes, para hacer posible un mundo más humano.
Las gentes que frecuentaban a Jesús nunca vieron en él una encarnación de Dios, más bien experimentaron en él una humanización de Dios. No el Dios presente en lo sagrado, la religión, el sacerdocio, los ritos, los sacramentos, la Iglesia, la jerarquía; sino a Dios presente en ese Hombre que vive en la calle con los simples y los pequeños y que se da a todos por amor. Dios presente donde se ponen y reciben gestos de amor.

Así la imagen de Jesús que transparentan los relatos evangélicos es la de un hombre que no pertenece a ninguna religión y que está por encima y más allá de toda creencia. Sería ridículo considerarlo "cristiano" o "católico". Jesús de Nazaret no es la "propiedad" de nadie, ni del cristianismo, ni de ninguna iglesia. La Institución eclesiástica se confunde totalmente cuando pretende ampararse en él, monopolizarlo y utilizarlo para sus ambiciones y para asentar sus necesidades de prestigio y de poder. Jesús forma parte del patrimonio de la humanidad. Es un tesoro universal. Es una obra maestra de humanidad que pertenece a todo el género humano. La forma de humanidad que supo realizar a lo largo de su existencia es y será para todos los humanos, más allá de tiempos, lugares, razas, culturas y religiones, una razón de orgullo, un motivo de asombro, una fuente de inspiración, una luz en su caminar, un ejemplo a seguir, un fin a alcanzar y una razón para creer y esperar lo que quizá puede ser un futuro para nuestro planeta, porque ha logrado producir semejante milagro de humanidad.
Podemos resumirlo todo diciendo que, finalmente, en contacto con Jesús, hemos aprendido que nuestra relación con lo divino sólo es posible en lo humano. Que lo característico del cristianismo no es su fe en la divinidad del hombre (de Nazaret), sino su fe en la humanización de Dios. En el cristianismo, nuestra relación con Dios no es una relación "religiosa" con el Ser más grande, más alto, más fuerte, más poderoso, sino una relación "secular" con la realidad material que nos rodea y que se manifiesta como una forma "amorosa" de ser para los demás. Y los esfuerzos de las personas supuestamente "religiosas" no son esfuerzos para alcanzar una divinidad inaccesible, sino para llegar a los humanos cercanos a nosotros y que necesitan nuestro amor.
Ser cristiano entonces no significa ser especialmente religioso, sino especialmente humano. En esta visión de las cosas, la vida humana aparece entonces como una vida divina en la que lo "sagrado" es una sola cosa con lo "profano".
Si eso es verdad, es fácil comprender que el cristianismo no es un proyecto de divinización sino esencialmente un proyecto de humanización.

 

7 - Conclusión


Jesús se muestra finalmente como el hombre que ha negado todo lo que los demás habían afirmado de Dios, que ha derribado todo lo que los demás habían construido sobre la idea que se habían hecho de la divinidad. Jamás Jesús aceptó la naturaleza del "theos" proclamado por las religiones y, en ese sentido, no es falso afirmar que ha sido un "a-theos", (un ateo) y que el movimiento surgido de él no es una religión. En el corazón del cristianismo no hay pues Dios, sino el Hombre de Nazaret, a través de quien los creyentes creen entrever algunos reflejos de la verdadera naturaleza de Dios. Si es verdad que existe una Realidad divina que busca hacernos señales, no podemos sustraernos a la sensación que ha sido en este Hombre donde ha logrado encontrar su mejor expresión. Eso significa entonces el fin de la religión como institución mediadora necesaria para la relación y el encuentro con lo divino.

La existencia del fenómeno-Jesús es la prueba tangible que lo divino está presente, vive y se muestra de manera privilegiada y única en lo humano. Jesús nos prueba que, en la vida cotidiana de los humanos que comen, duermen, trabajar, se divierten, viajan, bailan, aman, se extravían, sufren... allí debemos sembrar las semillas de amor que germinarán y florecerán en presencia divina. Dios está en la masa humana; en el espesor a veces pesado, sombrío y cargante de la realidad concreta de la vida cotidiana. Dios está en lo profano, lo secular, lo social, lo político, porque es allí donde viven los hombres y porque es en las profundidades de su ser, con frecuencia, apenas esbozado, donde continuamente actúa la presencia creadora y restauradora de la Energía Primordial de Amor que hace evolucionar el mundo hacia mejores logros.

El cristianismo es pues, fundamentalmente, una forma, o mejor, un arte de vivir, una praxis, una ética, una práctica, orientadas a actualizar e insertar en el medio concreto de la vida humana los valores vividos por ese modelo de humanidad que fue Jesús de Nazaret. La fe cristiana, cómo hemos mencionado más arriba, es más una disposición del corazón que una actividad intelectual del espíritu; es más del orden de la sensibilidad que de la inteligencia, más del amor que del conocimiento. Por ello, sólo puede manifestarse y materializarse en el "hacer" que se convierte en "hacer el bien a los demás". Sacar a los hombres de la mezquindad de sus repliegues y egoísmos personales, para animarlos a realizar obras de un amor altruista y desinteresado, fue la preocupación permanente del Maestro de Nazaret. Así alaba no al que dice Señor, Señor, sino al que hace la voluntad amorosa de Dios. El discípulo debe ser una persona compasiva y hacer lo que hizo el buen samaritano. En la última cena, Jesús lava los pies a sus discípulos y les dice que, en delante, sigan su ejemplo y hagan lo que él ha hecho. Una fe que no se concrete en acciones a favor de los desfavorecidos es una fe muerta (Santiago 2,17).

Podemos resumir el contenido de esta reflexión diciendo que el cristianismo es un "camino" de perfeccionamiento humano, un movimiento espiritual que busca, no hacer individuos más religiosos, sino más humanos; no busca proponerles santidad, sino bondad; no sueños, sino acción. En fin, el proyecto de Jesús que quiere continuar el cristianismo, consiste en hacer descubrir a los hombres la Fuente Original del Amor que desde siempre nos habita, a fin de que lleguemos a ser el lugar de la bondad, del don recíproco, de la misericordia y, en fin, de una verdadera "humanización" capaz de transformar el aspecto de este mundo.

Bruno Mori


 ( Do las gracias  en especial a J.S. Spong,  R. Lenaers,  J.M. Vigil,  J.M. Castillo,  cuyos escritos fueron para mí una fuente  de inspiración  que me permitió  pensar y procesar este artículo

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